Proteccionismo en Europa contra las adquisiciones transnacionales

    Por Carlos Scavo

    A principios de marzo, la Unión Europea vivía una aguda crisis política porque algunos de sus componentes (Francia, España e Italia, nada menos) interferían abiertamente en materia de F&A (fusiones y adquisiciones) que, al principo, se limitaban al sector privado dentro de la Eurozona. Es decir, los doce adherentes a la moneda común, cuyo valor cedía a raíz de las grescas entre gobiernos. El francés Jacques Chirac forzaba la fusión de la privada Suez con la estatal Gaz de France para impedir que el italiano Enel absorbiese a la primera. En España, se promovía una operación triple –Gas Natural, Iberdrola, Endesa–, para que la germana E.On no devorara a la última. En esos casos o en el de BNP-Paribas/Banca Nazionale del Lavoro, eran F&A que no involucraban siquiera grupos del resto de la UE ni, mucho menos, externos a ella.
    Fuera de la UE, en verdad, había interferencias estatales, aunque no tan directas. En EE.UU., cada vez más legisladores invocaban riesgos de seguridad internos o externos para bloquear el traspaso de seis puertos entre su actual operador, el grupo inglés Peninsular & Oriental Steam Navigation (P&OSN) y DWP, empresa controlada por el emirato de Dubai.
    Mientras, en la ortodoxa y mercantilista Gran Bretaña –también hace algunas semanas– la atención pública se centraba en el monopolio ruso Gazprom, la mayor empresa gasífera estatal del mundo. La empresa había puesto miras sobre Centrica, una firma local del rubro, y eso despertó temores “estratégicos”.

    ¿Qué globalización?
    Alrededor del planeta, en verdad, la globalización ha bajado o eliminado barreras al acceso de productos y servicios o la exportación de mano de obra. Pero justamente otras amenazas al empleo –vía F&A transfronterizas– ponen hoy a las dirigencias políticas y sociales contra varias de esas transacciones, en nombre del “interés nacional”. Como ironizaba un diario polaco, “la vieja Europa se ha vuelto loca y piensa en términos de Tercer Mundo”.
    “Sin la menor duda, los gobiernos centrales están volviendo al proteccionismo para no perder votos”, sostenía Michael Marks, ex director ejecutivo de Merrill Lynch para operaciones europeas. Tras recordar los costosos subsidios agrícolas de EE.UU. y la UE, otra forma de proteccionismo, Lorenzo Codogno (BankAmerica, Londres) cree que “los gobiernos tienden a desconfiar de capitales extranjeros, aunque provengan de la misma zona”. Mario Monti, ex comisario europeo de Competencia, coincide con ambos y va más lejos. “Corremos peligro –afirmaba– de retornar no a la fase anterior a Maastricht, sino a 1922, cuando surgió en Italia la ola fascista que culminaría en la Alemania de 1933. Vale decir, a un capitalismo de estado apoyado por millones de electores”.
    Muchos expertos en F&A relacionan las reacciones actuales con el éxito de la globalización financiera, comercial y tecnológica. En 2005, fueron anunciadas F&A transfronterizas por más de un billón de dólares, contra US$ 627.000 millones en 2004 (esto es, 69% más), según datos de la consultoría Thomson Financial. “Ese tipo de cifras asusta a los gobiernos mucho más que alguna F&A ocasional”, cree Julian Franks (London Business School). “Varios países centrales ven un peligro en la ola de F&A y, por ende, reaccionan con una ola contra los aspectos más débiles de la globalización: política, trabajo y sociedad”. En cierto sentido, reflexiona Monti, “esto se parece a la reacción musulmana contra Occidente”.

    Historias diferentes
    Otro factor, típico esta vez de casi toda Europa (salvo Gran Bretaña, Benelux y países nórdicos) es la larga transición en varios sectores entre management público y privado. En el caso del ex bloque soviético, se trata de toda una reconversión, pues no existía un pretérito de iniciativa privada. Además, la gente estaba habituada a depender del Estado en muchos aspectos de su vida, aparte de empleo y servicios sociales o reales.
    En Europa occidental, la historia es diferente. “Es común olvidar que el péndulo viene desde hace mucho oscilando hacia el extremo desregulatorio. Quizás estemos viviendo una reacción ante tanta libertad de la iniciativa privada, en estados que siguen siendo relativamente fuertes, como Francia, Italia o España. Así presume un trabajo del estudio White & Case (Bruselas), experto en F&A y legislación antimonopólica.
    Por supuesto, estos conatos “neonacionalistas” pueden modificar las relaciones con otros países. Tras el anuncio de la fusión Suez-GdF, Giulio Tremonti –viceprimer ministro y titular italiano de Economía– fue más allá que Monti y advirtió sobre una “ola proteccionista similar a la que ayudó a desencadenar la guerra en 1914”. Exageraba un poco.

    Otros debates
    En EE.UU., el debate sobre los seis puertos es de otra naturaleza. Pero agrió las relaciones con Dubai, casi el último aliado fiel en el golfo Pérsico. Esa misma condición hizo que algunos analistas geopolíticos le reprochasen al emirato “no haber previsto las reacciones sociales y políticas ante árabes controlando terminales estratégicas del país, en un contexto donde al-Qaeda golpeaba ya a Saudiarabia”.
    Pero también hubo un elemento “patriótico” que remontaba a la guerra fría en el rechazo de la compra de la californiana Unocal por parte de la china Cnooc, a mediados de 2005. En esa oportunidad, ni siquiera se tuvo en cuenta que las operaciones gasíferas de Unocal se centraban en la costa de Indochina, no en el golfo de México. Además, era una compañía estatal tomando una privada, algo difícil de digerir en la América anglosajona.
    El caso español, que provocó la ola de F&A forzadas y re-estatizaciones parciales en la Eurozona, fue otro ejemplo de interferencia gubernamental lisa y llana. No sin ayuda de un empresariado proclive a transnacionalizar activos de otros países, pero no los del propio. El caso Endesa llevó, en efecto, a que el ente regulador de servicios vetase el ingreso de capitales alemanes, primero, y luego italianos.
    En lo tocante a la oferta hostil por Arcelor, segunda siderúrgica del mundo, por parte de la primera, Mittal Steel, surgieron componentes abiertamente racistas. Directivos franceses de la firma “atacada” resaltaron que Lakshmí Mittal es hindú y su empresa es familiar, a punto tal que su hijo Aditya es director financiero. “Que sepamos, nunca nadie objetó que los Agnelli manejasen Fiat como cosa propia”, ironizó Aditya ante varios medios. En este caso, París no puede meter baza porque Arcelor está registrada en Luxemburgo, una plaza off shore que, por esas cosas, es sede de la suprema corte europea.
    El sesgo de los debates tiende a complicarse. Políticos franceses, por ejemplo, han sostenido que estaban copiándose de EE.UU. en el asunto Mittal-Arcelor. Thierry Breton, ministro de Hacienda, llegó a recomendarle al propio Mittal “fijarse en lo que ocurrió con Cnooc y Unocal”. Sin duda, la dirigencia norteamericana ha estado reaccionando con irritación a intentos de compra de activos en su país, por parte de empresas de China, Rusia, India o Brasil. Un analista de Goldman Sachs es cáustico, aunque políticamente poco realista: ”Tendrán que acostumbrarse; sí o sí”. M