Prodi abrió hostilidades y los turcos miran a Washington

    En realidad, Ankara no se
    sorprendió, pues los no plebiscitarios en Francia y Holanda contenían un
    fuerte sesgo antiturco, acentuado por el nuevo
    papa. No cuenten con la UE, decían empresarios otomanos. Pensemos más bien
    en Estados Unidos y veamos qué proponen los rusos.
    Esas nuevas actitudes se extendían perceptiblemente este mes. Muchos
    dirigentes se preguntan si el sueño europeo realmente vale la pena, mientras
    reexaminan sus relaciones con Washington, deterioradas a raíz de la invasión
    a Irak y la política pro kurda de la ocupación. Esos matices explican el
    interés en discretas propuestas de Moscú a Ankara y los países
    centroasiáticos de habla turca, en cuanto a armar un bloque eurasiático.
    Franceses y holandeses rechazaron un proyecto constitucional para frenar la
    ampliación de la UE identificada con una futura marea de inmigrantes pobres
    y el control de sus vidas por burócratas en Bruselas y Francfort (Banco
    Central Europeo). Ahora, los otomanos dudan que su porvenir esté entre esa
    gente.
    Por supuesto, pocos creen en el plan estadounidense para imponer en Levante
    una democracia occidental. Pero, fuera de ello, el propio primer ministro de
    Turquía, Recip Tayyip Erdögän, visitó semanas atrás Washington, donde recibió
    apoyo a gestiones para finalizar el aislamiento político y económico de la
    Chipre turca.
    Formalmente, la UE convino en diciembre iniciar conversaciones sobre su
    ingreso el 3 de octubre próximo. Con ese objeto, Ankara sancionó un nuevo
    código penal y firmó un protocolo por el cual la antigua unión aduanera
    europea que Turquía integra desde 1963 se extendió a los nuevos miembros,
    incluso la Chipre griega.
    Sin embargo, las perspectivas de ingreso tornan a oscurecerse. La ola de
    intolerancia étnica que recorre la UE se cifra en los peligros que entraña
    un país con 80 millones de musulmanes (proyección hacia 2015) más pobres que,
    por ejemplo, Polonia con sus futuros 50 millones de católicos. De paso, esa
    eventual UE limitaría con Siria, Irak, Irán y una volátil marquetería de
    repúblicas caucásicas.
    Luego de la volte face de Prodi, algunos políticos europeos hablan
    abiertamente de asociado especial, no ya de socio pleno, cuando se refieren
    a Turquía. La idea, lanzada hace tres años por el chauvinista Valéry Giscard
    dEstaing, ex presidente francés, acaba de ser retomada por los
    democristianos alemanes. Su líder, Angela Merkel muy influida por
    Ratzinger, se presenta en septiembre para disputarle el gobierno a Gerhard
    Schröder y promete bloquear las negociaciones con Ankara, si gana las elecciones.
    Pero hay otra promesa letal. En 2004, Jacques Chirac sucesor de Giscard
    anunció que el ingreso turco sería sometido a un plebiscito. Tras el
    estruendoso fracaso del referendo constitucional, eso sería peor que el
    bloqueo germano. Por su lado, muchos turcos están hartos de las múltiples
    exigencias sin garantías proporcionales impuestas a su ingreso.
    Un creciente grupo de políticos, empresarios e intelectuales empieza a
    vislumbrar el día cuando Turquía ya no precise a la UE, merced al apoyo de
    Estados Unidos y de Rusia. Por de pronto, hay un marco económico favorable:
    el PBI repuntó casi 10% en 2004 y puede añadir 6% en 2005; el actual
    desempleo (10%) es el menor en más de 30 años y aumentan las inversiones
    externas directas, pues la secular corrupción turca va aflojando.
    Las tratativas con Bruselas arrancarán no más en octubre, aseguran en Ankara,
    pero serán lentas, duras y desagradables. Parte del problema, como ocurre con
    el proyecto constitucional, remite a normas rígidas. Una dicta que cada punto
    demande el sí de los 25 socios. Bastará una bolilla negra (la intolerante
    Chipre griega, por ejemplo) para mandar todo al diablo.