El Presidente de Sudáfrica, Thabo Mbeki, llega a la cumbre.
Este súbito interés chino por África genera perceptible
preocupación en EE.UU. y la UE. Mientras Washington sigue abstraída
en frustrantes esfuerzos contra el terrorismo mayorista, Gran Bretaña,
Francia y otras ex potencias coloniales ejercen hoy menos influencia que nunca
en sus antiguos dominios.
Como en Asia sudoriental, Bejing no aplica los parámetros internaciones
“correctos”, o sea no lucha contra la corrupción sistémica,
enquistada en los aparatos estatales africanos. Por ejemplo, apoya a Sudán,
Zimbabwe, Nigeria y Angola, cuatro países bajo fuerte presión
occidental para mejorar sus políticas de derechos civiles y gestión
gubernamental. Resulta curioso que las grandes petroleras –antiguas promotoras
de los mismos pecados en Latinoamérica y Levante– reclamen porque
China usa su influencia para asegurarles oportunidades de negocios a sus propias
empresas estatales.
A su vez, los altos funcionarios llaman la atención sobre esa clase de
precedentes –por ejemplo, ocupar en el siglo 19 puertos y enclaves del
viejo imperio para asegurar la penetración del comercio y el opio–
y califican esas preocupaciones occidentales de exageradas, cuando no hipócritas.
Beijing niega albergar grandiosos esquemas para crear una esfera exclusive de
influencia económica en África. Pero su banco central tiene alrededor
de US$ 1 billón (millón de millones) en reservas de divisas, inagotable
impulso emprendedor y una fuerte tendencia a competir en sus propios términos.
O en los de sus nuevos socios africanos.
Otro estilo
“El estilo occidental de imponer sus valores y sistemas políticos
en otros países no es aceptable para nosotros”, sostiene Wang Hongyi,
experto en lo que era el “tercer mundo” en el instituto de Estudios
Internacionales. No es casual que, pese a sus enormes divergencias, en Taiwán
no vean con malos ojos algunas iniciativas de Beijing.
Sin duda, el objetivo económico es claro: tener acceso a hidrocarburos,
mineral de hierro, cobre y algodón africanos, a los menores precios asequibles.
Entretanto, muchas empresas consideran al continente un mercado abierto a sus
exportaciones, descuidado por Occidente y apto para una larga serie de bienes
de uso final, colocables a bajo precio.
Pero, si esto suena tan mercenario como las intenciones europeas de hace 120
años, el método chino actual es sin duda antimperialista. Así,
para el foro de noviembre se invitó a cinco pequeños estados que
mantienen relaciones diplomáticas con Taipei: Burkina Faso, Malawi, Gambia,
Swazilandia, y Santo Tomé y Príncipe.
A diferencia de la incursión bajo el régimen de Mao Zedong, hecha
con el propósito de apoyar regímenes socialistas o procomunistas
en el escenario poscolonial, “el foco actual es en economía e intercambio,
sin componentes ideológicos”. Eso recalca Muletsi Mbeki, empresario
y analista político sudafricano. “No es la primera potencia que
desembarca en el continente –explica–, pero sí la primera
que parece no actuar como algún tipo de patrón, maestro, predicador
o conquistador”.
Los “tres cincuentas”
El encuentro en Beijing finalizó con un largo besamanos al Presidente
Hu Jintao, mientras los medios oficiales hablaban de “promover los tres
cincuentas: 50 años de cooperación afrochina, 53 países,
US$ 50.000 millones en comercio, cifra proyectada para este año”.
El gobierno esperó hasta ese cierre para desplegar una variedad de concesiones
comerciales e iniciativas de ayuda. Eso incluye una nómina de mercaderías
que podrán ingresar a China libres de aranceles, aumentos en asistencia,
cooperación técnica y perdón de deudas.
Desde la óptica china, el comercio con África crece a mayor ritmo
que con otras zonas, salvo Levante. En el decenio 1996-2005, se decuplicó
y alcanzó cerca de US$ 40.000 millones. China le compra madera a la República
del Congo, mineral de hierro a Sudáfrica, cobalto y cobre a Zambia. Alrededor
de 80.000 chinos viven en el continente, vendiendo todo tipo de mercancías
provenientes del gigante oriental.
En un plano más trascendente, África ayuda a cubrir creciente
necesidades de petróleo. Por de pronto, Angola supera ya a Saudiarabia
como máxima proveedora de China. Sudán, puesto en el ostracismo
por Occidente a causa de las masacres en Darfur, era importador neto de petróleo
hasta que en 1995 llegaron los chinos. Desde entonces, sus inversiones en el
sector promovieron exploración y extracción, al punto de que Jartum
exporta hoy US$ 2.000 millones anuales, la mitad a Beijing.
El sostenido interés por materias primas suele ir acompañado de
generosos programas de ayuda, créditos a bajo interés y otras
concesiones que –afirman empresarios occidentales– socavan los esfuerzos
para promover un gobierno de mejor calidad. El Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional temen que el casi ilimitado apoyo financiero chino –inclusive
una línea de US$ 2.000 millones a Angola, epítome de corrupción–
frustren años de labor para condicionar créditos y negociaciones
por deudas a la lucha contra esas lacras en todo el continente.
Apoyo a impresentables
Algunos analistas locales objetan, por su parte, que Beijing quiere insumos
industriales y, después, ofrece bienes finales, apenas queda en la región
una pequeña parte de valor agregado. En otras palabras, una vuelta al
contexto mercantilista que fracasó tantas veces en el pretérito.
China también ha empleado su poder de veto en el Consejo de Seguridad
(Naciones Unidas) para proteger a Sudán y Zimbabwe de sanciones internacionales
por infringir derechos civiles y humanos. Las organizaciones no gubernamentales
que se ocupan del tema sostienen que Beijing exporta a Jartum armas para usar
en el conflicto de Darfur, que ha costado más de 200.000 vidas y desplazado
a dos millones de personas.
Durante años, las autoridades chinas han insistido en que los problemas
de derechos civiles son cuestión interna de los países involucrados,
argumento típico de EE.UU. en la Latinoamérica de los años
60 y 70. Recientemente, empero, Beijing comienza a cambiar de posturas, hasta
cierto punto. Zhai Jun, vicecanciller a cargo de temas africanos, censuró
la situación de derechos civiles en Sudán y pidió mejorarla,
aunque no lo ha hecho en cuanto a Zimbabwe.
Sea como fuere, la estrategia de tratar con los países africanos en sus
propios términos sigue siendo clave de política exterior. Pero,
al contrario de los tiempos de la guerra fría, China tiene metas económicas.
Una de ellas es, en calidad del mayor beneficiario de la globalización
entre las economías en desarrollo, llegar a las áreas más
obviamente descuidadas por Occidente.
Visitas en tropel
Obviamente, China se ha lanzado sobre materias primas y productos agrícolas
africanos. Otros seguirán, pero ¿será eso bueno o malo
para el continente? Por ejemplo ¿qué sucedería si, como
pasa con el maíz hoy en Estados Unidos, mañana Beijing se dedica
a combustibles alternativos, basado en granos u oleaginosas africanas y da vuelta
ese mercado?…
Sin llegar a ese tipo de extremos, hay un amplio potencial de negocios. Así,
en Zambia, Xu Jiangxue maneja una próspera firma de ingeniería
civil y construcciones, pero también invierte en una mina de carbón,
combustible favorito en China. A partir de esta actividad, planea expandirse
a dos vecinos, Angola y Congo-Kinshasa.
Eso refleja apenas una fracción de los nuevos intereses chinos en África.
Sólo este año, se han multiplicado visitantes como Li Zhaoxing
(canciller), Hu Jintao o Wen Jiabao (Primer Ministro). Los tres recorrieron
el noroeste, el oeste y el este del continente. Luego vino el foro China-África.
Pero, se preguntan los voceros occidentales, ¿es todo esto beneficioso
para esos países? ¿Se trata sólo de promover comercio e
inversiones por demás necesarias o de sobrexplotar recursos y vender
cualquier cosa? Exactamente lo que hacían las viejas potencias coloniales
desde 1885 hasta la última posguerra.
Hu Jintao.
De antes a hoy
Allá por los años 50 a 70, Beijing cortejaba esos nuevos países
como manera de solidarizarse ante el viejo imperialismo occidental y el nuevo
imperialismo soviético. China apoyaba movimientos locales de liberación,
tendía ferrocarriles y educaba gente. Su móvil básico,
entonces, era hacer amigos y ganar influencia (usando aquella frase de Dale
Carnegie).
Por el contrario, hoy Beijing quiere captar productos primarios, no clientela
política. Su producto bruto interno viene creciendo de 9 a 10,5% anual
desde los años 90 y, en el decenio 1996/2005, el comercio exterior se
quintuplicó. El gigante precisa toda clase de insumos y bienes intermedios
y, de 2001 a 2005, ha sido responsable de 40% de crecimiento en la demanda de
hidrocarburos.
El alza resultante de materias primas ha sido positiva para gran parte del continente
pues se combinó con aumentos de producción. El PBI de África
subsahariana se ha expandido a razón de 4,4% anual en 2000-4, contra
2,6% de 1997-99. En 2005, ese parámetro avanzó 5,5% y, para el
bienio 2006/7, se esperan cifras aún mejores.
¿Cuáles son los países más beneficiados por la ola?
En cobre y cobalto –como se ha señalado–, China se centra
en Congo-Kinshasa y Zambia; en platino y hierro, Sudáfrica (la economía
más diversificada del continente); en madera, Gabón, Camerún
y Congo-Brazzaville.
No sólo petróleo
Pero, naturalmente, los hidrocarburos son la clave. La mayor productora, Nigeria,
es objeto de mucha atención china. Cnooc, una empresa estatal (que en
2005 trató de comprar la estadounidense UnoCal), pagó US$ 2.700
millones en enero por una participación minoritaria en un yacimiento
local y, hace poco, obtuvo derechos de explotación en otros cuatro. En
Angola, otra firma china está asociada en varias áreas. También
existe interés en Sudán, Guinea ecuatorial y, nuevamente, en Gabón
y Congo-Brazzaville (éste ya coloca en China un tercio de sus refinados).
Por consiguiente, el intercambio entre China y África subsahariana –más
Sudán– ha pasado de US$ 3.000 millones en 1996 a US$ 32.000 millones
en 2005. Para Beijing, el comercio africano significa 2,3% del intercambio total
pero, para el continente, China representa 10% del suyo. Y los montos, se supone,
se doblarán de ahora a 2010. Si bien la Unión Europea continúa
siendo el principal socio de África, su parte ha ido bajando de 44 a
32% entre 1996 y 2005.
Hay casos espectaculares. Así, China absorbe 70% de las exportaciones
sudanesas y un tercio del algodón que vende Burkina Faso, contra casi
nada a medios de los años 90. Angola es un curioso ejemplo; China es
el segundo cliente petrolero, después de Estados Unidos.
Amén de un buen comprador, Beijing es creciente fuente de asistencia
e inversiones. Según estadísticas propias, el gigante aportó
en 2002 US$ 900 millones de los 15.000 millones recibidos en total. Parece un
considerable aumento, aunque debe señalarse que, en general, los fondos
fueron a países petroleros. Pero China ha cancelado varios miles de millones
en deudas. Por otras vías, ha habido y hay una masa importante de colocaciones
en obras civiles (puertos, ferrocarriles, caminos), salud pública, educación
en los tres niveles (el terciario, comúnmente en China misma), lucha
contra la pobreza extrema y otros programa sociales. M