Para un país que hace 21 meses está en default con sus acreedores privados, y hace 29 se quedó sin acceso a los mercados voluntarios de crédito, era muy riesgoso entrar en conflicto con los organismos multilaterales de crédito. Vencido el miniacuerdo celebrado en enero que permitió refinanciar la deuda con el FMI por ocho meses, a la espera del nuevo gobierno era necesario llegar a un acuerdo de largo plazo, que permitiera prever la evolución económico-financiera e iniciar negociaciones razonables con los tenedores de títulos.
Al Fondo se le deben US$ 21.000 millones; a los acreedores privados, US$ 95.000 millones. La Argentina necesitaba un principio de solución. Eso es el acuerdo con el Fondo.
Que quede en claro: seguramente no había posibilidad de lograr un acuerdo mejor que el logrado.
Lo malo es que, con el afán de anotarse un éxito político, el Gobierno distorsionó y magnificó la información sobre el acuerdo, al punto de crear expectativas exageradas que después habrá que confrontar con la realidad.
La carta firmada tiene el mérito de que se podrá transitar sin mayores sobresaltos los próximos 12 meses. Pero nada más. Para esta época del año próximo, habrá que renegociar las metas para 2005 y 2006.
Para decirlo en términos de los ortodoxos, no se han removido las incertidumbres básicas que permitan reencontrar el círculo virtuoso. Desde la perspectiva heterodoxa lo mismo se expresa en la fórmula: No hay estrategia de crecimiento.
Conviene anticiparse a esa confrontación y mostrar las diferencias entre presentación y realidad, antes que las encuestas de medición de la opinión pública se vuelvan tornadizas.
Presentación | Realidad |
El Presidente ordenó entrar en default con el Fondo y, de ese modo, le torció el brazo. | Una demora de 48 horas no constituye default. El procedimiento interno del FMI establece que, durante los primeros 15 días, ni siquiera debe haber un reclamo del director ejecutivo al país moroso. Luego comienza un largo proceso que, si el país no paga, termina con su separación después de dos años. Por otra parte, si hubiese sido un default, no sería para festejarlo. Ese error ya lo cometimos en diciembre de 2001. |
Nunca en la historia había ocurrido algo así. |
Es algo exagerado. El año pasado, para conseguir el miniacuerdo, Lavagna se negó a pagarle al BID y anunció que no le pagaría al Fondo si éste no firmaba primero. El Fondo cedió (en verdad estaba haciendo lo que los estadounidenses llaman brinkmanship: jugar al límite) y firmó. |
No se aceptó la presión del Fondo para aumentar tarifas. | Koehler dice lo contrario. En los próximos meses se sabrá quién tiene razón. De todos modos, si esto quiere decir que el Gobierno se propone mantener las tarifas congeladas, habrá que ver cómo asume los problemas jurídicos y financieros que podrían presentársele. Ya las privatizadas han presentado, en el tribunal arbitral del Banco Mundial, reclamos por unos US$ 14.000 millones. |
No se aceptó un superávit primario de 4%. |
Como ocurre siempre, la negociación se pareció a la de un bazar: el que pide sabe que va a conseguir menos, y el que ofrece sabe que va a terminar pagando más. |
3% del producto es compatible con el crecimiento y la promoción social. |
3% es una carga muy pesada. Nunca antes un gobierno había aceptado una carga así. Antes de Lavagna, el ministro que había aceptado un superávit primario más alto era Cavallo (1,9% en 1992). Lavagna firmó por 2,5% en enero y ahora Kirchner le aprobó 3%. Hablando en plata, eso significa 20% del presupuesto. No va a quedar margen para la promoción económica y social. El Plan de Obras Públicas que tiene pensado Kirchner cuesta 6.000 millones: 1,5% del producto. ¿De dónde saldrán aquel 3% y este 1,5%? Lo más probable es que haya un fuerte ajuste de gastos, mayor presión tributaria o una combinación de ambas cosas. |
Lo que comienza ahora es un esfuerzo enorme para cumplir con lo pactado. De nada vale decir que Brasil asumió un superávit fiscal de 4,5% y la Argentina apenas de 3%. Quien conozca la importancia del gasto público brasileño sabe que hay tela de sobra para recortar. En el menguado gasto público local, no se alcanza a ver en dónde colocar el bisturí.
Por lo tanto, para evitar otro ajuste convencional (algo que molestaría mucho protagonizar al Presidente) hay que enfocar al crecimiento. Ésa es la clave.
No hay país en serio que crezca en forma sostenida si el nivel de inversión no está por encima de 20% del PBI. Hoy en la Argentina, ese indicador se sitúa en 11%. Éste es el verdadero eje de la polémica.
Sería formidable que, como ocurrió con Rusia, y también con Indonesia y Tailandia, dos años después del acuerdo con el FMI se retomó el crecimiento. Pero en todos esos casos, las incertidumbres quedaron totalmente despejadas el día de la firma.
Al exitismo de hoy puede seguir como ya es tradición entre nosotros un notorio desaliento. Lo que hay que evitar, definitivamente, es la posibilidad de que dentro de dos años estemos otra vez al borde del default.M