Martín Redrado
Ilustración: Agustín Gomila
Para los periodistas que se dedican a cubrir las informaciones económicas,
la situación se ha vuelto un tanto tediosa. Hay buenas noticias, todos
los días, que confirman el buen desempeño de las principales variables
desde hace por lo menos tres años.
También hay nubes en el horizonte. Pero así como se hizo el inventario
de lo positivo, también se practicó el de los signos ominosos
que amenazan el futuro.
Parece estar todo dicho. Y las noticias que encuentran espacio provienen más
del variable humor presidencial, de alguna indiscreción de funcionarios
o de la insistencia de los periodistas.
De a poco se instaló el convencimiento de que estábamos frente
a un ciclo largo de crecimiento. A tasas asiáticas o a otras más
moderadas.
La última gran batalla es, precisamente, en torno al ritmo de crecimiento
de la economía y al tiempo en que se puede sostener este proceso.
Los triunfalistas aseguran que se puede crecer a tasas cercanas a 9% (como en
los últimos tres años) sin que les preocupe el mentado nivel de
inversión –que, obviamente, les parece suficiente–. Los moderados
creen que sí es posible seguir en un círculo virtuoso pero a tasas
más moderadas, digamos en 4 y 5% anual, acordes con el nivel de la inversión
registrado. Los apocalípticos piensan que nos aguarda el desastre: alto
costo energético, alza en las tasas de interés, ajuste en Estados
Unidos, depreciación del dólar, caída en el precio de las
materias primas, figuran en la lista interminable.
El Presidente y sus acólitos parecen inclinados a creer y a transpirar
por lograr el mismo ritmo de incremento anual de China. Entre los otros, incluso
los que han aplaudido al gobierno, se cuentan también los prudentes.
Piensan que es más probable y seguro hacerlo a 4 o 5%. Si es que en este
proceso es posible tener la inflación bajo control, lograr un aumento
de la inversión, y moderados incrementos salariales. Si se pueden aplicar
políticas que, sin implicar un ajuste recesivo, aseguren austeridad fiscal
y superávit permanente.
Néstor Kirchner es pragmático. Le encantaría que el año
electoral –2007– tenga otro crecimiento espectacular de 9%. Vendría
muy bien para conseguir más votos. Pero se resigna si hay que introducir
algunos cambios. La irrupción de su ex ministro de Economía lo
ha obligado a moderar expectativas. En algún diálogo madrileño
aventuró que tampoco un crecimiento sostenido de 5% estaría mal.
Infortunadamente, algo parecido dijo el presidente del Banco Central, Martín
Redrado, en otra tribuna internacional. La responsabilidad en la desaceleración
–según la versión– se debería a las dificultades
y a la escasez energética que se avecina.
El entorno presidencial desmintió este punto de vista forzando a una
rectificación. El problema no es que se crezca a menor ritmo, sino que
la culpa sería del estrangulamiento energético, algo de lo que
se puede culpar al gobierno.
Redrado volvió a insistir pero perfilando otros argumentos. Habrá
menos crecimiento pero por condiciones adversas de la economía mundial.
Eso está mejor: no se puede responsabilizar a Kirchner y a su gobierno
por lo que ocurre en todo el planeta.
Como decíamos hace seis meses, en la edición de enero pasado,
y en esta misma página:
“Puede parecer un importante debate de naturaleza económica, pero
tal vez esconda una estrategia política. El Presidente prefiere lo mejor
de ambos mundos, alto crecimiento, mejores salarios, precios sometidos y dólar
encima de tres pesos.
Lo que está haciendo en verdad es explorar, sin pausa, los límites
de una política expansiva o cómo encontrar el método de
subordinar las razones de la economía a sus necesidades políticas.”
El problema central es cuál es el verdadero objetivo en materia de crecimiento
de la economía. Si la meta está entre 4 y 5% anual, es fácil
de lograr y posiblemente de mantener por varios años más, controlando
simultáneamente la tasa de inflación. Es muy probable que la inercia
de arrastre haga que en 2006 se crezca en torno a 8%, lo que hará un
poco más exigente el control inflacionario, pero que sería un
tránsito normal si el objetivo de fondo es reducir en el futuro el crecimiento
anual en dos puntos.
Baste imaginar –por modesto que parezca– el cambio que habría
en el país si durante diez años se creciera a tasas de 4 a 5%
anual.
Desde esa perspectiva, algo de inflación no es del todo malo. Si el gasto
crece por debajo de la inflación, habrá sin duda superávit
primario. El Estado –en este escenario– aspira fondos, enfría
un poco la economía y hace política anticíclica. M
Los detonadores de la próxima crisis global
Todo el mundo crece y los factores fundamentales que explican el fenómeno
se relacionan con el aumento en la productividad, las características
del mercado laboral a escala mundial y los altos precios de los productos básicos.
2005 presentó un cierre con índices de crecimiento mayores a los
promedios históricos mundiales. Las causas del crecimiento global de
3,2% deben buscarse principalmente en dos economías: EE.UU. (creció
3,6%) y China (9,4%). La reducción en la dispersión del comportamiento
expansivo de los diferentes países parece ser una nueva característica
del actual proceso de crecimiento.
Esta situación se plantea en medio de una discusión internacional
respecto de las incertidumbres existentes en el actual escenario, donde los
fuertes déficit estadounidenses son considerados el mayor factor de riesgo
que podría desencadenar un ajuste que afectaría el desarrollo
global.
En este contexto, aparecen quienes sostienen que el actual panorama mundial
se ha transformado en un nuevo paradigma que cambia lo acontecido en el pasado
y es sustentable por las nuevas condiciones vigentes a escala global.
Esto significa que el alto nivel de crecimiento, la sincronización lograda
por las diferentes economías del mundo, los pronunciados déficit
estadounidenses, los abultados superávit asiáticos y los bajos
niveles de inflación pueden perdurar en el tiempo; y las variables explicativas
son, por un lado, los incrementos constantes en la productividad del trabajo
en EE.UU., y por otro, la incorporación de la población china
a la económicamente activa mundial (y en menor medida de la de India
y Rusia) que han incrementado el factor trabajo en 50%.
Esta combinación hace que, por medio de la comparación de los
precios de los factores a escala global, los salarios se mantengan reducidos
y los incrementos de otros costos (como las materias primas) sean compensados
con las ganancias de productividad y empleo. Lo que permite bajos niveles de
inflación mundial y alimenta burbujas en los mercados de activos (viviendas,
acciones, deuda), incluso en países emergentes, que son posibles a partir
de los bajos niveles de riesgo país y las buenas trayectorias mostradas
por los índices bursátiles mundiales.
En este esquema los déficit estadounidenses serían sostenibles
en el mediano plazo y no haría falta el ajuste ya que son parte fundamental
de la demanda mundial que sostiene este crecimiento y permite el desarrollo
de los países emergentes.
Por otro lado, los críticos del contexto actual avizoran graves peligros
a escala planetaria. Parte fundamental del riesgo se encuentra en la delicada
situación de EE.UU., aunque dista de ser la única fuente de incertidumbre.
La razón principal es que el rojo comercial de ese país alcanzó
en 2005 un nivel cercano a 7% del PBI. Para financiarlo, Washington absorbe
el equivalente a 75% del ahorro agregado de todos los países (medido
como el superávit de cuenta corriente). Como este nivel es insostenible,
será necesario un ajuste en el tipo de cambio, impulsando una fuerte
depreciación del dólar, que generaría la caída de
la demanda mundial y conduciría a un menor nivel de crecimiento. Lo que
a su vez podría iniciar una espiral negativa mundial desencadenando el
temido aterrizaje forzoso (hard landing).
Otro factor relacionado y que también podría desencadenar la desaceleración
mundial es el relacionado con el nivel de ahorro estadounidense. Durante 2005
la población de EE.UU. gastó más dinero del que obtuvo
por su nómina salarial; de esta manera, parte importante del gasto anual
fue financiado con endeudamiento y ausencia de ahorro. Una situación
que claramente no es sostenible en el tiempo, y que sugiere una reducción
en la demanda de la principal economía del mundo.
A su vez, en caso de que los precios de las viviendas interrumpieran su ascenso
(dejando de generar el efecto riqueza que se viviera durante 2005), o incluso
bajaran levemente, se encendería una nueva luz de alerta: habría
que reducir aún más la demanda de bienes para cancelar deuda,
lo que también afectaría la demanda mundial.
Dentro de los países afectados por la menor demanda estadounidense, se
encontrarían los productores de bienes transables (como China), quienes
al tener menores niveles de ventas impulsarían un menor superávit
comercial. Esto dejaría al Banco Central del país asiático
con menor necesidad de acumular reservas para sostener la paridad cambiaria.
Por ende se reduciría el apetito por bonos de la Reserva Federal, lo
que a su turno, impulsaría mayores tasas de interés mundiales,
afectando nuevamente los costos de los endeudados consumidores estadounidenses
y retroalimentando el ciclo de caída.
A pesar de ser éste un potencial golpe al consumo mundial y de enormes
dimensiones, hay otros analistas que opinan que parte de este efecto negativo
de una contracción del consumo en EE.UU. podría ser compensado,
al menos en parte, con mejores desempeños de las economías europeas
y japonesa.
Planteadas las diferencias entre las opiniones de los distintos analistas internacionales,
existen consensos acerca de otros factores de riesgo para el crecimiento mundial.
Entre ellos se encuentran el alto precio de la energía y el petróleo;
las dudas existentes sobre la economía china (política económica,
sobrecalentamiento de inversiones, etc.), el aumento de las tendencias proteccionistas,
y factores geopolíticos como el terrorismo internacional. M