Ilustración: Agustín Gomila
La balanza comercial entre la Argentina y Brasil, resulta muy desfavorable
a nuestro país. Eso a pesar de la devaluación de 2002 y a que
tenemos un tipo de cambio bilateral que nos favorece. Las explicaciones que
van por este rumbo, ponen énfasis casi exclusivamente en el tipo de cambio.
Si ahora tenemos problemas, ¿qué pasaría si nuestro vecino
depreciara el valor de su moneda frente al dólar? La respuesta obligada
es que estaríamos frente a una catástrofe.
Pero en la década pasada, ocurrió lo contrario. El tipo de cambio
era –desde esa perspectiva– más conveniente para Brasil,
y sin embargo el superávit comercial lo tenía la Argentina.
Si se pone foco en el nivel de crecimiento se obtienen otras explicaciones.
No sería grave que Brasil imitara a la Argentina, si de verdad crece
a tasas más altas. Demandará entonces más productos argentinos,
como antaño.
Cuando un fenómeno tiene demasiadas explicaciones y éstas no se
ordenan por su importancia entonces ese fenómeno todavía no tiene
explicación. Eso es lo que está ocurriendo con el déficit
comercial de la Argentina con Brasil, que durante 2006 habrá rozado US$
4.000 millones al mismo tiempo que el superávit comercial total de la
Argentina (incluyendo el intercambio con Brasil) supera US$ 10.000 millones.
Se ha dicho al respecto que a pesar de que el tipo de cambio bilateral favorece
a la Argentina –esto es, nuestro país es más barato que
el gran vecino–, es Brasil el que saca ventaja del comercio “por
su estructura productiva de mayor valor agregado”, “por sus políticas
exportadoras persistentes”, “porque sus empresarios saben vender”,
“porque la Argentina no sabe aprovechar las oportunidades comerciales”.
Si todo esto es verdad, y probablemente lo sea en alguna medida, ¿por
qué durante la década de los 90, cuando todo esos factores estaban
presentes y además la Argentina era más cara que Brasil, era nuestro
país quien tenía superávit comercial con su vecino?
El sentido común apuntaría a que el perjudicado en la relación
comercial debería ser Brasil, que tiene una moneda más valorizada
–el real–, que tiene una tasa de interés altísima
que encarece el crédito para la producción y una carga tributaria
que dobla a la de su competidor, la Argentina.
Es probable que la principal explicación sea otra: la Argentina crece
mucho y Brasil crece poco, lo que entre otras cosas significa que nuestro país
demanda productos brasileños más que lo que Brasil demanda productos
argentinos. Que la Argentina está creciendo mucho –a 9% anual–
es un hecho conocido. En cambio pocos parecen reparar en el pobre desempeño
brasileño: 0,5% durante 2003, 4,9% durante 2004, 2,5% durante 2005 y
muy probablemente 2,8% durante 2006. No estamos frente a un Brasil potencia
emergente como vecino, sino ante un país que no ha acompañado
la expansión mundial. De 19 países de América latina, Brasil
ha sido durante 2006 el de segundo peor desempeño detrás de Haití.
En otras palabras, la explicación del déficit comercial argentino
con Brasil debería ser más una preocupación brasileña
que argentina. Más todavía cuando la población brasileña
crece más rápido que la nuestra.
Así lo entienden los brasileños. A la vanguardia están
los industriales paulistas, algunos de los cuales ya están pidiendo en
voz alta la aplicación del “modelo argentino”, cierto es
que, ignorando sus costos inflacionarios. Para la FIESP (Federación de
Industrias del Estado de San Pablo) la respuesta está en la economía
argentina. Un país que crece a casi 9% anual tiene mayor nivel de demanda
de importaciones.
El reelecto Presidente Lula también está inquieto. Su primera
presidencia fue la de la estabilidad de precios y en ese aspecto tuvo éxito.
Pero para obtenerlo debió aplicar una política monetaria restrictiva,
lo que significó tasas de interés reales altas, abaratamiento
del dólar y bajo crecimiento.
A Lula no le gustaría repetir este esquema durante la segunda presidencia
y para operar un cambio quizás se eche andar por un nuevo desfiladero:
menor severidad monetaria y devaluación del real para movilizar la economía,
pero no tanto como para que la inflación se desboque.
¿Qué le conviene a la Argentina? Si el secreto de las relaciones
comerciales reside menos en ser barato y más en el crecimiento del otro,
nada mejor que un Lula que se aproxime a las políticas macroeconómicas
argentinas sin que la Argentina abandone las suyas. Si eso es lo que Lula hace,
el pronóstico es fácil: el desequilibrio comercial argentino con
Brasil se moderará en lugar de aumentar y, consecuentemente, dejará
de ser un tema periodístico recurrente.
Hay otro tema relevante: la industria automotriz argentina ha cambiado los países
de destino de sus exportaciones pero no el país de origen de sus importaciones.
Antes sólo le vendía a Brasil y ahora vende diversificado. Antes
sólo le compraba a Brasil y ahora sigue comprándole sólo
a Brasil. De lo cual resulta en un déficit comercial sectorial. Curiosamente,
de nuevo una buena noticia –en este caso la diversificación de
destinos– empeora el balance comercial con Brasil.
Intenso debate sobre el dólar
El ala pesimista de la comunidad académica viene pronosticando hace
tiempo un derrumbe de la economía estadounidense como consecuencia del
enorme déficit de cuenta corriente del sector externo. Debería
haber devaluación real y recesión. Sin embargo, durante 2006 ha
habido sobrefinanciamiento, esto es, el ingreso de capitales ha excedido el
déficit de cuenta corriente. ¿Y el colapso? Quizás los
pesimistas tengan una nueva oportunidad con el final de la burbuja inmobiliaria
en Estados Unidos. Si los precios de los inmuebles bajan –y además
se espera que sigan bajando– ya no habrá inversores externos comprando
esa clase de activos y quizás el sobrefinanciamiento desaparezca. El
tema es importante porque una recesión americana cambia el escenario
favorable para los países emergentes.
Las sacudidas del dólar en noviembre y diciembre dieron trabajo al mercado
y sus analistas. Con el euro a acercándose a picos de US$ 1,34, lo único
sorpresivo es que eso no hubiese ocurrido antes. Al respecto, la mayoría
de los expertos supone que el serrucho descendente continuará este año
y el euro bien podría tocar, en corto plazo, US$ 1,36, el récord
marcado en diciembre de 2003. En todos los casos, es el valor del euro contra
el dólar; no al revés.
Las bajas recientes fueron detonadas por malas noticias sobre la economía
estadounidense, donde el desinfle de la larga burbuja inmobiliaria ha golpeado
más de lo supuesto. Simultáneamente, la confianza del público
y las compras de bienes durables cedieron a mayor ritmo que lo esperado. Por
el contrario, en la Eurozona la confianza de los empresarios alemanes se elevaba
a un máximo en quince años.
En otro plano y pese a algunos gurúes sobreoptimistas, existen temores
en cuanto a que China y otros países repletos de activos en dólares
dejen de comprarlos o comiencen a venderlos. A fines de 2006, Benjamin Bernanke
(presidente del Sistema de Reserva Federal) insistía en que la economía
“tendrá un aterrizaje suave”.
Esta noción presupone que el dólar se sostendrá porque
los grandes inversores externos (bancos centrales) seguirán ávidos
de activos en dólares y financiarán el enorme déficit en
la cuenta corriente de pagos externos. En todo caso, no se largarían
a vender, pues eso afectaría el valor en mercado de sus propias tenencias.
Pero, si la economía se contrajera el primer trimestre del año
más de lo que suponen los entusiastas del dólar, mientras los
precios de viviendas siguen cayendo, aumentarían los riesgos recesivos.
Por otro lado, los factores cíclicos explican apenas parte de la fortaleza
del dólar. En el fondo, su atractivo se basa en ilusiones sobre las diferencias
estructurales entre Estados Unidos y la Eurozona.
Según subrayan varios economistas, un amplio grupo de analistas financieros
creen que la economía estadounidense muestra un desempeño muy
superior al de otros países líderes. Pero las estadísticas
no convalidan ese espejismo. Por cierto, el producto bruto interno estadounidense
ha crecido a mayor ritmo que el de la Eurozona, pero porque también su
población se incrementa con mayor velocidad.
Escarbando, las diferencias se achican. Las cifras oficiales sobre aumento de
productividad –que deberían teóricamente ser claves de los
movimientos cambiarios– exageran la ventaja de EE.UU. Si ambas series
se midieran por parámetros similares, durante el último decenio
ese crecimiento resultaría casi igual en la Eurozona y EE.UU.
El crecimiento estadounidense, entonces, ha sido promovido por el gasto de los
consumidores. A su vez fundado en la continua reducción del ahorro interno
y la adicción al endeudamiento (mal que también padece el fisco).
Esta situación, claramente, no puede sostenerse indefinidamente. M