La
excepcional rentabilidad del campo se combina con la mayor demanda de equipos
debido a la expansión del área de siembra y la necesidad de
renovar un parque que sufrió el atraso de años de desinversión.
El sector de la maquinaria agrícola asiste por estos días
a uno de sus momentos históricos de mayor esplendor.
Las ventas de unidades 0 km totalizaron durante el año pasado negocios
por $ 2.302,7 millones, con un crecimiento de 137% con respecto a la facturación
del 2002, según las estadísticas del Inta. La suba llega a
59% si se comparan los valores del último ejercicio con el promedio
(en pesos) registrado en las seis campañas precedentes.
Incluso en dólares los guarismos del 2003 se ubican entre los más
altos de la década.
La comercialización de maquinarias nuevas redondeó el año
pasado operaciones por US$ 813 millones, cifra sólo superada por
el récord de US$ 913 millones registrado en 1997 y muy por encima
de la media de US$ 500 millones observada en las tres últimas temporadas
de la convertibilidad.
Para el ciclo 2004 las proyecciones son más que optimistas. Si bien
en algunos segmentos de la actividad se observa en los últimos meses
cierto amesetamiento en relación con los niveles del año pasado,
en otros rubros la carrera ascendente sigue su marcha firme. Y no se trata
de sectores marginales del negocio. Los segmentos más dinámicos
a la hora de crecer son los de tractores y cosechadoras, que representan
62% del mercado total.
Entre enero y abril, las empresas nucleadas en la Asociación de Fabricantes
de Tractores (Afat) registraron un incremento de 169% en sus ventas respecto
de igual período del 2003. La suba arañó 73% en el
caso de las cosechadoras.
Afat representa a las compañías multinacionales con presencia
en el país (John Deere, Agco Allis-Massey Ferguson, Case-New Holland,
Valtra y Macrosa del Plata-Challenger), a las que este año se sumó
la argentina Pauny.
En conjunto, concentran más de 85% de las ventas de tractores y cosechadoras,
lo que habla a las claras de la representatividad de sus estadísticas.
Máxime teniendo en cuenta que desde la vereda de las industrias locales
los indicadores de crecimiento son igualmente significativos.
Tal es el caso de Vassalli Fabril, la tradicional fábrica de cosechadoras
de Firmat (Santa Fe), que puso en marcha recientemente la ex planta de Roque
Vassalli. La iniciativa le permitirá duplicar su producción
para atender a la demanda sostenida.
“El año pasado comercializamos 310 máquinas, pero de
haber podido fabricar más las hubiésemos vendido”, señala
Raúl Díaz, gerente general de la compañía santafesina.
Para este año, el plan de negocios contempla colocar 450 unidades,
aunque las expectativas iniciales ya están siendo superadas.
Otro caso singular en el segmento de cosechadoras es el de Bernardín.
La firma reabrió sus puertas en 1998, pero el salto de ventas lo
verificó a partir del segundo semestre del 2002. “Venimos de
un desastre en la década pasada. En un momento sólo quedaba
una fábrica en pie, luego reaparecimos nosotros y ahora hay varias
marcas más”, señala Aníbal Cúneo, titular
de la compañía de San Vicente (Santa Fe).
En el rubro de tractores, la experiencia de la ex planta de Zanello, ubicada
en Las Varillas (Provincia de Córdoba), grafica con singular claridad
la curva de negocios de la industria nacional.
La fábrica desarrollada por los hermanos Carlos y Luis Zanello llegó
a producir 6.018 tractores en 1984, con una facturación que, a mediados
de la última década, tocó el techo de US$ 119 millones.
Pero la fase de esplendor se interrumpió abruptamente cuando el mercado
de tractores nacionales virtualmente desapareció a raíz de
la caída de la rentabilidad del sector agropecuario en los últimos
años de la convertibilidad y de la competencia desigual impuesta
por los modelos importados de Brasil. Zanello fue a la quiebra y la planta
permaneció inactiva hasta que en marzo del 2002 se conformó
Pauny, una sociedad anónima que asumió el control de la fábrica,
integrada por ex trabajadores, proveedores y concesionarios junto a la Municipalidad
de Las Varillas.
La nueva empresa logró ensamblar más de 200 unidades en el
primer año de operaciones y saltó a 486 tractores vendidos
durante el 2003, con una facturación de $ 51,8 millones. En el primer
cuatrimestre de este año ya colocó 301 equipos, con un crecimiento
de 200% con respecto a igual período del año anterior, lo
que le permite posicionarse como la segunda marca en venta de tractores,
detrás de John Deere.
Paralelamente, Pauny inició su programa de exportaciones a Paraguay
y Uruguay, al tiempo que tiene en marcha su plan de desembarco en Brasil
de la mano de Cummins, la firma que le provee los motores.
El negocio de la maquinaria agrícola repercute de manera directa
en la economía de una vasta región del interior. Según
un relevamiento del Centro de Desarrollo Empresarial de Rafaela (Santa Fe),
existen en el país 665 industrias con más de cinco empleados
dedicadas a la producción de máquinas y agropartes, de las
cuales 47% está en Santa Fe. Le siguen Córdoba (24%), Buenos
Aires (20%) y Entre Ríos (5,2%).
El sector ocupa de manera directa a unas 46.000 personas. Datos de la Cámara
Argentina de Fabricantes de Maquinaria Agrícola (Cafma) indican que
durante el año pasado el índice de ocupación superó
90% de la capacidad instalada.
Precios
alentadores
A la hora de buscar explicaciones al fenómeno de los fierros del
campo, las respuestas apuntan lógicamente en primer término
al boom de los precios agrícolas, con la soja como abanderada de
la rentabilidad rural.
Sin embargo, el listado de factores que cimientan el crecimiento del sector
no se agota en la billetera más generosa con que hoy cuentan los
productores. La expansión de la frontera agrícola, la renovación
tecnológica impuesta por los nuevos modelos de producción
y la necesidad de actualizar el parque luego de largos años de
desinversión son otros elementos de peso señalados por los
especialistas.
En ese plano de los precios, al lógico repunte de los commodities
tras la devaluación se agregó posteriormente el incremento
(en dólares) de las cotizaciones internacionales de los granos.
Por cierto, las retenciones amortiguaron en parte la suba (de la cotización
internacional se descuenta el derecho de exportación, que en la
soja es de 23,5% para el poroto y 20% para la harina).
Aun con ese atenuante, la escalada también se vivió en las
pizarras locales. Por caso, la soja pasó de $ 142,2 por tonelada
en abril del 2001 a $ 657,7 en igual mes de este año.
La recomposición de los precios agrícolas impactó
positivamente en la capacidad de compra de maquinarias. Un trabajo desarrollado
por María Castro, del Área de Economía de la Asociación
Argentina de Consorcios Regionales de Experimentación Agrícola
(AACREA), señala que en marzo pasado el poder adquisitivo de los
granos frente a los rubros más significativos de maquinaria agrícola
registraba un incremento promedio de 25% con respecto a diciembre del
2001 (previo a la caída de la convertibilidad) y de 20% con relación
a marzo del 2003 (antes de la última suba de cotizaciones). Es
decir, con la misma cantidad de quintales se podían comprar esos
mayores porcentajes de maquinarias en relación con los períodos
apuntados.
Para la soja, responsable de 65,5% del valor bruto de la producción
de granos, la evolución del poder de compra en marzo del 2004 marcó
un incremento medio de 61% con respecto a diciembre del 2001 y de 50%
con relación a marzo del 2003.
Martín Bran, gerente de marketing de Massey Ferguson, asegura:
“La relación kilos de soja/tractor es la más baja de
la historia. Un tractor de potencia mediana se compra con 900 quintales,
cuando hace un par de año se requerían 1.200-1.500 quintales
de soja”.
“Mientras los precios agrícolas acompañen, el sector
va a seguir muy activo, ya que los niveles de venta de las maquinarias
copian la curva de las cotizaciones”, razona Díaz, de Vassalli
Fabril.
La relación no es antojadiza. (10%). Las máquinas representan
el principal componente en la minuta de costos de la producción
agrícola, con una participación de 40%, por encima de las
erogaciones en comercialización (38%), semillas (12%) y agroquímicos
Cúneo agrega: “La situación cambió drásticamente
a partir de la devaluación y la revalorización de los precios
de los granos, cuyas cotizaciones internacionales están en dólares.
Hoy el mercado de equipos de cosecha está sobrepasado por la fuerte
demanda, después de cuatro o cinco años de una baja muy
notable en las ventas, tanto de máquinas nacionales como de importadas”.
Orlando Castellani, titular de Ombú y dirigente del Movimiento
de Defensa de la Maquinaria Agrícola y sus Industrias Integradas
(Modemaq) coincide en que “la reactivación de las agromáquinas
se originó en la mejora de la situación del campo por la
devaluación y en la suba de los precios de los granos”. Y
añade un nuevo ingrediente: “Hay que sumar también
que, a partir de la devaluación, en la industria se registró
una sustitución de importaciones. El resultado fue que las fábricas
terminaron trabajando a pleno”.
En efecto, para la industria nacional, la corrección del tipo de
cambio no sólo trajo aparejados beneficios por el lado de los excedentes
rurales sino que le permitió acomodar sus precios con respecto
a la competencia importada.
“Hay que dejar atrás esa época nefasta, donde se privilegió
lo financiero y se abrieron las puertas para que entrara cualquier producto,
lo que causó la mayor desindustrialización del país”,
enfatiza Castellani.
Más
tierra
La expansión de la frontera agrícola es otra de las razones
que motorizan las ventas del sector. La superficie sembrada aumentó
98% en la última década, lo que se tradujo en mayores demandas
de equipos para atender una actividad cada vez más concentrada
en los cultivos de verano.
En un lapso de 120 días se siembran 14,2 millones de hectáreas
de soja, a lo largo de un área que va desde el sur de Buenos Aires
hasta las provincias del norte del país. A ello se agregan casi
6 millones de hectáreas de maíz, girasol, maní y
sorgo, cuya fecha de implantación coincide en buena parte con la
reina oleaginosa.
“Estamos en un mercado en permanente expansión, que debe proveer
equipos para atender un área de siembra cada vez mayor, con exigencias
crecientes en la tecnología y capacidad de trabajo de los equipos”,
sintetiza Rosana Negrini, presidenta de Agrometal. La empresa de Monte
Maíz (Córdoba) es líder en el mercado nacional de
sembradoras. El año pasado llegó al récord de 1.000
unidades vendidas, con una facturación de US$ 70,8 millones.
En febrero, Agrometal inauguró su nueva línea de producción,
totalmente automatizada, cuyo desarrollo demandó una inversión
de US$ 3 millones. El emprendimiento le permitirá duplicar su capacidad
de producción. De esa manera, se propone atender al mercado interno,
donde este año prevé colocar 1.200 sembradoras, y exportar
equipos a Bolivia, mientras ultima los detalles de su desembarco en Brasil.
Situaciones similares se viven en otras empresas del rubro. Por caso,
Apache amplió en 40% su planta de personal y realiza inversiones
por US$ 500.000 con el fin de atender una demanda que le permitirá
comercializar 500 sembradoras en este año.
“La expansión de la frontera agrícola está operando
sobre la demanda. Muchos productores, especialmente de la zona centro
del país, se fueron hacia Chaco, Santiago del Estero y hasta lugares
como Formosa. Incluso hay otros que van a Uruguay y Bolivia. Nos compran
máquinas y las llevan para allá”, comenta Miguel Robledo,
gerente de Comercialización de Apache.
Otra que viene en alza es Pierobón. El año pasado cumplió
su 45º aniversario con el récord de 420 sembradoras vendidas
y una facturación cercana a $ 29 millones. En abril pasado ya había
comercializado toda la producción prevista para el 2004. Bertini
también está ampliando sus líneas de producción
para pasar de 280 unidades en el ejercicio 2003 a 400 equipos en el actual.
Si la mayor superficie cultivada mueve las ventas de equipos de siembra,
la demanda es aún más urgente al momento de la cosecha.
Se estima que la Argentina pierde alrededor de US$ 725 millones anuales
por deficiencias en la recolección de los cinco principales cultivos.
Los especialistas aseguran que, con un parque de cosechadoras acorde a
las exigencias del campo actual, 20% de los granos que hoy quedan en los
rastrojos podrían ir a los silos.
“La Argentina está expandiendo su frontera agrícola
a zonas de Chaco, Santiago del Estero, Tucumán, Salta, La Pampa.
Cada vez hay más hectáreas para cosechar y ese solo dato
nos obliga a proyectar un mercado con mayores ventas. Por cierto, también
debemos ocuparnos de proveer equipos capaces de enfrentar campos donde
la cosa no es tan plana y simple como en la pampa húmeda”,
observa Cúneo.
Cambio
directo
Paralelamente, el auge de la siembra directa, que hoy cubre 60% de la
superficie agrícola, condenó al desuso a buena parte de
los implementos de labranza, pero impuso la necesidad de renovar el parque
de sembradoras, a fin de poder implantar y fertilizar los cultivos sin
roturar la tierra. Una razón más para explicar por qué
las ventas de equipos de siembra se mantuvieron firmes, aún en
los peores años de rentabilidad para el negocio agropecuario.
En la misma línea, la irrupción de las variedades transgénicas,
que actualmente representan 95% de la soja nacional, implicó cambios
drásticos en los modelos de trabajo. La mutación hacia una
agricultura basada en las tecnologías de insumos (con los agroquímicos
a la cabeza) redujo el uso del tractor para las tareas de labranza, pero
le abrió las puertas al floreciente mercado de los equipos de pulverización,
que hoy reportan negocios por $ 222,8 millones anuales.
El líder en ese segmento es Metalfor, de Marcos Juárez (Córdoba),
cuyas ventas saltaron de $ 14,2 millones en el 2000 a $ 87,2 millones
en el último ejercicio.
Para este año proyecta crecer de las 700 unidades ensambladas el
año pasado a unos 1.300 equipos autopropulsados y de arrastre en
el ciclo actual. Para ello invirtió US$ 3 millones en la compra
de la ex fábrica de Araus en Noetinger (Córdoba).
“Apuntamos a que las multinacionales no se queden con el mercado
nacional y para eso vamos a competirle de igual a igual”, señala
desafiante Luis Dadomo, titular de la compañía, que además
posee desde hace tres años una planta en Brasil.
Otro player importante en el rubro es la brasileña Jacto, que opera
en la Argentina a través de su filial Multijacto. “El mercado
viene creciendo. El año pasado vendimos 80 pulverizadoras autopropulsadas
y este año estimamos llegar a 120, con un crecimiento de 50%. También
apuntamos a crecer, aunque a un ritmo más moderado, en el segmento
de equipos de arrastre, pasando de 400 a 500 unidades”, comenta José
Emilio de Castro Filho, gerente regional de exportaciones.
Los mayores rindes por hectárea también suponen una demanda
adicional de equipos para la logística de cosecha y manejo de granos.
En este renglón se anotan en primera fila las tolvas autodescargables,
cuyas ventas crecieron vertiginosamente en la última década,
al tiempo que nuevas compañías se sumaron a un negocio que
hoy nuclea a más de 80 fabricantes.
“Mientras tenga valor el grano, el mercado seguirá en alza.
Cada cosechadora nueva sale con una tolva”, señala Miguel
Roata, titular de AgroAr. “En tanto sigan creciendo el área
de siembra y los volúmenes de cosecha, la demanda va a ser fuerte”,
completa Eduardo Mondino, de Favorito.
Cerrando el círculo, la reasignación de funciones para el
tractor –fundamentalmente enfocado en tirar de la sembradora de directa
y de los acoplados tolva en la cosecha– también conduce a
la necesidad de actualizar equipos con unidades de mayor potencia y capacidad
de sus sistemas hidráulicos, entre otras prestaciones.
Parque viejo
Más allá de la coyuntura favorable de las cotizaciones agrícolas
y las demandas crecientes de un campo en expansión, un factor que
contribuye al buen momento de la maquinaria es, sin duda, la necesidad
de renovar el parque tras largos años de desinversión.
La situación es particularmente crítica en el segmento de
cosechadoras y tractores, y por eso no extraña que hayan sido estos
dos rubros los líderes del crecimiento en las estadísticas
de ventas del 2003, registrando subas con relación al 2002 del
orden de 313% y 294%, respectivamente.
Ambos sectores fueron los que más acusaron el impacto de la desinversión
en las postrimerías de la convertibilidad y, por tratarse de mercados
dominados por los modelos importados, también fueron los que más
tardaron en reaccionar tras el reacomodamiento posdevaluación.
“El parque de tractores es uno de los de mayor obsolescencia en la
Argentina”, opina Julio Pereyra Iraola, gerente general de Valtra
y directivo de Afat. “Las ventas van a seguir en ascenso, porque
los precios de los granos acompañan y porque el parque de tractores
sigue obsoleto”, añade Christian Lancestremere, gerente de
marketing de Case-New Holland.
El parque actual es de 180.000 tractores, con una antigüedad promedio
de 18 años. “La gente cambió primero la sembradora,
luego las cosechadoras y las pulverizadoras. Ahora le toca el turno al
tractor”, señala Luis Visconti, supervisor de ventas de Pauny.
Para este año, los industriales del sector vaticinan un mercado
de 5.000 tractores, 16% más que el año pasado, aunque la
tendencia de los primeros meses anticipa un ritmo de crecimiento bastante
mayor.
Si bien los números actuales entusiasman cuando se comparan con
los 1.110 tractores vendidos en el 2002, empalidecen al lado de la media
de 22.000 unidades anuales comercializadas entre 1969 y 1977.
En cosechadoras, la situación es similar. “Entre 1999 y 2002
la reposición de máquinas acumuló un déficit
de 2.300 unidades respecto del nivel mínimo que requería
la actualización del parque. Por eso, el récord de ventas
del año pasado sólo recupera parcialmente las cosechadoras
no compradas en los cuatro años precedentes”, explica Héctor
Sendoya, titular de Afat.
Como ya se ha apuntado, en este rubro la obsolescencia del parque se traduce
en pérdidas millonarias por ineficiencias en la recolección.
Una rápida comparación de los datos del 2002, correspondientes
a la Argentina y Brasil, exime de mayores comentarios. Mientras en el
vecino país se vendieron –durante el 2002– una cosechadora
por cada 20.538 toneladas de cosecha, en la Argentina la relación
fue de una máquina nueva por cada 125.000 toneladas.
Importaciones
calientes
Según los datos del Indec, 58% del volumen facturado el año
pasado en el mercado de maquinaria agrícola correspondió
a equipos importados, fundamentalmente de Brasil. Dos años atrás,
la relación era inversa, con 63% para las máquinas nacionales
y 37% para las foráneas.
En tractores, los modelos de origen importado representan 87% del mercado,
liderados por Agco Allis-Massey Ferguson y John Deere. La porción
de la torta llega a 84% en el segmento de cosechadoras.
La industria local se toma revancha en las sembradoras, rubro en el cual
99,8% de los equipos vendidos el año pasado fueron montados en
el país. “Los insumos nacionales van creciendo y, con el dólar
estable, se favorece la entrada de máquinas desde Brasil. Pero
en el caso de las sembradoras no tenemos ese problema porque el productor
argentino prefiere los equipos locales, adaptados a las necesidades de
nuestros suelos”, explica Robledo, de Apache.
“La Argentina no siempre fue un mercado dominado por las cosechadoras
importadas. Si nos remontamos a 20 años atrás, había
más de 20 fábricas en el país, pioneras en el rubro.
La situación cambió cuando se agravaron las condiciones
en el país y las grandes multinacionales se radicaron en Brasil,
planteando una competencia muy directa, cercana y con diferencias de costos
importantes”, explica Díaz, de Vassalli.
No obstante, aclara que “hoy estamos en condiciones de competir de
igual a igual con cualquier marca importada. Tenemos precios competitivos
y desde el punto de vista tecnológico, con la incorporación
y estandarización masiva de todos los adelantos que se conocen,
nos podemos comparar a cualquier equipo”.
“Hoy contamos con máquinas que tecnológicamente están
en competencia con cualquier otra del mundo, ya que todo lo que es electrónica
o hidráulica se puede aplicar indistintamente, sea en el equipamiento
de serie o en los opcionales”, coincide Cúneo, de Bernardín.
Sin embargo, Manuel Dorrego, director ejecutivo de Cafma, advierte: “No
es fácil competir con empresas multinacionales que disponen de
un elevado volumen de producción, líneas de financiamiento
que dan envidia e incentivos para exportar”.
“Los fabricantes nacionales no cuentan con créditos razonables
para producir ni para exportar. Esto se agrava porque el Estado retiene
indebidamente la devolución del IVA, cuya alícuota diferencial
de 21% para las compras y 10,5% para las ventas genera un abultado crédito
fiscal difícil de recuperar”, agrega.
De inmediato surge la comparación con el principal socio del Mercosur.
“Brasil tiene un sector de la maquinaria agrícola que quintuplica
la generación de puestos de trabajo de su par en la Argentina:
98% de los equipos que utilizan los productores brasileños es de
fabricación local y exportan 25% de las máquinas fabricadas”,
detalla Mario Bragachini, ingeniero del Inta-Manfredi especializado en
el tema.
Para muestra basta un botón. Luego de un crecimiento explosivo
con respecto al ciclo anterior, el mercado argentino de tractores alcanzó
el año pasado la cifra de 4.334 unidades vendidas, de las cuales
unas 640 fueron producidas en el país. Paralelamente, en Brasil,
la producción del 2002 fue de 40.352 tractores, con 33.217 unidades
vendidas en el mercado interno y 7.945 equipos exportados.
Un trabajo de investigación desarrollado por el equipo conducido
por Bragachini aporta algunas líneas para entender las asimetrías.
En materia de crédito, los productores brasileños disponen
de líneas Finame para la adquisición de maquinaria local,
con tasas subsidiadas a 8,75-11,25% anual y plazos de seis a ocho años.
En la Argentina, no existen programas similares y 70% de los equipos se
adquieren al contado o por canje de soja.
En el plano fiscal, el vecino país asegura la neutralidad impositiva
del IVA y dispone de regímenes de amortización acelerada
para bienes de capital de producción nacional, además de
beneficios tributarios para los que logran determinado nivel de exportaciones
o innovaciones tecnológicas. En la Argentina, la alícuota
diferencial del IVA genera graves problemas de saldos, ya que se compran
los insumos a 21% y se vende la máquina con una tasa de 10,5%.
“Todas estas asimetrías explican la radicación de las
grandes multinacionales en Brasil, desde donde exportan hacia América
latina”, concluye Bragachini.
Desde el costado industrial, la experiencia de empresas con patas en los
dos lados de la frontera resulta por demás ilustrativa. “Cuando
nosotros fuimos a Brasil tuvimos que instalarnos y fabricar allí
porque si no, los bancos no le financiaban a los productores la compra
de nuestras máquinas”, relata Dadomo, de Metalfor. Entre otros
requisitos, se exige que los equipos tengan un mínimo de 60% de
mano de obra brasileña y un porcentaje similar de materia prima
de ese país”, agrega.
“Acá no tenemos el mismo trato. Vienen muchas empresas, entre
ellas brasileñas, y distribuyen a la par nuestra en el país
sin que nadie, ni el Gobierno, ni los bancos, les pongan trabas. Lo que
debería hacer el gobierno argentino es ponerles condiciones como
nos ponen a nosotros en Brasil, y así proteger la industria y crear
puestos de trabajo”, reclama el industrial.
Exportaciones
congeladas
A contrapelo de la fuerte participación de los modelos importados,
la exportación de maquinaria agrícola sigue en el freezer.
El comercio internacional de máquinas y agropartes mueve anualmente
más de $ 30.000 millones, pero la Argentina participa con apenas
0,2% de esa torta, pese a ser uno de los países con mayor historia
en el rubro.
Según datos de la Fundación ExportAr, las ventas externas
de equipos para el campo reportaron el año pasado ingresos por
US$ 43,6 millones, incluso por debajo de los US$ 51,3 millones comercializados
en el 2002. “Estamos convencidos del potencial exportador de la industria
nacional de la maquinaria agrícola. Hoy somos competitivos, y no
sólo por una cuestión de precios, sino fundamentalmente
por la calidad de los productos que se fabrican en el país”,
asegura Marcelo Elizondo, director ejecutivo de la entidad.
“El importador de maquinaria agrícola, sobre todo de países
exigentes como Francia, Canadá, Alemania o Estados Unidos, busca
la calidad antes que el precio. El valor agregado de la calidad es muy
alto y la Argentina tiene una gran tradición en mecanización
agrícola”, agrega.
En esa línea, la Fundación ExportAr puso en marcha un programa
sectorial para promover las exportaciones de maquinarias. El trabajo comenzó
con un amplio relevamiento de los mercados potenciales y los rubros con
mayor demanda, y desembocó en la primera Ronda de Negocios Internacionales
de la Maquinaria Agrícola, realizada en el marco de Feriagro.
“La idea es continuar trabajando durante todo el año con la
Cafma y las empresas del sector. Estoy seguro de que la ronda que realizaremos
en la próxima edición de Feriagro va a ser con más
empresas internacionales y mayor volumen de negocios”, enfatiza Elizondo.
Claro que el desarrollo de estrategias exportadoras también involucra
un cambio cultural entre los industriales del sector. “Hoy por hoy,
la maquinaria agrícola está casi totalmente dirigida al
mercado interno. El auge del campo ha hecho que las ventas crezcan notoriamente,
pero esto va a tener un ciclo”, advierte Elizondo. “La propia
dinámica del sector va a imponer abrir el juego a la exportación.
Las empresas van a tener que pensar en el mercado externo si no quieren
quedar excesivamente expuestas a los vaivenes del mercado interno”,
agrega.
Manuel Dorrego, desde Cafma, coincide: “El actual proceso de recuperación
debería tener su correlato en la captación de mercados externos
y en la consolidación de la marca Argentina como un producto con
calidad garantizada”.
Bragachini añade: “Para que la industria nacional sea competitiva
debe crecer en escala. Para ello debe exportar y para exportar necesita
evolucionar cualitativamente en procesos bajo normas de calidad internacionales.
En ese camino se están desenvolviendo muchas empresas”.
Los principales países importadores de maquinaria agrícola
son Estados Unidos, Francia, Canadá, Alemania y Reino Unido que,
a su vez, son los mayores exportadores de este tipo de equipos. Por cierto,
también están los mercados de países vecinos, menos
exigentes en materia tecnológica y, sobre todo, más accesibles
desde el punto de vista logístico, un renglón de suma importancia
cuando se exportan equipos complejos que luego deben ser atendidos en
posventa.
¿Hasta
cuándo?
“El que se quema con leche, cuando ve una vaca llora”. El refrán
cobra particular significado en una industria que hoy vive una época
de bonanza, pero que viene de sufrir un sacudón que durante la
década pasada mandó a la quiebra a casi 50% de las empresas
del sector. De allí que la cautela predomine entre los industriales
cuando analizan el mediano y largo plazo.
“Preferimos ser prudentes en los momentos buenos, para estar mejor
preparados ante un cambio de contexto, como sucedió años
atrás”, reflexiona Roata, de AgroAr. Por esa misma razón,
la empresa mantiene en un bajo perfil sus proyectos de exportación.
“Estamos despachando productos a Uruguay y tenemos posibilidades
de enviar equipos a México, Brasil y Francia, pero la realidad
es que tenemos una producción de 100 unidades y una demanda interna
de 120”.
“Lo que vivimos ahora es fuera de serie. En abril ya teníamos
vendida casi toda la producción de este año. Es algo que
ni me lo hubiera soñado. Pero no hay que creer que esto es lo normal.
Sabemos que el precio que tuvo la soja estaba por encima de lo lógico
y tal vez tenía que estabilizarse”, comenta Carlos Pierobón,
titular de la marca de sembradoras que lleva su apellido.
“La situación actual es excepcional. En 2005 la rentabilidad
del sector agrícola podría bajar a partir de la suba de
los alquileres y el costo de los insumos”, se cubre Bran, de Massey
Ferguson
A nadie escapa que la suerte de la industria de maquinarias agrícolas
está atada a la capacidad adquisitiva de los productores. De allí
que los vaivenes de precios jueguen un papel determinante en cualquier
proyección.
En igual sentido impactan las transferencias que el agro realiza hacia
el resto de la sociedad. El año pasado, las retenciones a las exportaciones
representaron desembolsos fiscales por $ 6.500 millones. La cifra triplica
el monto facturado por todo el sector de la maquinaria
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