Los bancos tienen utilidades, pero deben prestar más

    El retorno de un clásico

    Durante toda la década de los 90, Mercado publicaba anualmente una exhaustiva investigación sobre el estado de salud del sistema financiero local. Esta práctica se interrumpió en 2001. No había suficiente información, y sobraba desolación e ira.
    Ahora, casi de retorno completo a la normalidad, es tiempo de reanudar este trabajo.
    La versión de este año estuvo a cargo del prestigioso economista y consultor Raúl Palacio. De su autoría es el informe referido a bancos, AFJP y ART. El capítulo de seguros estuvo a cargo de nuestro colaborador, Rubén Chorny.

    Por Raúl Palacio (*)

    La imagen de los bancos cerrados, con sus fachadas blindadas y salpicadas de duras consignas, apenas comenzó a esfumarse en el transcurrir de estos últimos cuatro años. Adentro no se escuchaban otras señales de vida que los susurros de asustados empleados, que temían por su trabajo y su integridad física, ante la ira del público en la calle.

    El último año normal del sistema financiero argentino, antes de la crisis que generó abandonar la convertibilidad, fue 2000. El colapso financiero desatado en 2001 produjo una caída sin precedentes de los depósitos: 23,2%. En términos de PBI, los depósitos disminuyeron de 30,4% a 24% entre 2000 y 2002.
    A partir de 2003, comienza una paulatina recuperación del volumen de operaciones del sistema financiero. No alcanza a los préstamos, de manera especial a los destinados al sector privado. Así, esos préstamos, que representaban 22,7% del PBI en 2000, a fin de 2005 no llegaban a la mitad de ese nivel, y se limitaban a 10,5%.

    La crisis bancaria tuvo su impacto sobre los resultados del sistema financiero. En el bienio 2002/2003, las pérdidas fueron de casi $25.000 millones. Estos quebrantos se originaron fundamentalmente en una dramática caída del margen de intereses (diferencia entre los ganados y los pagados), y por el marcado incremento de las previsiones por incobrabilidad. Como consecuencia de estos resultados, los indicadores de rentabilidad sobre Patrimonio y sobre Activos (ROE y ROA) alcanzaron niveles negativos en esos dos años de –59,2% y –22,7% en el primer caso, y de –8,9% y –2,9% en el segundo. Sólo a partir de 2005, el conjunto de entidades financieras obtuvo utilidades, que se incrementaron en el primer semestre de 2006 hasta superar en ese lapso el total alcanzado el año anterior.

    Los indicadores de rentabilidad muestran como hecho saliente la significativa caída de los egresos por intereses, mientras que los ingresos por intereses mantienen el nivel previo a la crisis, en ambos casos. Las relaciones que miden calidad de activos, capitalización y eficiencia registran un claro mejoramiento entre 2000 y 2006, y sólo la liquidez se deterioró en el mismo período.

    La estructura de los balances comparados de los sistemas financieros de la Argentina y Estados Unidos revela, como diferencia más notoria, la mayor participación que los préstamos tienen en el total de activos en el caso estadounidense, 61,9%, frente a 35,6% en el sistema argentino. El peso de las disponibilidades es inferior en Estados Unidos, reflejando las menores necesidades de efectivo como consecuencia de la mayor estabilidad de los pasivos exigibles. La estructura de los pasivos no registra diferencias relevantes entre ambos países.

    El nivel de liquidez en nuestro sistema es marcadamente superior al del estadounidense, tal como se señaló, y la misma situación se repite con los indicadores de capitalización. La mayor diferencia se advierte en los índices de calidad de activos, claramente superiores en Estados Unidos. Los niveles de rentabilidad actuales son similares en los dos países, aunque algo superiores en el caso estadounidense.

    Perfil del mercado
    El sistema financiero argentino está integrado por 59 bancos privados, 13 públicos y 18 entidades no bancarias. Su recuperación de la crisis posconvertibilidad se verificó con un avance de la participación de las entidades públicas en las principales variables. Así, la participación de los bancos privados en los depósitos cayó de 66,9% en 2000 a 53,9% en junio de 2006, y en los activos descendió de 73% a 57%. Dentro de los activos, los préstamos mantuvieron su participación, mientras que las tenencias de títulos públicos disminuyeron marcadamente: de 72,4% a 43,3%.

    Esa preponderancia de los bancos estatales se refleja en los rankings de las variables representativas del tamaño de las entidades.

    La consolidación del sistema financiero en 2005 y el primer semestre de 2006 adolece, en lo esencial, de una falta de recuperación del nivel de préstamos, que medidos por su relación con el PBI no alcanzan a la mitad del registro previo a la crisis. Esta deficiencia es fundamentalmente atribuible a los bancos públicos. En efecto, en mayo de 2006, mientras los préstamos de los privados equivalieron a 71,9% de los depósitos, para la suma del Banco de la Nación y del Banco de la Provincia de Buenos Aires, los dos mayores bancos en depósitos, esa relación fue de sólo 30,7%. Si estos dos bancos estatales alcanzaran la relación entre préstamos y depósitos de los bancos privados, se produciría un incremento del total de préstamos del sistema financiero de $22.000 millones, equivalente a 25% del nivel actual. M

    (*) Raúl Palacio es economista. Dirige la firma SWW + P Consultores Asociados.

    Opinión

    Ante una oportunidad decisiva


    Por Mario Vicens (*)

    El sistema financiero ha conseguido recuperar una parte importante de los daños que sufrió como consecuencia de la crisis. Depósitos y préstamos al sector privado vienen aumentando en forma sostenida y generalizada por tercer año consecutivo, en el contexto de tasas de interés que son cada vez más remunerativas para el ahorrista y muy accesibles para los tomadores de crédito, en la medida en que prácticamente todos los créditos nuevos no contemplan ningún tipo de ajuste, son denominados en pesos y los intereses no superan en promedio a la tasa de inflación ni los niveles que se registraban durante la convertibilidad.
    Por otra parte, la política de superávit fiscal y desendeudamiento público ha permitido a los bancos reducir drásticamente la incidencia de la deuda pública en el total de sus financiaciones, mientras que la recuperación de la economía motorizó el saneamiento de una gran parte de las deudas privadas que quedaron impagas durante la crisis. Esta evolución en conjunto con la capitalización de deudas y la inyección de fondos nuevos en los bancos ha permitido recuperar una gran parte de la solvencia que se perdió como consecuencia de la crisis fiscal y las medidas adoptadas por el Estado, en particular, la cesación de pagos y posterior reestructuración de la deuda pública, la pesificación asimétrica de los créditos y los depósitos de los bancos y el pago de los amparos.
    Los datos disponibles confirman esta situación de gradual y sostenida normalización. El financiamiento bancario al sector privado está creciendo a un ritmo que supera 30% anual en forma sostenida y ha alcanzado durante los últimos meses tasas de alrededor de 40% también anual. Este crecimiento es, además, generalizado a todas las líneas crediticias y a plazos que se están extendiendo cada día más: durante los primeros cinco meses de 2006 los préstamos otorgados a más de un año de plazo totalizaron $8.300 millones, monto que duplica lo que se registró para esos plazos hace dos años.
    Últimamente inclusive los créditos hipotecarios, una de las operatorias más afectadas por la crisis de liquidez y la posterior suspensión de la vigencia de las garantías hipotecarias, están retomando un sendero de normalización y crecimiento neto. Según la última información publicada por el BCRA, durante el primer semestre del año se otorgaron nuevas financiaciones hipotecarias por $1.683 millones de pesos (84% más que en el mismo semestre de 2005), monto que equivale a haber financiado 60% de la compra de 15.600 departamentos de 50m2 a un precio de US$ 1.200 por metro.
    En un marco de crecimiento económico sostenido, disciplina fiscal y estabilidad, no hay dudas que la liquidez, la solvencia y la eficiencia del sistema financiero continuarán mejorando. El sector tiene la expectativa de que algunos obstáculos que hoy existen para avanzar en la bancarización como es el caso de los impuestos específicos tanto nacionales como provinciales, se vayan atenuando progresivamente. De ese modo, el desarrollo financiero y el desarrollo económico irían de la mano como lo indica la experiencia internacional y regional.
    El espacio para seguir creciendo está disponible. Los mercados financieros locales canalizan sólo una parte relativamente pequeña de los ahorros financieros de los argentinos, y tanto familias como empresas muestran niveles de endeudamiento muy menores a los que prevalecen en países comparables. Por su parte, la intensa competencia de los bancos por captar el favor de los clientes asegura que las mejoras que se vayan produciendo en todos los planos, el costo de los fondos, la eficiencia, la reducción de la carga tributaria, la solvencia, la flexibilización regulatoria, etc., serán trasladadas plenamente a los usuarios. M

    (*) Presidente de la Asociación de Bancos de la Argentina (ABA).

     

    Opinión

    La cuestión del crédito


    Por Jorge Todesca (*)

    La evolución del crédito, en especial el destinado al financiamiento de la vivienda y a la inversión, se instala con frecuencia en el debate público. Es evidente que, al menos en estos dos casos, existe una brecha entre la oferta y la demanda de financiamiento.
    Aunque el fenómeno se ha tornado más agudo después de la crisis asociada al colapso de la convertibilidad, no podría decirse que se trata de algo nuevo en nuestro país.
    A pesar de la prolongada estabilidad de la década de 1990, el crédito también fue escaso en ese período, en especial el de largo plazo a bajas tasas, aun cuando hacia fines de 2001 más de 70% de los depósitos y préstamos estaban denominados en dólares.
    La baja proporción del crédito bancario con relación al tamaño de la economía tampoco es una cuestión exclusiva de la Argentina. En un trabajo publicado el año pasado por el FMI (Stabilization and Reform in Latin America), se muestra que, en el año 2003, en la mayoría de los países latinoamericanos, la proporción de crédito con relación al PBI no superaba 22%. El caso excepcional era Chile, donde la relación alcanzaba a 68,5%, una magnitud incluso algo superior a la de Estados Unidos. En la Unión Europea y en los países asiáticos, en cambio, es habitual que el peso del crédito supere a 100% del PBI.
    Al comparar el caso chileno con el resto de Latinoamérica, el estudio llegaba a la conclusión de que el factor diferencial más importante ha sido la estabilidad macroeconómica y la ausencia de crisis financieras que ha tenido lugar en el país vecino durante más de 20 años. A ello se suma un sistema regulatorio estable y eficiente.
    La crisis argentina de 2001-2002 ha sido extraordinariamente profunda y está suficientemente cercana en el tiempo como para pretender un desempeño del crédito demasiado diferente del que tiene lugar en nuestro país.
    Es bastante explicable que en este escenario aparezcan iniciativas gubernamentales que promuevan una mejora en la oferta de crédito. Bienvenidas sean, mientras simultáneamente se atienda a la solidez del sistema financiero, todavía convaleciente, y no se olvide –como ocurrió en el pasado– que detrás de cada tomador de crédito hay un depositante. M

    (*) Presidente de Finsoport, Consultores Económicos.