Ni
siquiera logran éxito estados centrales cuya situación exige
aumentar –no ya sólo mantener– la recaudación fiscal.
En esencia, las normas impositivas son anticuadas o no alcanzan para tapar
todos los agujeros que se le presentan a un buen equipo de contadores. Pero
también influye la dispersión legislativa, incluso en contextos
como la Unión Europea.
No es que las autoridades no hagan lo posible. Por ejemplo, están
en marcha varias iniciativas –incluso una de la Comisión Europea
y otra del Reino Unido– para compatibilizar normas.
No obstante, los actuales grados de elusión señalan que los
gobiernos están perdiendo la batalla contra el arbitraje contable,
por el cual las multinacionales declaran ingresos, costos, créditos
y utilidades en las jurisdicciones más favorables y, así,
pagan menos de lo que debieran. Sin infringir la ley.
Este problema se acentúa debido a la obsesión de preservar
o elevar dividendos a los accionistas. Dado que los impuestos pesan en un
balance, los ejecutivos echan mano a estrategias cada vez más complejas
y artificiosas para eludir o reducir tributación. Así, los
instrumentos de la autoridad y la justicia respectivas, pierden eficacia.
Tácticas
globalizadas
Por ejemplo, en el Reino Unido, el registro público de comercio
ofrece una visión sobre subsidiarias de compañías
extranjeras y sus trucos fiscales, sin rival en otras jurisdicciones.
Los balances radiografían las operaciones de transnacionales en
el país y el impacto de la globalización en sus políticas
tributarias.
Por ejemplo, en estados con altos impuestos y eficaces recaudadores, la
inversión exógena prefiere elevar la deuda (bonos) y bajar
el stock accionario de firmas locales adquiridas. Eso reduce impuestos,
porque la matriz extrae efectivo de su filial extranjera vía intereses
exentos de tributo. El recurso se llama “capitalización débil”
y define la relación insuficiente entre patrimonio neto y obligaciones.
La normativa al respecto, pensada para impedir a multinacionales con sedes
externas repatriar ganancias vía reconocimiento interno de intereses
altos, no ha servido de mucho. Así, los márgenes operativos
imponibles de firmas británicas controladas desde afuera son marcadamente
inferiores a lo que trasunta la contabilidad total del grupo. Eso ocurre
particularmente en supermercados, industria automotriz y banca de inversión.
Pocos pagan
La contribución tributaria de las 20 mayores compañías
no petroleras controladas desde el exterior brinda una imagen sorprendente.
Aun considerando el componente externo en un giro conjunto de US$ 175.000
millones, estas firmas dan utilidades llamativamente bajas y generan escasos
ingresos tributarios. Eso en un país donde la recaudación
del bienio 2002-3 sumaba casi US$ 54.000 millones. Ocho de esas empresas
casi no pagaron impuestos.
Por supuesto, el balance de una subsidiaria extranjera responde a la jurisdicción
tributaria de origen y a la local. Para muchas empresas, la mejor solución
es financiar operaciones con deuda. Los perjuicios fiscales al país
de residencia pueden verse claramente en el caso de Wal-Mart Stores (Gran
Bretaña).
Asda Group, la cadena comprada en 1999 por Wal-Mart, declaró utilidades
brutas por casi US$ 1.095 millones en 2002. Pero, para la matriz, la cifra
desciende a US$ 375 millones, debido a intereses y amortización
del fondo de comercio adquirido. El resultado es que la suma sobre la
que se tributa –excluyendo impuestos diferidos– es apenas US$
158,5 millones, bastante menos que lo declarado por Asda en el último
balance antes de fusionarse, en 1998: US$ 187 millones.
Por lo común, a los grupos les conviene endeudarse en su país,
donde los intereses gozan de amplias exenciones, para solventar adquisiciones
en Gran Bretaña. Luego, usan esas sumas para obtener el control
accionario de la eventual subsidiaria inglesa.
Un buen ejemplo proviene de Honda Motor Europe, cuyos dos últimos
ejercicios acumularon pérdidas por US$ 360 millones. El valor neto
de los activos era apenas US$ 66,5 millones, en tanto la deuda llegaba
a US$ 915 millones. De ese monto, no pagaban intereses US$ 590 millones,
lo cual refleja el escaso efecto de las normas sobre capitalización.
Todo lo expuesto plantea dudas sobre si son efectivas las prácticas
del ente recaudador británico (su factor determinante, por cierto,
es el monto de intereses que un prestatario debiera abonar si no tuviese
nexos con el prestamista ni apoyo financiero de otro grupo). No parecen
eficaces, al igual que en otras jurisdicciones.
Diferir para ganar
No se agotan ahí los recursos del sector privado para disminuir
o reducir artificialmente sus contribuciones fiscales. Tampoco la habilidad
de los banqueros para diferir a futuro las obligaciones tributarias. Incluso
se asientan en libros como activos. Por ejemplo, la serie de fraudes y
escándalos estadounidenses iniciados con Enron incluyen el abuso
de esos “activos” para hacer cosmética contable.
Un diferimiento tributario asentado como activo es, en rigor, un derecho
a oblar menos impuestos en el futuro. Pero, con frecuencia, esos “activos”
proceden de brechas temporales entre ingresos y gastos, cuyos efectos
fiscales cristalizan en momentos distintos a los que aparecen en el balance.
El caso más sencillo surge cuando se pospone el asiento de una
pérdida impositiva, porque no hay réditos suficientes para
compensarla. Las bancas de inversión que sufrieron al pincharse
burbujas especulativas en 1997-8 y 2000-2 son ejemplos típicos.
Así, Crédit Suisse First Boston (Londres) registró
pérdidas brutas por US$ 192 millones en todo 2002, no disponía
de respaldo y difirió deudas tributarias por US$ 281 millones.
En contraste, su subsidiaria local, CSFB International –que opera
con derivativos– dio utilidades brutas por US$ 215 millones ese mismo
ejercicio, pero su carga impositiva fue de apenas US$ 25 millones. En
2003, ese mismo rubro fue cero sobre ganancias por US$ 275 millones. Todo
eso reflejaba diferencias de tiempo y ajustes previos, dos factores anómalamente
amplios y frecuentes en la banca de inversión.
A fines de 2002, por cierto, los activos –basados en diferimientos
tributarios– de las cuatro bancas principales de Londres sumaban
más de US$ 1.100 millones. Esto significa que el fisco británico
seguirá recaudando muy por debajo de lo razonable. Más aún:
el pingüe negocio de los derivativos –el segmento más
volátil de la especulación financiera– seguirá
pagando impuestos exiguos en todo el mundo.
A esta altura, es obvio que la “capitalización débil”
es un puntal de la elusión tributaria global. Las normas para evitar
que las matrices saquen provecho de sus subsidiarias externas –en
forma de intereses, no de dividendos– no consiguen impedir que las
transnacionales más poderosas del mundo –industria, banca,
servicios– transformen utilidades en pérdidas, cuando operan
en jurisdicciones con altos impuestos.
Nada es fácil
Otro truco se basa en el “precio de mercado” y neutraliza los
esfuerzos de las autoridades para supervisar precios de transferencia
en el interior de conglomerados. Eso involucra el riesgo de que una compañía
venda a otra del mismo grupo, en un país con menores impuestos,
bajo el precio de mercado. Después, el mismo activo de revende
a niveles de mercado, por lo cual la ganancia imponible será inferior.
En general, aplicar normas es difícil. Varios expertos han tratado
de calcular el costo en recaudación estadounidense de exportaciones
subfacturadas e importaciones sobrefacturadas. Según una estimación
tentativa, la suma perdida por el fisco en 2001 ascendía a US$
53.000 millones.
Esto no es una simple presunción. En enero último, la farmoquímica
británica GlaxoSmithKline fue intimada por la oficina recaudadora
estadounidense a pagar impuestos vencidos, intereses y punitorios, por
US$ 5.200 millones correspondientes a 15 años de evasión
y elusión tributaria. El caso va a tribunales en 2005
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