Lujos y pichinchas en la misma canasta

    Ésta es la tesis que expone Michael J. Silverstein en su último
    libro Treasure Hunt: Inside the Mind of the New Consumer (“Búsqueda
    del tesoro: en el interior de la mente del nuevo consumidor”). En realidad,
    este libro es continuación de otro titulado Trading Up: Why Consumers
    Want New Luxury Goods
    , cuya autoría Silverstein compartió
    con Neil Fiske. Allí los autores planteaban que los consumidores de clase
    media, en muchos países, no parecen tener inconvenientes en aceptar precios
    entre 50 y 200 veces más altos cuando se trata de vivienda, auto, vacaciones
    y algunos alimentos, todos bienes que ambos llamaron “nuevo lujo”.
    Esa amplia clase media mundial no repara en distorsionar su gasto para regalarse
    productos premium en aquellas categorías que le son importantes.

    Trading Up era, desde la perspectiva del actual libro, la descripción
    de sólo uno de los dos aspectos que conforman “la caza del tesoro”.
    En las investigaciones que motivaron aquella primera publicación, los
    autores desarrollaron una idea que llamaron “escalera de beneficios”,
    o sea una escala ascendente de beneficios técnicos, funcionales y emocionales
    que vienen unidos a determinados productos o servicios.
    Cuando existe una genuina diferencia técnica se genera una ventaja en
    el desempeño del producto (o servicio) que va a generar en el consumidor
    una respuesta emocional positiva, adhesión al producto y lealtad a la
    marca. Esa combinación de factores permitirá entonces a la compañía
    poner un precio premium al producto y venderlo en cantidad. Especialmente
    en categorías tales como autos, vinos, bebidas fuertes y productos para
    el hogar, los autores encontraron el deseo de ascender por la escalera de los
    beneficios. En ellas, los productos lograban venderse a precios premium 50%
    y hasta 200% más que los que se hallaban en la franja de precios medios.
    Los investigadores estiman que en 2002 esas ventas de productos con precios
    superiores a “lo normal” representaron en Estados Unidos US$ 300.000
    millones en unas 23 grandes categorías. Desde entonces, creció
    a más de US$ 500 millones en el país y casi lo mismo en Europa.

    Después de esa publicación comenzaron a trabajar junto a las empresas
    para ayudarlas a comprender “el segmento premium” y las
    oportunidades que abría.

    El menor costo posible
    Más tarde, comenzaron la segunda etapa de la investigación, que
    daría como resultado la publicación del libro mencionado al principio.
    Ahora se concentraban especialmente en identificar las categorías donde
    los consumidores quieren ahorrar dinero y buscan el menor precio posible.
    Según la teoría que se esboza en “La caza del tesoro”
    el mercado de bienes de consumo se está bifurcando en dos direcciones:
    hacia arriba (“trading up”, con la compra de productos
    a precios altos) y hacia abajo (“trading down”, con la
    búsqueda de ofertas o precios de ocasión).
    La amplísima cantidad de productos que se ubican en el mercado del centro
    –con precios estándar y sin diferenciación– estarían
    condenados a desaparecer.
    Una gran empresa que está amenazada de “muerte en el medio”
    es Kraft, especialmente en la categoría quesos. Para el queso de consumo
    diario, intensivo, los consumidores están prefiriendo marcas blancas
    que cuestan entre 20% y 25% menos que los quesos Kraft. Y simultáneamente,
    para ocasiones especiales, compran costosos quesos importados de Europa por
    los que pagan entre US$ 12 y US$ 15 el medio kilo.
    Treasure Hunt, entonces, tiene varios objetivos. En primer lugar posee
    implicancias directas para las empresas, que deberían sentarse a analizar
    programas y decidir cuáles siguen y cuáles no. Además explica
    esa dicotomía en la clase media. No se trata, dice de gente despilfarradora
    porque sí. Son gente noble y trabajadora que hace lo que puede para abrirse
    camino entre tantas opciones a su alcance y que a veces se endeuda más
    de lo conveniente y acumula más cosas de las que necesita. El otro objetivo
    es explicar a las empresas que si no aprovechan el fenómeno de la “caza
    del tesoro”, quedarán a la zaga. M

     

    Fuente abierta

    Un modelo de negocios que trasciende

    A medida que los modelos de fuente abierta desbordan el mero software hacia
    otros negocios, evidencian sus limitaciones. Cada vez que los usuarios de Internet
    buscan por Google, compran por Amazon o venden por eBay, emplean software
    abierto y gratuito. Es más: dos tercios de los sitios web dependen de
    un solo anfitrión, Apache.

    Pero el proceso de fuente abierta va convirtiéndose rápidamente
    en un peligro y una oportunidad para todo tipo de negocios. Si bien el término
    definía inicialmente –en palabras de su creador, el suecofinés
    Linus Torvalds– “un modelo para desarrollar software cuyo
    código básico está abierto a inspección, modificación
    y redistribución”, la realidad se aleja de esos orígenes.
    Desde investigaciones jurídicas hasta biotecnología, las prácticas
    desembocan en nuevos modelos que buscan comercializar esos softwares
    combinándolos con otros servicios y herramientas.
    No obstante, el método tiene vulnerabilidades. Por ejemplo, no logra
    aún asegurar calidad o ser compatible con la propiedad intelectual. Pero
    el problema es que su principal ventaja –cualquiera puede hacer aportes–
    es su principal inconveniente (cualquiera, en efecto, lo hace). Eso libra los
    proyectos a abusos por parte tanto de amateurs bien intencionados como de aprovechadores
    intencionales.
    Este riesgo lo patentizó Wikipedia meses atrás: el ex director
    de un diario norteamericano la trató de “enciclopedia más
    voluminosa y menos seria del mundo” porque la entrada con su nombre había
    sido redactada por un bromista. “Algo armado con semejantes contribuciones
    –sostuvo– sólo puede ser abusivo y demagógico”.

    La necesidad de formalizar el uso de fuentes abiertas ha llegado a un punto
    crítico, no sólo por un caso tan extremo. El año pasado
    se abrió un largo proceso para actualizar la licencia pública
    genérica (LPG), un instrumento legal estadounidense que permite acceder
    a softwares gratuitos, tales como Linux (el sistema operativo que desafía
    la hegemonía de Windows). La revisión permitirá a la LPG
    manejar temas como patentes y servicios en línea y apela a aportes de
    todo el mundo. “En realidad, estamos armando una institución global”,
    señala el jurisconsulto Ebeneezer Moglen, arquitecto de la LPG.
    El sistema de fuente abierta es tan exitoso porque sus procesos no son tan caprichosos
    como pareció al principio. A fin de ser viables, los proyectos adoptan
    fórmulas de management similares a los de las compañías
    que tratan de superar. Por cierto, los contribuyentes no se motivan por altruismo
    tanto como por interés y, lejos de formar una comunidad abierta, los
    proyectos a menudo se originan en grupos chicos y cerrados.
    En materia de software, el código suele ser redactado por “voluntarios”
    bajo auspicios de empresas que esperan beneficiarse de alguna manera. Además,
    si bien los aportes son libres, muchas compañías van hallando
    modos de ganar buen dinero. En otras palabras, la fuente abierta se parece cada
    día más a un emprendimiento lucrativo, con sus riesgos y recompensas.
    En realidad, la mayoría de los proyectos no logra superar vulnerabilidades
    y se queda en el camino. De los casi 130.000 listados en SourceForge.net (un
    centro de datos), apenas unos cientos siguen activos y todavía menos
    llegarán a cristalizarse. Curiosamente, el mayor obstáculo del
    modelo es su propia naturaleza.
    Para comprender los alcances del sistema, basta ver el buscador Firefox: en
    tres años, le ha sacado a Microsoft 15% de mercado en Estados Unidos-Canadá
    y 20% en Europa occidental. Su código proviene de las cenizas de Netscape,
    comprada por AOL en 1998, tras perder una “guerra de buscadores”
    con Microsoft. Hoy, la fundación Mozilla maneja el código y emplea
    apenas una docena de desarrolladores.
    A partir de ese pequeño núcleo, el método genera círculos
    concéntricos. Primero, unos 400 contribuyentes aportan códigos,
    tras una revisión en dos fases. Luego, miles presentan parches de software.
    El tercer círculo incluye decenas de miles que, cada semana, descargan
    códigos completos para aislar partes. Finalmente, más de 500.000
    usuarios prueban futuras versiones. Un quinto de ellos se toma el trabajo de
    informar sobre problemas y defectos. Ésta es la comunidad que se cierne
    sobre el ciberespacio. M