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Una
maquinaria mundial con 78.000 personas y capitalización bursátil
por casi US$ 150.000 millones a diciembre pasado, una de las dos
mayores fabricantes de semiconductores ha iniciado una reorganización
fenomenal. Su mensaje es claro, aunque no le guste a Craig Barrett:
los mercados ya no precisan la ley de Moore.
Eso significa decirles adiós a sus segmentos operativos,
entre ellos el legendario negocio de arquitectura, fuente de chips
cada vez más veloces. En adelante, la compañía
prestará más atención al exterior del negocio
y pasará a ofrecer lo que llama “completa plataformización
tecnológica”. Eso quiere decir reunir una gama de microprocesadores
con funciones diferentes –seguridad, imagen, audio, inalámbricos– en una sola plataforma cuyas combinaciones se apliquen a usos particulares.
Obviamente, la revolución demuestra que Intel se había
retrasado respecto de las cambiantes necesidades en el mercado de
semiconductores. En especial, la “despriorización”
de la velocidad entre los usuarios y la integración de procesadores
a otras tecnologías.
La empresa también venía fracasando, hasta el momento,
en crear e imponer procesadores para dos dinámicos mercados:
telefonía móviles y electrónicos para uso hogareño.
Esto quedó patente en marzo, cuando IBM, Sony y Toshiba anunciaron
“una supercomputadora dentro de un chip”. La novedad da
a entender que la futura “casa digital” no representará para Intel el predominio que mantiene en materia de PC.
La plataformización es una idea de Paul Otellini, director
operativo que, en mayo, sucederá a Craig Barrett como director
ejecutivo. Con sus antecedentes en marketing, será el primer
CEO de Intel no proveniente de la ingeniería informática.
¿Adiós
a Gordon Moore?
Durante años, Intel y sus rivales se dedicaron a seguir –con
enorme éxito– los cánones de la ley de Gordon
Moore, el otro confundador de la empresa. En 1965, pronosticó
que la cantidad de transistores por procesador iría doblándose
cada año, lapso que luego elevó a 18 meses. Con el
tiempo, eso fue equivaliendo a un “velocímetro”
que medía la cantidad de pulsos electrónicos por segundo.
Hace unos 30 años, el procesador Intel –la parte de
una computadora que ejecuta las instrucciones de programa–
podía alcanzar dos millones de pulsos por segundo. O sea,
2 megahertzios. Hacia 2000, la cifra llegaba a un gigahertzio, esto
es mil millones de pulsos. Para fin de 2004, Intel planeaba procesadores
de 4 gigas.
Pero no. En octubre último, la compañía archivó
el proyecto y mantuvo la serie Pentium 4 en 3,8 gigas. ¿Por
qué se abandonaba la ley de Moore?, por razones mucho más
económicas que técnicas. “No hemos arribado al
límite de la ley, pero el mercado ya no requiere velocidades
mayores”, señalaba Simon Yates, analista jefe de sistemas
en Forrester Research.
El abaratamiento de computadoras y otros dispositivos en un mercado
masivo, transforma los tipos de usuario. En 2004, por ejemplo, se
marcó un hito: las personas compraron más que las
empresas en venta global de chips por valor. Se supone, claro, que
como partes de equipos y aparatos. Por consiguiente, las características
requeridas a los procesadores cambian junto con la estructura del
mercado.
Otro
mercado
El desplazamiento de la demanda, de usuarios institucionales a individuales,
se refleja en las ventas de chips DRam, empleados para almacenar
datos en computadoras de memoria corta. Según la Semiconductor
Industry Association, en 2004 sus ventas subieron 61% en valor,
contra apenas 11% de avance en microprocesadores.
La confesión de Intel, en cuanto a que ya no era negocio
alcanzar cuatro gigas en una unidad central de proceso (CPU), derivaba
en parte de un hecho: las mejoras generales de desempeño
pueden lograrse en formas más simple. Por ejemplo, aumentando
la memoria dinámica u oculta en cada procesador, lo cual
le permite recobrar datos frecuentes más rápido que
recurriendo a la memoria central de cualquier sistema.
La plataformización a medida de las necesarias del usuario
está siendo activamente empleada en materia de dispositivos
manuales múltiples. Empresas como Texas Instruments han comenzado
hace varios años a agrupar chips con funciones diferentes.
Justamente, TI acaba de lanzar el primer semiconductor integrado
para celulares, que reduce de cuatro chips a uno funciones analógicas,
audio, control de radiofrecuencias y alimentación.
Pero Barrett no se rinde. A criterio del CEO saliente “innovación
y velocidad seguirán siendo relevantes. Aun en cuanto a plataformas”.
Durante una conferencia, semanas atrás en el “foro Intel
de desarrollo” (San Francisco), describió tecnologías
y políticas claves en el sector. Y lo hizo a 40 años
de la ley hoy acotada.
Resulta llamativo que, confirmado como sucesor de Barrett y zambullido
en el plan de reconversión, Otellino se mantenga en silencio.
Por ejemplo, su todavía jefe monopolizó la escena
en San Francisco y pateó al córner muchas preguntas
acerca de la reorganización y el futuro eje estratégico.
Liderazgo
disputado
Contra las nuevas teorías en Silicon Valley, el experto cree
que Moore sigue en vigencia. “Nuevas tecnologías, recursos
como procesadores multinucleares o innovaciones en plataformas ofrecen
oportunidades adicionales para desarrollo y expansión de
la industria”.
Pero, obligado por los mercados, el sector se inclina por dar lugar
a la convergencia entre computación y telecomunicaciones.
Barrett insiste en que “el compromiso de Intel con Moore permite
crear ahora plataformas integradas que ofrecen una amplia gama de
posibilidades para individuos y organizaciones”.
Ocurre, empero, que son Texas Instruments y la alianza IBM-Sony-Toshiba
los que explotan todo el potencial de esos recursos, la innovación
progresiva y la cooperación entre industrias.
Buenos
números, pese a todo
En el plano financiero, la compañía –una de las
dos mayores fabricantes de microprocesadores en el mundo– vendió
por US$ 9.600 millones en octubre-diciembre y 34.200 millones en
todo 2004. En el segundo caso 13,3% sobre el período comparativo
anterior.
En un comunicado oficial dirigido semanas atrás a los analistas
bursátiles, Intel señaló que las utilidades
del cuarto trimestre representaron 33 centavos por acción.
De paso, recordó que los ingresos globales del año
pasado, 2004, superan el máximo anterior (2002), que era
US$ 33.700 millones.
Los ingresos netos en el cuarto trimestre fueron US$ 2.100 millones.
Es decir, crecieron 11% de manera secuencial, pero disminuyendo
2% con respecto al año anterior. Debe anotarse que, a principios
de marzo, los paneles tecnológicos Nasdaq cedieron apreciablemente
porque, según temen varios expertos, los resultados de Intel
no cumplirían los pronósticos para 2005.
Sin embargo, Barrett se veía eufórico: “Hemos
cerrado 2004 con ventas récord y sólida demanda de
nuevos productos en todas las regiones geográficas y canales
de distribución. Nuestras inversiones en capacidad de fábrica,
innovaciones y presencia han deparado alzas de dos dígitos
en ingresos y ganancias, por segundo año seguido. Esperamos
continuar creciendo, pues renovaremos nuestra tecnología
de proceso y presentaremos los primeros microprocesadores de doble
núcleo para diversas plataformas nuevas”.
Volviendo al resumen informativo de la firma, en 2004 hubo ingresos
netos por US$ 7.500 millones, 33% sobre los 5.600 millones de 2003.
Las utilidades por acción fueron de US$ 1,16 (+36% sobre
los 85 centavos en 2003). Intel pagó dividendos récord
en efectivo de 1.000 millones, anunció dos duplicaciones
de los dividendos en efectivo y asignó US$ 7.500 millones
para recomprar acciones ordinarias.
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