No obstante, hay un problema derivado de su propio tamaño: Samsung Electronics
es sólo una pieza en el vasto tablero del clan Lee.
Sólo Apple, firma tecnológica estadounidense célebre por sus audaces diseños,
tiene más premios que Samsung, pero acumulando los últimos cinco años. Tan impresionante
desempeño muestra a qué grado ha evolucionado la electrónica de uso final en
Asia-Pacífico. Años atrás, Surcorea, Taiwán, Hongkong o Singapur sólo fabricaban
copias baratas de productos japoneses. Ese papel lo cumplen, por ahora, China,
Malasia, Indonesia, Vietnam e India.
Pero el grupo -en cuya prehistoria se vislumbran capitales nipones, factor común
a los conglomerados surcoreanos- va más allá de artículos para público selecto.
También es el mayor fabricante mundial de dos componentes claves: pantallas
de cristal líquido (PCL) y microprocesadores para memorias.
Analistas de Tokio, Taipei y Hongkong estiman que las utilidades de este año
doblarán las de 2003 y pondrán la firma a la altura de Citigroup, General Electric
o Exxon Mobil. Vale decir, ingresará al grupo de organizaciones con más de US$
10.000 millones en ganancias anuales.
De hecho, Samsung puede desplazar este mismo año a Motorola como segunda productora
global de celulares, detrás de la finesa Nokia. Por supuesto, ya disputa con
los japoneses el liderazgo en televisores de pantalla chata y equipos de computación.
Ejecutivos de la firma creen que su peculiar modelo de negocios saca partido
de una reconversión mundial: la de tecnologías analógicas a digitales.
Tecnología y riesgos
El problema para japoneses y occidentales -afirman- reside en seguir muy dependientes
de lo analógico. En este momento, quizá no haya otro grupo mejor preparado para
la convergencia de ambos campos. Para empezar, los crecientes ingresos permiten
invertir más que sus rivales en instalaciones productivas. Así, los gastos de
capital suman US$ 13.600 millones en el bienio 2002-3 y se proyectan en US$
7.750 millones sólo para 2004.
Semejante expansión no carece de riesgos. La competencia se agudiza en la medida
que japoneses y occidentales reaccionan a los desafíos de Samsung. También lo
hacen indios, taiwaneses, otras firmas surcoreanas y hasta advenedizos chinos.
Entretanto, el aumento de utilidades pierde ímpetu y se agota el período de
dos dígitos cada año.
Los éxitos de la empresa surgen de una reestructuración radical operada en el
último quinquenio del siglo XX. Por entonces, fabricaba electrónica barata.
En algún momento, la dirección concluyó que el futuro ya no dependía de precios
bajos y volúmenes enormes, porque ésos los ofrecerían China, India y otros nuevos
concurrentes.
La crisis sistémica internacional de 1997-8, que forzó al Fondo Monetario a
un salvataje de US$ 58.000 millones para Surcorea, puso en evidencia también
las flaquezas del sector privado. Por tanto, Samsung redujo un tercio el plantel
laboral, vendió negocios poco viables y recortó el endeudamiento en moneda fuerte.
Hay un factor menos visible que hace a la reconversión del modelo: los aportes
innovadores de cuatro centros de diseño. Uno, claro, está en Seúl. Pero los
demás funcionan en Londres, Tokio y San Francisco, porque los creativos continúan
abundando en Gran Bretaña, Japón y Silicon Valley.
Una marca muy valiosa
De una forma u otra, la marca Samsung vale hoy unos US$ 12.600 millones, apenas
200 millones menos que Sony, de acuerdo con mediciones de la consultora Interbrand.
Parte del fenómeno se relaciona con un factor aleatorio: la reconversión -motivada
en la necesidad de cambiar el modelo de negocios tras la crisis regional- coincidió
con el avance digital sobre las tecnologías analógicas.
Eso le abrió oportunidades a una amplia gama de artículos de uso final. Por
ejemplo, reproductores de MP3, DVD y formas más complejas de televisores, celulares
y demás productos existentes. Simultáneamente, aparecieron vastos mercados para
chips, PCL, etc. Hasta entonces, Samsung empleaba tecnologías japonesas “de
segunda mano”, por lo cual debió tornarse en innovadora y contar con las propias.
La demanda local ayudó mucho. Los surcoreanos están entre los que primero adoptaron
productos digitales, Internet, banda ancha (exhiben una penetración de 70%,
la mayor del mundo), inalámbricos y otras novedades. Hasta tal punto ha llegado
el modelo Samsung, al que aun hoy algunos tachan de excesivamente diversificado
y expuesto a la competencia de compañías menores, pero especializadas.
En realidad, no parece que eso esté sucediendo. En buena medida, porque el grupo
-a diferencia de Motorola y los japoneses- se autoabastece en chips y PCL, como
insumos de productos finales.
Una clave prosaica
Algunos expertos en Tokio, pese a todo, insisten en que la clave del éxito surcoreano
es algo tan prosaico como los costos bajos. Esto tiene poco que ver con Surcorea
misma -que ya no es una plaza de negocios “barata”- sino con el tipo y el volumen
de inversiones realizadas por la compañía. Samsung está llevando las placas
de silicones de 200 a 300 mm, lo cual reduce en un tercio el costo de fabricar
microchips.
En otro plano, la firma se ha ubicado al tope de mercados donde pueden cobrarse
precios más atractivos. En telefonía móvil, se especializa en dispositivos múltiples
(teléfono + fotocámara + Internet), que puede vender en US$ 175, contra 135
de Nokia.
Sin duda, eso presiona sobre los márgenes, como viene ocurriendo en el sector
con sus periódicas, ruinosas, guerras de precios. Las utilidades llegaron a
subir 27,8% en el primer trimestre del 2004 y cedieron a 24,9% en el segundo,
tras años de elevarse sin pausa. Nokia pasó por lo mismo en el período 2002-3
y ahora se ha puesto agresiva para salvar su deteriorado liderazgo en el mercado.
También aprietan la alianza Sony Ericsson, la surcoreana LG Electronics y otros
rivales asiáticos. Chinos, sobre todo, duchos en capear lapsos de volatilidad
en precios. Por último, existe un factor difícil de extrapolar, pero peligroso:
Samsung sigue siendo controlada por una familia.
Lazos familiares
En realidad, Samsung Electronics es sólo una división del grupo que maneja la
familia más fuerte de Surcorea. Su cabeza es Lee Kun-hee, cuya injerencia comienza
a perturbar a accionistas e inversores. El imperio abarca desde astilleros hasta
ingeniería, desde servicios financieros hasta hoteles y, claro, tecnologías
de punta.
Lo peor es que semejante conglomerado es sólo el mayor de los que controlan
los Lee y, juntos, integran esa figura corporativa llamada chaebol. A diferencia
de sus modelos japoneses (zaibatsu, keiretsu), el chaebol tiene un componente
dominante, los lazos familiares, típicos de una economía que ha pasado -en menos
de 40 años- de primaria a posindustrial. También refleja una sociedad conservadora
y un régimen autoritario.
Lee Kun-hee es el hombre más poderoso del país y se comporta como tal. Controla
las 27 subsidiarias de su imperio a través de una compleja, opaca red de sociedades
y fideicomisos. Los accionistas minoritarios casi ni cuentan. Pero no porque
la familia sea dominante en el paquete.
Sin ir más lejos, el patriarca posee apenas 1,66% de Samsung Electronics, pero
controla 10% vía afiliadas. Entretanto, su hijo Lee Jae-yong funciona como príncipe
heredero y va sustituyendo al padre en ciertas funciones. “Lo positivo es que,
desde la crisis internacional de 1997-8 -señala un analista de la japonesa Daiwa
Securities- el desmedido poder de la familia empieza a ser contenido por accionistas
institucionales del exterior”. Pero el proceso tomará tiempo, porque los Lee
tienen fuertes vínculos con el poder político.