La reactivación económica japonesa parece ir en serio

    Al mismo tiempo –señalan analistas de Wharton y otros observadores–,
    Japón sigue afrontando desafíos fundamentales. Por ejemplo, una
    banca anacrónica, masiva deuda pública interna e inestables relaciones
    políticas con China. Después de tres lustros de estancamiento,
    iniciado al estallar la burbuja de 1981/90, la deflación afloja y los
    tipos de interés, clavados en cero durante casi seis años, probablemente
    empiecen a aumentar este año.
    Si bien hubo algunos arranques frustrados, ya en esta década, ahora el
    optimismo se cifra en la reelección, por amplio margen en septiembre,
    del primer ministro Junichiro Koizumi. Su plataforma se basaba en la cauta continuidad
    de ciertas reformas básicas. Entre ellas, más disciplina en el
    sistema bancario, garantías menos rígidas al empleo de por vida
    –no se eliminan, como suponen medios occidentales– y una espectacular
    reforma del ahorro postal, que acumula unos US$ 12 billones (o sea, el equivalente
    al producto bruto interno de Estados Unidos). Si bien el ritmo les parece glacial
    a los mercados, se adecua perfectamente a las necesidades japonesas.
    “Existe un optimismo que no se veía en muchos años”,
    apunta John MacDuffie, profesor de management en Wharton. “Se percibe
    una reactivación de empleo en la industria, síntoma realmente
    novedoso”.

    Cuestión de modelo
    Este nuevo proceso “deriva de cambios en desmedro –sostiene Ayako
    Yasuda, docente de finanzas– de burócratas e intereses creados
    que echaban mano a fondos públicos para solventar actividades en decadencia
    o sectores incapaces de competir. Su objeto era generar empleo o apoyo a políticos,
    pero el resultado fue una malversación del crédito y trabas para
    restructurar empresas”.
    Eso se evidencia comparando el pobre desempeño de los bancos con empresas
    exitosas estilo Toyota, Nissan o Sony. En octubre, el Fondo Monetario Internacional
    elevó de 1,2 a 2% la proyección de crecimiento para el PBI real
    en 2005 y anticipó “un fuerte rebote en la economía física”.
    Con vistas a este año, mantiene ese 2%.
    Un cambio clave es el nuevo margen de flexibilidad laboral, que abre una brecha
    en el viejo “pacto social” japonés, o sea el empleo de por
    vida (sin suprimirlo). Aquel régimen produjo generaciones de asalariados
    dispuestos a trabar largas horas a cambio de estabilidad en el largo plazo,
    legado de la reforma Meiji (1868/73), como ocurría con el modelo alemán
    de 1871 hasta fines del siglo XX. En la nueva fase, se permite contratar o tercerizar
    mano de obra, por lo cual la proporción de personal temporario ha pasado
    de 18% en 1990 a 30% en 2005, sobre un total de 65 millones de asalariados.
    Pese a esas facilidades, muchas empresas han encontrado formas de dedicarse
    a productos de avanzada, que permiten mantener gente con sueldos altos, según
    observa MacDuffie. “En Toyota, otras plantas de Nagoya y varias zonas
    del país, la industria marcha extremadamente bien. Algunas firmas han
    encontrado nichos de alta tecnología o rubros que tiene sentido producir
    en Japón. Por ende, crecen esos sectores y su demanda laboral”.

    El experto también percibe recuperación en industrias tradicionales
    que, se supuso, emigrarían a otras partes de Asia en pos de costos y
    salarios bajos. En vez de adoptar duros planes de reestructuración –favoritos
    en EE.UU.–, las empresas se dieron tiempo. “No se apresuraron a
    copiar prácticas de management occidentales y, por ende, no ponen énfasis
    en recortar costos despidiendo personal”.
    Ahora que la economía va reaccionando, esas compañías se
    sienten reivindicadas por respetar un elemento tradicional en la cultura del
    país. O sea, algo que sus colegas estadounidenses han perdido: el equilibrio
    entre lealtad empleado-empleador y rentabilidad.

    Reforma bancaria
    De acuerdo con Yasuda, los bancos ilustran a la perfección lo que sucede
    en el mercado laboral japonés: tercerizan tareas de medio tiempo o contratan
    temporariamente. En especial, la atención al público, puesta en
    manos de mujeres. Según legislación vigente desde 2003, determinados
    sectores pueden tomar empleados por hasta tres años.
    Ahora se acerca el vencimiento en la primera camada de contratos. Pero, en lugar
    de despachar esa gente y poner otra, los bancos optan por pasar a planta permanente
    los elementos más eficaces y productivos. Eso muestra la amplitud de
    la reactivación financiera y, de paso, la evolución del mercado
    laboral hacia pautas de mejor desempeño y menor rigidez.
    Por supuesto, la reforma bancaria ha sido clave de la recuperación financiera.
    Tras el colapso en los mercados inmobiliario, bursátil y de arte, a principios
    de los años ’90, los bancos quedaron con una gran masa de incobrables.
    A tal punto que, de habérseles aplicado cánones internacionales,
    habrían sido declarados insolventes. En vez de obligarlos a poner las
    cosas en orden, el gobierno les toleró excesiva permisividad con esas
    carteras. Las entidades continuaron aprobando préstamos a sus peores
    deudores, sólo para no desactivar acreencias.
    Poco a poco, Tokio empezó a aceptar la necesidad de cambios. Pivote en
    el proceso fue el colapso de Long-term Credit Bank, nacionalizado en 1998 para
    rescatarlo y, luego, adquirido –libre de polvo y paja– por una entidad
    extranjera. Rebautizado Shinsei Bank (el término significa “vida
    nueva”), en 2000 escandalizó al establishment negándose
    a salvar Sogo, venerable pero quebrada gran tienda. Al cabo, la firma cerró.
    Otros bancos se enojaron con Shinsei, pero su actitud llevó a una limpieza
    general de malas carteras”.
    La reactivación también fue facilitada por fusiones y adquisiciones,
    que generaron tres megabancos: Mizuho, Mitsubishi-UFJ, Mitsui-Sumitomo.Así,
    las ganancias netas totales de las seis máximas entidades sumaron US$
    113.000 millones en la primera mitad del año fiscal 2005, que cerró
    en septiembre.

    Deuda pública y jubilados
    Por supuesto, las cosas distan de haberse resuelto plenamente, advierte Franklin
    Allen, profesor de finanzas en Wharton. “El país sigue teniendo
    un enorme agujero fiscal. Durante quince años tomaba prestado, pues los
    impuestos no cubrían mucho del gasto público”.
    Japón fue pasando de un país con mínima deuda pública
    a uno de los más agobiados (150% del PBI). Eso no mata, mientras las
    tasas se acerquen a cero, pero será letal una vez que los tipos de interés
    empiecen a normalizarse.
    Para peor, gran parte de esa deuda pública está en bonos a diez
    años, de rinde mínimo, que irán venciendo justo mientras
    la generación de posguerra comience a jubilarse y, por ende, apele a
    sus ahorros. Simultáneamente, la población total decrece, lo cual
    significa menos gente aportando a los planes estatales de retiro.
    En noviembre, el ministerio de Hacienda lanzó un programa de reducir
    deudas empleando unos US$ 104.000 millones para recomprar bonos desde abril.
    A la sazón, Tokio se ha comprometido a recobrar el equilibrio fiscal
    a principios de la próxima década.
    A criterio de Allen, “cuando un país está en problemas por
    exceso de deuda, la mejor solución es que la economía crezca más
    rápido, a fin de que los pasivos pierdan peso relativo. Eso funcionaría
    bien en Japón, pero surge una incógnita: ¿hasta dónde
    puede expandirse sin inflar las tasas? Si fuese posible mantener un ritmo anual
    de 3 a 4% en el PBI, sería perfecto. Esto no parece factible”.
    Una segunda forma de resolver el lío sería tolerar niveles bajos
    o moderados de inflación, lo cual erosionaría el ahorro del público,
    aunque eliminando el déficit. Una tercera opción sería
    crear un impuesto para repagar la deuda, antes que esperar un crecimiento económico
    capaz de licuarla. La cuarta posibilidad es tan alarmante como implausible:
    hiperinflación. Claro, ello pulverizaría el poder adquisitivo
    de la gente y sus ahorros. Sin duda, provocaría inestabilidad sociopolítica,
    como ocurrió en Alemania, Austria, Hungría y Japón mismo
    entre ambas guerras mundiales. La quinta vía es menos drástica,
    pero casi tan improbable: que el estado entre en cese selectivo de pagos. Existe
    una sexta opción: Tokio es el máximo tenedor de deuda externa
    norteamericana y podría vender esos US$ 800.000 millones, lo cual llevaría
    a un colapso general de mercados financieros.
    En la óptica de Allen, es irónico que ese bajón de tres
    lustros haya sido generado, en 1990, por un incremento de tasas para morigerar
    la inflación. La medida provocó un colapso en precios de activos
    que dejó las acciones en 25% de su máximo, registrado poco tiempo
    atrás, y los valores inmobiliarios en la mitad. El Nikkei 225 nunca volvió
    a los más de 30.000 puntos marcados en los años ’80.
    Súper reforma
    A todo esto, Tokio se apresta a privatizar por etapas el sistema de ahorro postal.
    Durante más de un siglo, los japoneses han venido aportando mes a mes
    a una caja que acumula cerca de US$ 12 billones y es la mayor institución
    financiera del planeta.
    El correo distribuye correspondencia, sí, pero también acumula
    depósitos en una caja nacional de ahorro postal. Así, las familias
    han ido entregando efectivo al cartero o depositando en miles de agencias locales.
    Con generosos incentivos tributarios, la tasa de ahorro nipona es la mayor del
    mundo, si bien ha declinado en los últimos años. A principios
    de los ’90 representaba 15% del ingreso personal, ahora sólo capta
    5%.
    Tras la victoria electoral de Koizumi, la Dieta (parlamento) aprobó un
    plan para dividir el correo imperial en cuatro áreas (correspondencia,
    servicios en mostrador, ahorro y seguros), para privatizarlo gradualmente entre
    2007 y 2016. Pese a obstáculos políticos subsistentes, la propuesta
    tiene serias posibilidades de crzistalizar, aunque en forma paulatina. En un
    sentido, la lentitud de las reformas puede ser positiva: si algo marcha mal,
    será más fácil corregirlo o descartarlo.
    Adrian Tschoegl, otro analista de Wharton, estima que –en tanto la población
    envejece y la generación de posguerra se jubila– ciertos cambios
    en productividad pueden mejorar el clima económico. “A medida como
    los almacenes familiares sean reemplazados por comercios más grandes,
    subirá la productividad per capita e igual sucederá cuando un
    chacarero substituya a un número de familias campesinas. Son avances
    originados en cambios demográficos”.
    A juicio del experto, la larga declinación y el lento repunte se ajustan
    a la cultura y el carácter de esa sociedad. En verdad, el país
    sufrió una apreciable caída en el valor de bienes raíces
    y acciones durante los ’90, pero esos activos se habían sobreapreciado
    groseramente en los ’80. Hoy, Japón está séptimo
    en el mundo por calidad de vida y sus ciudadanos viven bien, especialmente comparados
    con sus vecinos asiáticos. Aun luego de “tres lustros chatos”,
    el desempleo es apenas superior al norteamericano.
    Muchos buscan calidad
    Los clientes japoneses continúan siendo respetados en Tokio y las grandes
    capitales, pese a que hayan olvidado la fiebre compradora de los ’80.
    Hoy, el consumidor ha pasado por una evolución en el comercio minorista,
    que le ofrece más opciones, particularmente en marcas de lujo o alta
    calidad.
    “El clima es más optimista. Hemos tenido ventas récord de
    octubre en adelante”, señala Julia Takagishi, gerente general de
    World Co., firma nipona dedicada a vestimenta y accesorios. “Los clientes
    son mucho más selectivos y pagan por la calidad”. Por cierto, en
    la última reunión, el directorio del Banco de Japón (central)
    estimaba que los precios minoristas empezarán a subir, o dejarán
    de bajar, durante este semestre.
    El gasto personal y familiar es clave para la reactivación, pues el consumo
    del público es el mayor componente del PBI (55%). La mejor sensación
    térmica podría estimular el gasto de consumidores que, durante
    años, se han abstenido de comprar, pese a la contracción de precios.
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