Ahora,
el primer motor parece perder arrastre. Según cifras federales,
el trimestre enero-marzo proyecta en apenas 3,1% el crecimiento del producto
bruto interno para este año.
A ambas orillas del Atlántico, hablan ya de una “estanflación
de nuevo tipo”, aludiendo a la temible mezcla de inflación
con estancamiento que causara estragos en los años ’70. Antes
de la primera crisis petrolera (1973-5), casi toda la teoría económica
negaba que fuese posible esa combinación. Lo era. Ahora, economistas,
analistas y algunos bancos centrales –muy pocos, todavía–
son más cautos al respecto. Menor poder adquisitivo, crecientes
desequilibrios –fiscales, externos–, tenaz desempleo y crudos
caros hacen temer turbulencias setentistas.
Desde principios de abril, cunden advertencias que la dirigencia política
ignora –especialmente en Estados Unidos– sobre “una
crisis petrolera permanente”. No la mentaban Paul Krugman, Jeffrey
Sachs, Kenneth Galbraith ni otros “disidentes” sino el mismísimo
Fondo Monetario Internacional (“occasional paper”, 7 de mayo).
A pesar del repliegue con altibajos iniciado en enero, a mediados de mayo
los crudos costaban 70% más que dos años antes, a valores
reales. Claro, no era 185% de 1973-5 ni 158% de 1978-81. Pero basta para
alarmarse un poco.
Ahora bien, medios vinculados a Wall Street y a la City londinense no
abrigan grandes temores. Arguyen que la actual desaceleración del
PBI estadounidense es nada comparada con los cimbronazos de los ’70
o con la drástica astringencia antinflacionaria desatada en los
’80 por Paul Volcker, un jefe de la Reserva Federal aún más
temible que Alan Greenspan.
Tres recesiones
El decenio 1973-82 atravesó tres recesiones en economías
centrales, inflación superior a 10% anual y desempleo de 6 a 10%.
Hoy, Estados Unidos experimenta “apenas” 3,3% de inflación
básica –un indicador arbitrario, no usado en los ’70,
que excluye alimentos y combustibles–, pero 4,4% si se toman todos
los rubros minoristas, o 5,2% de desempleo urbano. No obstante, el primer
mandato de George W. Bush lo había empujado de 4,3 a 6,2% y, en
esta fase, viene subiendo desde un piso de 4,9%.
Pero ni los gurúes del optimismo las tienen todas consigo. Por
ejemplo, mientras el PBI estadounidense no crezca a 3,75-4% anual, la
reactivación que Greenspan y Wall Street imaginan seguirá
en “veremos”.
Hasta el momento, sostienen los adictos al modelo Bush, los consumidores
estadounidenses han salvado el día vía importaciones. Pero
los gastos en Irak –bélicos, no de reconstrucción
ni desarrollo– y el prodigioso déficit en cuenta corriente
neutralizan buena parte de aquel factor positivo. Justamente, ésta
es la diferencia respecto de los ’70, cuando Washington no tenía
esos rojos astronómicos.
Estados Unidos deberá contraer deudas nuevas por US$750.000 millones
este año. La locomotora, en realidad, arrastra cada año
menos vagones.
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