Pocas veces se ha dado una combinación de factores tan convenientes para el
crecimiento económico en nuestro país. Las grandes cuestiones pendientes son
si es posible continuar creciendo a 9% anual o si es más probable y seguro
hacerlo a 4 o 5%. Si en este proceso es posible tener la inflación bajo
control, lograr un aumento de la inversión, y moderados incrementos salariales.
Si hay que continuar como hasta ahora o aplicar políticas que, sin implicar un
ajuste recesivo, aseguren austeridad fiscal y superávit permanente. Puede
parecer un importante debate de naturaleza económica, pero tal vez esconda una
estrategia política. El Presidente prefiere lo mejor de ambos mundos, alto
crecimiento, mejores salarios, precios sometidos y dólar encima de tres pesos.
Lo que está haciendo en verdad es explorar, sin pausa, los límites de una
política expansiva o como encontrar el método de subordinar las razones de la
economía a sus necesidades políticas. Para entender lo que está en juego hay
que poner atención a los movimientos efectuados en este ballet del crecimiento
del cual depende cómo nos irá en los próximos años.
Primer movimiento
Cuando Roberto Lavagna dejó el ministerio de Economía – porque lo echaron o
porque decidió irse- estaba a punto de iniciar una nueva etapa. Le resultaba
obvio que era necesario introducir modificaciones importantes en la política
económica. Habían cambiado las circunstancias dominantes desde el 2002, cuando
comenzó un ciclo expansivo que llega hasta hoy, con un crecimiento promedio de
9% durante los últimos tres años. Una notable expansión. A pesar de la
prudencia del entonces ministro de Economía, las necesidades electorales lo
habían forzado a aceptar la realidad de "una Navidad feliz" a finales
del 2004, con su onda expansiva. Ya era hora de iniciar un viraje para contener
la velocidad del crecimiento económico. No se trataba de un ajuste recesivo. Si
no se crecía a tasas más moderadas, la inflación podría dispararse. Es por
esa razón que, inmediatamente después de las elecciones de octubre, lanzó un
paquete fiscal con intenciones rigurosas cuya piedra central era un fondo
anticíclico. ¿De qué se trata este fondo? En la formulación del presupuesto
se incluyen metas conservadoras en punto a crecimiento general de la economía y
en el nivel de gastos. Como el crecimiento global será mayor habrá en
consecuencia más ingreso disponible y el excedente se destinaría a engrosar
este fondo especial que esteriliza recursos para que no ceben la bomba
inflacionaria, y permite contar con alternativas para el momento en que escasee
la disponibilidad financiera. La política anticíclica es una pieza central en
la arquitectura keynesiana. Aquí es preciso hacer una distinción importante.
Para la concepción elemental keynesianismo es sinónimo de expansionismo
permanente. En rigor de verdad, la teoría keynesiana propicia una política
anticíclica. Esto era lo que pretendía aplicar Lavagna con su sugerencia de
que el Banco Central aumentara los encajes -y por tanto hubiera una leve alza en
las tasas de interés-. En cuanto a la relación cambiaria, la intención del
ministro cesante era mantenerlo en torno a los tres pesos por dólar, y dejar
que se apreciara lentamente con un proceso inflacionario controlado. En esas
circunstancias se hace cargo del ministerio Felisa Miceli.
Segundo movimiento
Lo primero que hizo la flamante ministra fue declarar la continuidad de la
política económica heredada de su antecesor. ¿A qué se refería? ¿A que
proseguiría con la nueva etapa que bosquejó Lavagna o a que continuaría en la
misma línea iniciada en el 2002, con expansión del gasto? ¿Seguiría al viejo
o al nuevo Lavagna? Durante sus primeros días de gestión -y tras la
declaración inicial- en ningún momento se hizo mención a factores anti-inflacionarios.
El énfasis se puso en actuar sobre las expectativas inflacionarias, algo en lo
que el último Lavagna no parecía creer (aunque practicó ese deporte con
entusiasmo durante su paso por el gobierno en 1973). Con su aparente afán por
controlar precios, la ministra pasó a ser conocida en tono zumbón entre
economistas críticos como "Felisa de Lazzari" (por Lita de Lázzari,
la defensora de los consumidores). Mientras tanto, apareció el Presidente
Kirchner con su movida de pagar el total de lo adeudado al FMI. Una decisión
política – sin discutir su conveniencia o necesidad, dado que sería
irrelevante- bien diseñada. Tan bien concebida que muchos observadores
críticos sospecharon que el plan maestro había sido elaborado por el mismo
Fondo. El dramático anuncio supuso un cambio total de escenario. Ahora más que
nunca era imperioso acompañar los próximos tiempos con una política fiscal
dura. Con lo cual reaparecen los olvidados anuncios de Lavagna y otra vez se
levanta la bandera del fondo anticíclico, aunque todavía en el plano
retórico, sin mayores precisiones. El problema central es cuál es el verdadero
objetivo en materia de crecimiento de la economía. Si la meta está entre 4 y
5% anual, es una meta fácil de lograr y posiblemente de mantener por varios
años más, controlando simultáneamente la tasa de inflación. Es muy probable
que la inercia de arrastre haga que en el 2006 se crezca cerca de 7%, lo que
hará un poco más exigente el control inflacionario, pero que sería un
tránsito normal si el objetivo de fondo es reducir en el futuro el crecimiento
anual en dos puntos. Baste imaginar -por modesto que parezca- el cambio que
habría en el país si durante diez años se creciera a tasas de 4 a 5% anual.
Desde esa perspectiva, algo de inflación no es del todo malo. Si el gasto crece
por debajo de la inflación, habrá sin duda superávit primario. El Estado -en
este escenario- aspira fondos, enfría un poco la economía y hace política
anticíclica. ¿Avanzará Felisa Miceli en esta dirección? Aún si quiere, ¿le
dejarán hacerlo?. Si lo hace se parecerá más al Lavagna que prometía ser
cuando cesó en el cargo. Si ese no es el caso, entonces toda la política anti-inflacionaria
se concentrará en la política de control de precios. Un camino no del todo
estéril, pero a la postre de patitas cortas.
Tercer movimiento
Falta ver que piensa un actor de primer orden. El Presidente. El contexto es
el de una economía con notable salud, con excedente de dólares y superávit de
cuenta corriente, y en general, con circunstancias favorables aportadas por la
economía mundial (combinación que envidiarían sin duda muchos gobiernos
anteriores). El horizonte es de posible crecimiento durante varios años, con
algunos problemas como la escasez energética, difícil pero manejable. Como
siempre, el problema de fondo de la economía argentina sigue siendo la puja
distributiva. La opción es entre mejores salarios y tipo de cambio alto. Lo
grave es que, contra toda opinión, Néstor Kirchner cree que ambas cosas son
posibles a la vez. Su escenario preferido es seguir creciendo a 9% anual,
mantener los precios bajo control y cebar la bomba del consumo. Si está
equivocado, la consecuencia puede ser otro desastre. Un gobernante capaz de
convencer a la opinión pública que el pago al FMI es un acto de recuperación
de la soberanía, no debería tener inconvenientes en persuadir al electorado de
que crecer a 4 o 5% anual durante largo tiempo está muy bien, y no es ningún
fracaso. Lo que falta dilucidar es si su perspectiva proviene de una
elaboración racional de la cuestión económica o si el origen es una necesidad
política. Tal vez, la campaña por la reelección ya ha comenzado. Si al
Presidente no le alcanza el interesante 35% de votos que consiguió hace tres
meses, puede forzar la mano, jugar a la carta económica exitosa, adelantar en
lo posible las elecciones de renovación presidencial y construir así el tipo
de poder que persigue, plebiscitado esta vez de verdad. En esta lógica, lo que
importa es crecer como China, aunque en nuestro caso invirtamos la mitad que el
gigante asiático en porcentaje. Crecer a tasas más modestas -como las
realistas de 4 a 5%- puede resultar poco para sus designios.