Petróleo: cara y cruz, pero siempre de la misma moneda

    Eso no se repetirá ahora, sostienen algunos analistas. “El impacto de los precios
    será mucho menos intenso que en oportunidades anteriores”, pronostican Edward
    Porter (Financial Times) y Ethan Harris (Lehman Brothers). Otros piensan exactamente
    lo contrario. Ambos bandos coinciden, empero, en no descartar picos de US$ 50
    el barril, como casi sucede el 20 de agosto pasado.
    Según los optimistas, “no sólo las economías centrales dependen menos de los hidrocarburos
    que antes. También, y eso es lo importante, la inflación se mantuvo bajo control,
    a la inversa de otras crisis”. En vez de elevar tasas y pese a señales recesivas,
    la reciente alza frenó tipos de interés y, hasta cierto punto, fue un estímulo.

    Los precios comenzaron a aumentar perceptiblemente en mayo (aunque otros llevan
    el fenómeno a febrero), impulsados por la creciente demanda mundial y temores
    sobre Irak, Rusia y Venezuela. Hubo un leve retroceso en junio y la tendencia
    recrudeció en julio, hasta alcanzar un pico (US$ 49,40) el 20 de agosto. Sin duda,
    los aumentos de combustibles han afectado el gasto del consumidor individual,
    motor de la pausada reactivación vivida en Estados Unidos desde fines del 2001.
    Por supuesto, el alza petrolera golpeó con mayor fuerza a economías más dependientes
    -China, India- y redujo las exportaciones estadounidenses a esos destinos.
    Los precios de hidrocarburos y combustibles han añadido más o menos 1% a la inflación
    norteamericana durante este año, aunque bastante más a las de Japón, China y la
    Unión Europea. En todos los casos, baja el poder adquisitivo del público. En Estados
    Unidos, el gasto de los consumidores ha cedido de 4,1% (ritmo anual, primer trimestre)
    a 1,2% en el segundo.
    Estimaciones recortadas
    La mayoría de analistas recortaba moderadamente sus estimaciones de crecimiento
    del PBI. Los treinta consultados por la Reserva Federal de Filadelfia redujeron
    proyecciones, para el actual semestre, de 4,1 a 3,8% anual. Con vista al 2005,
    lo hicieron a 3,6%. Claro, a fines de agosto el Departamento de Comercio reveló
    que el PBI había crecido apenas a 2,8% anual en el segundo trimestre.
    En plazos más amplios, algunos consultores recortaron un promedio de 0,3% durante
    los seis trimestres a iniciarse en octubre. Pero, en su caso, el petróleo pesaba
    menos que las presunciones sobre alza paulatina de tasas básicas y licuación de
    estímulos fiscales; es decir, los dos paquetes lanzados en favor de sectores de
    altos ingresos, rentistas bursátiles y grandes empresas (US$ 2,35 billones en
    2001-12).
    En suma, “existen varios motivos -afirma Harris- para no preocuparse tanto de
    los precios petroleros. La economía depende menos de los hidrocarburos: hoy se
    precisa 20% menos de combustible para generar un dólar de actividad interna, respecto
    de la crisis de 1990-1”. Sin duda, admite Porter, “los precios altos pueden desacelerar
    la economía norteamericana vía bolsillos del público y las empresas, empezando
    por costos de transporte. No obstante, tras un pico en mayo, las naftas han cedido
    algo, pues las refinerías han elevado producción y reconstruido existencias”.
    Aun a más de US$ 49 el barril, “es poco probable que el precio minorista exceda
    el máximo de hace cinco meses, o sea 53,3 centavos el litro”.
    Tasas e inflación
    Tal vez la mayor diferencia entre los picos de precios anteriores y el reciente
    resida en el comportamiento de la inflación y los intereses. Tradicionalmente,
    un alza de crudos ponía en aprietos a la Reserva Federal, que debía enfriar la
    actividad económica durante un lapso sin -al mismo tiempo- fomentar inflación,
    que haría subir las tasas. En esta oportunidad, cree Harris, “los precios no se
    han disparado. En julio, los minoristas superaron en apenas 3% los de un año atrás.
    Excluyendo energía y alimentación, la brecha cede a 1,8%. Eso hizo descender las
    tasas de largo plazo, pues los inversores dedujeron que el aumento del petróleo
    frenaría el ritmo de ajustes de tipos cortos, en lugar de acelerarlo”.
    Por su parte, los bajos intereses han estimulado en forma inesperada -y peligrosamente
    agresiva- el endeudamiento familiar, factor clave de la moderada reactivación
    iniciada en el 2001. Esa tendencia también fomentó la construcción y la vivienda.
    Durante la segunda semana de agosto, el índice de la Mortgage Bankers Association
    saltó 11% y el de refinanciamiento hipotecario lo hizo en 21%. Ya en julio, las
    nuevas construcciones residenciales habían subido 8,3%.
    Amén de esos signos volátiles, “otra alza de crudos podría causar serios problemas”,
    reconoce Porter. “Si el WTO volviese cerca de los US$ 50, podría elevar los combustibles
    invernales. Eso alteraría el comportamiento de los consumidores y frenaría su
    adicción al endeudamiento”. La hipotética persistencia del petróleo caro también
    disminuiría utilidades empresariales. No obstante, “por ahora los daños distan
    de lo catastrófico”. En cuanto al ritmo de la economía, “a más de US$ 40 los precios
    reducirán el ritmo de crecimiento, aunque no mucho”, opina James Hamilton (Universidad
    de California meridional).
    En una de ésas, hay problemas
    Bastante más escéptico que Porter o Harris, el analista Stephen Schurr apela a
    la historia del petrolero texano que muere y va al purgatorio. Ahí encuentra llena
    la sala destinada a su negocio. No queda un solo asiento. Entonces, grita “¡Descubrieron
    petróleo en el infierno”. Todos se levantan y salen disparando para ahí. Tras
    vacilar un instante, el texano los sigue. Un ángel le pregunta por qué: “Porque
    en una de ésas es cierto”. Moraleja: siempre puede haber algo de verdad en un
    rumor.
    Dos semanas antes de la convención republicana (30 de agosto a 2 de septiembre),
    Wall Street se sentía presa de una “fiebre texana”. Ante la escasez de negocios
    en acciones y bonos, inversores y especuladores habían encontrado salida en los
    futuros petroleros. Hasta el 20 de agosto, en verdad, ese canal prometía ganancias
    sólidas. Incluso algunos fondos de riesgo apostaban por los hidrocarburos, porque
    sus precios recibían estímulos adicionales. En síntesis, los crudos asumían un
    papel ajeno (diversificar carteras), aunque las acciones no parecieran a merced
    de ellos.
    Ese “viernes caliente” no fue excepción. Los futuros cortos en Nueva York cerraron
    a US$ 49,40 el barril, por choques en Irak y dudas sobre la oferta rusa de crudos.
    Además, expiraban los contratos sobre septiembre y se abrían sobre octubre. La
    usina de rumores trabajaba a pleno. Básicamente, se creía que los US$ 50 llegarían
    antes de cerrarse las operaciones sobre septiembre. Simultáneamente, octubre abrió
    a dos dólares menos. Fue el caos, debido en parte a la mala calidad de los despachos
    transmitidos por Bloomberg´s y Reuters. La confusión informativa -quizá no espontánea-
    desató una ola de ventas. Entretanto, el principal interrogante era (es) en qué
    dirección marcharán los precios durante el próximo trimestre y los tres siguientes.
    Citigroup llegó a predecir US$ 67 (a dólares actuales) para septiembre de 2005.
    Por el contrario, los futuros marcaban “apenas” US$ 42,70 para junio.
    Para algunos, este nivel reflejaba la idea de que algunos asuntos geopolíticos
    (eufemismo por bélicos) irían en reflujo. En especial si George W. Bush no logra
    la reelección, si Ariel Sharon pierde el poder y si los saudíes no son desalojados
    por algún clan rival. Ahora bien, aun dando por sentada la reelección presidencial,
    Schurr no descarta que “Citigroup tenga razón. Si fuera así, el destino de los
    petroleros bursátiles no será tan oscuro como el de la propia economía norteamericana”.