Fraude, el enemigo que suele nacer en la propia empresa

    Por Javier Rodríguez Petersen


    Ilustración: Agustín Gomila

    Por definición, el fraude es acto intencional que tiene como fin obtener un beneficio propio en forma ilícita perjudicando a un tercero.
    En un marco de intensa competitividad, exigencia de resultados a corto plazo, operaciones globalizadas y empleados de todo rango que perciben diferentes amenazas a su estabilidad, cruzar las fronteras de la integridad es considerada a veces como una opción más de subsistencia, avalada, además, por quienes minimizan el fraude como “parte del costo de hacer negocios”.
    Aunque muchas veces la información es desconocida y se guarda en secreto por los altos riesgos de impacto sobre la reputación, y esta reserva excluye cualquier presunción de conocimiento exacto del número de fraudes que realmente ocurren dentro de las organizaciones, desde Ernst & Young señalan que la cifra viene creciendo constantemente desde el auge que tomaron estos delitos a mediados de los años ’90.
    El tema se tornó relevante y prioritario a partir de sonados escándalos corporativos y de las nuevas regulaciones que establecen sanciones personales para los ejecutivos responsables de mantener la transparencia en los negocios.
    En la Argentina, 23% de las empresas admite haber sufrido fraudes en los últimos tres años, y aunque 47% de los consultados se muestra convencido de que no hubo tales delitos en sus firmas, 30% reconoce no saberlo.
    Las cifras, además, registran un cambio significativo según el tamaño de las compañías: mientras que en las de menos de 100 empleados más de 60% asegura no haber sufrido fraude, esos optimistas se reducen a 41% en las de más de 500 y a apenas 14% en las de más de 1.000, entre las que prácticamente la mitad admiten haber sido víctima de estos delitos.

    Tipología
    Entre las firmas que admitieron haber sido víctimas de fraude, el delito más extendido es el de robo de activos, con una incidencia de 38%. Segunda queda la colusión entre empleados propios y terceros (28%) y, recién después (15%), los fraudes financieros, seguidos por el robo o manipulación de información (12%).
    La encuesta confirma una presunción generalizada: las áreas de compras y de ventas son las más expuestas: 32% considera a la primera como la más susceptible y 23% centra sus temores en la segunda. Detrás quedan las de finanzas, sistemas y contabilidad y reporting.
    El informe de Ernst & Young señala también que, como consecuencia de las nuevas regulaciones y los mayores controles, en los últimos tiempos se observan esquemas de fraude más sofisticados y complicadas ingenierías operativas y societarias que buscan el anonimato de los perpetradores. Algo similar ocurre con la tecnología, que si bien permite una mayor vigilancia de muchos aspectos deja a los delincuentes asumir menos riesgos por no ser necesaria su presencia física para llevar a cabo una estafa.

    Riesgo permanente
    Entre las empresas que ya fueron víctimas de fraude, 73% considera probable que vuelvan a registrarse.
    El dato es posible que muestre que, como dice el dicho, el que se quema con leche ve la vaca y llora: entre los que están seguros o desconocen si sufrieron este tipo de delitos se reparten en partes iguales los que creen probable que sus empresas los sufran de los que no.
    En el conjunto, además, 59% considera probable que se registren fraudes en los mercados en los que operan, mientras que apenas algo menos de una cuarta parte (24%) están convencidos de que eso es improbable.

    Insiders
    Como ocurre en el plano internacional, también en la Argentina los mayores riesgos vienen desde adentro de las empresas. En 89% de los casos reconocidos se logró identificar a los responsables del fraude, y en 74% de las oportunidades estuvieron involucrados empleados de la propia compañía defraudada, ya sea porque los delitos fueron perpetrados exclusivamente por trabajadores propios (63%) o por éstos en colusión con terceros (11%). El dato no deja de ser llamativo frente al empeño que ponen las empresas en reforzar más la vigilancia en aquellos procesos que involucran a personal externo.
    Al mismo tiempo, y contra lo que podría presuponerse, 42% de las veces el personal interno involucrado tenía una antigüedad superior a los 5 años, y en otro 35%, de entre 1 y 5 años. El 15%, además, fue cometido por la alta gerencia de las compañías. Una de las explicaciones es que la colusión entre personas que conocen los procedimientos y mecanismos de control de una empresa tiene una probabilidad de ocurrencia muy superior a la de un atacante externo.
    Oportunidad, ambición y codicia representan 64 % de los motivos identificados para cometer fraudes, y un no desdeñable 9% fue llevado a cabo por resentimiento contra la compañía.
    Pese a que el fraude es un delito, más de la mitad admitió no haber seguido procesos judiciales: 41% no inició acciones y 19% resolvió la situación por un acuerdo entre partes. Entre los que reconocieron haber sufrido fraudes, apenas 23% pudo confirmar que el caso fue llevado a la Justicia.

    Golpe a la renta
    Prácticamente no hay discusión sobre el hecho de que el fraude afecta a la renta: 93% del total de encuestados se manifestó convencido de que su prevención ayuda de manera importante a aumentar la rentabilidad, ya que la detección temprana pone fin a costos indeseados.
    En los hechos reconocidos, en 73% de los casos se logró detectar el monto implicado en el fraude; en 40% de ellos representó un perjuicio económico que superó el umbral de los US$ 10.000, y en 6% llegó por encima del medio millón de dólares. Ubicados por el año en el que fueron cometidos, los fraudes reconocidos vienen implicando, además, un aumento de los montos involucrados.
    En 89% de los casos de quienes conocen el monto de los fraudes detectados, este implicó un 10% o menos del total de facturación, en 4% de las veces resultó de entre 11 y 20%; en 3%, de entre 21% y 30%; en 2%, de entre 31 y 40%, y en otro 2%, de 51% o más.

    Detección y prevención
    Los procedimientos más usados por las compañías para prevenir el fraude son las auditorías internas (51%) y externas (28%), muy por delante de las hotlines (6%) y los equipos de especialistas (4%). Todo esto, según el análisis de la encuesta, resulta una buena noticia… para los defraudadores.
    Pese a que son las herramientas más usadas, el porcentaje de participación de las auditorías internas y externas en la identificación de fraudes no superó la línea de 22% –en coincidencia con las encuestas internacionales– y, comparativamente otro tipo de controles internos (34%), los informantes de la propia empresa (14%) y externos (11%) y el monitoreo gerencial (10%) superaron a las auditorías para detectar operaciones fraudulentas.
    Esto, además, es reconocido por las propias empresas, ya que más de 70% de los encuestados creen que son necesarias soluciones no tradicionales para una eficaz prevención de estos delitos: 23% se inclina por el establecimiento de estructuras permanentes antifraude; 21%, por el fortalecimiento del sentido de pertenencia y el consiguiente aumento de la moral de los empleados; 16%, por mayores controles internos; 14%, por una adecuada segregación de funciones; 13%, por mejores salarios, y 7%, por una menor rotación de personal en sectores clave.
    Entre el total de encuestados, 61% aseguró que en sus firmas se utilizan políticas de concientización de fraude. 33% tienen plan de respuesta ante el fraude, 34% política acerca de fraudes y 33% códigos de administración corporativa; sin embargo, más de la mitad reconocen que estas políticas no funcionan, y sólo 36 % de los encuestados considera que las disposiciones de Sarbanes Oxley –por la ley estadounidense que impone más controles e impulsa la responsabilidad penal de los ejecutivos a cargo– ayudan a minimizar la incidencia de estos delitos.
    Los especialistas de Ernst & Young atribuyen la presunta ineficacia de las políticas corporativas antifraude a que la mayoría de las compañías adhieren a las mismas sólo para cumplir y sin desarrollar los programas necesarios para implementarlas correctamente. También subrayan la contradicción entre los medios usados y los considerados más adecuados para detectar el fraude, sobre lo que señalan que probablemente muchas empresas los prejuzguen como costosos y de larga implementación y aseguran que, por el contrario, los resultados son observables en tiempos mucho menores a los imaginados. M

    Características de la encuesta

    La encuesta reúne las respuestas de 383 entrevistados que ocupan diferentes cargos de responsabilidad en empresas de diverso tamaño.
    21% de los consultados se desempeña en firmas de 10 trabajadores o menos; 35%, en compañías de entre 11 y 100; 23%, en empresas de entre 101 y 500 trabajadores; 8%, en lugares de entre 501 y 1.000 empleados, y 8%, en corporaciones de más de 1.000 personas.
    Las empresas que participaron del relevamiento son 15% del sector industrial y manufacturero; 14%, del de servicios; 13%, del de consumo masivo y el agrícola, ganadero y/o pesquero; 8%, del de telecomunicaciones, entretenimiento y medios gráficos; 8%, del financiero y de seguros; 7% del petrolero, gasífero y afines y los servicios públicos; 4%, del gubernamental; 4%, del farmacéutico, y el restante 27%, de otras industrias.
    Entre quienes respondieron la consulta, 38% son gerentes; 16%, gerentes generales; 6%, directores; 3%, socios; 1%, presidentes, y 36% ocupan otros cargos directivos.

     

    Tecnología

    El uso de medios electrónicos para identificar fraudes aún esta muy poco difundido: apenas 26% de los consultados usaron estas herramientas para investigar este tipo de delitos.
    Según Ernst & Young, la no utilización de herramientas específicas antifraude aumenta las chances de éxito de quienes cometen los delitos, ya que es imposible imaginar que los especialistas puedan acceder sin la ayuda de la tecnología a los millones de datos que se guardan en los sistemas de información.

     

    Ante el auge del delito y las nueva regulaciones

    Los equipos antifraude instalan nueva disciplina en las empresas

    Según Walter Larriva se trata de algo casi imprescindible que tendrá su desarrollo máximo en los próximos años. Dice creer que en la próxima década todas las empresas grandes tendrán sus propios grupos especializados e independientes. Sostiene que el crecimiento del fraude se vincula con una nueva cultura empresaria en la que reina la fragilidad.


    Walter Larriva.
    Foto: Diego Fasce

    En su especialización en la prevención y detección del fraude, Walter Larriva, gerente senior de la división respectiva de Ernst & Young, combinó sus conocimientos como contador, su experiencia previa en auditoría externa y su trabajo anterior como policía en el área de delitos económicos.
    Desde esa experiencia, asegura que “el fraude es una conducta que viene con el ser humano”, aunque reconoce una evolución de este tipo de delitos que se hizo cada vez más notable y que atribuye a diversos factores que no duda en relacionar con la globalización y una nueva cultura de negocios en la que reina la fragilidad.
    Por un lado, señala que el “mundo online” impulsó una sociedad de consumo más agresiva y que hoy hay “un mercado en el que se desarrolla constantemente el sentido de supervivencia diaria” y en el que no es extraño que un empleado “se reconozca expuesto a quedar afuera en cualquier momento por una reducción o porque lo van a reemplazar con alguien más joven y más barato”.
    Contra lo que podrían indicar los prejuicios, dice que no hay grandes diferencias en el nivel de fraudes que se cometen en el mundo con los de nuestra región, aunque admite que quizás “en la Argentina y Latinoamérica lo que hay es una ecuación costo-beneficio a favor del que comete el delito: penas no muy importantes y beneficios muy importantes; en otras parte quizás la ecuación es más balanceada”.

    Motivos
    Entre otros aspectos que favorecen el fraude, menciona que “cuánto más grande es la empresa, más burocrática se vuelve y más fácil es llevar a cabo estos delitos”; que hay “muchas industrias en las que el fraude es universal, como el cable, en donde los colgados afectan la facturación” y que, por la informática, ahora “hay esquemas de fraude que ni pasan por los papeles”.
    Al mismo tiempo, le da poco relevancia a los problemas económicos entre los motivos que pueden llevar a alguien a cometer fraude. “En la mayoría de los grandes fraudes el problema las empresas lo tienen en las cabezas, en gente que puede ganar millones de dólares al año, y la pregunta es ¿por qué? Probablemente están en un contexto en el que tengan que mantener ganancias excepcionales y seguramente no les gustaría perder sus millones al año”, sostiene.
    Larriva señala además los cambios que se observaron en este tipo de delitos: “En los ’80, quien cometía fraude era un delincuente medio de libro; en los ’90 se empezaron a complicar las cosas y a aparecer nuevos personajes y gente más joven, y en este siglo empezamos a tener personas con su primera vez a los 40 o 41 años de no haber tenido ningún problema”.
    Para el analista, el hecho de que la mayoría de los fraudes sean cometidos por personal interno o con su connivencia “no desafina la sintonía” e incluso señala una ventaja de estos empleados porque “saben más o menos cómo son los controles”. También menciona el problema que surge del hecho de que en las empresas “muchas veces la confianza reemplaza al control” y especifica que, aprovechando esa falencia, “el que comete fraude es muy habilidoso en ganarse la confianza de la gente”.

    Nueva disciplina
    Si bien la idea de prevención y detección de fraude es generalmente asociada a la auditoría, hoy se está dando una especialización y profesionalización que separa estas dos tareas. “Pese a que implica ciertas barreras, el objetivo principal de la auditoría externa no es evitar el fraude sino analizar la razonabilidad de los estados contables. Y el auditor interno tiene como función principal el análisis de riesgo, y, desde allí, una aproximación a los controles y un programa de trabajo: tampoco es alguien que tiene el día dedicado a evitar el fraude”, explica el especialista.
    “En realidad –agrega– la estructura de la prevención antifraude está formada por personas que pueden provenir del área económica pero también de la abogacía o los recursos humanos. La idea es que sean profesionales que puedan amalgamar distintas características: la más importante, absoluta facilidad para relacionarse con las personas para poder comprender medias palabras y gestos, conocimiento en criminología, ciencias económicas, legales e, idealmente, en sistemas. Se trata de que los equipos sean interdisciplinarios”.
    La creciente especialización en el área queda patente con el surgimiento de los primeros masters referidos específicamente a la prevención antifraude. Lentamente, también se empieza a notar cierta conciencia por parte de las empresas, aunque todavía con algunas contradicciones. Tal como menciona Larriva, tres de cada cuatro compañías menciona a las auditorías como su principal barrera contra el fraude, pese a que apenas detectaron menos de una cuarta parte de las estafas identificadas y a que, paralelamente, la mayoría reconoce que la mejor prevención se daría con esquemas antifraude y la promoción de la ciudadanía corporativa.
    El director de los equipos de Ernst & Young compara el no tener un equipo antifraude con una ciudad con Guardia Urbana y sin Policía. “Quien se dedica a cometer fraude –resalta– está los 365 días pensando en esto, y a eso se suma que en gran medida lo comete empleados internos, con conocimiento sobre las puertas de entrada y salida e incluso sobre cómo se realizan las auditorías. Los equipos antifraude nunca van a estar adelante, pero probablemente van a desanimar a muchos”.

    Apuesta
    En una suerte de promoción de su propia tarea, Larriva asegura que se trata de un producto atractivo y rentable porque “lo que se estaba gastando mal se deja de gastar y lo que no se recibía se empieza a recibir”. Confiado en el potencial de esta disciplina incipiente, se arriesga a compararla con el marketing, al principio relegado y luego universalizado, y vaticina que “dentro de pocos años va a ser absolutamente corriente que las empresas tengan sus equipos antifraude independientes de los jefes operativos o financieros para garantizar que el radar abarque a toda la compañía”.
    Sobre las herramientas para combatir estos delitos, Larriva afirma que la principal “es la información en sus diversas variantes, partiendo de los procedimientos, tratando de tener canales e intérpretes adecuados apoyados por las herramientas tecnológicas”, entre las que menciona el “patrullero electrónico”, un software desarrollado por sus propios equipos que tiene diversas herramientas de control y genera una serie de alarmas analizando bloques enteros de información.
    En un segundo lugar, aunque con una relevancia destacada, menciona la “identidad corporativa” o el sentido de pertenencia, algo que reconoce como “complicado porque implica que el empleado se sienta contenido por la organización más allá de los discursos”. Tanta importancia le da a esto, que vaticina que, en el futuro inmediato, “quien quiera jugar a tener identidad corporativa va a tener fraude todos los años, y quien lo haga en serio va a beneficiarse de los resultados”. M