Hace años, la garganta económica de Occidente era el estrecho
de Ormuz, o sea la salida del golfo Pérsico, según una definición
de Henry Kissinger, por entonces secretario de Estado estadounidense. El mundo
y su grilla geopolítica han cambiado y son más complejos: hoy
la clave reside en grandes poliductos que van –y seguirán yendo–
de Rusia (Siberia inclusive) a la Unión Europea.
También tienen papel decisivo los que salen de la misma región
y la cuenca del mar Caspio con rumbo a Asia menor y Saudiarabia. En este caso,
cruzando Irán, cuarto exportador petrolero del planeta. Desde tierra
persa, además, un oleoducto alcanza China pasando por Afganistán,
Pakistán e India. Todo eso dibuja un mapa tan subyugante como explosivo.
Este tipo de cuadros pone nerviosos a George W. Bush y su entorno de apóstoles
bélicos. Hace cuatro meses, el vicepresidente Richard Cheney acusó
directamente a Moscú de “emplear crudos y gas como instrumentos
de intimidación y chantaje internacional”. Era cierto, pero Washington
es el menos indicado para pontificar sobre el tema.
Por cierto, los ductos expresan poder (así lo entienden las guerrillas
iraquíes). “Si alguien quiere impedir que los países usuarios
reciban gas o petróleo, basta con cerrar válvulas”, señala
Investec, banca londinense experta en el sector. En su momento, Cheney estaba
trasuntando las inquietudes de su gobierno sobre Europa occidental, afectada
por la suspensión en el suministro de gas a Ucrania y sus consecuencias
al oeste.
En enero, por cierto, Vladimir Putin repitió algo hecho justo un año
antes, sólo que sin incluir a Georgia en las sanciones por atrasos en
pagos. Ésa era la excusa, pues el motivo real era que el antimoscovita
Víktor Yushchenko había vencido en los comicios ucranianos. Pero,
ahora, la situación de Georgia también cambia: Bush invitó
a su colega caucásico, a principios de julio, para discutir problemas
de interés mutuo. Por un lado, el apoyo ruso a los separatistas de Osetia
meridional e Ingushetia. Por el otro, el papel clave de Georgia en el tendido
de ductos desde el Caspio.
“Seguridad energética”
Sea como fuere, la Unión Europea depende de Rusia para obtener 25% del
gas que precisa. Por eso el tema –disfrazado de “seguridad energética”,
una inexactitud léxica– figuraba alto en la agenda de San Petersburgo.
Sólo el problema nuclear iraní y, después de la cumbre,
el descalabro bélico en Levante pusieron el asunto en segundo plano.
Pero el tema no ha desaparecido e, inclusive, se ha agravado.
Putin tiene motivos para presionar a Georgia. En mayo, este país, junto
con Adzerbaidyán, Moldavia y Ucrania resolvieron tender un poliducto
para llegar al oeste sin atravesar territorio ruso. Ocurre que, pese a contar
con moderados recursos petrolíferos propios, esos países debieron
someterse a las condiciones de Gazprom como proveedor externo de gas.
El plan consiste en aprovechar el ducto Odyessa-Brody y: (a) extenderlo hasta
el puerto polaco de Gdañsk en el Báltico; y (b) unirlo por debajo
del mar Negro a la línea Bakú-Poti (Georgia). La UE respalda el
esquema e, igualmente, el recién inaugurado oleoducto Bakú-Erzerum
(diez años de trabajos, US$ 3.900 millones de inversión) y su
extensión hasta el puerto de Dortyot (golfo de Alejandreta), donde una
línea submarina alcanzará Egipto tras cruzar Chipre.
Obviamente, Moscú ve en esos proyectos un sesgo antirruso fomentado desde
Washington, y razón no le falta. Pero, entretanto, apunta también
al enorme mercado de Asia oriental y meridional.
Los europeos tampoco ponen todos lo huevos en la misma canasta. De ese modo,
el gasoducto del Maghreb une Argelia, España, Portugal y cruza los Pirineos.
Hacia 2008, será complementado por otro de trazado similar. Al mismo
tiempo, la línea Turquía-Chipre- Egipto hará pie en el
mediodía europeo. M