Ilustración: Agustín Gomila
La verdadera pregunta a formularse es ésta: ¿la irrupción
de Roberto Lavagna en el escenario político modificará el rumbo
de la política económica del gobierno? Ya parece haber respuestas.
Mientras la jauría oficialista lo hostiliza –y si pudiera lo destrozaría–
se vuelve a hablar del fondo anticíclico, de limitar el gasto público
y fortalecer el superávit fiscal. Si esta actitud se profundiza, el terrible
contralor de precios Guillermo Moreno pasará a ser de verdad –como
alguna vez ironizó el Presidente– “más bueno que Lassie”.
Se buscará la manera de poner límites a una legislación
sospechada de demasiado pro-sindical. Para la Casa Rosada sería imprescindible
apoderarse de las banderas de centro.
Incluso hay quienes advierten que Néstor Kirchner guarda otro as en la
manga para persuadir a empresarios distantes: cambiar, si fuera necesario, a
la ministra de Economía. La figura de Felisa Miceli ha sido devaluada
por el propio entorno presidencial. Ningún empresario de fuste cree necesario
reunirse con ella. Podría llegar un punto en donde Kirchner optara por
el relevo y la designación de una figura más atractiva a la que
se le asigne –sino gran autonomía, al menos– más personalidad.
Alguien como Javier González Fraga o incluso Orlando Ferreres.
Ahora bien, ¿cómo se puede discutir todavía si Lavagna
será o no será candidato? En el programa televisivo de Joaquín
Morales Solá dijo todo esto:
1- Atacó a Hugo Chávez de Venezuela por no pertenecer a la economía
de mercado y ser antidemocrático. En la Argentina esto no le importa
a nadie. Es obvio que está buscando el sponsorship de Estados Unidos.
2- Atacó a la derecha, para no ser incluido dentro de ella.
3- Dijo que el populismo de izquierda suele abrir la puerta a la derecha (de
los años ’70 a los ’90).
4- Se proclamó justicialista.
5- Reivindicó a los partidos tradicionales aunque dijo que deben aggiornarse.
6- Dijo que sería candidato si hubiera una demanda de una alternativa
y se pensara que él la encarna.
7- Anticipó que, aunque él se opone al adelantamiento de la campaña,
los que la adelantaron han provocado un efecto: él está teniendo
muchos indicios de que se quiere una alternativa.
No quedan dudas: ya es candidato.
En torno al ritmo de crecimiento
Una discrepancia evidente entre Kirchner y su ex ministro de Economía
es en torno al ritmo de crecimiento posible. Para ambos pocas veces se ha dado
una combinación de factores tan convenientes para el crecimiento económico
en nuestro país. La intención del Presidente es crecer también
este año a 9% –aunque parece que la cifra será menor–
y los años siguientes si es posible.
Prefiere lo mejor de ambos mundos, alto crecimiento, mejores salarios, precios
sometidos y dólar encima de tres pesos. Como dijo Mercado en enero pasado,
“Lo que está haciendo en verdad es explorar, sin pausa, los límites
de una política expansiva o cómo encontrar el método de
subordinar las razones de la economía a sus necesidades políticas.”
En cambio, para Lavagna hay que garantizar que la inflación quede bajo
control, mejorar el nivel de inversión, y asegurar modestos incrementos
salariales. Es decir, cree que es el tiempo de aplicar políticas que,
sin implicar un ajuste recesivo, aseguren austeridad fiscal y superávit
permanente.
Con ese diagnóstico en mente, el ex ministro lanzó en octubre
pasado un paquete fiscal con intenciones rigurosas cuya piedra central era un
fondo anticíclico.
¿De qué se trata este fondo? En la formulación del presupuesto
se incluyen metas conservadoras en punto a crecimiento general de la economía
y en el nivel de gastos. Como el crecimiento global será mayor habrá
en consecuencia más ingreso disponible y el excedente se destinaría
a engrosar este fondo especial que esteriliza recursos para que no ceben la
bomba inflacionaria, y permite contar con alternativas para el momento en que
escasee la disponibilidad financiera.
Tras la decisión de cancelar toda la deuda con el FMI, más que
nunca era imperioso acompañar los tiempos venideros con una política
fiscal dura. Con lo cual debían reaparecer los olvidados anuncios de
Lavagna, cosa que no ocurrió.
El escenario preferido de Kirchner es seguir creciendo a 9% anual, mantener
los precios bajo control y cebar la bomba del consumo. Al menos, hasta las elecciones
presidenciales. Pero ahora el paso al frente de su ex ministro le hace torcer
el rumbo. M
La venta del candidato o “La hora de Roberto”
No se trata de abusar del clásico: “¡Te lo dije!”.
Pero sin pizca de vanidad es conveniente recordar la portada de Mercado, de
septiembre de 2005, hace ocho meses. Se titulaba “El futuro de Lavagna”.
Vale la pena condensar una parte de lo que allí se decía porque
adquiere ahora singular vigencia.
“Cuando se hizo cargo de Economía, todo el mundo apostaba a un
dólar de 8 pesos, los ahorristas querían incendiar los bancos,
se sucedían las manifestaciones de protesta y la gente gritaba “¡Que
se vayan todos!”
Nadie podría haberlo hecho mejor. Hasta sus adversarios reconocen hoy
que el ministro es un “excelente piloto de tormentas”:
• Asumió sin hacer promesas.
• No presentó ningún “paquete de medidas”.
• Mantuvo un perfil tan bajo que las iras populares dejaron de dirigirse
–como era tradicional– al Palacio de Hacienda. La gente manifestaba
frente al Congreso, ante el Ministerio de Trabajo o en cualquier otro lado,
menos en Economía.
• Se fijó como meta una paridad que, al mismo tiempo, asegurase
la competitividad y evitara una inflación galopante: 1=3.
• Mantuvo esa paridad mediante mecanismos de mercado: que el Estado compre
dólares para evitar la caída no es signo de estatismo; no hay
cotización oficial y, al comprar o vender, el Estado actúa como
un particular más.
• Aseguró, de ese modo, el aumento de las exportaciones y la disminución
de las exportaciones. La consecuencia fue, además de una balanza comercial
favorable, la reactivación de la economía. Luego de cuatro años
de recesión, el PIB comenzó a crecer y, con él, aumentó
el empleo.
• Logró pasar del déficit al superávit fiscal.
Por encima de su solvencia técnica, demostró su habilidad política.
No es fácil manejarse con dos presidentes tan distintos como Duhalde
y Kirchner, lidiar con sus entornos, sortear desconfianzas y evitar zancadillas.
Por lo mismo que es el más exitoso de los ministros de Kirchner, Lavagna
es mirado con recelo hasta por el propio Presidente. En los pasillos de poder
se dice que “es el candidato de Duhalde para 2007”. También
se dice –aunque esto sea, quizás, un rumor destinado a perjudicarlo–
que contaría con el apoyo de Alfonsín. El círculo áulico
se prepara para neutralizar, en su caso, al ministro: si el se decidiera a disputar
la primera magistratura, se trataría de mostrar un duelo entre una fuerza
transformadora, representada por Kirchner (algunos aventuran que en 2007 la
candidata podría ser su esposa, Cristina) y la vieja política,
reavivada por el pacto Duhalde-Alfonsín.
La historia electoral demuestra que, en cada momento, la gente demanda un candidato
con atributos específicos. En general, los atributos opuestos a los de
aquél que gobierna; sobre todo si el que ejerce el poder ha saturado
con su estilo.
En 1999, la gente se ilusionó con De la Rúa (aunque ahora nadie
quiere admitirlo) pese a que no tenía carisma, era aburrido, no se le
caía una sola idea y hasta parecía algo lerdo. Ocurrió
que esas características se asociaron a: seriedad, mesura, prudencia
y honradez.
El país había pasado una década bajo un presidente florido,
extravagante y capaz de decir cualquier cosa; hasta anunciar que una nave estratosférica
iría de la Argentina a Japón en dos horas.
Si Kirchner ha crispado a la sociedad como lo hizo en los dos primeros años
de su gestión, no sería extraño que hacia 2007 hubiera
una ansiedad colectiva de poner en la Casa Rosada a un hombre parco, no irritativo,
solvente, firme y eficaz. Sería –se ilusionan algunos en el Palacio
de Hacienda– “la hora de Roberto”.
Claro que llegar no le resultaría sencillo. Una cosa es la habilidad
política que se necesita para manejarse “en Palacio”, evitando
que otro lo empuje a uno por las escaleras. Otra cosa es armar una estructura
–con referentes en cada provincia y en cada pueblo– que no termine
convirtiendo al candidato en el mascarón de proa de un navío tripulado
por indeseables.
Un eventual candidato a presidente como Lavagna tendría dos opciones:
1- Ser el supremo arquitecto de una lista “de lujo”, que limitaría
su capacidad logística y sus chances.
2- Otorgar un franchise, para que caciques políticos junten
voluntades usando su nombre: una opción más efectiva pero más
peligrosa.” M