La canasta básica del lujo

    Desde siempre, el lujo, o los bienes y servicios que pertenecen a esa categoría,
    se asocian con lo caro, lo exclusivo, aquello a lo que sólo unos pocos están
    en condiciones de acceder. A quien le interese la sociología del tema -y la
    economía, naturalmente- le servirá repasar los conceptos básicos de Thorntein
    Veblen, un economista estadounidense de la primera mitad del siglo pasado, quien
    se dedicó a desmenuzar la “emulación pecuniaria” que lleva al “ocio y consumo
    conspicuos”, es decir, al derroche irracional de recursos para obtener prestigio
    social. Desde su óptica todo se adquiere, no por un valor intrínseco sino por
    el efecto demostrativo; uno sí tiene lo que los otros no, y es necesario escenificarlo
    para provocar sentimientos tan poco elogiables como la envidia y el resentimiento.

    De ahí que pueda hablarse de una canasta básica del lujo. Porque estos consumidores
    tan especiales tienen necesidades específicas, que no desaparecen ni aun en
    tiempos de crisis. Es cierto que se ha puesto de moda el “lujo accesible” -una
    contradicción en sus términos- que se ubica a mitad de camino entre producto
    masivo y producto suntuario.
    Como negocio, el lujo para la inmensa clase media brinda una oportunidad mucho
    mayor que el lujo exclusivo, necesariamente para pocos. En los últimos diez
    años, este nuevo segmento de mercado ha crecido a una tasa compuesta de 6% en
    Estados Unidos. Pero, entre nosotros, continúa existiendo el antiguo club de
    los consumidores del lujo, un mercado que moviliza interesantes cifras, aunque
    sin datos precisos, que son casi imposibles de obtener.
    Los representantes de las marcas internacionales instaladas en Buenos Aires
    admiten que el país es muy atractivo para el negocio de lujo, ahora no tanto
    por la rentabilidad de las ventas sino por el alto grado de visibilidad que
    ofrece a escala internacional. En los últimos meses las marcas internacionales
    recuperaron parte del mercado perdido tras la crisis de consumo del 2002, cuando
    las ventas de este segmento bajaron 70% frente a las registradas en el último
    año de la convertibilidad.
    “El mercado de lujo volvió a ser atractivo en Buenos Aires, ya que se ha recuperado
    a un ritmo vertiginoso”, destacó Rudy Gotlieb, licenciatario de las marcas Cacharel
    y Emporio Armani en la Argentina.
    El empresario desmitifica la creencia de que son los turistas los únicos que
    compran estos productos. En el caso de Armani, 75% de las compras son efectuadas
    por argentinos. Y la cifra se repite para las operaciones de Cacharel, Escada
    y Louis Vuitton.
    Patrice Fontes, presidente de Vuitton para América latina y Sudáfrica, admitió
    que “la visibilidad de la marca en la Argentina es el factor que más les atrae
    del país”. No obstante, destacó que esa visión no sería suficiente si no fuera
    acompañada de un volumen de negocios “apropiado”.
    Según destacó, el grueso de las ventas se efectúan a mujeres argentinas de entre
    30 y 50 años, con poder adquisitivo alto. La firma importa todas sus colecciones
    directamente de Francia, pese a los costos posdevaluación. “Pasamos momentos
    difíciles, pero siempre hemos podido continuar adelante, con esfuerzos extraordinarios
    de nuestro equipo de ventas y marketing”, destacó el ejecutivo.
    Si bien estas empresas son muy reacias a ventilar su facturación, el ejecutivo
    admite que las ventas son las “previsibles” para este mercado.
    Las últimas acciones de la marca en el país reflejan que hay demasiadas expectativas
    puestas en Buenos Aires. Con su reciente mudanza a un local más visible en el
    cruce de la avenida Alvear con Ayacucho, sumaron a su tradicional oferta de
    carteras y accesorios toda la línea de calzado, joyas y relojes de la marca.
    Estas nuevas ofertas son justamente los productos más costosos que se pueden
    adquirir en el local, junto a las carteras Les Extraordinaires, confeccionadas
    en visón y cueros exóticos. En el otro extremo, se encuentran los pañuelos y
    corbatas. Y en el medio de ambas, toda la línea de marroquinería, carteras y
    artículos de viaje que tanto caracterizan a la marca. “En la Argentina existe
    un mercado de lujo y creemos que siempre será así”, destacó Fontes.
    Mirta Chapul es la representante de Escada en la Argentina. La marcha de los
    negocios de esta selecta firma especializada en prendas para damas refuerzan
    las perspectivas de Vuitton en Buenos Aires “Durante el primer semestre del
    2004 hemos registrado un incremento de 10% en las ventas con respecto al mismo
    semestre del 2003. Las argentinas representan 70% de la venta global y los turistas
    sólo el restante 30%”, admitió.
    Para aumentar sus ventas, la firma incorporó un nuevo diseñador, que trabajó
    anteriormente con Jill Sander, encargado de darle a las últimas colecciones
    un estilo más actual. Estas prendas se complementan con la oferta de la línea
    Sport, dirigida a mujeres de entre 30 y 40 años.
    Chapul destacó la fidelidad de las clientas a la marca. Hasta tal punto, que
    renuevan sus colecciones Escada “al menos” cuatro veces por año, al ritmo de
    los lanzamientos por temporadas de la firma.
    En el mega local Escada en la avenida Alvear, las prendas más costosas son los
    tapados de cuero y piel, estolas de piel y abrigos de puro cashmere. En el otro
    extremo se encuentran las T´shirts clásicas y los pañuelos para cuello.
    La ejecutiva destacó que esperan un aumento progresivo de las ventas en la Argentina,
    ya sea por una mejora del poder adquisitivo de la población o por la renovación
    constante de las colecciones de la marca.

    Inseguridad
    Las prendas clásicas parecen ser las más demandadas para el día. Esta tendencia
    se ve reforzada por la percepción de problemas de inseguridad en las calles,
    que obligan a vestirse con discreción..
    Mario Siganevich, director de Christian Lacroix en la Argentina, admite que
    sus clientes demandan prendas elegantes pero clásicas, para las actividades
    urbanas. Para los circuitos sociales, más ligados a la noche, el brillo, los
    colores y texturas exclusivas siguen vigentes: “En una reunión o fiesta privada
    no se sienten expuestos a la inseguridad, por lo que pueden usar prendas más
    osadas y ostentosas”.
    El empresario trajo la licencia de la firma francesa poco antes de la devaluación.
    La coyuntura generada después de diciembre de 2001 lo obligó a reformular su
    incipiente negocio. Hoy, 100% de la indumentaria para hombres es confeccionada
    en el país, aunque con materia prima francesa. Y en el caso de la línea para
    damas, 75% es nacional y el resto colección francesa. En categorías similares,
    estas últimas son hasta seis veces más caras que la oferta con etiqueta celeste
    y blanca.
    Si bien se trata de una marca internacional que atrae a los turistas que pasean
    por Buenos Aires, sólo entre 15 y 20% de las ventas son efectuadas a este segmento.
    “Tenemos dos tipos de públicos locales. Por un lado, los que nunca accederán
    a una prenda de colección francesa. Y, por el otro, los que pueden comprar indistintamente,
    sin mirar precios ni origen”, especificó. Aunque también destaca que la marca
    atrae al cliente que ronda los 20 años y a la señora o señor con más de ocho
    décadas sobre sus espaldas. Si bien prefiere no hablar de facturación, admite
    que la misma atraviesa un proceso de franco crecimiento. Como muestra, adelantó
    que a fin de año abrirán dos sucursales en Rosario, con lo que alcanzarán los
    siete puntos de ventas antes de cumplir tres años de operaciones.
    El ejecutivo posee además la licencia de la clásica Ives Saint Laurent, firma
    que tiene 26 años de presencia en estas pampas. “La gente ya cree que la marca
    es argentina”, se ríe al recordarlo. Para sorpresa de muchos, destacó que 50%
    de las ventas en la Argentina corresponden a prendas sport y la otra mitad a
    sastrería. En este sentido admitió que compite codo a codo en indumentaria con
    Christian Dior.
    “La presencia de estas etiquetas internacionales en Buenos Aires no busca hacer
    negocios extraordinarios ni mucho menos, sino tener presencia en una ciudad
    que es referente de la cultura y la moda a escala mundial”, resumió Héctor Colodny,
    director ejecutivo de la Cámara Industrial Argentina de Indumentaria (CIAI)

    Las autoridades de la francesa Louis Vuitton, lo confirman: “La Argentina es
    uno de los países más importantes para nuestra marca a nivel regional, y uno
    de los más destacados a nivel mundial por su nivel de visibilidad”.
    Otra gran movida en la exclusiva avenida porteña será el arribo de Carolina
    Herrera, que analiza abrir su local de indumentaria antes de fin de año. Este
    nuevo jugador en el mercado de indumentaria de lujo tendrá un efecto benéfico
    sobre el resto de las marcas que tienen vidriera en la zona: la italiana Fendi,
    la americana Polo Ralph Laurent- Hermés, Nina Ricci-Hermenegildo Zegna y las
    demás consagradas por los amantes del lujo.

    La lujuria interior
    Cecilia del Monte lleva apenas diez meses incitando a la lujuria a través
    de la vidriera de su local, en el edificio Kavanagh. La empresa, especializada
    en lencería íntima femenina, se destaca por sus exquisitos bordados sobre
    diseños sensuales y distinguidos, logrados con audaces combinaciones de
    colores.
    Todas las telas son importadas de Europa. Las más destacadas son satén bocelli
    (Italia) muselina y tul de lycra elastizada. Un conjunto bikini puede costar
    hasta $ 200, y si le sumamos camisón y bata, la cifra trepa hasta $ 1.000.

    En estos pocos meses de presencia local la empresa logró cautivar a un selecto
    grupo de clientes, a los que miman haciéndoles prendas a medida en caso
    de que las soliciten. “Son de alto poder adquisitivo y perfil bajo, la mayoría
    entre 30 y 50 años”, destaca Mariana Dibar, brand manager y asistente de
    Cecilia del Monte. Sin dudarlo, Mariana admite que los hombres son los mejores
    clientes de la marca. “Compran ajuares completos para sus esposas o amantes
    sin mirar los precios. Simplemente eligen y pagan”.
    También, muchas veces acompañan a “ellas” a probarse las prendas. Para ello,
    Cecilia del Monte ofrece probadores extra grandes, con sillones color crudo
    y grandes espejos enmarcados en madera oscura. “A veces nos preocupamos
    porque pasan como 40 minutos ahí adentro probándose todo”, destaca Mariana.

    Para mantener actualizadas a las compradoras, la empresa organiza desfiles
    muy exclusivos, a los que se invita a un máximo de 10 clientas cada vez.
    La ubicación del único local que poseen, paseo obligado de los turistas,
    determina en gran medida quién se queda con las prendas. Es que Cecilia
    del Monte nació como producto for export de la mano de Martín Pardo, un
    ex Esso que no se arrepiente de haber cambiado el mundo del petróleo por
    el de la lencería de lujo.