Por Jorge Beinstein
Todo parece indicar que finalmente Saddam Hussein dió en el clavo cuando afirmó que la de Irak era la madre de todas la batallas. Lo señaló hace casi tres lustros cuando el padre del actual presidente de Estados Unidos encabezó lo que ahora conocemos como primera guerra del Golfo. Es difícil saber en que pensó exactamente Saddam cuando dijo eso aunque probablemente tomó en consideración lo que en ese momento aparecía como la emergencia del pensamiento geopolítico de la derecha norteamericana, eufórica ante el desmoronamiento de la Unión Soviética y apuntando hacia la conquista de Eurasia, paso necesario para el dominio imperial del planeta.
Según Richard Heinberg la primera mitad del siglo XX estuvo marcada por la confrontación entre Inglaterra y Alemania peleando por la hegemonía europea; la segunda mitad fue dominada por la guerra fría entre Estados Unidos y la URSS, pero el siglo XXI sería el de la guerra de Eurasia donde los Estados Unidos, vencedor de la guerra fría, intentaría controlar esa enorme masa continental (1). Si asumimos esa tesis tal vez nos veamos obligados a aceptar en un futuro próximo que ese curioso siglo XXI podría durar muy poco ya que al perder la superpotencia la pelea en el primer round (fracaso de la conquista de Irak y Afganistán) probablemente comience de inmediato un segundo capítulo eurasiático mucho más tumultuoso que el anterior pero donde los Estados Unidos ya no jugarían un rol central.
Antecedentes
En las fuentes de la política global de los halcones que hoy gobiernan los Estados Unidos se encuentra lo que podríamos denominar el pensamiento geopolítico anglo-norteamericano entre cuyos pioneros se encuentra el geógrafo inglés Halford Mackinder (1861-1947). A comienzos del siglo XX desarrolló la tesis del heartland, área pivote o decisiva del mundo abarcando Europa del Este y Asia Central cuyo control o neutralización le habría permitido al imperio inglés dominar la totalidad de Eurasia y en consecuencia el planeta (ver el gráfico: Mackinder: el heartland o área pivote del mundo).
Según Mackinder, Inglaterra era una isla no totalmente europea, una potencia marítima localizada en el margen noroeste del continente. Su papel hegemónico dependía del dominio sobre los océanos y del desarrollo de una actividad sistemática de bloqueo a la emergencia exitosa de una potencia terrestre asentada en el heartland. Obviamente pensaba en la posible expansión del imperio zarista en Asia (por ejemplo hacia Afganistán) y otros peligros no menos graves como su eventual convergencia con Japón y Alemania, aunque la guerra ruso-japonesa primero y las dos guerras mundiales después mostraron que ese riesgo no existía, y la conquista de Afganistán muchas décadas mas tarde por parte de los soviéticos fue un fracaso completo.
La teoría de Mackinder tenía entre sus antecedentes prácticos la interminable sucesión de enfrentamientos en el siglo XIX entre rusos e ingleses, (las dos grandes potencias de esos tiempos) de los que fueron testigos la frontera india y Afganistán, calificados entonces como El Gran juego por Sir John Kaye (célebre historiador y alto funcionario colonial en India).
En esa misma época del otro lado del océano aparecían los escritos del almirante norteamericano Alfred Mahan (1840-1914) referidos a la participación activa de los Estados Unidos en el reparto colonial del mundo a través del poder marítimo. Menos de un siglo después de la publicación de las obras de Mahan y Mackinder esa potencia atlántica parecía tener al mundo en sus manos, – su rival eurasiático (la URSS) había implotado y al parecer nadie podía detener sus aspiraciones imperiales.
En 1997 Zbigniew Brzezinski que había sido el consejero estrella del presidente Carter publicaba su libro El gran tablero mundial, donde insistía en que el control de Eurasia debía ser el tema prioritario de la política internacional norteamericana ya que el éxito en ese objetivo le aseguraba el dominio mundial: dicha región acumula cerca de 60% del producto bruto global, las tres cuartas partes de los recursos energéticos conocidos y de la población del planeta (2). Brzezinski consideraba que esa meta debía ser realizada preservando el sistema de aliados de la época de la guerra fría (Japón, los países de las Unión Europea, etc.) y apuntando a contener, a seguir debilitando al tradicional rival peligroso en esa zona, Rusia. Siguiendo ese punto de vista la guerra de Kosovo, desarrollada con la participación activa de los miembros de la OTAN a fines de los ´90, puede ser interpretada como una etapa de esa megaconquista. Uno de sus frutos fue el establecimiento en los Balcanes, flanco izquierdo de Eurasia, de una poderosa implantación militar norteamericana (3).
Sin embargo esa operación exitosa no fue el comienzo de la era eurasiática de Occidente (en su conjunto) sino el final de un sistema de alianzas producto de varias décadas de enfrentamiento con la ex URSS. Porque a partir de allí y con la llegada de Bush y sus halcones a la Casa Blanca la OTAN quebró su unidad y Estados Unidos inició la era de las intervenciones unilaterales cuyo punto más extremo fue la invasión a Irak.
Nueva estrategia eurasiática de EE.UU
Es este viraje en la estrategia de los Estados Unidos que es necesario explicar, sobre todo a la luz de su rápido fracaso.
En realidad no se trató de un cambio brusco; la guerra de Kosovo había estado tapizada por una multiplicación de disputas a nivel de la conducción militar entre estadounidenses y europeos que en ciertos momentos se acercaron a situaciones de ruptura (4). Por debajo de los desacuerdos tácticos referidos a la gestión del conflicto emergían disparidades estratégicas decisivas. Mientras los europeos privilegiaban la dimensión regional de la guerra, pretendiendo una conquista territorial que fortaleciera (estabilizara) su hegemonía sobre la zona apartando futuros factores de perturbación, los norteamericanos solo estaban interesados en su dimensión eurasiática, querían liquidar rápido a las fuerzas hostiles (más allá de los costos humanos) e instalar bases militares integrándolas a sus próximos despliegues hacia el Este (la Unión Soviética decadente, Medio Oriente, Asia Central, etc.). La guerra de Kosovo marcó el comienzo de la escalada de gastos militares estadounidenses, antes de los atentados del 11 de septiembre de 2001, hacia el final de la era Clinton y en plena euforia bursátil.
Pero el despegue de la superpotencia se produjo en el 2001 (Torres Gemelas, Afganistán) que pasó la barrera del sonido en 2003 (Irak). Esa aceleración estratégica obedeció a causas profundas que no pueden quedar reducidas al comportamiento aparentemente irracional de la Casa Blanca.
Recientemente David Fullbrook preguntaba ¿porque el gobierno norteamericano en lugar de gastar US$ 250 mil millones en la invasión y reconversión de Irak no los empleó en contener a Saddan Hussein, financiar a la oposición y buscar fuentes energéticas alternativas? (5), la respuesta es simple: porque no le alcanzaba el tiempo. Por lo menos dos hechos mayores determinaron el nuevo comportamiento, obligando al gobierno a dar un violento empujón voluntarista hacia adelante a una tendencia que se venía instalando de manera irresistible. En primer lugar la (muy) próxima crisis energética global que afecta con fuerte intensidad la superpotencia cuya producción petrolera declina desde hace tres décadas y que depende cada vez más de las fuentes energéticas externas. Kenneth Deffeyes una de los geólogos más prestigiosos de Estados Unidos y veterano experto de Shell acaba de señalar que nos encontramos frente a una realidad sin precedentes en la era moderna, la producción petrolera está dejando de crecer y dentro de poco la oferta no va a poder satisfacer la demanda, ya no hay tiempo para una reconversión energética anticipada, en los próximos cinco años tendremos que enfrentar esta situación con nuestras viejas tecnologías. No será nada fácil (6).
Estados Unidos se encontró a comienzos de la actual década con un hecho ineludible que constituía a su vez un grave peligro y una magnifica oportunidad. Si no aseguraba su suministro de petróleo vería inevitablemente aparecer estrangulamientos energéticos que jaquearían su funcionamiento económico pero al mismo tiempo si establecía su dominio sobre los recursos petroleros mundiales obligaría a las otras potencias globales a someterse a sus políticas. No por simple voluntad de poder sino porque su supervivencia depende de su hegemonía financiera amenazada por fragilidades que se agravan rápidamente (déficits comercial y fiscal, súper endeudamiento público y privado). Hoy la superpotencia no podría sobrevivir sin el aporte de fondos externos (principalmente japoneses, chinos y europeos). Por una parte la dolarización del mercado petrolero es una pieza clave de dicha hegemonía, su desdolarización empujaría catastróficamente el dólar hacia abajo reduciendo los flujos externos ya mencionados. Pero además una posición energética dominante de Estados Unidos constituiría un factor disuasivo para Sudcorea, India, China y Japón que han señalado su voluntad de diversificación de sus reservas hoy sobrecargadas de dólares. También preservaría los lazos financieros con la Unión Europea y frenaría las veleidades rusas.
Es por ello que la Casa Blanca precipitó su ofensiva eurasiática tratando de tomar en poco tiempo el control de un área geográfica decisiva (posee más de 70 % de las reservas petroleras mundiales), extendida franja territorial que abarca desde los Balcanes hasta Afganistán atravesando Turquía, los países del Golfo Pérsico y las ex repúblicas soviéticas de la cuenca del Mar Caspio, tapizándola con protectorados y bases militares. Cuya instalación constituye según Zoltan Grosman, la razón de sus acciones bélicas y no a la inversa, ya que el gran objetivo no es ganar tal o cual guerra sino establecer una mega sistema de presión militar directa en el corazón de Eurasia que sobreviva a los vaivenes políticos locales (7).
La sorpresa irakí
Pero el Gran Juego de los Estados Unidos está ahora a punto de fracasar como resultado de la invasión a Irak que debió haber sido según los estrategas de Washington el paso decisivo de su victoria eurasiática (seguramente habría sido seguida con la invasión de Siria e Irán).
Más aún, ellos la consideraban una guerra fácil, un paseo sin mayores problemas. Recientemente Paul Craig Roberts, alto funcionario del Tesoro de la administración Reagan llamaba la atención sobre lo siguiente: según el Manufacturing & Technology News del 1 de septiembre de 2005, la Oficina de Cuentas del Gobierno ha informado que en el curso de esta guerra las tropas norteamericanas ya han gastado aproximadamente 1.800 millones de municiones de pequeño calibre. Prestemos atención a esa cifra: si existen 20 mil insurgentes (según la información oficial) ello significa que las tropas de Estados Unidos han disparado en promedio cerca de 90 mil veces contra cada uno de ellos, al parecer con muy poco éxito… siguiendo las informaciones oficiales habrían sido eliminados unos 2 mil insurgentes: cada muerte requirió en promedio unos 900 mil disparos.. A lo que Craig Roberts agrega: En realidad los invasores no saben quienes son ni donde están los insurgentes… los analistas militares norteamericanos comienzan a preguntarse si en realidad los Estados Unidos ya han sido derrotados por la insurgencia.(8).
La muy probable derrota obedece a numerosos factores conocidos y desconocidos por ahora, de todos modos es posible detectar un conjunto de subestimaciones y sobreestimaciones que combinadas produjeron una catástrofe, una crisis de percepción de la realidad (inesperada) por parte de la Casa Blanca y sus mandos militares.
Creyeron que su apabullante superioridad tecnológica les permitía disponer de un armamento que inevitablemente iba a sumergir en el pánico a los nativos (al estilo de las guerras coloniales europeas del pasado) pero se encontraron con una población que había atravesado el siglo XX, se había modernizado, urbanizado, formaba parte de una nación (luego de varios siglos de dominación extranjera). Las tropas invasoras destruyeron el Estado, pero por debajo del mismo existía una sociedad civil muy dinámica que rápidamente se recompuso del shock y comenzó a resistir de manera muy plural, multiplicando sus iniciativas y organizaciones, sin mando central.
Para decirlo de manera esquemática los estadounidenses creían poder instalarse en un país aplastado por el autoritarismo, abrumado por taras de tipo feudal, es decir con una sociedad atrasada y se encontraron con el siglo XXI (periférico pero moderno). Emplearon (sobreestimaron) un poder tecnológico avasallador, aunque las guerras no se ganan solo con armas sino (principalmente) con tropas, pero estas últimas carecen del espíritu de combate necesario; su retaguardia (la sociedad norteamericana) está seriamente afectada por profundos procesos de desintegración y deterioro cultural, en consecuencia su maquinaria de guerra resultó ser tan sofisticada, cara y gigante como ineficaz.
Por sobre todo subestimaron un hecho civilizacional mayor; el renacimiento (político) del Islam que cubre hoy no solo la casi totalidad de la franja territorial eurasiática, el heartland que Estados Unidos pensaba controlar, sino que se extiende mucho más allá incluyendo a cerca de 1300 millones de seres humanos. Este renacimiento desborda viejas formas políticas y estatales (muchas de ellas decadentes) que habían predominado durante la época de la guerra fría.
El problema no es solo Irak sino también Afganistán que en los últimos meses va ingresando en un proceso de irakización no menos sorprendente para Estados Unidos (9) acompañado por graves deterioros en el proceso de integración (norteamericanización) de fuerzas militares de Asia Central.
Recientemente la revista Asia Times informaba que desde Irak hasta Afganistán a través de las repúblicas de Asia Central los militares occidentales han descubierto que una cosa es entrenar tropas locales y otra es muy diferente obtener su lealtad. Estados Unidos y Gran Bretaña han suspendido importantes programas de entrenamiento militar en Tajikistan. Uzbekistan, Kyrgyzstan, Turkmenistan, Georgia, Ukrania y Azerbaijan luego de más de 800 deserciones de tropas locales entrenadas. Muchos de estos desertores se han incorporado a organizaciones como Al-Qaeda o las fuerzas rebeldes chechenas(10).
El triángulo eurasiático.
Como resultado de resistencias iniciales a la ofensiva norteamericana pero luego alentadas por los tropiezos de esta última, comenzaron a emerger tendencias crecientes a la autonomía e integración de estados decisivos de la región rápidamente acompañados por países menores.
Rusia (potencia energética) acaba de realizar maniobras militares conjuntas con China dejando así superadas las disputas de la era soviética (las últimas maniobras militares conjuntas habían sido realizadas en 1958), hecho que acompaña un proceso de interpenetración económica de alta densidad.
El comercio no-militar ruso-chino ha crecido en el último quinquenio a una tasa anual promedio del orden de 20 %. En 2004 alcanzó US$ 20 mil millones y según las autoridades de ambos países llegará en 2010 a los US$ 60 mil millones. Las exportaciones de petróleo ruso a China situadas en 10 millones de toneladas en 2005 subirán a 15 millones en 2006, hecho vinculado a la reciente renacionalización de la empresa petrolera rusa Yukos (la única empresa petrolera rusa que exporta a China). Por su parte China firmó a comienzos de 2004 un acuerdo de suministro de gas con Irán (110 millones de toneladas) para los próximos 25 años. Este acuerdo fue seguido por otro de fines del mismo año por US$ 100 mil millones que permitirá a China importar durante el mismo período 150 millones de toneladas adicionales de gas provenientes del yacimiento de Yadavaran que también le suministrará 150 mil barriles diarios de petróleo.
Desde 2004 China es el primer importador de petróleo de Irán donde sus inversiones en el sector energético serán el próximo cuarto de siglo del orden de los US$ 100 mil millones. Por su parte Rusia incrementa sus ventas de armas a Irán, colabora con su programa de desarrollo nuclear (acentuando la irritación de los Estados Unidos) e intensifica inversiones de todo tipo en dicho país.
Estos acuerdos económicos y militares coinciden con convergencias importantes en materia de política internacional, por ejemplo sobre posiciones comunes respecto de Taiwan y Chechenia (chinos e iraníes se oponen al independentismo checheno, rusos e iraníes apoyan las reivinicaciones chinas respecto de Taiwan) (11).
Este entramado económico-político-militar tiende a conformar un triángulo estratégico con un enorme poder de atracción sobre otras grandes potencias regionales como Japón e India (ambos grandes importadores de petróleo) pero también sobre una amplia constelación de pequeños y medianos países eurasiáticos.
Por ejemplo las ex repúblicas soviéticas de Asia Central regidas por gobiernos caracterizados por su alto nivel de autoritarismo y corrupción que suelen rápidamente pasar de un bando a otro (China acaba de firmar un acuerdo con Kazakhstan para la construcción de un oleoducto por unos US$ 3500 millones), pero también sobre regímenes tradicionalmente vinculados a los Estados Unidos, tal como el de Tailandia que intensifica sus relaciones económicas y políticas con China (12) o el de Turquía con Rusia, unos de cuyos resultados es la reciente inauguración del gasoducto Blue Stream que partiendo de Rusia atraviesa el Mar Negro para llegar a Ankara. Contrajuego ruso evidente al golpe representado por la concreción del oleoducto anglo-norteamericano que aprovisionará a Europa de petróleo de la cuenca del Mar Caspio sin pasar por Rusia (parte de Baku, en Arzebaijan y atraviesa Georgia para llegar al puerto turco de Cayhan) considerado por Moscú como una agresión occidental.
Convergencias, disputas, fortalezas y fragilidades.
Aparentemente estamos asistiendo a una suerte de integración eurasiática motorizada por países en rápido crecimiento como China o India o con sistemas industriales con alto peso internacional como Japón o Corea del Sur. Sin embargo las convergencias suelen estar atravesadas por disputas no menos fuertes algunas de vieja data. Tampoco los éxitos económicos son tan idílicos como ciertos medios de comunicación hacen suponer; en ciertos casos se contraponen a desajustes sociales y políticos peligrosos.
China crece pero al mismo tiempo aumentan sus desigualdades regionales y la concentración de ingresos. También India crece con altas tasas anuales pero con más de 40 millones de desocupados y 250 millones de pobres (buena parte de ellos sobreviviendo en condiciones infrahumanas), con una fuerte implantación guerrillera maoísta en su frontera norte, Nepal, pero también en extendidas zonas rurales de su propio territorio donde persiste la guerrilla naxalista. Además las disputas indo-pakistaníes, que provocaron guerras en el pasado, suavizadas en los últimos meses preservan su peligrosidad potencial.
China y Japón comercian cada vez más lo que no impide que de tanto en tanto estallen viejos rencores heredados de la época de la invasión japonesa. Japón anuda lazos económicos con Rusia pero mantiene con ese país serias disputas territoriales.
Tampoco esa convergencia accidentada se desarrolla sin dependencias extra-regionales. Por el contrario la integración asiática se combina con el rol decisivo del cliente norteamericano de las exportaciones chinas, japonesas, sudcoreanas o indias. En consecuencia es muy probable que la decadencia económica de los Estados Unidos aumente los problemas internos de casi todas estas economías asiáticas, lo que seguramente afectará negativamente la estabilidad regional, incluidas las relaciones entre varios de sus Estados. .
En fin, la Unión Europea, que podría aproximarse en el futuro a una supuesta dinámica eurasiática, tiene ahora serios problemas en su propio proceso de integración y afronta crisis sociales en sus países líderes (Alemania, Francia).
Unilateralismo y despolarización
Al parecer el unilateralismo norteamericano entraría en declive en los próximos años, y su gran juego sobre Eurasia se vería en ese caso notablemente reducido. Si suponemos que el pasado se repite tendríamos que esperar la emergencia de una nueva superpotencia. Los Estados Unidos remplazaron a Inglaterra luego de la Segunda Guerra Mundial (que ya llevaba varias décadas de declinación). Está de moda atribuirle ese papel a China y también a la Unión Europea, sin embargo la extrema dependencia de ambos con relación a la trama comercial y financiera global cuyo motor principal son los Estados Unidos legitima la hipótesis de que el hundimiento del gigante americano podría llegar a arrastrar en su torbellino a los otros grandes estados.
¿Por qué no imaginar entonces la emergencia hegemónica global de una suerte de convergencia eurasiática de la que el triángulo Rusia-China-Irán sería el primer paso (incorporando más adelante a India, Japón y Corea)? Es un escenario seductor, el heartland que aparecía como el premio mayor a la dominación occidental del mundo en las ilusiones geopolíticas de Mackinder o Brzezinski (y de Bush y sus halcones) tomaría vuelo propio convirtiéndose en una suerte de amo colectivo del planeta.
Es posible, pero también es probable otro escenario: ni Estados Unidos conquista Eurasia, ni es remplazado en esa misión por Europa occidental, ni por una superpotencia eurasiática individual o colectiva. Tampoco asistiríamos a un equilibrio más o menos durable entre todos o algunos de ellos. Esta hipótesis descarta tanto la perspectiva unipolar como la multipolar, esa a que se refieren algunos estudiosos del tema cuando echan a rodar el concepto de despolarización.
(1) Richard Heinberg, The US and Eurasia: End Game for the Industrial Era?, MuseLetter, nº 132 – February 2003 (www.museletter.com/archive/132.html).
(2) Zbigniew Brzezinski, El gran tablero mundial, Ediciones Paidos-Iberica, 1998.
(3) El resultado de las intervenciones de Estados Unidos en Bosnia (1995) y Kosovo (1999)… fue la instalación de nuevas bases militares norteamericanas en cinco países: Hungría, Albania, Bosnia, Macedonia, y el gigantesco complejo militar de Camp Bondsteel en Kosovo . Zoltan Grossman, New US Military Bases: Side Effects or Cuse of Wars, February 05, 2002, Znet (www.zmag.org/content/TerrorWar/grossman_new_bases.cfm)
(10) Ramtanu Maitra, Western-trained, Western-armed, enemies, Asia Times, Oct 6, 2005.
(11) Jephraim P Gundzik, “The ties that bind China, Russia and Iran”, Asia Times, Jun 4, 2005.
(12) Muchos de los ministros tailandeses incluido el Primer Ministro Thaksin Shinawatra, tienen a traves de sus familias importantes inversiones en China, numerosas empresas tailandesas incrementan velozmente sus negocios con su gran vecino del norte , David Fullbrook, art. cit.