El libro de Mireille Guiliano titulado “Las francesas no engordan” explica el porqué de una realidad que siempre provocó la envidia del resto de los mortales: los franceses se sientan a comer con propie-dad todos los días al mediodía y a la noche; comen casi siempre tres platos (primero, segundo y postre) que acompañan con pan (blanco) y bajan con vino. El queso, en sus infinitas y maravillosas varie-dades (nunca low-fat), es un accesorio insustituible. En sus desayunos nunca falta la manteca ni en sus meriendas las medialunas. Y sin embargo, son más delgados y más sanos que los norteamericanos, siempre obsesionados con el peso. ¿Paradoja? No, dice Guiliano, una simple relación de causa-efecto: los franceses son delgados “porque” comen así, porque va-loran sus comidas, les dedican tiempo y porque no consumen baratijas. El libro, cuyo título completo es “Las francesas no engordan: el secreto de comer por placer”, no habla ni de contar calorías, ni grasas ni carbohidratos. Sólo recomienda comer “buena comida, con tranquilidad y saboreando cada bocado”. No está sola en esta cruzada. Cosas muy parecidas decía hace algunos años Michel Montignac en su libro “Comer para adelgazar” y actualmente también el neurólogo norteamericano Will Clower, quien después de vivir dos años en Francia, publicó “Los secretos de los franceses para perder peso”. Clower da cursos sobre alimentación al personal del Citizens Bank, donde machaca que los norteamericanos no disfrutan lo que comen porque lo hacen sin darse cuenta. Devoran hamburguesas y papas fritas mientras teclean, hablan por celular o leen el diario. “Si la comida es uno de los mayores placeres de la vida no deberíamos consumirla como si fuéramos robots”. La vida feliz Guiliano, CEO de Clicquot Inc. (subsidiaria con sede en Estados Unidos del famoso champagne Veuve Clicquot), se mantiene esbelta con 58 años y a pesar de que come afuera 300 veces al año, casi siempre con dos o tres platos en el almuerzo y la cena todos los días, siempre acompañando la comida con una copa de champagne. En su opinión, un consumo criterioso de buena comida con buen vino o champagne es lo aconsejable para mantener una figura delgada y una vida feliz. He ahí la gran diferencia entre estadounidenses y franceses: para unos la comida es un trámite que seengulle de parado; para otros es un placer que merece tiempo y concentración. Unos vi-ven luchando con los kilos. Otros ni saltean comidas, ni se obsesionan con las dietas ni se pesan todos los días. ”Para comer mucho y rápido hay que llenar la boca, y así no se puede saborear la comida porque las papilas gustativas están sólo en la lengua. Hay que comer despacio y con bocados pequeños para saborear más y satisfacerse con menos. Sólo tenemos un cuerpo y debemos respetarlo. Tenemos que saber qué le damos”. Guiliano, que por su trabajo en Estados Unidos debe asistir a muchas cenas y reuniones, se espanta al ver que la gente tenga el mal gusto de elegir las dietas como tema de conversación. “En este país comer se ha convertido en conducta polémica y la obsesión con el peso es ya una psicosis colectiva que añade estrés a una vida estresante y está ignorando el valor de los placeres en la vida cotidiana”. Su consejo es tomarse la vida con más parsimonia. Caminar hasta el mercado, aspirar las hierbas frescas, preparar una buena comida, beber una copa de buen vino o champagne (si se puede, preferir Veuve Clicquot). Beber lentamente y de a sorbos (ella estira la suya para que le dure toda la comida). A las máquinas para hacer ejercicios las califica como vestigio del puritanismo: son instrumentos de autoflagelación pública para lavar el pecado de haber comido de más. “Vayan al gimnasio sólo si lo disfrutan”, recomienda. “Si no, suban escaleras o hagan algo de pesas en la privacidad de sus casas”. M El libro
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