La economía informal atenta contra el crecimiento

    Un
    ensayo preparado por Diana Farrell para la consultora McKinsey alza una
    voz de advertencia a gobiernos, académicos y economistas. En casi
    todos los países existen empresas que operan parcial o totalmente
    fuera de la ley: declaran menos empleados de los que tienen, evaden impuestos,
    ignoran reglamentaciones sobre calidad o seguridad y a veces ni siquiera
    se registran como entidades legales.
    El problema es especialmente grave en los países en desarrollo pero
    también existe en algunas naciones desarrolladas.
    Tomando como base un informe del Banco Mundial –que calcula hasta 40%
    del PBI generado por ese tipo de actividad en países de bajos ingresos,
    y cerca de 17% del PBI en países ricos–, Farell observa que
    los gobiernos no están reaccionando con la debida preocupación.

    Por lo general, dice, lo interpretan como un problema social y no alcanzan
    a comprender el daño que provoca en la productividad y el crecimiento
    económico. Suponen que la economía informal crea empleos para
    los trabajadores no calificados y alivia las tensiones del empleo urbano.
    Hay académicos en todo el mundo que afirman, convencidos, que la
    economía informal va a ir desapareciendo a medida que los sectores
    formales de manufactura y servicios crezcan y creen empleo. También
    hay muchos expertos en desarrollo que honestamente creen que van a ser las
    mismas empresas informales las que voluntariamente deseen blanquearse cuando
    consigan crédito o cualquier tipo de ayuda.
    Varias investigaciones realizadas por el McKinsey Global Institute (MGI),
    demuestran que todo eso es falso. Lejos de achicarse, la economía
    informal va creciendo. En los últimos diez años aumentó
    en Brasil, India, Polonia, Portugal, Rusia y Turquía. Los estudios
    de MGI descubrieron que aunque evaden impuestos y demás obligaciones
    legales, las empresas informales siguen trabajando con baja productividad
    y en pequeña escala. Así, se distorsiona la competencia porque
    jugadores ineficientes impiden que otros más productivos aumenten
    su participación en el mercado.
    A largo plazo, por lo tanto, el impacto sobre el crecimiento económico
    y la creación de empleo es negativo.
    La informalidad –el operar industrial o empresario en una zona gris–
    es uno de los temas económicos menos entendido. Las empresas informales,
    por lo general, no pagan IVA, ingresos brutos ni salario mínimo;
    no hacen aportes jubilatorios ni ofrecen cobertura médica a sus empleados;
    tampoco respetan niveles de calidad ni derechos de propiedad intelectual.

    Factores que inciden
    Tres factores contribuyen a la actividad semiclandestina. El más
    evidente es la incapacidad de los gobiernos para hacer cumplir a rajatabla
    las obligaciones que impone la ley nacional. Otro factor es el costo de
    operar formalmente: burocracia, impuestos muy pesados, alto costo para mejorar
    la calidad del producto y para cumplir con las reglamentaciones que hacen
    a la seguridad de los obreros. Complicaciones todas que llevan a muchos
    empresarios a operar en gris.
    El tercer elemento, son las normas sociales imperantes. En varios países
    en desarrollo la presión social para acatar la ley es muy leve. Muchas
    veces, la gente considera que evadir impuestos y reglamentaciones es una
    forma legítima de que las empresas chicas y medianas puedan contrarrestar
    las ventajas de los grandes jugadores.
    La informalidad ahoga el crecimiento económico y la productividad
    de dos maneras. Primero, los fuertes incentivos que atan a las empresas
    a la economía gris las mantienen improductivas y produciendo a escala
    pequeña. Segundo, con las ventajas que logran en sus costos al ignorar
    impuestos y leyes, bajan sus precios de venta y quitan mayor tajada de mercado
    a jugadores formales más competitivos.
    Académicos, economistas especializados en desarrollo y funcionarios
    de gobierno suelen afirmar que la informalidad se reducirá con el
    tiempo. Sin embargo, las investigaciones realizadas por el MGI indican que
    las empresas informales se entrampan en una dinámica de autoalimentación
    y las condena a la pequeña escala y al trabajo ineficiente con baja
    productividad. Los informes revelan que en muchas partes del mundo operan
    a la mitad del nivel de productividad de las empresas formales en el mismo
    sector, y a una fracción de la productividad de las mejores.
    Una vez que una empresa decide operar informalmente, queda limitada su capacidad
    para reinvertir y financiar crecimiento. Es más, operar informalmente
    crea poderosos desincentivos para el crecimiento, porque crecer puede atraer
    la atención de los organismos oficiales. Eso es lo último
    que desean sus dueños.
    Así, suponer que al crecer van a integrarse a la economía
    formal es –razona Farell– una ilusión. Por el contrario,
    desechan oportunidades de modernizarse y se quedan atrapadas en operaciones
    de baja productividad. De manera que los jugadores informales bajan el promedio
    general de productividad del país y también su nivel de vida.

    La informalidad sofoca el crecimiento económico al impedir que compañías
    formales mayores y más productivas aumenten su participación
    en el mercado. Los ahorros de costos que obtienen al no pagar impuestos
    ni respetar disposiciones suelen ser superiores a 10% del costo total. Eso
    les permite bajar precios de venta al público y captar más
    mercado en desmedro de sus competidores. Las empresas formales quedan, así,
    en desventaja.
    Además, la actividad informal desacelera el crecimiento económico
    porque reduce notablemente la recaudación impositiva de los gobiernos,
    que se ven obligados a aumentar los impuestos que aplican a las empresas
    formales. A mayor cantidad de impuestos pagados, menores son las ganancias
    después de impuestos que los jugadores en regla pueden invertir en
    métodos y tecnologías para mejorar productividad. Y así
    se genera un círculo vicioso: más impuestos instan a las empresas
    a operar informalmente, lo cual eleva la carga impositiva que se aplica
    a las empresas formales.
    Pero las consecuencias adversas de la informalidad no son sólo económicas,
    también son sociales. Muchos países en desarrollo, según
    su madurez económica, tienen buenos planes de seguridad social y
    estatutos laborales para sus trabajadores. Pero como esos beneficios se
    aplican sólo a los pocos que trabajan en el sector visible, los vulnerables
    trabajadores del sector informal ganan menos, no tienen jubilación,
    cobertura sanitaria ni protección contra accidentes.
    Los consumidores tienen menos opciones: o compran productos y servicios
    de alta calidad a precio muy alto, o compran por poca plata los productos
    de calidad dudosa que producen las empresas informales, a veces desconociendo
    los peligros y riesgos que entrañan. Faltan, en muchos países
    en desarrollo, productos intermedios, de buena calidad a precios competitivos.

    La misión
    de los gobiernos
    El MGI ha descubierto que los gobiernos no se dan suficiente cuenta de
    las inmensas ventajas económicas y sociales de reducir la informalidad.
    Por eso, no destinan suficientes recursos para hacer cumplir las leyes.
    Subestiman lo que pueden y deben hacer para corregir todas las causas
    de la informalidad. Sólo con recaudar entre más empresas,
    podrían bajar los impuestos sin reducir la recaudación.
    En muchos países, las leyes existen pero falta voluntad para hacerlas
    cumplir. Habrá que destinar más recursos y mejorar la capacidad
    de vigilancia oficial. Tampoco se trata sólo de más dinero
    y más personas sino de separar las tareas de vigilancia y de recaudación.
    Se trata de crear, cuando sea necesario, comisiones especiales para vigilar
    a determinadas empresas. Se trata, también, de contar con sistemas
    judiciales eficientes, pues a veces hasta dificultan la tarea de demandar
    a evasores ya identificados.
    La ley se hace más fácil de cumplir si se alivia la carga
    impositiva y se simplifica el proceso burocrático. Registrar una
    nueva empresa, por ejemplo, no debe ser un proceso caro ni complicado
    ya que de ello depende que se le pueda cobrar un impuesto. El código
    impositivo también debe ser sencillo.
    Finalmente, dice Farell, los gobiernos de los países emergentes
    deben considerar seriamente reducir sus impuestos y redistribuir la carga
    impositiva entre más jugadores