Reactivación japonesa: ¿de qué tipo y hasta qué punto?

    La tesis optimista
    se apoya en estadísticas posteriores a octubre. La opuesta extiende
    el marco a todo 2003 y eso hace diferencia. En verdad, según cifras
    oficiales, el producto bruto interno (PBI) repuntaba a razón de 7%
    anual en el último trimestre calendario de 2003, un ritmo no visto
    en veinte años. Ya en enero, el superávit comercial –merced
    a importaciones chinas– se quintuplicaba respecto de un año
    antes. Pese a un yen bastante caro por entonces.
    A diferencia de Estados Unidos, desde junio pasado el repunte se filtra
    al mercado laboral: el desempleo cedió de 5,5% (máximo de
    posguerra) a 4,9% en el curso de 2003. A fines de febrero, se supo que los
    pagos por horas extras aumentaron 4,5% en enero y mantienen la tendencia
    por décimo octavo mes seguido.
    Un claro síntoma positivo es que los temores deflacionarios o inminente
    desplome financiero, prevalecientes a principios de 2003 hoy se han desvanecido.
    Así lo reconoció días atrás el Fondo Monetario
    Internacional, elevando de 2,2 a 3% su proyección para el PBI en
    todo 2004.
    En cambio, varios ortodoxos son pesimistas y creen que la reacción
    cíclica actual se debe, mayormente, al “congelamiento”
    del plan pro reestructuración económica. Citan al respecto
    el oneroso rescate (US$ 17.000 millones) del banco Resona y la demora de
    reformas pro mercado, como la privatización vial y postal.
    “Si las reformas serias se posponen, sólo porque Japón
    se ha enganchado a la locomotora china, la presente reactivación
    se esfumará como espejismos anteriores”. Así piensa el
    monetarista Paul Sheard, analista principal de la firma bursátil
    Lehman Brothers en Tokio.
    Al igual que sus colegas británicos y suizos, Sheard sostiene que
    este repunte está condenado a licuarse estrepitosamente, a menos
    que se resuelvan “problemas estructurales” (en la óptica
    del negocio financiero). El gurú recomienda, claro, empezar superando
    la debilidad de los bancos, derregulando y reestructurando todo cuanto sea
    posible.

    Esta vez
    es diferente

    Sin embargo, el repunte actual es diferente a los dos anteriores. En primer
    término, no se origina en masivo gasto público, aunque el
    déficit fiscal marque un peligroso 8% del PBI. Por otra parte,
    se han elevados impuestos para cubrir erogaciones sociales y el sector
    privado está ajustándose por cuenta propia. De hecho, Merrill
    Lynch estima que, al ritmo actual, la deuda empresaria volverá
    en dos ejercicios a niveles previos a la burbuja de los últimos
    años ´80.
    Naoko Tanaka, asesor del primer ministro Junichiro Koizumi, indicó
    que también los bancos, gradualmente, van recomponiendo estados
    financieros. “Saben que se han terminado los salvatajes oficiales
    y ya no pueden rescatar ellos mismos a empresas débiles. Si insisten
    en hacerlo, acabarán nacionalizados como Ashikaga o Resona”.
    Nada de eso significa que se hayan resuelto ciertos problemas básicos,
    admiten los optimistas. Uno es que las espectaculares cifras del PBI pueden
    ser engañosas. Particularmente porque el crecimiento de calcula
    en términos reales, para contabilizar efectos inflacionarios. Pero,
    en una economía deflacionaria –desde 1990/1 en adelante–,
    sería más sensato emplear valores nominales.
    Otro motivo de cautela es que esta recuperación, como otras, se
    apoya mucho en exportaciones, aunque 2/3 del crecimiento notado desde
    octubre derive de inversiones privadas. Ahora bien, si Tokio continúa
    comprando masivamente dólares, o sea bajando artificiosamente el
    yen, arriesga problemas de comercio exterior.
    En lo tocante a exportaciones a China, una parte representa insumos destinados
    a fábricas japonesas en ese país. Pero, aun excluyendo detalles,
    Japón sigue muy vulnerable a retracciones chinas y norteamericanas.
    Se explica, entonces, una sostenida intervención cambiaria que
    llegó a elevar 6,5% el dólar en un solo mes (de ¥ 105,40
    a 112,20 en febrero). En todo 2003, Tokio insumió US$ 180.000 millones
    en esa política pero, sólo en el primer trimestre de 2004,
    habrá gastado casi US$ 100.000 millones.

    Renacimiento
    competitivo
    que lleva a “Ciberjapón”

    Por más de doce años, la atención se centraba en
    los padecimientos de Japón, tercera economía del mundo,
    tras Estados Unidos y la Eurozona. En esencia, porque –en 1990/1–
    se desató la peor recesión vivida por un país avanzado
    desde los años ´30.
    El sistema nipón siempre tuvo críticos. Así, Michael
    Porter y Mariko Sakakibara sostenían –en 2000– que esa
    economía mezcla sectores exportadores muy eficientes y sectores
    tan ineficaces como ciertas industrias y la banca. Esas fallas hicieron
    que el World Competitiveness Yearbook 2003 ubicase a Japón en undécimo
    lugar: un notable retroceso respecto de hace diez años y por debajo
    de Estados Unidos, Canadá o Gran Bretaña.
    Entonces ¿el Sol Naciente deja de ser competidor serio? No, porque
    esta economía tiene la innata habilidad de recrearse y, en 2001,
    volvía a hacerlo. En gran medida, porque surgía una nueva
    clase de innovadores con balances sanos, estrategias focalizadas, creatividad,
    velocidad y flexibilidad. NTT DoCoMo, Hoya, Bandai, Toyota, Nidec, Kao
    y otras lideraban la reactivación y penetraban mercados externos.
    Rápidos avances en tecnología informática (TI) y
    redes han permitido elaborar modelos de negocios apoyados en bases firmes.
    Tres bloques de empresas –grandes multinacionales o “kaisha”,
    alianzas tipo “keiretsu” y las nuevas “net–batsu”
    – empezaron a desplazar rivales occidentales, demostrando la adaptabilidad
    de antiguas prácticas niponas.
    Japón es resiliente, o sea tan elástico como fuerte. Ocupado
    en 1945/52, luego creció ocho veces en términos reales (1953–70)
    y su producto bruto interno (PBI) alcanzó el segundo puesto entre
    los países industriales fuera del bloque soviético. Tras
    un par de sacudones durante las crisis petroleras de los ´70, esta
    economía fue líder en competencia entre 1978 y 1985.
    A mediados de los ´80, empero, la locomotora basada en exportaciones
    chocó con EE.UU., agobiado por estancamiento, inflación
    e intereses altos. Al crecer las presiones proteccionistas, el gobierno
    de Ronald Reagan forjó un acuerdo con Gran Bretaña, Francia,
    Alemania Federal y Japón para devaluar el dólar.
    Por su parte, Tokio apeló a una política monetaria “suave”
    para asistir a los exportadores y protegerse de un yen en alza (o sea,
    un dólar barato). La consiguiente burbuja especulativa (1986–90)
    fue casi incontrolable e involucró productos, servicios, valores,
    bienes raíces, arte, etc. Los precios inmobiliarios llegaron a
    aumentar 15% anual, impulsados por créditos hipotecarios demasiado
    baratos. Finalmente, la inflación hizo que muchas compañías
    extranjeras y varios exportadores locales se mudasen a Singapur, Hongkong,
    Taipei y otros puntos del área. Entretanto, una recesión
    mundial hizo que la oferta excediera la demanda.
    La burbuja estalló en 1990/1. La expansión del PBI real
    japonés cedió de casi 4% anual en 1988 a 1,25% en 1991/98
    (la menor entre las principales economías). El valor total de los
    activos perdió casi US$ 10 billones en el quinquenio 1991–5
    y los bancos llegaron a acumular un billón en créditos morosos
    o desactivados. La deflación consiguiente afectó también
    a Surcorea, Taiwán, Tailandia, Malasia, Indonesia, etc.
    Reestructuraciones y despidos se hicieron comunes y se esfumaron los mitos.
    Entre ellos, el inmobiliario (los precios no dejarían de subir),
    el bancario –las entidades nunca quebrarían– o el del
    consumo ilimitado (la demanda seguiría expandiéndose).

    Rumbo
    a “Ciberjapón”

    Los gurúes convencionales afirman que las compañías
    deben centrarse en una sola ventaja competitiva dominante. Al revés,
    los japoneses tradicionalmente han adoptado sistemas de ventajas múltiples.
    Sus éxitos en los ´80 comportaban alto grado de conocimiento
    e información, profundad relaciones con clientes, economías
    de escala y amplias conexiones. Sus modelos involucraban, pues, cuatro
    ventajas:
    Capacidad de alianza. En la competencia basada en redes y un manejo ágil
    de cambios, las empresas niponas han desarrollado aptitudes para forjar
    alianzas. Sus esquemas inspiran a grupos extranjeros. Por ejemplo, Cisco
    Systems ha calcado la estructura “keiretsu”: mediante una red
    de 120 afiliadas, ofrece una selección cambiante en hard y software.
    Simbiosis pública–privada. En tanto el contexto norteamericano
    diferencia tajantemente lo público de lo privado, en Japón
    no existe separación clara entre ambos sectores. Por el contrario,
    predominan s nexos mutualmente beneficiosos. Así, en los ´50,
    el gobierno guiaba un proceso múltiple vía bancos para créditos
    a largo plazo, exportación e importación, desarrollo, pequeñas
    y medianas empresas o hasta emprendimientos en forestación, pesca
    y agro. De ese modo, el sector privado obtenía y generaba datos
    en red, mucho antes de existir Internet. En cierto sentido, la interfaz
    pública–privada actuaba como un Yahoo! o un Google “bricks
    & mortar”.

    Superior conocimiento del cliente.
    Las compañías japonesas son duchas en hacer que el marketing
    sea tarea de toda la organización. Técnicos, ingenieros
    y jefes de departamento –no sólo vendedores– suelen visitar
    compradores y distribuidores. El éxito en competir globalmente
    derivaba de esa estrecha atención a necesidades y perfiles del
    cliente. Como observaba Kenichi Ohmae, “quien controle la interfaz
    del cliente acabará ganando la batalla”.
    Sistemas centrados en la gente.
    Usualmente, los presupuestos TI japoneses han sido 50% inferiores a los
    occidentales porque, hasta principios de los ´90, las empresas invertían
    primordialmente en procesos humanos y organizacionales. Pero los mismos
    procesos que depararon éxitos, en épocas de crecimiento,
    han permitido manejar TI mejor y evitar los errores habituales en Occidente
    (donde la TI se usaba para eliminar personal).
    Por el contrario, los japoneses tienden a seleccionar tecnologías
    que encajen en la empresa, no a reconfigurar ésta para adaptarse
    a aquéllas. Ello es posible gracias a tres factores de competencia,
    empezando por el alcance, o sea la capacidad de generar una masa crítica
    de clientes ofreciendo información, productos y servicios de calidad
    en una gama muy diversa.
    Luego viene la desintermediación, que permite llegar al público
    por encima de la cadena de valor, las prácticas de la firma y sus
    estructuras. Finalmente aparece el ritmo de competencia, o sea la habilidad
    de cambiar, experimentar e innovar constantemente, en medio de cambios
    a veces impredecibles


    Los tres bloques
    del modelo

    Keiretsu son grupos empresarios unidos por propiedad recíproca
    de acciones y nexos horizontales exclusivos. Vinculan bancos, industrias
    y compañías comerciales (“sogo sosha”) o financieras.
    Este sistema deriva de los poderosos “zaibatsu” –1873/1945–,
    vastos conglomerados verticales de tipo familiar. Tras la guerra, se los
    obligó a desbandarse y colocar acciones en bolsa. Hoy, los keiretsu
    se han sumado a la “risutora” (restructuración).
    Kaisha son grandes multinacionales con marcas atractivas para usuarios
    o consumidores alrededor del mundo. Muchas –por ejemplo, las automotrices–
    pertenecen a empresas de producción vertical, ligadas a amplias
    redes de distribuidores/proveedores exclusivos, que tienden a hacer negocios
    entre sí. Por ende, son “zaibatsu” modernizados y sin
    el factor familiar. Toshiba, Nissan y Canon son ejemplos típicos.
    Net-batsu son innovadoras recientes, cuyos modelos operativos se han armado,
    conscientemente, apoyándose en Internet. Incluyen Rohm, Nidec,
    Hoya, Bandai, Kao, etc. Otras, como NTT DoCoMo, Rekuten y Softbank, florecieron
    en la ola tecnológica de los ´90. La mayoría obtiene
    más de 50% de los ingresos fuera de Japón. A diferencia
    de las compañías tradicionales, la “net-batsu”
    privilegia eficiencia y utilidades eludiendo sobrecapacidad y márgenes
    bajos. Muchas no pertenecen a un “keiretsu” ni “kaisha”,
    por lo cual -sin nexos con grandes grupos ni el gobierno- están
    más expuestas a las fuerzas del mercado.