En Wall Street campea la discriminación sexual

    Allison
    Schieffelin, ex operadora de Morgan Stanley (MS), acaba de firmar un acuerdo
    con la firma por el cual las dos partes evitan llevar a juicio un caso de
    discriminación sexual que habría tenido repercusiones desagradables
    para ambas.
    La historia de este caso ya acumula nueve años. Schieffelin, una
    exitosa vendedora de la división de capitales institucionales de
    MS, planteó su queja por primera vez en 1995 pero la formalizó
    ante la Equal Employment Opportunity Commission (EEOC) recién en
    1998. Morgan Stanley la echó en el año 2000. La EEOC interpretó
    que las acusaciones de discriminación eran demostrables a pesar del
    empecinamiento en negarlas por parte de MS, e inició en 2001 la demanda
    contra la compañía. A partir de entonces, el juicio se fue
    postergando por sucesivos intentos de acordar por mediación. MS sostiene
    que Schieffelin no merecía el ascenso, que era reacia al trabajo
    en equipo, ineficiente y que se insubordinó e insultó a su
    jefa, otra mujer.
    La causa, al día de hoy, incluye también a otras 340 brokers
    mujeres: todas denuncian discriminación laboral. Philip Purcell,
    presidente de MS, refiriéndose a todas las demandantes, insiste:
    “Siempre fueron tratadas con justicia y equidad gracias a la excelente
    política de diversidad que implementa la compañía”.
    A escasos minutos de que se iniciara el juicio, los abogados del Gobierno
    consiguieron que Morgan Stanley aceptara firmar un cheque por US$ 54 millones.
    Según los términos del acuerdo, suscripto conjuntamente por
    MS y la EEOC, Schieffelin recibe US$ 12 millones y los 40 restantes se reparten
    entre el resto de las demandantes.

    De esto no
    se habla
    Desde el punto de vista monetario, el resarcimiento es bueno. Pero el
    documento incluye, en uno de sus últimos párrafos, una preocupante
    cláusula de confidencialidad. Hace mucho tiempo que las firmas
    de valores hacen lo indecible para asegurarse que el tratamiento discriminatorio
    que dan a las mujeres en esa actividad no llegue al conocimiento del público.
    En el acuerdo de Morgan Stanley, el pacto de confidencialidad está
    expresado en el párrafo número 51, de un total de 56, en
    una sección titulada “Miscelánea”. Allí,
    la Comisión y MS se comprometen a mantener la confidencialidad
    de los documentos que compartieron durante los últimos dos años
    y medio. El acuerdo especifica que las 340 mujeres que se repartirán
    los 40 millones –todas con demandas similares de discriminación
    y tratamiento desleal– no pueden revelar las estadísticas
    a nadie y todas las copias deben ser destruidas o devueltas. También
    se clasifica como confidencial toda la información que aportó
    Morgan Stanley sobre salarios y promociones durante las negociaciones
    con la EEOC.
    Como casi siempre ocurre con los acuerdos, ambas partes se anotaron victorias
    modestas. Morgan Stanley pudo negar que practique discriminación
    y la Equal Employment Opportunity Commission (EEOC) puede argumentar –como
    dijo el juez– que el caso logró “un hito en la salvaguardia
    y promoción de los derechos de la mujer en Wall Street”.
    Con la firma del acuerdo, Morgan Stanley ingresa al grupo integrado por
    Merrill Lynch y Smith Barney (Citigroup), dos bancas que ya tienen en
    su haber casos de discriminación. Elizabeth Grossman, abogada a
    cargo del juicio de la EEOC, cree que Wall Street no ha tomado el tema
    de la discriminación con la seriedad que pretende el Gobierno a
    pesar de que muchas implementaron, desde 2001, ambiciosos programas de
    diversidad.
    Según la EEOC, el caso Schieffelin pone de manifiesto un problema
    endémico que afecta el negocio bursátil desde hace más
    de 20 años. Aunque la EEOC tomó parte sólo en el
    caso contra Morgan Stanley, muchas otras mujeres han radicado denuncias
    contra Merrill, Bank of America, Deutsche Bank y otros.

    Juego de
    machos
    Para Frank Partnoy, escritor y profesor de Derecho de la Universidad de
    San Diego, autor de “Infectious Greed: How Deceit and Risk Corrupted
    the Financial Markets”, la primera consecuencia del caso Schieffelin
    es que se abrieron las compuertas para los juicios por discriminación
    de género. Hay casos de muy alto perfil pendientes contra Merrill
    Lynch y Nomura.
    Otra es que el verdadero problema con la discriminación de género
    en Wall Street es intangible e invisible a la mirada de muchos. Aunque
    a simple vista las leyes sean iguales para todo el mundo y los recintos
    no sean ya un lugar de trabajo hostil a las mujeres como en el pasado,
    la banca de inversión sigue siendo un juego de machos. Es el carácter
    mismo de Wall Street lo que discrimina, aun más que los comentarios
    burlones, zumbones o despreciativos.
    La banca de inversión está dominada por hombres por las
    mismas razones que la mafia y otras bandas están dominadas por
    hombres. El negocio atrae y premia a personas que tienen ciertas habilidades
    y predisposiciones como pasión por el riesgo, inclinación
    a actuar sobre el filo de la ley o habilidad para cortejar clientes y
    desplumarlos al mismo tiempo. Todos rasgos que son, o aparentan ser, más
    frecuentes entre hombres que entre mujeres.
    Los hechos, al menos, avalan esta teoría. Durante la década
    pasada las mujeres ocuparon entre 20% y 40% de los cargos en Wall Street,
    pero los más sonados juicios por malversación financiera
    involucraron a varones. Paul Mozer de Salomon; Nick Leeson de Barings;
    Joseph Jett de Kidder, Peabody; Henry Blodget de Merrill Lynch; Frank
    Quattrone de varios bancos; John Rusnak de Allfirst Financial…
    Ahora que las mujeres ocupan tantos cargos jerárquicos en el sector
    financiero sería lógico que aparecieran nombres involucrados
    en casos de malversación.
    Un aspecto no revelado de la denuncia de Schieffelin contra algunos colegas
    hace mención de transacciones ilegales que ella se negaba a tolerar
    y, mucho más, a hacer.
    Por ese tipo de reclamos, reflexiona Partnoy, podría suponerse
    que los bancos querrían contratar más mujeres. Pero hacen
    lo contrario porque las malas prácticas financieras son buenas
    para el negocio. Los bancos dicen que no toleran conductas ilícitas
    porque cuidan su reputación. Pero Wall Street acaba de sufrir toda
    la vergüenza pública imaginable y, sin embargo, sus ganancias
    y sus bonos subieron hasta el infinito.
    En Londres también
    Durante los últimos años hubo en la city de Londres una
    oleada de denuncias de discriminación y disputas por los bonos
    anuales en las grandes firmas de valores. El más reciente –junio
    pasado– es el caso de Stephanie Villalba contra Merrill Lynch (ML),
    excepcional por varios factores.
    En primer lugar porque Villalba trabajó 17 años en la filial
    londinense de la firma americana, con lo cual se convierte en la primera
    mujer que, con semejante antigüedad y jerarquía (vicepresidenta
    primera), entabla un reclamo por discriminación.
    Además, se cree que la suma reclamada asciende a £ 7 millones.
    Nunca antes hubo un juicio de este tipo por más de tres millones.

    Finalmente, la denunciante acusa a la compañía de discriminación
    sexual y despido injustificado a la vez que hace graves acusaciones contra
    una de las mayores bancas de inversión del mundo y contra miembros
    específicos de la alta gerencia.
    Si este caso no se zanja en las próximas semanas, las denuncias
    aflorarán en un momento muy difícil para ML. En Estados
    Unidos la firma acaba de salir de un enredado y sonado pleito de muy alto
    perfil en el cual más de 1.000 operadoras mujeres denunciaron parcialidad
    sistémica por parte de la compañía. Con muchas de
    ellas ya firmó acuerdos para evitar juicios. Pero, en abril, un
    panel de mediación ordenó a la firma pagar US$ 2,2 millones
    a una broker que insistía en llegar a la Corte.
    La conclusión de los mediadores fue que ML no sólo había
    discriminado a Hydie Sumner, sino que sistemáticamente pagaba menos
    a las mujeres y les dificultaba el acceso a los ascensos. Fue el primer
    fallo que acusa de discriminación sistémica a una firma
    de Wall Street