Es un tema que interesa en forma muy especial a cualquier Banco Central (y el nuestro no es la excepción). Como tantas otras modas que transitan la senda de la teoría económica, la adopción de metas inflacionarias explícitas (explicit inflation targeting) seduce a muchos y también merece serios cuestionamientos.
¿Qué importancia puede tener esta discusión, más allá del plano académico? Tal vez, incluso, nunca se aplique plenamente entre nosotros. Pero vale la pena entender qué significa e implica esta concepción y cuáles son los argumentos de quienes la resisten.
En forma sencilla, la gestión por metas inflacionarias consiste en el empeño del Banco Central por sostener un cierto valor real de la moneda (dentro de ciertos límites). No es una política para sostener un determinado tipo de cambio y tampoco tiene pretensiones de lograr crecimiento. Es un modelo que analiza cómo se transmite emisión monetaria en términos inflacionarios.
Dicho de otra forma, la esencia es, ¿cuánto se puede emitir para estar dentro de la meta fijada para la inflación?
Se puede argumentar que esta práctica existe desde hace décadas sin nombre tan pomposo, y es rigurosamente cierto. El ente emisor está obligado a declarar en forma explícita su objetivo (no como ahora, donde se actúa dentro de una banda implícita) y no quiere, naturalmente, defender un rígido nivel de la tasa de cambio porque sería una convertibilidad disimulada.
Para el Banco Central es un ejercicio obligado que deriva de su autonomía monetaria.
Está claro que la idea no entusiasma a Roberto Lavagna. En términos conceptuales, porque el ministro de Economía tiene una concepción del crecimiento económico que demanda una tasa de cambio real más alta. Más importante, en el terreno práctico, el Ministro advierte un conflicto básico entre los objetivos fiscales y los monetarios. Le molesta que la meta inflacionaria que se fije sea demasiado baja para su gusto. A buen entendedor, pocas palabras: Lavagna prefiere y necesita un poco más de inflación, como reaseguro para mejorar los ingresos fiscales.
Los antecedentes
Desde que Nueva Zelanda hiciera punta en 1989, un creciente número de países muy disímiles entre sí han ido anclando sus políticas monetarias a metas inflacionarias concretas o a un espectro de ellas. Esto hizo que, desde 2001, media docena de renombrados investigadores en el mundo encarase el fenómeno.
Al respecto, existen tres claves. Primero, los factores sistémicamente asociados a la propia adopción de metas inflacionarias explícitas, MIE (explicit inflation targeting, EIT). Segundo, las posibilidades de que el modelo mejore el desempeño de una economía en términos de inflación y producto bruto interno (PBI). Tercero, ¿habrá equilibrio entre tasa de inflación y tasa de crecimiento en ese contexto?
Los resultados observados en 1990-2001 (12 años como máximo, cinco como mínimo, según cada caso) confirman que una amplia gama de variables económicas, estructurales e institucionales depende del tipo de metas seleccionado. En general, los datos existentes sugieren que el método MIE mejora el desempeño en cuanto a los precios de la economía (tasas inclusive).
Hasta ahora, 24 estados han adoptado el sistema y dos más la Argentina y Turquía contemplaban hacerlo en un futuro muy cercano. En el segundo caso, se consultaron varias fuentes académicos occidentales y se obtuvieron dos conclusiones:
- el método puede disminuir el nivel y la variabilidad de la inflación, promover mayor tasa de crecimiento y reducir la proclividad al alza de precios;
- las metas generan predictibilidad, pues bajan el nivel inflacionario presunto o, en todo caso, lo hacen más previsible.
Por otra parte, otros estudios sostienen que aún no hay claras evidencias en favor de las MIE. Vale decir, no existen pruebas incontrastables de que los países con metas obtengan mejores resultados que los otros.
Sin duda, esas divergencias empíricas se deben, en parte, al escaso número de economías que aplican MIE y al reducido lapso transcurrido desde que empezaron a operar en cada contexto monetario. Los analistas estiman que se precisa una década más para llegar a diagnósticos bien fundamentados.
Variables en juego
Los parámetros que miden el desempeño de una economía incluyen aumento del PBI real y su variabilidad, tipos de interés nominales y reales, tasa de inflación real minorista, mayorista y su variabilidad, presiones cambiarias y expansión monetaria en términos de M2 (circulante, depósitos de particulares en cuenta corriente y plazos fijos).
En función de esas pautas, ocho factores definen las características estructurales de un país: variabilidad de la paridad cambiaria nominal y efectiva, situación fiscal, balanza de pagos (cuenta corriente), apertura comercial, términos de intercambio, deuda externa y grado de monetarización.
Respecto del plan institucional, hay tres indicadores relevantes: adopción de MIE, autonomía del banco central y paridades cambiarias flotantes. Por ende, el método involucra cuatro claves: 1) estabilidad de precios como objeto formal de la política monetaria; 2) metas cuantificadas, individuales o en secuencia; 3) plazos explícitos; y 4) un sistema evaluatorio apropiado.
Tomando en cuenta el conjunto de variables, a fines de 2002 quedaban 22 países con MIE. Son Australia, Brasil, Canadá, Chile, Colombia, Filipinas, Gran Bretaña, Hungría, Islandia, Israel, México, Nueva Zelanda, Perú, Polonia, Sudáfrica, Suecia, Surcorea y Tailandia. Otros dos (España, Finlandia) abandonaron el sistema al ingresar en la Eurozona (1999), que lo descartó para todos sus miembros.
La autonomía del banco central es otra historia. La gestión por metas inflacionarias explícitas requiere estabilidad o intangibilidad de quienes dirigen el ente emisor y prohibición de que éste compre directamente deuda pública.
Factores relevantes
¿Cuáles son los factores sistemáticamente asociados a las MIE que un país selecciona y su contexto resultante? ¿Son significativos? ¿Dónde ejercen mayor influencia?
Por lo menos cinco investigaciones académicas, en 2000-2, llegaron a una conclusión poco previsible: en general, las autoridades optan por metas inflacionarias para mantener tasas ya bajas o reducirlas. Al revés de lo que podría suponerse, pocos lo han hecho para domeñar una inflación alta.
Resulta sugestivo que se adopten MIE en casos de baja inflación, reflejando dudas sobre la imagen del banco central. Para no perder la confianza pública, el emisor central aplica MIE recién cuando el aumento de precios es lento porque automáticamente, esas metas se hacen fáciles de cumplir o mantener.
Algunos teóricos daban por seguro que una tasa inflacionaria nominal e intereses de corto plazo altos empujarían a la gestión por MIE. Era lógico porque, de un lado, el crédito caro genera insatisfacción ante el desempeño económico presente, lo cual induce a contextos monetarios más estrictos. Por otra parte, las tasas altas elevan expectativas inflacionarias y, por ende, deterioran aun más la fe en el banco central.
En el mismo plano académico, las presiones cambiarias también debieran promover la adopción de metas inflacionarias. En verdad, varios países lo hicieron durante crisis financieras o poco después. Pero no está clara la influencia de paridades variables (nominales y efectivas) en la elección de MIE. Como en el caso anterior, la volatilidad cambiaria podría reflejar insatisfacción con el desempeño de la economía y altas expectativas inflacionarias. Ergo, la adopción de MIE respondería a problemas para controlar la inflación o, peor, una situación crítica en materia de deuda externa.
Más acá de reparos e incertidumbres estadísticas, media biblioteca de estudios e investigaciones empíricas sugiere que la gestión por metas inflacionarias explícitas puede deparar resultados favorables. En particular, aporta herramientas matemáticas para efectuar pronósticos y facilita políticas que disminuyan la inflación o la hagan más previsible.
La otra media biblioteca sostiene que todavía no existen evidencias suficientes en apoyo del método. Pero tampoco implica conclusiones contrarias a la utilidad o las ventajas de las metas inflacionarias.