Comercio y empleo, las dos caras de la moneda

    Para países
    –como la Argentina– que son productores agrícolas eficientes,
    la Ronda de Doha de la Organización Mundial de Comercio, era la gran
    oportunidad de reducir o eliminar subsidios que traban la venta de sus cosechas.
    Era una ocasión excepcional porque para que avanzaran las negociaciones
    multilaterales en otros temas, hacía falta un acuerdo de fondo sobre
    productos del agro, el sector donde la liberación de subsidios nunca
    existió o fue irrelevante.
    Los países industrializados agrupados en la Ocde (siglas del inglés
    para Organización para la Cooperación Económica y el
    Desarrollo) mantienen subsidios para sus agricultores que solamente en 2001
    significaron US$ 311.000 millones (de hecho, dos veces la deuda externa
    argentina). El promedio de los aranceles protectores en esos países
    está en el orden de 60%.
    Si se eliminara la mayoría de estos subsidios, habría US$
    128.000 millones anuales que irían, en buena parte, a las economías
    productivas. No será fácil. En la Unión Europea, 35%
    del total del ingreso agrícola proviene del subsidio estatal. En
    Estados Unidos, esa proporción es de 21%. Los consumidores europeos
    aportan –vía mayores precios– 49% del subsidio. En el caso
    estadounidense, esa proporción es de 23%.
    En la principal economía del planeta, la incertidumbre es otra. Tradicionalmente,
    cuando crecía la economía, aumentaba el número de empleos.
    A pesar del ritmo expansivo de los negocios y de las ganancias de las empresas,
    en Estados Unidos no se generan nuevas posiciones de trabajo en la medida
    esperada.
    Justo en un año electoral, la polémica crece y la primera
    explicación es poner la culpa en el traslado masivo de puestos de
    trabajo a países de bajo costo salarial, como la India o China (y
    para el caso, también América latina). Sin embargo otras voces
    sostienen que ese fenómeno es una pequeña parte de la explicación:
    la causa real sería ganancias en productividad con uso masivo de
    tecnología que reduce el número de empleados que se requiere
    en cada operación.
    Ambas caras del debate se analizan en esta sección, y quienes gusten
    de profundizar en el tema podrán hacerlo en el sitio de MERCADO en
    Internet, donde se concentran más opiniones y ensayos sobre ambos
    abordajes.
    ¿La tercerización
    en el exterior
    es buena o mala?
    El neokeynesiano Gregory Mankiw, asesor económico principal de George
    W.Bush y el columnista británico Martín Wolf tienen visiones
    casi líricas del “outsourcing”. Por supuesto, gente de
    Wharton, McKinsey o Boston Consulting Group lo ven como una panacea. Pero
    legisladores norteamericanos de ambos partidos la prohibirían, si
    pudiesen.
    Hace algunas semanas Mankiw defendió la libertad de comercio y contratación,
    asegurando que “significan mayor productividad en el largo plazo, que
    no necesariamente más empleo en el corto”. Se le fueron encima,
    pues la campaña electoral ya había empezado.
    “No podremos tener una economía sana si, antes, no creamos trabajo”,
    replicaron republicanos y demócratas. Un senador le exigió
    al presidente desprenderse de Mankiw. “Los ataques no cuestionaban
    sus opiniones sobre productividad –señala Wolf–, sino su
    postura antiproteccionista”.
    Lo lógico, por el contrario,“sería reprocharle, justamente,
    sus ideas acerca de la productividad, cuyo crecimiento ha sido fuente básica
    de deterioro laboral en estos años. La única diferencia entre
    productividad y tercerización exterior es que sus efectos, como los
    de las importaciones, son mucho más visibles”.


    Un repunte sesgado. A criterio del experto, la actual ola proteccionista
    se debe a que la reactivación iniciada hace 27 meses no promueve
    empleo. Hay dos explicaciones: la excepcional productividad y la propia
    debilidad del repunte, parcialmente derivada de una recesión previa
    muy moderada.
    El rendimiento por hora trabajada en el sector privado no rural subió
    a razón de 4% anual en el trienio 2001-3, o sea muy por encima
    de la economía en general (2%). El aumento del desempleo ha sido
    un inevitable resultado.
    La reducción de puestos en la industria (2.630.000, esto es 15%,
    entre marzo de 2001 y enero de 2004) fue más marcada que en la
    economía total (2.350.000). Eso se relaciona con 17% de alza en
    la productividad industrial, contra 3% de baja en el conjunto de la economía.

    En cuanto a los políticos, “si no niegan –subraya Wolf–
    que la productividad se ha duplicado en dos décadas, con menos
    personal, y eso es bueno. ¿Por qué no aprecian también
    el aumento del intercambio, dado que le permite al país obtener
    bienes y servicios más baratos?”.
    Perdedores y ganadores Sin duda, toda apertura comercial es dolorosa para
    los directamente afectados. “Igual sucede con la productividad. Así,
    la tecnología informática (TI) ha dejado en la calle hordas
    de empleados comunes y ha elevado salarios en los estamentos mejor educados.
    Ninguno de los tres factores deterioraría el empleo si el mercado
    laboral fuese flexible”.
    Wolf y Mankiw sostienen que, al generar más competencia y bajar
    precios, la apertura comercial eleva productividad en forma directa. “Eso
    es particularmente cierto en TI”, apunta Catherine Mann, del Institute
    for International Economics, Washington DC, en un reciente análisis
    sobre “offshoring” laboral en ese área.
    “A fines de los 90 –puntualiza–, la fabricación
    de hardware se globalizó y se hizo de 10 a 30% más barata.
    El producto bruto interno (PBI) de EE.UU. habría sido 0,3% inferior,
    año a año, si ese rubro no se hubiese internacionalizado
    vía tercerización industrial. Hoy esto pasa, en software,
    con la tercerización laboral. Algunos puestos se perderán
    en el segmento, pero habrá más actividad en otros”.


    ¿US$ 1,14 por cada dólar? Similar tesis propone, desde otro
    ángulo, el McKinsey Global Institute en un estudio sobre tercerización
    “off shore”. Se afirma ahí que EE.UU. obtiene beneficios
    como reducción de costos (58 centavos por dólar gastado
    afuera), ingresos adicionales vía compra de bienes y servicios
    norteamericanos por parte de proveedores externos (medio centavo), repatriación
    de utilidades (cuatro centavos) y recuperación de empleos (45/47
    centavos).
    En total, US$ 1,12 a 1,14 por cada dólar gastado afuera. “Obviamente
    –aclara Wolf– nadie toma en serio estimaciones tan específicas,
    pero el punto que ilustran es relevante”. Como señala Mankiw,
    “en la actualidad, hay muchos más rubros transables que en
    el pasado”.
    Lo negativo del presente debate político, coinciden ambos, es su
    irrelevancia respecto de los problemas de fondo. Los más inmediatos
    consisten en estimular un aumento sostenido de la demanda y mejorar la
    calidad de la educación, para que los norteamericanos aprovechen
    la incipiente división internacional del trabajo.


    Racionalizar conceptos John Kerry y –antes– John Edwards o Howard
    Dean denunciaban una “conspiración del gobierno para exportar
    empleos”. Inclusive el republicano Dennis Hastert, presidente de
    la cámara baja, atacó a Mankiw. Más tarde, otros
    intentaron explicar la tercerización en términos racionales.

    Expertos de Wharton y BCG son tajantes: el “outsourcing” ya
    no es opción táctica, sino necesidad estratégica.
    Máxime con las crecientes oportunidades que deparan “países
    baratos” (China, India, Brasil, México, etc. Según
    ellos, la tercerización va camino de transformar las economías
    nacionales en todo el mundo.
    Hal Sirkin (BCG Chicago) advierte, empero, que “potenciar las ventajas
    de los países baratos abarca una serie de aspectos. No significa
    que los costos totales bajarán sólo porque una compañía
    encuentre quien le fabrique o provea algo a menor precio. Como una cadena
    de abastecimiento larga cuesta más que una corta, el negocio deberá
    encararse desde una perspectiva holística”.
    Ravi Aron (Wharton) señala que una empresa obtendrá dividendos
    por encima de la eficiencia operativa sólo si la conducción
    superior encara la tercerización como estrategia, no sólo
    como simple táctica. Por su parte, James Hemerling (BCG Shanghai)
    apunta que el translado a otros países de industrias o servicios
    “hace más a potenciar ventajas que al outsourcing en si mismo”
    Por supuesto, la tecnología informática no lo es todo. En
    realidad, otros sectores –indumentaria, calzado, electrónica
    de uso final– hicieron punta en la mudanza a otros países.
    Por ejemplo, Nike advirtió hace mucho que lo suyo no era fabricar
    zapatillas de alto precio, sino comercializarlas o franquiciarlas.


    Cinco categorías Empresas enteras o sus divisiones difieren en
    grados de tercerización. BCG analizó el fenómeno
    en once países baratos –Brasil, China, Hungría, India,
    Indonesia, Malasia, México, Polonia. República Checa, Rusia,
    Tailandia– e identifica cinco categorias de “outsourcing”.
    Algunas firmas se limitan a tantear el terreno. Saben que la tercerización
    es importante y hasta pueden ensayarla con insumos básicos, pero
    sólo eso. Un segundo grupo llega a comprar componentes o productos
    terminados.
    Grandes minoristas como Wal-Mart o Carrefour gastan miles de millones
    anualmente en China y alrededores. Eso baja costos, pero los competidores
    pueden imitarlo fácilmente.
    En tercer lugar, algunas compañías alcanzan la tercerización
    integral. Así, durante 2003-6 Motorola planea comprar por US$ 10.000
    millones en China, producir bienes por similar suma e invertir otros 10.000
    millones. Esta variante confiere ventajas competitivas más sólidas.

    La cuarta categoría es el “outsourcing” integrado. Las
    grandes automotrices, por caso, antes fabricaban en China o India primordialmente
    para venta local. Hoy, las ven como mercados y como abastecedoras de bienes,
    partes, etc. vendidos en otros países. Esta estrategia genera ventajas,
    no fáciles de copiar para los rivales (verbigracia, economías
    de escala).
    El quinto grupo, todavía pequeño, apunta a la ventaja global
    integral. Estas empresas saben que, si manejan bien su negocio en muchos
    países baratos, alcanzarán mayor crecimiento en todos los
    niveles (local, regional, mundial).
    La estrella de la categoría, Toyota, terceriza subensamblaje de
    vehículos en varios países asiáticos. Esto le permite
    mantener costos bajos y entregar justo a tiempo. Una ventaja global de
    esta clase es difícil de obtener, pero –por eso mismo–
    resulta casi imposible de imitar.

    Después
    de Cancún,
    la ronda Dohá vive en el filo de la navaja
    Desde su fracaso de septiembre, la Organización Mundial de Comercio
    se ha partido en dos grupos. Uno cree que la entidad debiera evolucionar
    hacia un gobierno global y un nuevo orden económico. El otro califica
    la OMC de gallinero, cuyos miembros son incapaces de adoptar decisiones.
    Lo malo es que los primeros sean mayormente políticos y los segundos
    mayormente profesionales en el tema.
    Robert Zoellick, agente comercial de Estados Unidos, sigue endilgando
    a los países emergentes y periféricos el empantamiento de
    la rueda Dohá. Washington, sostiene, “no se quedará
    esperando mientras otros bloquean el progreso. En vez de ello, buscará
    acuerdos bilaterales o regionales en sus propios términos”.
    La tónica unilateralista pasaba del campo geopolítico (Irak)
    al comercial.
    Las réplicas no tardaron y le tocó abrir el fuego a Rafael
    Bielsa, canciller argentino. Ya en octubre, afirmó que “atribuir
    el fracaso a un grupo de países subdesarrollados es un intento
    de eludir responsabilidades, por parte de los grandes”.


    Unos y otros “Cuando hablan de agricultura en EE.UU., lo hacen desde
    la opulencia –señalaba–, mientras países como
    Argentina lo hacen desde la subsistencia”. Como Michael Mussa, Joseph
    Stiglitz, Jeffrey Sachs o George Sörös, el funcionario subrayó:
    “La mayor inequidad en el comercio global reside en los subsidios
    masivos que la Unión Europea, EE.UU. y Japón otorgan a sus
    sectores agrícolas.
    Por su parte, el “Financial Times” ironizaba a costa de Zoellick
    y de “una gran potencia en pos de pececillos”. En noviembre,
    el periódico calificó de “optimismo inapropiado”
    la postura de Washington. Su “teoría de liberalización
    competitiva no ha sido probada y se basa en dudosas evidencias empíricas”,
    añadía en febrero.
    En la práctica –estimaba el FT–, “poco podría
    hacerse por expandir las exportaciones estadounidenses. El unilateralismo
    comercial sólo creará un mosaico de acuerdos discriminatorios
    y distorsiononantes”. Por otra parte, el sueño de George W.Bush
    (la nonata Área de Libre Comercio de las Américas, ALCA)
    “es desparejo, pues EE.UU. se niega a bajar subsidios agrícolas
    y barreras aduaneras fuera del marco de la OMC”.
    Pero la conducta de EE.UU., la UE y Japón sugiere que tampoco dentro
    de ella hay disposición a ceder. “Si Washington desease en
    verdad ampliar el comercio bilateral –observaba un análisis
    de la Organización de Cooperación pro Desarrollo Económico,
    OCDE, club de economías centrales– , lo lógico sería
    buscar acuerdos con países como China, Brasil e India. Pero no
    sucede así”.


    Divisiones por todas partes Pero no todas son divisiones norte-sur. Así,
    el Grupo Cairns reúne Australia, Canadá y Nueva Zelanda
    –tres ricos– con quince naciones menos prósperas. Por
    su parte, Japón suele sumarse a éstas para censurar el “dumping”
    agrícola norteamericano (aunque su subsidio al arroz llegue a 250
    veces el precio de mercado).
    Dentro de la OMC, el grupo opuesto al proteccionismo agrícola incluye
    desde Singapur (donde el ingreso por habitante alcanza US$ 23.000 anuales)
    hasta estados africanos donde una familia vive con menos de un dólar
    diario.
    Algunos países periféricos insisten en que EE.UU. y la UE
    cumplan promesas de eliminar cuotas para importaciones textiles a fin
    de año. Pero otros, como Bangladesh, preferirían que el
    sistema continuase, porque le garantiza acceso a mercados opulentos. Es
    interesante que, merced a obra de mano barata, ese país, India,
    China, Tailandia, Malasia, Brasil, etc., absorben puestos laborales “exportados”
    desde EE.UU. vía tercerización.
    Tampoco todos los periféricos buscan lo mismo. Brasil está
    a la cabeza de los que exigen derregular totalmente el comercio agrícola
    internacional. Por el contrario, India obstruye esos esfuerzos. A su vez,
    China –incorporada a la OMC recién en 2001– es cuarto
    exportador del planeta y está a medio camino.

    Protagonistas
    en duda Por ende, las mayores responsabilidades se cifran en EE.UU. y
    la UE, pues juntos representan 40% del comercio global. Zoellick y su
    colega transatlántico, Pascal Lamy, fueron claves para lanzar la
    ronda Dohá y quisieran concluirla bien antes de que sus mandatos
    expiren, a fin de año.
    Pero no está claro cuán estrechamente ambos protagonistas
    podrán compartir el escenario. Pese a propuestas agrícolas
    conjuntas, sus objetivos difieren en muchos puntos relevantes.
    Washington ha planteado la casi total derregulación en agro e industria.
    Pero la condiciona a que, antes, otros países bajen barreras lo
    bastante como para persuadir a los agricultores norteamericanos de aceptar
    reducciones en rubros beneficiados, irónicamente, por una ley dictada
    en 2002. Mientras dure la campaña electoral, el cabildeo rural
    se negará redondamente.
    El caso de la UE es tan diferente como alarmante. Si se sigue adelante
    con la ampliación hacia el este, las futuras “25” podrían
    resultar más proteccionistas en materia agrícola que los
    norteamericanos. Sobre todo Polonia, un país de 40 millones todavía
    muy rural. Integrar diez socios, de paso, complicará la toma de
    decisiones en la Comisión Europea.


    ¿Habrá vida después de los subsidios? En muchos miembros
    de la OCDE, agricultores y políticos ven como amenaza toda negociación
    en el marco de la OMC. Si, eventualmente, se resuelven rebajas de aranceles
    a la importación y subsidios a la exportación ¿no
    perderá viabilidad el sector rural?
    La clave es otra. Depende de que las actuales políticas generen
    los beneficios buscados y de si existen opciones que operen mejor localmente
    y no perjudique tanto a los agricultores de la periferia. .
    En el pasado, el fuerte proteccionismo respondía a problemas de
    ese tiempo. Pero el mundo ha cambiado. “La producción agrícola
    desborda la demanda y alimentarse no es ya problema en las economías
    líderes. El interés público –explica un trabajo
    técnico de la OCDE– ha pasado al ambiente y la biodiversidad
    en área rurales. Pero las viejas políticas persisten. En
    nuestro grupo, los gobierno subsidian al agro en US$ 235.000 millones
    anuales (2002), o sea más de 30% del ingreso sectorial. Más
    asombroso es que dos tercios de esas transferencias sean en forma de precios
    sostén”.
    A diciembre, el promedio de precios agrícolas en la OCDE estaba
    31% sobre la pauta internacional. Dos casos extremos son el azúcar
    (casi 100% de sobreprecio) y el arroz (360%, merced a Japón). En
    general, las tarifas sobre la importación agrícola siguen
    decuplicando las industriales. Aparte, “países con grandes
    excedentes mantienen altos subsidios a la exportación, una forma
    de dumping”.
    Paradójicamente, esta política eleva la producción,
    algo que los gobierno no quieren. A punto tal que, a menudo, se imponen
    controles de abastecimiento para eliminar la sobreproducción.

    Cambiar para
    mejorar Las políticas podrían mejorarse, por ejemplo, vía
    pagos directos sujetos a objetivos específicos. Así, si
    hacen falta cercos vivos para promover biodiversidad, los agricultores
    cobrarán por números de plantas y su mantenimiento. También
    podría adiestrarse al productor para competir internacionalmente.
    Este tipo de instrumentos no requiere subsidios ni distorsiona flujos
    comerciales.
    Sólo políticas con fines concretos pueden evitar la distribución,
    típica de los subsidios, que privilegia grandes explotaciones.
    Algunos países avanzan en esa dirección, pero dos tercios
    de los subsidios otorgados en la OCDE siguen basándose en unidades
    de producción.
    “¿Por qué esto es relevante para la ronda Dohá?
    “Porque –replica la entidad–, las negociaciones dejarían
    de centrarse en tarifas, subsidios y otros instrumentos promotores de
    producción. En cambio, pasarían a políticas específicas,
    más ventajosas para los países, sus agricultores y la sociedad
    misma”.
    En ese proceso, irían disminuyendo las distorsiones en el comercio
    internacional y se atenderían los verdaderos intereses de los países
    en desarrollo. “Esto –sostienen en la OCDE– sería
    más fácil si todas las partes involucradas lo encarasen
    al mismo tiempo, en el contexto de negociaciones multilaterales. La ronda
    Dohá no es una amenaza, sino una oportunidad”.


    Visiones casi líricas
    del outsourcing
    No hace mucho, “The Economist” apuntaba que ciertas transformaciones
    en el área investigación y desarrollo transfieren mucha
    mano de obra altamente calificada. También, una creciente porción
    de utilidades. Este fenómeno inquieta a algunos ejecutivos que,
    hoy, objetan las tendencias tercerizantes. Tanto el semanario conservador
    como expertos de Wharton y otros analistas –por el contrario–
    sostienen que es tan inevitable como ventajoso. Aunque tenga cierto límites.
    Desde hace tiempo, la prensa especializada discute la mudanza de empleos
    tecnológicos desde Estados Unidos hacia India, China, Brasil, México
    y otros “países baratos”. Precisamente, “The Economist”
    detecta ahora una “huida” –desde la Unión Europea
    hacia EE.UU.– de empleos biotecnológicos. La historia, pues,
    se repite.
    “Todo es a doble mano. Los pagos a productores del exterior, empresas
    o personas, usualmente vuelven en forma de compras locales, que generan
    empleo en EE.UU.”. Así sostiene Hal Varian (universidad de
    California, Berkeley). Dado que el experto cree en los mercados virtuosos,
    agrega: “lo mismo sucede si una compañía europea subcontrata
    investigadores biotecnológicos norteamericanos o si una firma estadounidense
    hace igual con técnicos asiáticos”
    Por ejemplo, “si Oracle gasta US$ 10.000 afuera para pagar a un programador
    indio, ese dinero puede volver a EE.UU. O no. Si lo hace, se usará
    para comprar bienes y servicios norteamericanos, lo que dará empleo
    a trabajadores locales. Si no –propone la tesis panglosiana de Varian–,
    será mejor para el país: sólo habrá exportado
    dinero, mientras India habrá enviado bienes y servicios valiosos.
    Tal vez, ese regreso sea mediante compra de bonos federales”.
    El analista toma de segundo ejemplo al sector rural norteamericano. Estimulada
    por un dólar declinante –y grande subsidios, que Varian no
    menciona–, la exportación agrícola puede sumar US$
    59.000 millones este año, 5% más sobre el anterior. Sin
    embargo, “los agricultores no se manifiestan en favor del comercio
    libre; más bien, al contrario. También los biotecnólogos
    prosperan, pero ¿cuántos asocian su buena suerte con el
    comercio internacional?”.


    Los servicios, nada especial Ahora bien ¿los servicios tienen algo
    de especial? No. En realidad, siempre han formado parte de los flujos
    comerciales y, en la actualidad, representan 30% de las exportaciones
    norteamericanas. En 2003, el comercio físico generó US$
    500.000 millones de déficit; pero los servicios dejaron 60.000
    millones de superávit.
    A juicio de Varian, esto demuestra que el tema de fondo es cómo
    captar los beneficios y quién cargará con los costos de
    la tercerización al exterior.
    Idealmente, “quienes ganen debieran compensar a quienes pierdan.
    En realidad, virtualmente todos sacan ventaja de bienes y servicios más
    baratos. Entonces, los perdedores debieran ser compensados por el fisco”.
    Varian no objeta que el libre mercado necesite del gobierno, por lo cual
    no repara en los cuantiosos subsidios estadounidenses y europeos.
    El analista señala –con razón– que, en los próximos
    diez años, “el país precisará más trabajadores
    extranjeros, vivan aquí o no. Una parte apreciable de la presente
    fuerza laboral desaparecerá a medida que se retire la generación
    del auge vegetativo (1946/53). Los futuros jubilados consumirán
    como hoy, pero ¿quiénes producirán los bienes y prestarán
    los servicios?”.
    En el futuro que trazan Varian y “The Economist”, las economías
    centrales deberán hallar maneras de producir más con menos
    mano de obra propia. Eso exigirá un sostenido aumento de productividad
    laboral y uso de mano de obra barata en países periféricos.
    Recrear empleo
    no es fácil
    Según describía un reciente panel en la escuela de negocios
    Wharton (universidad de Pennsilvania), la economía norteamericana
    viene repuntando, con ritmo desigual, desde el cuarto trimestre de 2001.
    Pero, de hecho, en la gestión de George W.Bush (trienio 2001-3)
    se perdieron 2.200.000 empleos. Desde la posguerra, ninguna reactivación
    ha durando tanto sin crear o recrear trabajo.
    Los panelistas ofrecieron una amplia gama de explicaciones, desde productividad
    ascendente hasta cambios básicos en el manejo de las empresas.
    Casi sin excepción, advirtieron que sus hipótesis eran,
    a lo sumo, presunciones razonables. En otro foro, Benjamin Bernanke –vocal
    de junta, Sistema de Reserva Federal– admitía hallarse “desorientado
    ante esta reactivación sin empleo”.
    Pero algo está claro: la tercerización “off shore”
    representa una proporción de pérdidas laborales muy inferior
    a la imaginada por los políticos. Algunos profesionales de Wharton
    observan: “a pesar de ciertas proyecciones exageradas, el impacto
    real es insignificante, comparado con el deterioro de empleo que muestra
    la economía en general”.
    De lejos, el factor clave es la productividad laboral. A medida como la
    economía sale de la recesión, las empresas presionan al
    personal para trabajar mas horas y con mayor eficiencia. A su vez, “el
    aumento de la productividad permite posponer incorporaciones hasta que
    la firma esté segura de que el público comprará la
    producción de esos futuros empleados”, indicaba Peter Cappelli,
    del Centro de Recursos Humanos.
    En el repunte tras la última recesión, la productividad
    ha subido más de lo normal: de 2,5 (fines de los 90) a casi 4,5%
    anual en marzo último. Bernanke atribuye el fenómeno, en
    parte, a sostenidas inversiones en tecnología durante el lapso
    1996-2000. En este sentido, Mark Zandi, de la consultora Economy.com,
    estima que las empresas siguen invirtiendo y obtienen mejoras de productividad.
    “En el cuarto trimestre de 2003, se superó el pico de gastos
    en hardware y software registrado en el tercer trimestre de 2000”.

    Todo tiene
    un límite La tercerización “off shore” ha aportado
    a la productividad. Antes, se fabricaba en el exterior. Ahora, se transfieren
    centros de llamados, servicios al cliente, programación informática,
    radiología, análisis financiero, diseño arquitectónico
    e ingenieria.
    No obstante, el recurso tiene riesgos y, por tanto, límites. Los
    empleadores norteamericanos no podrán seguir por siempre trasladando
    operaciones al exterior. Por ejemplo, American Express puede tercerizar
    3.000 empleos sin escandalizar a nadie, pero nunca podría llevar
    esa cantidad a 30.000 o 300.000.
    Según Zandi, “existe un riesgo operativo, o sea la posibilidad
    de que un proceso se quiebre. Existe también un riesgo estratégico:
    cuando un proceso pasa a un tercero exterior, éste puede comportarse
    en forma oportunista, recortando costos a expensas de la empresa. Finalmente,
    existe un riesgo compuesto: si se tercerizan demasiadas funciones, capacidades
    y aptitudes internas pueden erosionarse”.
    Desde otra óptica, Steffanie Wilk –otra experta de Wharton–
    plantea las implicancias a largo plazo de la tendencia. “Al principio,
    se “exportaban” trabajos de baja calificación. Hoy, se
    tercerizan afuera cargos mejor calificados, inclusive de alta tecnología,
    pero también centro de llamados. Esto es un problema para norteamericanos
    menos especializados, que dependen de ellos para adquirir experiencia
    y conocimientos”.
    En otras palabras, la economía estadounidense bien podría
    estar atravesando cambios más profundos que los perceptibles. Uno
    de sus efectos sería modificar de raíz el “paisaje
    laboral”, no sin una serie de transtornos.
    Contra la visión de Wilk se alza Paul Tiffany, historiador económico
    muy afín a Varian. “¿Y qué? A fines del siglo
    XIX, también hubo drásticos cambios en la industria textil,
    que emigró en masa del noreste al sur de EE.UU., porque allá
    los sueldos eran bajos y no había sindicatos ni leyes molestas.

    La diferencia actual es que el trabajo cruza límitres nacionales,
    no locales”. Por elevación, Tiffany rescata el “capitalismo
    salvaje” y sugiere extender al empleo y la economía real el
    “continuum” sin fronteras de la actual globalización
    financiera.

    ¿quiere saber más?
    En la sección “Los grandes debates económicos”

    del sitio de MERCADO, podrá
    acceder a documentos vinculados con el tema.
    https://mercado.com.ar/grandesdebates/