Por Por Roly Boussy (*)
Resulta una utopía encontrar un enfoque inédito para hablar sobre el vino. Sucede que el consumo de vinos finos se ha convertido en una tendencia social muy fuerte. Todo el mundo tiene algo para decir: saber de vinos es cool, es el ticket to play para acceder a exclusivas esferas.
Ahora bien, ¿qué hay de cierto detrás de todo este show? Existen los fanáticos de los varietales tradicionales, los que prefieren ensambles y los innovadores que se inclinan por nuevos cepajes como el Carmenere, el Tanat o el Syrah. Sin embargo, cabe preguntarse si el consumidor realmente puede distinguir entre uno u otro vino. ¿Cuántos hay que diferencien el Cabernet Sauvignon del Malbec? ¿Cuántos podrían percibir la diferencia entre un Catena Zapata de $200, un Carmelo Patti de $35 y un Atilio Avena Roble de $15 la botella? ¿Cuántos distinguirían, en una degustación a ciegas, un López blanco de uno tinto, servidos a igual temperatura?
Desde ya los expertos y los que de veras estudian el vasto universo de sabores, colores y aromas que encierra la vitivinicultura lo lograrían, pero sincerándonos: ¿cuántos serían; qué porcentaje sobre el total?
Cada una de estas preguntas permiten reflexionar acerca de las perspectivas dominantes respecto al vino. Si es el producto en sí mismo, el packaging, el precio, la marca, la denominación de origen, el arte de la etiqueta, o simplemente el precio, lo que define nuestra elección.
Entiendo que la perspectiva dominante es el posicionamiento del vino. Es decir: el lugar que ocupa en nuestras mentes, más allá de sus atributos intrínsecos.
En sí, no es el vino lo importante, sino lo que hace por nosotros. La clave está en la percepción, en el imaginario del consumidor.
Para unos será la materialización de la comunión entre el hombre y la naturaleza que nos invita a descubrir los secretos de su génesis.
Para otros será el medio para demostrar socialmente que la vida les permite gastar cientos de pesos en un alta gama que ni siquiera sabrían muy bien como describir.
Tomo para ser, soy lo que tomo, elijo en lo que quiero convertirme al pedir un vino Como fuera, el vino produce la alquimia.
Ahora bien, para aquellos que se desentiendan de intelectualidades y representaciones y prefieran la intimidad de un encuentro genuino recomiendo descubrir y definir las sensaciones inéditas que brinda el encuentro del vino con los sentidos.
Solo será cuestión de crear el entorno, las razones, los objetivos, los argumentos, en fin, la historia que quieran, pero dejando que sea el vino quien se la cuente.
(*) Asociado de Ordoñez, Bianco Consultores
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