Hacia un nuevo tipo de consumo

    El perfil
    y los números de British Airways reflejan la gestión de
    Eddington. Con 52.000 empleados, los nueve primeros meses del anterior
    ejercicio –o sea, a diciembre de 2004– se acumulaban ingresos
    por alrededor de US$ 14.400 millones, 4% sobre un año antes. Debe
    tenerse en cuenta que la empresa afrontó aumentos en costos en
    personal, pensiones inclusive, combustibles y otras cargas.
    Aun así, la relación entre deuda a largo plazo y patrimonio
    neto es de 0,9, en tanto entre cotización bursátil y valor
    en libros era de 3,36 a fines de 2004. Las cifras reflejan un buen horizonte
    de ganancias a mediano plazo, perspectiva razonable para una red que incluye
    154 destinos en 75 países y transportó 36 millones de viajeros
    el año pasado. Poco antes de cerrar ese ejercicio previo, el tráfico,
    medido en pasajeros/kilómetros, había subido 1,4% sobre
    un año antes. Por ende, el factor de ocupación subía
    dos puntos y alcanzaba 70,8%
    En lo tocante al balance que acaba de cerrarse, Hayes lo estima muy satisfactorio
    en comparación con los dos previos, pero no arriesga proyecciones
    para el abierto en abril. En buena medida porque, como señala,
    “subsisten desafíos. Entre ellos, los costos laborales –en
    particular planes de retiro, un problema común en Gran Bretaña,
    Alemania, etc. Por lo demás, la compañía debe moverse
    en un contexto mundial muy complejo y competitivo.

    F&A,
    meta difícil

    “Si se aplicaran en todas partes criterios de gestión lógicos
    para esta actividad y esta coyuntura, sobrevendría una serie de
    fusiones y adquisiciones. Entretanto, algunos actores desaparecerían
    o serían absorbidos”. Así presume Hayes que, vale la
    pena recordar, maneja el negocio continental y lo hace desde Nueva York,
    donde la crisis que atraviesa el aerotransporte comercial norteamericano
    es cosa de cada día.
    Los problemas no paran ahí. “En el mundo existen muchas compañías
    no rentables o en dificultades que sobreviven porque tienen subsidios
    estatales de varios tipos. Por ende, el mercado y el sector sufren distorsiones”.
    En Estados Unidos, según reciente informe de Merrill Lynch, la
    guerra de tarifas puede eliminar ingresos, o sea ventas, por US$ 2.500
    millones este año. A criterio del ejecutivo británico, eso
    es factible porque “hay trabas locales a la consolidación,
    quizás el mejor recurso para ir superando un momento tan difícil”.
    Sucede, empero, que la legislación sectorial norteamericana obstruye
    el ingreso de socios extranjeros a los paquetes de las aerolíneas.
    Curiosamente, eso no ocurre en telecomunicaciones, informática,
    banca ni otras actividades fundamentales.
    La experiencia Eddington en British Airways pone en evidencia un contexto,
    el británico, mucho menos regimentado y mucho más flexible.
    Se dice en el negocio que los buenos resultados logrados por el CEO saliente
    se deben a que adaptó el “modelo Ryanair” a BA. ¿Continuará
    Walsh esa política? “En realidad –explica Hayes–,
    se tomaron de la aerolínea irlandesa elementos compatibles con
    nuestro tamaño y nuestra estructura. Una cosa es, claro, operar
    desde Dublin y otra, muy distinta, hacerlo desde Londres; específicamente
    desde Heathrow, el mayor aeropuerto de Europa”.

    Más
    sombras que luces

    Cabe preguntarse en qué marco internacional se producen los cambios
    ejecutivos en la empresa británica. A este lado del Atlántico,
    el panorama es negativo: balances perdidosos, acciones en continuo declive,
    convocatoria tras convocatoria.
    Al principio, los problemas eran coyunturales y diferían según
    la geografía. Pero, desde hace más de cuatro años,
    la cuestión parece global y tiene visos estructurales. Como los
    ferrocarriles en el siglo XX, en el XXI las aerolíneas sacan ganancias
    con carga pero –salvo muy pocas, entre ellas BA– no con pasajeros.
    Ahora bien, la actual crisis de las aerolíneas es similar a la
    ferroviaria del siglo XX, salvo por dos detalles: las sumas en danza son
    varias veces superiores y no existe todavía un substituto del avión,
    como lo hubo para el tren (el camión). En otro plano, aviones,
    trenes y camiones tienen un problema común: el encarecimiento de
    los hidrocarburos.
    No obstante, nadie propone eliminar las aerolíneas, como se hizo
    –imprudentemente– con los trenes de pasajeros en algunos países.
    Además, la crisis del aerotransporte no es tan universal como se
    cree. Por el contrario, en partes de Europa occidental y Oriente las cosas
    marchan bastante bien, como también en el segmento de descuento.
    Aun las aerolíneas convencionales bien manejadas sobreviven mejor.
    Así ocurre con Air Japan, Qantas o Singapore Airlines. En cuanto
    al resto y excluyendo los gigantes estadounidenses en problemas, han tenido
    que afrontar una especie de “reingeniería”. Sólo
    de ese modo han capeado temporales empresas como British Airways. El caso
    italiano es peculiar: la estatal Alitalia vacila entre soluciones que
    no convencen y hay aerolíneas de descuento en crisis por mal management.

    Panorama
    local

    Ahora bien, ¿qué pasa con la Argentina? Como señala
    Roberto Abbondio, gerente comercial para esta plaza, la visita de Hayes
    tuvo por objeto –entre otros–, seguir recomponiendo un mercado
    con historia para la aviación comercial británica.
    El ejecutivo admite que, en general, Latinoamérica no es lo estable
    que debiera (así lo demuestra la suspensión de escalas en
    Quito y Caracas). No obstante, la empresa ha elevado de tres a cuatro
    vuelos la frecuencia semanal Londres-Buenos Aires y hoy con máquinas
    más grandes, los 747-400.

    Robin Hayes

    Lufthansa-Swiss:
    ¿una tentación para BA?

    De
    pronto, recrudece en Europa occidental la tendencia a fusiones y adquisiciones.
    Una de ellas, Lufthansa-Swiss, podría influir en el futuro de la
    empresa británica.
    A mediados de marzo, la aerolínea alemana abrió tratativas
    para comprar su equivalente suiza. En ese momento, aún debía
    hacer una oferta. Además, faltaba el acuerdo de los principales
    accionistas: el gobierno suizo y los dos mayores bancos (UBS, Crédit
    Suisse).
    Era el último coletazo de una larga crisis, iniciada con la caída
    de la prestigiosa Swissair, en 2001, como resultado de pésimas
    inversiones en otras aerolíneas europeas. Swiss International se
    armó en 2002 con sus restos y una compañía de cabotaje,
    Crossair, que nunca había ganado un franco. En 2003, Swiss trató,
    sin éxito, de unirse a la alianza OneWorld, encabezada por American
    Airlines –una compañía con sus propios problemas–
    y British Airways (una de las pocas que gozan de buena salud en Occidente).
    Ahora bien, la fusión Lufthansa-Swiss reactiva una tenencia europea
    a consolidar el sector, pues genera la segunda empresa regional. La primera
    es otra unión, Air France-KLM. Con lo cual British queda tercera,
    sujeta a una fuerte tentación: convertir 10% que tiene en Iberia
    en una alianza más estrecha. Gente allegada a la nueva conducción
    admite la posibilidad.