Nuevos vinos, nuevos terruños de Cuyo, Patagonia y Noroeste

    Por Diego Bigongiari (*)



    El Valle de Uco 

    Entre las regiones vitivinícolas emergentes de Argentina, destaca el Valle de Uco. Allí donde el Libertador hizo la finta de La Consulta con los caciques mapuches para despistar a los ejércitos españoles en Chile, hay venerables viñedos de Malbec de la edad de abuelitos. Sin embargo, hasta no hace mucho el topónimo Valle de Uco era poco usado y las uvas de Tunuyán, Tupungato o San Carlos se mezclaban con las de Maipú, Luján de Cuyo o Rivadavia en vinos sin terruño ni varietalidad
    Hoy Valle de Uco es una denominación que se afirma más allá del desierto, el mar y la montaña gracias al Malbec de La Consulta y a la visión de algunos flying winemakers; además del coraje de inversores a largo plazo, casi todos europeos: Salentein y El Portillo, Monte Viejo, O. Fournier, Flecha de los Andes, Andeluna Cellars y la bodega de los descubridores del valle, Jacques y Francois Lurton, además de la chilena La Celia, filial de Viña San Pedro. Más algunas otras en construcción. 
    Sumando sólo arquitectura y equipamiento industrial, estimable en US$ 10 millones en las bodegas más ambiciosas, en los últimos años en Valle de Uco se invirtieron no menos de US$ 50 millones de dólares. A ello hay que añadir la plantación de algún millar de hectáreas de nuevos viñedos (que según la densidad, el pie franco o injertados, con o sin malla antigranizo y riego por goteo) pueden costar entre US$ 5.000 y 10.000 dólares por hectárea. Y el costo de la tierra: un peladal pedregoso con espléndida vista al Cordón del Plata, que hoy puede valer más que tierra gorda en la Pampa Húmeda. Así, gracias a una fina y constante lluvia de millones de dólares en la década pasada, en Uco hay un naciente efecto Napa que incluye la valorización turística con eje en los vinos. 
    Nicolás Catena cultiva en las alturas de Gualtallarí, Michel Rolland y sus amigos en la suave y vasta pendiente del Clos de los Siete, Alberto Antonini valoriza los acentos minerales del Malbec de los suelos arenosos de La Consulta, los hermanos Fournier apuestan al Tempranillo y se deslumbran con el Syrah, los hermanos Lurton plantaron Cot en vez de Malbec, Roberto Luka y sus socios hacen maravillas con Merlot y Sauvignon Blanc, y la familia Reina con el Cabernet Sauvignon. 
    A una hora y media de auto hacia el sur, el oasis de San Rafael a General Alvear no es un terruño emergente pero allí también hay novedades. En Villa Atuel, donde a mediados del siglo pasado la bodega Arizu poseía los más extensos viñedos del mundo, una sociedad anónima española plantó un millar de hectáreas de viña y aún más extensos olivares. 

    La Patagonia 

    San Patricio del Chañar y el vecino Añelo son dos oasis artificiales irrigados con aguas de los embalses del río Neuquén y financiados con regalías del petróleo y gas subyacentes. La provincia de Neuquén, desde hace años, impulsa emprendimientos alternativos al combustible que motoriza a su economía, cuyo agotamiento está en el horizonte. Con US$ 60 millones de créditos con gracia de algunos años y las debidas garantías, un grupo de cuatro sociedades familiares neuquinas liderado por el empresario de la construcción Julio Viola, invirtió en viñedos y bodegas equipadas con tecnología de avanzada. 
    Las mil quinientas hectáreas de viña de San Patricio del Chañar donde se alinean las bodegas Fin del Mundo, NQN y Familia Schroeder son una visión impactante. Es difícil ver plantaciones de vid de esta escala en otras partes del mundo. A 40 kilómetros, en Añelo, además de una bodega neuquina con este nombre, las tradicionales mendocinas La Rural y Catena Zapata se arraigarán con respectivos viñedos y bodega. Es poco probable que Nicolás Catena afronte un desarrollo vitivinícola en una estepa nunca antes cultivada sin percibir un potencial interesante. 
    Los vinos del Neuquén se hacen en parte con uvas compradas en el Alto Valle, pero no falta mucho para que comiencen a ser elaborados por entero de su propia cosecha. Entonces se podrán valorar con autonomía a los prometedores vinos neuquinos. 
    Cien kilómetros al norte Valle del río Colorado y provincia de La Pampa en Colonia 25 de Mayo, la familia rosarina Albanesi (hasta ahora operadora de usinas eléctricas) estableció la tecnificada Bodega del Desierto, a un costo inicial de US$ 2,5 millones. Los primeros 120 mil litros de vino de uvas pampeanas debían salir al mercado este año. 
    El Alto Valle del río Negro en rigor es una región re-emergente: el Establecimiento Humberto Canale está allí desde principios de siglo XX y sus vinos de alta gama son los más grandes vinos patagónicos desde hace años. 
    Sin embargo, hay productores nuevos en el Alto Valle: Infinitus, bodega satélite de Fabre-Montmayou, y Estepa. Ambas, con vinos bien hechos a precios competitivos, difunden ulteriormente la especie de los vinos patagónicos en Argentina y en ultramar. 
    En escala garage y sin tecnología pero con know-how, el enólogo Hans Vinding Diers (quien descubrió Patagonia como consultor de Guillermo Barzi) junto a la condesa piamontesa Noemi Marone Cinzano (propietaria de viñedos y bodega-castillo en Toscana) creó el minúsculo-mayúsculo fenómeno de Noemía: pocos miles de botellas de un Malbec que estremece toda noción previa de la cepa. Se encuentra sólo en una vinoteca de Buenos Aires y cuesta más de 3 cuotas de Plan Trabajar. 
    Río abajo, en las afueras de Viedma, la nueva bodega Océano Patagonia lanzó en 2003 un Merlot-Malbec Mar distribuido localmente, un vino ajeno a las ligas mayores. 
    Aún no conozco los vinos del noroeste del Chubut (Pinot Noir, Merlot, Chardonnay) ni la pequeña bodega que está por inaugurar en Hoyo de Epuyén la familia Weinert, pero caminé los frondosos paños de vid en la primavera pasada y los suelos me parecieron demasiado fértiles para obtener buena uva. Se verá… 

    El Noroeste 

    Difícilmente es emergente el Valle Calchaquí, donde la vid se cultiva desde que se aplacó por la fuerza a los calchaquíes. Allí el emergente es la vertical: viñedos siempre a mayor altura, competencia donde la finca Colomé de Donald Hess es la inversión más importante, y donde la familia Etchart y Michel Rolland en Yacochuya, y Raúl Dávalos en Colomé y ahora en Tacuil, fueron los precursores. Sin inversiones descomunales como en Uco pero de todos modos con algunos millones de dólares, la cota de los vinos salteños más extremos ganó casi mil metros de altura en pocas vendimias. La francesa y mendocina Alta Vista, que ya elabora uno de los mejores Torrontés, compró tierra y plantará viñedos en una quebrada aledaña a Cafayate. 
    Al sur, la bodega y los viñedos La Rosa en Chañar Punco, en el catamarqueño Valle del Santa María, es una solitaria instalación industrial de la familia Lavaque en sociedad con Trapiche/Peñaflor. Pero los vinos se mezclan con los de Cafayate, a una hora de viaje y no tienen una expresión comercial propia. 
    Una revolución pequeña y silenciosa están haciendo en el alto y reseco lejano oeste de Catamarca las bodegas Tizac y Don Diego, surgidas por la inspiración de los winemakers Carlos Arizu y Elvio Centurión y el enólogo Edgardo Ibarra. Desde sus primeras vendimias con métodos modernos, a principios de siglo 21, el terruño de Fiambalá pasó de la prehistoria vínica a exportar, en pequeña escala, sus más vibrantes Syrah y Cabernet Sauvignon de cada año. En la vecina Tinogasta algunos pequeños productores están vinificando con ambiciones suprarregionales. 
    En La Rioja sucede algo similar. San Huberto es el retoño tecnificado de una primitiva bodega de vinachos regionales establecida en Anillaco por el padre del ex presidente Carlos Menem. Allí, la familia Spadone y el enólogo mendocino Mauricio Lorca están llevando a cotas de llamativa expresividad el algo caro Nina Petit Verdot y los San Huberto Cabernet Sauvignon Reserva y Chardonnay Reserva. 
    En Famatina están los nuevos viñedos de la finca Liberman (que por ahora se vinifican en Mendoza) y 150 kilómetros al norte, en Chañar Muyo, hay una flamante bodega y viñedos, cuyo producto todavía no conocemos. 
    San Juan también tiene, fuera de los tradicionales oasis de Ullum y Tullum, un mosaico de terruños nuevos: al oeste, la Quebrada de Maradona y al sur el pedemonte de Huanacache y el alto Valle del Pedernal (1.400 metros). Syrah, Bonarda, Cabernet Franc y Petit Verdot son las cepas de los más vibrantes vinos sanjuaninos de las últimas cosechas en viñedos nuevos y viejos. En Córdoba y en Buenos Aires también hay pequeñas plantaciones de futuros terruños emergentes. En la Barranca del Cazador a una hora de Buenos Aires, yo mismo planté un centenar de cepas de Syrah y Cabernet Sauvignon, que espero cosechar y vinificar por primera vez este año. 
    Es que en un país tan vasto como Argentina, hay muchos más terruños vínicos posibles que los que sueña la vitivinicultura mendocina, por cierto dueña de los mejores.

    (*) Director editorial de Austral Spectator