Irlanda: ¿Empieza otra era industrial?

    Al
    promediar junio, se inauguró una fábrica de chips en Dublin.
    Un mes antes, Intel anunciaba una inversión de US$ 2.000 millones,
    para una enorme planta similar. Poco después, eBay y Google abrían
    filiales locales. Amazon.com hará lo mismo. Lucent Technologies invertirá
    US$ 83 millones. Etcétera, etcétera.
    Aparte de la explicación de moda en los mercados bursátiles
    (“la economía estadounidense florece y exporta inversiones”),
    Irlanda ofrece dos atractivos claves: grandes enjambres de servidores –anfitriones
    de portales y sitios Web–, capaces de procesar un denso tráfico
    de datos, y una vasta Internet en banda ancha.
    Por sí solo, el proyecto Intel acelerará el crecimiento del
    PBI desde 50 puntos básicos en 2005 hasta 480 en 2010. Pero las duras
    lecciones de la burbuja punto com (1998-2000) y su violento desinfle (2000-1)
    han hecho madurar al tigre celta.
    Pese a la nueva burbuja de optimismo entre analistas del sector, Dublin
    es realista.
    La Autoridad de Desarrollo Industrial (IDA), por supuesto, apela al arsenal
    promotor de siempre (incentivos tributarios y otros instrumentos orientados
    al capital externo). Pero con enfoques más estrictos y selectivos
    que, a veces, se dirigen a empresas determinadas, y no a segmentos enteros.
    En otros países, eso sería fuente de sospechas. En Irlanda,
    la propia IDA ha gestionado en el parlamento reformas impositivas, que permiten
    a firmas específicas obtener reembolsos en caso de trasladar al país
    operaciones administrativas (oficinas centrales, entre ellas) y laboratorios
    de investigación.
    El sistema calca al ya aplicado a plantas industriales. Pero, aún
    sin incentivos, los impuestos sobre compañías multinacionales
    promedian sólo 10% y están entre los más bajos de la
    Unión Europea ampliada.
    En otro plano, algunas universidades han adaptado programas a las necesidades
    de Intel y Hewlett-Packard. Hasta tal punto que, este año, la primera
    abrió un centro dedicado a nanotecnologías en el Colegio de
    la Trinidad (Dublin).
    El propio gobierno estima que 2004 será el mejor año para
    las inversiones externas directas –la mayoría de tipo tecnológico–
    desde el 2000. Pero su carácter es diferente pues, para empezar,
    ya no se toma tanta mano de obra nueva. Los proyectos impulsados por la
    IDA han creando sólo 2.200 puestos laborales en enero-marzo, contra
    5.700 en igual lapso del 2000.
    Seguramente porque la tasa de desempleo actual es de sólo 4,4%, Irlanda
    ya no necesita alta demanda laboral. Por eso, privilegia la calidad de cada
    inversión, más que el volumen. La vara de medida es Intel:
    una vez realizado su nuevo proyecto, las inversiones locales ascenderán
    hasta US$ 6.000 millones, unos US$ 1.500 por habitante.
    Intel eligió Irlanda entre varias opciones en virtud de ese contexto.
    Ahora, su presencia empieza a atraer la de otras multinacionales norteamericanas.
    Algunos expertos hasta hablan de un efecto cascada, donde una inversión
    genera otras por reflejo.
    “El personal local –apunta un vocero de Intel– aporta 15
    años de experiencia en los niveles superiores”. Además,
    unos 500 irlandeses (el total es 4.700) han estado más de un año
    en el centro de adiestramiento y desarrollo, en Oregon. Otros 300 serán
    enviados en breve.
    Si el líder mundial en microprocesadores y otras firmas de su calibre
    tienen algo de qué quejarse, es del costo de hacer negocios, pues
    parece subir a mayor ritmo que la inflación minorista. A pesar de
    eso, la IDA no cree que haya riesgo de perder terreno ante países
    con mano de obra más barata en el flanco oriental, dentro o fuera
    de la Unión Europea. En general, éstos compiten por la tercerización
    de servicios que, como los centros de llamadas, han llegado y han partido
    de la isla.
    “Estamos viviendo el fin de nuestra primera revolución industrial
    y entramos ya en la segunda”. Así lo sostenía el primer
    ministro, Bertram Ahern, hablando ante empresarios de tecnológicas