Para países
–como la Argentina– que son productores agrícolas eficientes,
la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio, era la gran
oportunidad de reducir o eliminar subsidios que traban la venta de sus cosechas.
Era una ocasión excepcional porque para que avanzaran las negociaciones
multilaterales en otros temas, hacía falta un acuerdo de fondo sobre
productos del agro, el sector donde la liberación de subsidios nunca
existió o fue irrelevante.
Los países industrializados agrupados en la Ocde (siglas del inglés
para Organización para la Cooperación Económica y el
Desarrollo) mantienen subsidios para sus agricultores que solamente en 2001
significaron US$ 311.000 millones (de hecho, dos veces la deuda externa
argentina). El promedio de los aranceles protectores en esos países
está en el orden de 60%.
Si se eliminara la mayoría de estos subsidios, habría US$
128.000 millones anuales que irían, en buena parte, a las economías
productivas. No será fácil. En la Unión Europea, 35%
del total del ingreso agrícola proviene del subsidio estatal. En
Estados Unidos, esa proporción es de 21%. Los consumidores europeos
aportan –vía mayores precios– 49% del subsidio. En el caso
estadounidense, esa proporción es de 23%.
En la principal economía del planeta, la incertidumbre es otra. Tradicionalmente,
cuando crecía la economía, aumentaba el número de empleos.
A pesar del ritmo expansivo de los negocios y de las ganancias de las empresas,
en Estados Unidos no se generan nuevas posiciones de trabajo en la medida
esperada.
Justo en un año electoral, la polémica crece y la primera
explicación es poner la culpa en el traslado masivo de puestos de
trabajo a países de bajo costo salarial, como la India o China (y
para el caso, también América latina). Sin embargo otras voces
sostienen que ese fenómeno es una pequeña parte de la explicación:
la causa real sería ganancias en productividad con uso masivo de
tecnología que reduce el número de empleados que se requiere
en cada operación.
Ambas caras del debate se analizan en esta sección, y quienes gusten
de profundizar en el tema podrán hacerlo en el sitio de MERCADO en
Internet, donde se concentran más opiniones y ensayos sobre ambos
abordajes.
¿La tercerización
en el exterior
es buena o mala?
El neokeynesiano Gregory Mankiw, asesor económico principal de George
W.Bush y el columnista británico Martín Wolf tienen visiones
casi líricas del “outsourcing”. Por supuesto, gente de
Wharton, McKinsey o Boston Consulting Group lo ven como una panacea. Pero
legisladores norteamericanos de ambos partidos la prohibirían, si
pudiesen.
Hace algunas semanas Mankiw defendió la libertad de comercio y contratación,
asegurando que “significan mayor productividad en el largo plazo, que
no necesariamente más empleo en el corto”. Se le fueron encima,
pues la campaña electoral ya había empezado.
“No podremos tener una economía sana si, antes, no creamos trabajo”,
replicaron republicanos y demócratas. Un senador le exigió
al presidente desprenderse de Mankiw. “Los ataques no cuestionaban
sus opiniones sobre productividad –señala Wolf–, sino su
postura antiproteccionista”.
Lo lógico, por el contrario,“sería reprocharle, justamente,
sus ideas acerca de la productividad, cuyo crecimiento ha sido fuente básica
de deterioro laboral en estos años. La única diferencia entre
productividad y tercerización exterior es que sus efectos, como los
de las importaciones, son mucho más visibles”.
Un repunte sesgado. A criterio del experto, la actual ola proteccionista
se debe a que la reactivación iniciada hace 27 meses no promueve
empleo. Hay dos explicaciones: la excepcional productividad y la propia
debilidad del repunte, parcialmente derivada de una recesión previa
muy moderada.
El rendimiento por hora trabajada en el sector privado no rural subió
a razón de 4% anual en el trienio 2001-3, o sea muy por encima
de la economía en general (2%). El aumento del desempleo ha sido
un inevitable resultado.
La reducción de puestos en la industria (2.630.000, esto es 15%,
entre marzo de 2001 y enero de 2004) fue más marcada que en la
economía total (2.350.000). Eso se relaciona con 17% de alza en
la productividad industrial, contra 3% de baja en el conjunto de la economía.
En cuanto a los políticos, “si no niegan –subraya Wolf–
que la productividad se ha duplicado en dos décadas, con menos
personal, y eso es bueno. ¿Por qué no aprecian también
el aumento del intercambio, dado que le permite al país obtener
bienes y servicios más baratos?”.
Perdedores y ganadores Sin duda, toda apertura comercial es dolorosa para
los directamente afectados. “Igual sucede con la productividad. Así,
la tecnología informática (TI) ha dejado en la calle hordas
de empleados comunes y ha elevado salarios en los estamentos mejor educados.
Ninguno de los tres factores deterioraría el empleo si el mercado
laboral fuese flexible”.
Wolf y Mankiw sostienen que, al generar más competencia y bajar
precios, la apertura comercial eleva productividad en forma directa. “Eso
es particularmente cierto en TI”, apunta Catherine Mann, del Institute
for International Economics, Washington DC, en un reciente análisis
sobre “offshoring” laboral en ese área.
“A fines de los 90 –puntualiza–, la fabricación
de hardware se globalizó y se hizo de 10 a 30% más barata.
El producto bruto interno (PBI) de EE.UU. habría sido 0,3% inferior,
año a año, si ese rubro no se hubiese internacionalizado
vía tercerización industrial. Hoy esto pasa, en software,
con la tercerización laboral. Algunos puestos se perderán
en el segmento, pero habrá más actividad en otros”.
¿US$ 1,14 por cada dólar? Similar tesis propone, desde otro
ángulo, el McKinsey Global Institute en un estudio sobre tercerización
“off shore”. Se afirma ahí que EE.UU. obtiene beneficios
como reducción de costos (58 centavos por dólar gastado
afuera), ingresos adicionales vía compra de bienes y servicios
norteamericanos por parte de proveedores externos (medio centavo), repatriación
de utilidades (cuatro centavos) y recuperación de empleos (45/47
centavos).
En total, US$ 1,12 a 1,14 por cada dólar gastado afuera. “Obviamente
–aclara Wolf– nadie toma en serio estimaciones tan específicas,
pero el punto que ilustran es relevante”. Como señala Mankiw,
“en la actualidad, hay muchos más rubros transables que en
el pasado”.
Lo negativo del presente debate político, coinciden ambos, es su
irrelevancia respecto de los problemas de fondo. Los más inmediatos
consisten en estimular un aumento sostenido de la demanda y mejorar la
calidad de la educación, para que los norteamericanos aprovechen
la incipiente división internacional del trabajo.
Racionalizar conceptos John Kerry y –antes– John Edwards o Howard
Dean denunciaban una “conspiración del gobierno para exportar
empleos”. Inclusive el republicano Dennis Hastert, presidente de
la cámara baja, atacó a Mankiw. Más tarde, otros
intentaron explicar la tercerización en términos racionales.
Expertos de Wharton y BCG son tajantes: el “outsourcing” ya
no es opción táctica, sino necesidad estratégica.
Máxime con las crecientes oportunidades que deparan “países
baratos” (China, India, Brasil, México, etc. Según
ellos, la tercerización va camino de transformar las economías
nacionales en todo el mundo.
Hal Sirkin (BCG Chicago) advierte, empero, que “potenciar las ventajas
de los países baratos abarca una serie de aspectos. No significa
que los costos totales bajarán sólo porque una compañía
encuentre quien le fabrique o provea algo a menor precio. Como una cadena
de abastecimiento larga cuesta más que una corta, el negocio deberá
encararse desde una perspectiva holística”.
Ravi Aron (Wharton) señala que una empresa obtendrá dividendos
por encima de la eficiencia operativa sólo si la conducción
superior encara la tercerización como estrategia, no sólo
como simple táctica. Por su parte, James Hemerling (BCG Shanghai)
apunta que el translado a otros países de industrias o servicios
“hace más a potenciar ventajas que al outsourcing en si mismo”
Por supuesto, la tecnología informática no lo es todo. En
realidad, otros sectores –indumentaria, calzado, electrónica
de uso final– hicieron punta en la mudanza a otros países.
Por ejemplo, Nike advirtió hace mucho que lo suyo no era fabricar
zapatillas de alto precio, sino comercializarlas o franquiciarlas.
Cinco categorías Empresas enteras o sus divisiones difieren en
grados de tercerización. BCG analizó el fenómeno
en once países baratos –Brasil, China, Hungría, India,
Indonesia, Malasia, México, Polonia. República Checa, Rusia,
Tailandia– e identifica cinco categorias de “outsourcing”.
Algunas firmas se limitan a tantear el terreno. Saben que la tercerización
es importante y hasta pueden ensayarla con insumos básicos, pero
sólo eso. Un segundo grupo llega a comprar componentes o productos
terminados.
Grandes minoristas como Wal-Mart o Carrefour gastan miles de millones
anualmente en China y alrededores. Eso baja costos, pero los competidores
pueden imitarlo fácilmente.
En tercer lugar, algunas compañías alcanzan la tercerización
integral. Así, durante 2003-6 Motorola planea comprar por US$ 10.000
millones en China, producir bienes por similar suma e invertir otros 10.000
millones. Esta variante confiere ventajas competitivas más sólidas.
La cuarta categoría es el “outsourcing” integrado. Las
grandes automotrices, por caso, antes fabricaban en China o India primordialmente
para venta local. Hoy, las ven como mercados y como abastecedoras de bienes,
partes, etc. vendidos en otros países. Esta estrategia genera ventajas,
no fáciles de copiar para los rivales (verbigracia, economías
de escala).
El quinto grupo, todavía pequeño, apunta a la ventaja global
integral. Estas empresas saben que, si manejan bien su negocio en muchos
países baratos, alcanzarán mayor crecimiento en todos los
niveles (local, regional, mundial).
La estrella de la categoría, Toyota, terceriza subensamblaje de
vehículos en varios países asiáticos. Esto le permite
mantener costos bajos y entregar justo a tiempo. Una ventaja global de
esta clase es difícil de obtener, pero –por eso mismo–
resulta casi imposible de imitar.
Después
de Cancún,
la ronda Dohá vive en el filo de la navaja
Desde su fracaso de septiembre, la Organización Mundial de Comercio
se ha partido en dos grupos. Uno cree que la entidad debiera evolucionar
hacia un gobierno global y un nuevo orden económico. El otro califica
la OMC de gallinero, cuyos miembros son incapaces de adoptar decisiones.
Lo malo es que los primeros sean mayormente políticos y los segundos
mayormente profesionales en el tema.
Robert Zoellick, agente comercial de Estados Unidos, sigue endilgando
a los países emergentes y periféricos el empantamiento de
la rueda Dohá. Washington, sostiene, “no se quedará
esperando mientras otros bloquean el progreso. En vez de ello, buscará
acuerdos bilaterales o regionales en sus propios términos”.
La tónica unilateralista pasaba del campo geopolítico (Irak)
al comercial.
Las réplicas no tardaron y le tocó abrir el fuego a Rafael
Bielsa, canciller argentino. Ya en octubre, afirmó que “atribuir
el fracaso a un grupo de países subdesarrollados es un intento
de eludir responsabilidades, por parte de los grandes”.
Unos y otros “Cuando hablan de agricultura en EE.UU., lo hacen desde
la opulencia –señalaba–, mientras países como
Argentina lo hacen desde la subsistencia”. Como Michael Mussa, Joseph
Stiglitz, Jeffrey Sachs o George Sörös, el funcionario subrayó:
“La mayor inequidad en el comercio global reside en los subsidios
masivos que la Unión Europea, EE.UU. y Japón otorgan a sus
sectores agrícolas.
Por su parte, el “Financial Times” ironizaba a costa de Zoellick
y de “una gran potencia en pos de pececillos”. En noviembre,
el periódico calificó de “optimismo inapropiado”
la postura de Washington. Su “teoría de liberalización
competitiva no ha sido probada y se basa en dudosas evidencias empíricas”,
añadía en febrero.
En la práctica –estimaba el FT–, “poco podría
hacerse por expandir las exportaciones estadounidenses. El unilateralismo
comercial sólo creará un mosaico de acuerdos discriminatorios
y distorsiononantes”. Por otra parte, el sueño de George W.Bush
(la nonata Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA)
“es desparejo, pues EE.UU. se niega a bajar subsidios agrícolas
y barreras aduaneras fuera del marco de la OMC”.
Pero la conducta de EE.UU., la UE y Japón sugiere que tampoco dentro
de ella hay disposición a ceder. “Si Washington desease en
verdad ampliar el comercio bilateral –observaba un análisis
de la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico,
OCDE, club de economías centrales– , lo lógico sería
buscar acuerdos con países como China, Brasil e India. Pero no
sucede así”.
Divisiones por todas partes Pero no todas son divisiones norte-sur. Así,
el Grupo Cairns reúne Australia, Canadá y Nueva Zelanda
–tres ricos– con quince naciones menos prósperas. Por
su parte, Japón suele sumarse a éstas para censurar el “dumping”
agrícola norteamericano (aunque su subsidio al arroz llegue a 250
veces el precio de mercado).
Dentro de la OMC, el grupo opuesto al proteccionismo agrícola incluye
desde Singapur (donde el ingreso por habitante alcanza US$ 23.000 anuales)
hasta estados africanos donde una familia vive con menos de un dólar
diario.
Algunos países periféricos insisten en que EE.UU. y la UE
cumplan promesas de eliminar cuotas para importaciones textiles a fin
de año. Pero otros, como Bangladesh, preferirían que el
sistema continuase, porque le garantiza acceso a mercados opulentos. Es
interesante que, merced a obra de mano barata, ese país, India,
China, Tailandia, Malasia, Brasil, etc., absorben puestos laborales “exportados”
desde EE.UU. vía tercerización.
Tampoco todos los periféricos buscan lo mismo. Brasil está
a la cabeza de los que exigen derregular totalmente el comercio agrícola
internacional. Por el contrario, India obstruye esos esfuerzos. A su vez,
China –incorporada a la OMC recién en 2001– es cuarto
exportador del planeta y está a medio camino.
Protagonistas
en duda Por ende, las mayores responsabilidades se cifran en EE.UU. y
la UE, pues juntos representan 40% del comercio global. Zoellick y su
colega transatlántico, Pascal Lamy, fueron claves para lanzar la
ronda Dohá y quisieran concluirla bien antes de que sus mandatos
expiren, a fin de año.
Pero no está claro cuán estrechamente ambos protagonistas
podrán compartir el escenario. Pese a propuestas agrícolas
conjuntas, sus objetivos difieren en muchos puntos relevantes.
Washington ha planteado la casi total derregulación en agro e industria.
Pero la condiciona a que, antes, otros países bajen barreras lo
bastante como para persuadir a los agricultores norteamericanos de aceptar
reducciones en rubros beneficiados, irónicamente, por una ley dictada
en 2002. Mientras dure la campaña electoral, el cabildeo rural
se negará redondamente.
El caso de la UE es tan diferente como alarmante. Si se sigue adelante
con la ampliación hacia el este, las futuras “25” podrían
resultar más proteccionistas en materia agrícola que los
norteamericanos. Sobre todo Polonia, un país de 40 millones todavía
muy rural. Integrar diez socios, de paso, complicará la toma de
decisiones en la Comisión Europea.
¿Habrá vida después de los subsidios? En muchos miembros
de la OCDE, agricultores y políticos ven como amenaza toda negociación
en el marco de la OMC. Si, eventualmente, se resuelven rebajas de aranceles
a la importación y subsidios a la exportación ¿no
perderá viabilidad el sector rural?
La clave es otra. Depende de que las actuales políticas generen
los beneficios buscados y de si existen opciones que operen mejor localmente
y no perjudique tanto a los agricultores de la periferia. .
En el pasado, el fuerte proteccionismo respondía a problemas de
ese tiempo. Pero el mundo ha cambiado. “La producción agrícola
desborda la demanda y alimentarse no es ya problema en las economías
líderes. El interés público –explica un trabajo
técnico de la OCDE– ha pasado al ambiente y la biodiversidad
en área rurales. Pero las viejas políticas persisten. En
nuestro grupo, los gobierno subsidian al agro en US$ 235.000 millones
anuales (2002), o sea más de 30% del ingreso sectorial. Más
asombroso es que dos tercios de esas transferencias sean en forma de precios
sostén”.
A diciembre, el promedio de precios agrícolas en la OCDE estaba
31% sobre la pauta internacional. Dos casos extremos son el azúcar
(casi 100% de sobreprecio) y el arroz (360%, merced a Japón). En
general, las tarifas sobre la importación agrícola siguen
decuplicando las industriales. Aparte, “países con grandes
excedentes mantienen altos subsidios a la exportación, una forma
de dumping”.
Paradójicamente, esta política eleva la producción,
algo que los gobierno no quieren. A punto tal que, a menudo, se imponen
controles de abastecimiento para eliminar la sobreproducción.
Cambiar para
mejorar Las políticas podrían mejorarse, por ejemplo, vía
pagos directos sujetos a objetivos específicos. Así, si
hacen falta cercos vivos para promover biodiversidad, los agricultores
cobrarán por números de plantas y su mantenimiento. También
podría adiestrarse al productor para competir internacionalmente.
Este tipo de instrumentos no requiere subsidios ni distorsiona flujos
comerciales.
Sólo políticas con fines concretos pueden evitar la distribución,
típica de los subsidios, que privilegia grandes explotaciones.
Algunos países avanzan en esa dirección, pero dos tercios
de los subsidios otorgados en la OCDE siguen basándose en unidades
de producción.
“¿Por qué esto es relevante para la ronda Dohá?
“Porque –replica la entidad–, las negociaciones dejarían
de centrarse en tarifas, subsidios y otros instrumentos promotores de
producción. En cambio, pasarían a políticas específicas,
más ventajosas para los países, sus agricultores y la sociedad
misma”.
En ese proceso, irían disminuyendo las distorsiones en el comercio
internacional y se atenderían los verdaderos intereses de los países
en desarrollo. “Esto –sostienen en la OCDE– sería
más fácil si todas las partes involucradas lo encarasen
al mismo tiempo, en el contexto de negociaciones multilaterales. La ronda
Dohá no es una amenaza, sino una oportunidad”.
Visiones casi líricas
del outsourcing
No hace mucho, “The Economist” apuntaba que ciertas transformaciones
en el área investigación y desarrollo transfieren mucha
mano de obra altamente calificada. También, una creciente porción
de utilidades. Este fenómeno inquieta a algunos ejecutivos que,
hoy, objetan las tendencias tercerizantes. Tanto el semanario conservador
como expertos de Wharton y otros analistas –por el contrario–
sostienen que es tan inevitable como ventajoso. Aunque tenga cierto límites.
Desde hace tiempo, la prensa especializada discute la mudanza de empleos
tecnológicos desde Estados Unidos hacia India, China, Brasil, México
y otros “países baratos”. Precisamente, “The Economist”
detecta ahora una “huida” –desde la Unión Europea
hacia EE.UU.– de empleos biotecnológicos. La historia, pues,
se repite.
“Todo es a doble mano. Los pagos a productores del exterior, empresas
o personas, usualmente vuelven en forma de compras locales, que generan
empleo en EE.UU.”. Así sostiene Hal Varian (universidad de
California, Berkeley). Dado que el experto cree en los mercados virtuosos,
agrega: “lo mismo sucede si una compañía europea subcontrata
investigadores biotecnológicos norteamericanos o si una firma estadounidense
hace igual con técnicos asiáticos”
Por ejemplo, “si Oracle gasta US$ 10.000 afuera para pagar a un programador
indio, ese dinero puede volver a EE.UU. O no. Si lo hace, se usará
para comprar bienes y servicios norteamericanos, lo que dará empleo
a trabajadores locales. Si no –propone la tesis panglosiana de Varian–,
será mejor para el país: sólo habrá exportado
dinero, mientras India habrá enviado bienes y servicios valiosos.
Tal vez, ese regreso sea mediante compra de bonos federales”.
El analista toma de segundo ejemplo al sector rural norteamericano. Estimulada
por un dólar declinante –y grande subsidios, que Varian no
menciona–, la exportación agrícola puede sumar US$
59.000 millones este año, 5% más sobre el anterior. Sin
embargo, “los agricultores no se manifiestan en favor del comercio
libre; más bien, al contrario. También los biotecnólogos
prosperan, pero ¿cuántos asocian su buena suerte con el
comercio internacional?”.
Los servicios, nada especial Ahora bien ¿los servicios tienen algo
de especial? No. En realidad, siempre han formado parte de los flujos
comerciales y, en la actualidad, representan 30% de las exportaciones
norteamericanas. En 2003, el comercio físico generó US$
500.000 millones de déficit; pero los servicios dejaron 60.000
millones de superávit.
A juicio de Varian, esto demuestra que el tema de fondo es cómo
captar los beneficios y quién cargará con los costos de
la tercerización al exterior.
Idealmente, “quienes ganen debieran compensar a quienes pierdan.
En realidad, virtualmente todos sacan ventaja de bienes y servicios más
baratos. Entonces, los perdedores debieran ser compensados por el fisco”.
Varian no objeta que el libre mercado necesite del gobierno, por lo cual
no repara en los cuantiosos subsidios estadounidenses y europeos.
El analista señala –con razón– que, en los próximos
diez años, “el país precisará más trabajadores
extranjeros, vivan aquí o no. Una parte apreciable de la presente
fuerza laboral desaparecerá a medida que se retire la generación
del auge vegetativo (1946/53). Los futuros jubilados consumirán
como hoy, pero ¿quiénes producirán los bienes y prestarán
los servicios?”.
En el futuro que trazan Varian y “The Economist”, las economías
centrales deberán hallar maneras de producir más con menos
mano de obra propia. Eso exigirá un sostenido aumento de productividad
laboral y uso de mano de obra barata en países periféricos.
Recrear empleo
no es fácil
Según describía un reciente panel en la escuela de negocios
Wharton (universidad de Pennsilvania), la economía norteamericana
viene repuntando, con ritmo desigual, desde el cuarto trimestre de 2001.
Pero, de hecho, en la gestión de George W.Bush (trienio 2001-3)
se perdieron 2.200.000 empleos. Desde la posguerra, ninguna reactivación
ha durando tanto sin crear o recrear trabajo.
Los panelistas ofrecieron una amplia gama de explicaciones, desde productividad
ascendente hasta cambios básicos en el manejo de las empresas.
Casi sin excepción, advirtieron que sus hipótesis eran,
a lo sumo, presunciones razonables. En otro foro, Benjamin Bernanke –vocal
de junta, Sistema de Reserva Federal– admitía hallarse “desorientado
ante esta reactivación sin empleo”.
Pero algo está claro: la tercerización “off shore”
representa una proporción de pérdidas laborales muy inferior
a la imaginada por los políticos. Algunos profesionales de Wharton
observan: “a pesar de ciertas proyecciones exageradas, el impacto
real es insignificante, comparado con el deterioro de empleo que muestra
la economía en general”.
De lejos, el factor clave es la productividad laboral. A medida como la
economía sale de la recesión, las empresas presionan al
personal para trabajar mas horas y con mayor eficiencia. A su vez, “el
aumento de la productividad permite posponer incorporaciones hasta que
la firma esté segura de que el público comprará la
producción de esos futuros empleados”, indicaba Peter Cappelli,
del Centro de Recursos Humanos.
En el repunte tras la última recesión, la productividad
ha subido más de lo normal: de 2,5 (fines de los 90) a casi 4,5%
anual en marzo último. Bernanke atribuye el fenómeno, en
parte, a sostenidas inversiones en tecnología durante el lapso
1996-2000. En este sentido, Mark Zandi, de la consultora Economy.com,
estima que las empresas siguen invirtiendo y obtienen mejoras de productividad.
“En el cuarto trimestre de 2003, se superó el pico de gastos
en hardware y software registrado en el tercer trimestre de 2000”.
Todo tiene
un límite La tercerización “off shore” ha aportado
a la productividad. Antes, se fabricaba en el exterior. Ahora, se transfieren
centros de llamados, servicios al cliente, programación informática,
radiología, análisis financiero, diseño arquitectónico
e ingenieria.
No obstante, el recurso tiene riesgos y, por tanto, límites. Los
empleadores norteamericanos no podrán seguir por siempre trasladando
operaciones al exterior. Por ejemplo, American Express puede tercerizar
3.000 empleos sin escandalizar a nadie, pero nunca podría llevar
esa cantidad a 30.000 o 300.000.
Según Zandi, “existe un riesgo operativo, o sea la posibilidad
de que un proceso se quiebre. Existe también un riesgo estratégico:
cuando un proceso pasa a un tercero exterior, éste puede comportarse
en forma oportunista, recortando costos a expensas de la empresa. Finalmente,
existe un riesgo compuesto: si se tercerizan demasiadas funciones, capacidades
y aptitudes internas pueden erosionarse”.
Desde otra óptica, Steffanie Wilk –otra experta de Wharton–
plantea las implicancias a largo plazo de la tendencia. “Al principio,
se “exportaban” trabajos de baja calificación. Hoy, se
tercerizan afuera cargos mejor calificados, inclusive de alta tecnología,
pero también centro de llamados. Esto es un problema para norteamericanos
menos especializados, que dependen de ellos para adquirir experiencia
y conocimientos”.
En otras palabras, la economía estadounidense bien podría
estar atravesando cambios más profundos que los perceptibles. Uno
de sus efectos sería modificar de raíz el “paisaje
laboral”, no sin una serie de transtornos.
Contra la visión de Wilk se alza Paul Tiffany, historiador económico
muy afín a Varian. “¿Y qué? A fines del siglo
XIX, también hubo drásticos cambios en la industria textil,
que emigró en masa del noreste al sur de EE.UU., porque allá
los sueldos eran bajos y no había sindicatos ni leyes molestas.
La diferencia actual es que el trabajo cruza límitres nacionales,
no locales”. Por elevación, Tiffany rescata el “capitalismo
salvaje” y sugiere extender al empleo y la economía real el
“continuum” sin fronteras de la actual globalización
financiera.
¿quiere saber más?
En la sección “Los grandes debates económicos”
del sitio de MERCADO, podrá
acceder a documentos vinculados con el tema.
https://mercado.com.ar/grandesdebates/
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