Los tres factores que pueden transformar el éxito en fracaso


    Lars Kolind

    Recrear una estructura pasada de sazón a menudo significa cambiar el
    modelo mental, la actitud ante clientes, proveedores y personal. En síntesis,
    adelantarse a los cambios, no quedarse a la zaga. 
    Revitalizar organizaciones maduras, públicas o privadas, implica sacar
    a luz potencial inexplotado. O sea, ser más relevante a ojos del mercado,
    promover crecimiento y generar mejores oportunidades laborales. Pero todo eso
    suele no aprovecharse por dos razones:
    1- Esas estructuras tienden a creer que ya están haciendo lo mejor posible.
    Se comportan como si nada cuestionara sus ideas o prácticas fundamentales.
    Cuanto más exitosas han sido o parecen seguir siendo, más sordas
    se ponen.
    2- Si eventualmente notan que tienen problemas o existen oportunidades de mejora,
    no actúan porque carecen de instrumentos para afrontar cambios, en especial
    si se apartan de lo conocido.
    3- Este tipo de compañías tiene larga experiencia en mejorar lo
    existente, pero les falta la capacidad de preguntarse si eso es lo apropiado
    en las nuevas circunstancias.
    El management suele ser parte del problema, pues está tan atado a los
    éxitos de la empresa que ha perdido la aptitud de mirar el conjunto desde
    afuera o tomar distancia. En particular, los ejecutivos superiores deberían
    recordar todo el tiempo que su modelo mental no ha de anquilosarse, sino, por
    el contrario, orientarse al futuro.

    En el fondo, es una esclerosis
    Existen entonces tres factores que exponen a las organizaciones maduras a la
    acción de un virus que las lleva al fracaso: tamaño, edad –esclerosis–
    y éxitos pasados. En el proceso de crecimiento, surgen más y más
    estamentos gerenciales, más departamentos y más rigideces burocráticas.
    La rutina se hace norma, no la excepción. Si bien tienen éxito,
    esas entidades se tornan autocomplacientes, perezosas y hasta arrogantes. Por
    fin, olvidan necesidades y requerimientos del público, fuente real de
    su prosperidad. Como ejemplo, basta citar a General Motors, Ford y su obsesión
    con los utilitarios deportivos.
    En general, las empresas pasadas de sazón no advierten su mutación
    de exitosas a estancadas. No ven que su negocio central pasa de ser innovador
    a ser mera fuente de caja, que emplean para tomar otras firmas, a fin de consolidarse
    en lo que ya venían haciendo, o bien recomprar sus propias acciones.

    Esta clase de compañías suele ser víctima de sus propias
    actitudes:
    • Dejan de percibir cambios en los requerimientos del cliente.
    • Sus canales de marketing, publicidad y ventas se tornan obsoletos.
    • Se aferran a productos y conceptos sólo porque encajan en modelos
    establecidos de negocios.
    • Aprovechan su poder para presionar arbitrariamente a proveedores, intermediarios
    y trabajadores.
    • Se centran cada vez más en bonificaciones y otros incentivos
    al management superior. Por lo mismo, prefieren ganancias de corto plazo y elevar
    dividendos a los accionistas.
    En muchas empresas, ese proceso ha sido paralelo a la transición entre
    el ciclo industrial y el tecnológico, cuya plataforma exige una estructura
    social diferente, asociada al conocimiento. Este “segundo ciclo”
    –sostiene Kolind– plantea cambios organizacionales lentos, graduales,
    aunque no tanto como el paso de la primera a la segunda etapa industrial en
    el siglo XIX o a la tercera en el XX.
    Así como las firmas industriales no fueron creadas por decreto, ni de
    arriba hacia abajo, la mutación en estructuras innovadoras, basadas en
    el conocimiento –un proceso que no abarcará todas las actividades
    económicas, claro–, debe provenir de las bases y de redes asociadas.
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