Gran alianza energética de Asia


    Contra quienes predican el evangelio del mercado, este asunto involucra a empresas estatales. La puja por recursos en la zona enfrenta a los dos países más poblados del mundo, cuya demanda de hidrocarburos sube a un ritmo sin parangón en la plaza global.


    Según analistas en Nueva York y Londres, el monto ofrecido por los chinos es relativamente alto, particularmente tratándose de yacimientos que ya han pasado su producción pico. Al mismo tiempo, el interés de Beijing y Delhi es perfectamente explicable, dado su intenso ritmo de expansión económica.


    Sea cual fuere quien se imponga en la puja, PyetroKazajstán implica una producción de 150.000 barriles diarios en términos de crudos. Por supuesto, es una cantidad desdeñable si se la relaciona con el consumo chino (seis millones de b/d, segundo en el planeta) o los 3.500.000 b/d indios.


    No obstante, el objeto de ambos gigantes consiste en acumular activos petroleros bajo su control. De cuajar, sería la primera toma de una petrolera, registrada en bolsas del exterior, hecha por China. Los aspectos estratégicos de la movida explican que la Oil & Natural Gas Corporation india se haya abocado inmediatamente a preparar una contrapropuesta. Esta compañía es líder en explotación de su país y la china es máxima productora en el suyo.


    Se percibe ya la emergencia de un núcleo duro del eurasiatismo sobre bases energéticas es la convergencia entre China, Rusia e Irán, que algunos analistas califican de Gran Alianza Energética de Asia destinada a cambiar radicalmente las relaciones económicas y políticas internacionales (ver Escenario Global, página 36 de esta edición).


    Podría operar como catalizador de una compleja trama periférica de intereses abarcando desde Venezuela hasta la India y seduciendo a la Unión Europea y Japón. La integración entre China y Rusia se acelera y la reciente realización de maniobras militares conjuntas después de casi medio siglo de distanciamiento consolida un proceso impulsado por suculentas ventas de armas e insumos energéticos de Rusia a China compensadas con exportaciones industriales. Pero al mismo tiempo se estrechan los lazos comerciales de Irán con Rusia (que incluye el tema nuclear) y China (petróleo, nuclear, productos industriales) acompañados por una densa red e inversiones.


    Si se traza una elipse cubriendo el Medio oriente y la Cuenca del Mar Caspio se encuentran 70 % de las reservas petroleras del mundo y es hacia esa zona donde se orientó prioritariamente el poderío norteamericano desde los años ´90 asumiendo un perfil claramente militar en esta década.


    El mapa energético global se divide claramente entre los productores-exportadores y los grandes consumidores-importadores. De este último bando forman parte las tres áreas de superdesarrollo; Estados Unidos, la Unión Europea y Japón al que se han incorporado recientemente dos gigantes emergentes de la periferia: China e India. La atención debe ser focalizada en Estados Unidos y China; desde comienzos de la década actual la suma de ambos representa más de 60 % de los incrementos en la demanda mundial.

    Las cifras reales de las reservas de hidrocarburos constituyen un secreto celosamente guardado por países productores de primer orden como Rusia o Arabia Saudita y empresas petroleras gigantes. Las reservas globales actuales de petróleo se sitúan entre 950 y 1000 billones de barriles. Al ritmo del consumo actual (en torno de los 84 millones de barriles diarios) quedaría petróleo para tres a cuatro décadas más.



    Chindia, ¿la clave


    del Lejano oriente?




    Durante el siglo pasado China e India eran vistas como leviatanes demográficos, pero enanos económicos. Con casi un tercio de la población mundial, ambas sufrían graves déficit de alimentación y vivienda, en un marco de extrema pobreza que les impedía encarar esfuerzos industrializantes. Eran clásicos ejemplos de subdesarrollo en toda la línea. Ya a inicios de este siglo, por el contrario, Occidente sospecha que deberá lidiar con las contradicciones de ambos gigantes, pero ya convertidos en actores en el escenario de la economía global.


    Por de pronto, China comienza a ser aludida como plataforma manufacturera del mundo. Una exageración, tanta como suponer que India será una potencia gracias a la masiva tercerización de servicios con alto contenido tecnológico. Ambos mercados reflejan sólo mano de obra de bajo costo, por lo cual el consumo sigue dependiendo del crecimiento vegetativo, no del mayor poder adquisitivo de la población. Más aún: India no alcanza todavía el impulso industrializador ni los cambios estructurales de China. Sea como fuere, la sombra sinoindia se yergue sobre este lado del Pacífico.


    Uno de los puntos básicos que los propios expertos indios recalcan es que el desarrollo de los dos vecinos no sale de la nada. Por el contrario no son economías emergentes sino reemergentes, sostiene el analista Jairam Ramesh en Chindia, reflexiones sobre China e India. Sólo que se trata de un proceso macrohistórico.


    Hacia fines del siglo XVII de la era común recuerda el autor-, ambos países lideraban el mundo y no sólo en lo demográfico. Mucho más China, desde antiguo un estado centralizado, que la volátil y fragmentaria India, unificada recién bajo el raj británico (siglos XVIII y XIX). En este plano, Ramesh toma un reciente estudio de la Organización de Cooperación pro desarrollo Económico (club de países ricos, París).


    Sin mucho rigor, la OCDE ofrece un panorama histórico basado en la distribución del ingreso mundial, en términos de paridad entre el poder adquisitivo por áreas en momentos determinados. A saber, China, India, Europa occidental, Estados Unidos, Japón y Rusia en 1700, 1820, 1890, 1952, 1978 y 1995. Cabe acotar que EE.UU. no existía en 1700 ni era muy relevante en 1820. Además, el trabajo de la entidad no ha sido actualizado desde entonces. En algunos aspectos, Ramesh lo hace, pero no en forma orgánica.


    Hacia 1700, China e India representaban 23,1 y 22,6% del ingreso mundial. A partir del siglo XVIII, ambas entraron en declive. Hasta 1979-95, lapso durante el cual China pasó de 5 a 10,9% e India de 3,4 a 4,6%. Desde 1996, ambos ritmos han ido acentuándose, aunque China muestra mayor impulso.


    Existen dos puntos subrayados por la OCDE y descuidados por el indio: desde 1820, es Occidente que se acelera, no Oriente que declina. Sea como fuere, el trabajo de Ramesh tiende a un equilibrio entre intereses nacionales e imperativos de la globalización (fenómeno que considera tan positivo como irreversible). A tal punto que ridiculiza los intentos indios de poner un hombre en luna antes que los chinos.


    En años recientes, Beijing avanzó bastante en su plan espacial e insiste en que podrá llevar un hombre a la luna en 2006/7. Por ende, Delhi habla hoy de imitarla hacia mediados de la segunda década. Ninguno de ambos programas y sus gastos parecen muy sensatos. Sí lo es la rivalidad chino-india por extender espacios geopolíticos o económicos hacia Asia central, Indochina e Indonesia.


    Sumirse en una carrera espacial sería estúpido declara Ramesh-, porque no hace falta sobreactuar en materia de los planes espaciales existentes. Los mejoramientos tecnológicos asociados a estos esfuerzos son demasiado relevantes como para malgastarlos en aras de un imaginario prestigio nacional.



    Celos entre vecinos



    El tema tiene otra cara, que se resume en una pregunta insistente: ¿Por qué ellos y no nosotros?. El analista tiene una respuesta: No hay ningún misterio en eso. China arrancó con mayor ímpetu que India porque fue mucho más pragmática. Al respecto, repite una cita ya clásica de Deng Xiaoping: ¿Qué importa si el gato es blanco o negro, en tanto cace ratones?.


    Ramesh saca un corolario típicamente mercantilista. A diferencia de India, China no tiene leyes laborales restrictivas ni reserva áreas pequeñas y medianas empresas. No ha ahogado el crecimiento industrial con políticas fiscales duras. Además, exporta e importa proporcionalmente más.


    En síntesis, este analista predica una economía de mercado sin cortapisas sociales, algo perfecta e irónicamente- al alcance de un régimen totalitario como el chino. Pero no tan fácil para la especie de democracia que impera en India.


    En otro plano y habiendo sido él mismo dirigente político oficialista, Ramesh refleja el apartamiento del Partido del Congreso respecto de sus principios fundacionales y el compromiso de Jawaharlal Nehru con una economía mixta de fuerte sesgo social. Opuesto al rigor de Indira Gandhi hija del pandit- el actual columnista económico adhiere a Manmohán Singh, actual premier que, en los 90, fuera ministro de Hacienda con Narasimha Reo. Ambos encararon políticas pro liberalización y derregulación, orientadas a los mercados financieros. En verdad, Ramesh exige reformas más profundas y rápidas.


    Este énfasis se diluye un poco cuando aborda el comercio entre EE.UU. e India. India ya no es tan pasiva en materia comercial y por eso empieza a recibir andanadas de allende el Pacífico. Quizá no tanto como China, pero bastante. Sólo que, en vez de manufacturas celosas de la competencia china, se trata de sindicatos preocupados ante la eliminación de puestos laborales generada por la tercerización en India.


    Dejando de lado estadísticas exageradas sobre ahorro de costos laborales, Delhi debiera concentrarse en los flujos de intercambio en ambas direcciones. Pero, más que eso apunta Ramesh con bastante originalidad- el sector privado indio tendría que dedicarse a tomar empresas norteamericanas en problemas y reactivarlas. Autopartes, textiles e ingeniería son sectores con gran potencial para colocar capitales indios.