Cuando Diego Bigongiari se enteró que la marca “Cuisine & Vins”
–revista en la que escribía– sería rematada, llamó
a su amigo Antonio Terni –propietario de la bodega mendocina Altos Las
Hormigas– y le propuso presentar una oferta. A Antonio le gustó
la idea y buscó quién se encargara de los números. Pensó
en alguien de confianza, Lía Pichón Riviere, ya que sus familias
hicieron negocios por más de seis generaciones desde Italia en el mercado
del carbón, hasta la Argentina como dueñas de la revista Segunda
Mano. En julio de 2002, los tres fundaron la sociedad Austral Spectator; Diego
sería el escritor, Antonio el capitalista y Lía la administradora.
Se presentaron al remate de Cuisine & Vins pero perdieron por varios miles
de pesos; la revista quedó en manos del grupo Telinfor.
Sin embargo, tras un exhaustivo relevamiento sobre la cantidad de publicaciones
relacionadas con la vid descubrieron que no había un producto que juzgara
a los vinos de toda Latinoamérica, les otorgara un puntaje y describiera
sus bodegas de origen.
Entonces Diego y Antonio viajaron a Estados Unidos y confirmaron lo que ya intuían:
en las vinotecas de ese país había una alta presencia de vinos
australianos y sudafricanos y un espacio muy reducido para los sudamericanos.
Pensaron que gran parte de esa ausencia respondía a la falta de conocimiento
y que una guía de vinos sería muy útil para difundir los
productos de la región.
Así se iniciaron los preparativos para concebir la primera Guía
de Vinos Finos de Sudamérica. El proyecto se dividió en dos. Diego
comenzó su recorrido por la Argentina, Chile, Brasil, Uruguay, Bolivia,
Paraguay y Perú. El único país participante que no visitó
fue Venezuela, por los conflictos que existían en diciembre de 2002,
cuando emprendió el viaje. Mientras, en Buenos Aires, empezaron las catas
realizadas, en gran medida, por miembros de la Escuela Argentina de Sommeliers
en ese momento dirigida por Marina Beltrame y Flavia Rizzuto, que aceptaron
el desafío de realizar las pruebas a ciegas.
“No sabían ni rango de precios, ni cepa, ni marca. Lo único
que conocían era el país de origen del vino. Afrontaron un gran
riesgo porque más de uno puede enojarse a la hora de los resultados”,
cuenta Lía Pichón Riviere, directora comercial de la compañía.
Durante el mes de diciembre se realizaron catas de nivelación para establecer
criterios y el primer lunes de enero de 2003 comenzaron las definitivas, que
fueron auditadas por escribano público.
La objetividad y la trasparencia estuvieron bien cuidadas. Hubo un mínimo
de cinco catadores y un máximo de 20 vinos por sesión, como exige
la Organización Internacional del Vino (OIV). Se establecieron controles
sobre el staff de catadores, poniendo un mismo vino en distintas sesiones para
controlar que obtuviera resultados similares. Y sobre las bodegas, comparando
las muestras que ellas enviaban con otras compradas en comercio.
A fin de asegurar hasta simbólicamente su independencia, se decidió
no aceptar publicidad de ninguna bodega en la guía. Y se aclaró
que los vinos mendocinos de Antonio Terni serían juzgados tan a ciegas
como los demás. De hecho, ninguno de sus productos quedó entre
los 50 mejores, aunque el “Altos Las Hormigas Reserva 2001” perdió
el podio por algunos decimales.
El material
La guía está dividida en ocho capítulos, uno por país,
que a su vez se fraccionan en dos grandes áreas: los vinos y las bodegas.
Después de una introducción que explica el método utilizado
para las catas y sugiere el modo de uso del contenido, comienzan por orden alfabético
los apartados de las naciones. Al inicio de cada capítulo se brinda un
panorama del lugar que describe no sólo la actividad vitivinícola
sino también la cultura agroalimentaria, los eventos, las publicaciones,
y todo lo que se desarrolla en torno a la vid. Luego aparecen los vinos calificados
con estrellas, que van de una a cinco –desde “vino” hasta “vino
extraordinario”. Y, finalmente, una página dedicada a cada bodega,
en la que se enseña la cuna de los vinos, su origen, la manera de vinificar,
las cepas que cultivan, etcétera.
“Las páginas de las bodegas incluyen todos sus datos de contacto
porque –además de estar apuntada al consumidor– la guía
busca abrirle puertas a la industria. La idea es que cualquier distribuidor
en el mundo que acceda al material tenga todos los datos necesarios para empezar
las negociaciones. El espíritu de la guía es generar nuevos negocios
en América del Sur”, explica Lía.
Las últimas páginas están dedicadas a las preguntas frecuentes,
los factores de calidad de los vinos, la manera de guardarlos y los métodos
de degustación. Además de la cartografía de cada región
visitada que muestra la ubicación exacta de las bodegas, las rutas, los
caminos, los alojamientos, etc. Y un capítulo especial sobre el pisco,
destilado de la uva cuya paternidad es disputada por Perú y Chile.
Top 50
En la apertura de la guía se encuentra uno de sus puntos más atractivos.
El ranking de los 50 mejores vinos de América del Sur. De los casi 1.500
evaluados, 166 llegaron a una final, en la que participaron, además del
staff de catadores argentinos, jurados de Chile, Uruguay y Brasil. Una nueva
sesión de catas determinó a los integrantes del selecto grupo
de los 50.
“Estos vinos tienen como simbología un racimo de uvas. Entre ellos
no hay un ordenamiento, están los 50 juntos. Sin embargo, en la descripción
de cada uno, se deja ver cuál fue el mejor malbec, el mejor syrah, etc.”,
dice la directora de Austral Spectator.
De los resultados, surgieron algunas sorpresas. Por ejemplo –y contra todos
los vaticinios– el mejor malbec fue chileno, aun cuando se conoce que esa
uva es la más representativa de los viñedos argentinos. Además,
un vino boliviano llegó a participar en la final y los venezolanos –cuya
existencia pasa casi inadvertida– obtuvieron muy buenos resultados.
Del lado de los pronósticos acertados se ubicó el único
vino uruguayo que terminó entre los 50 destacados, un tannat, cepa emblemática
de ese país.
El balance final reflejó la calidad y uniformidad de los vinos chilenos,
que obtuvieron 27 lugares top. Y la atractiva irregularidad de los argentinos
que se alzaron con las 22 ubicaciones restantes. Como aclara Lía: “Para
los enólogos europeos es una fiesta venir a la Argentina porque nuestros
vinos son divertidos. Acá se experimenta mucho y se buscan nuevas variedades.
En cambio, la cultura chilena es más estructurada, su producción
está orientada directamente a la exportación”.
Público, distribución y lanzamiento
Algo más de US$ 100.000 se destinaron al desarrollo de la Guía
de Vinos Finos de Sudamérica. Para recuperar la inversión, el
producto apunta básicamente a dos grandes públicos: el consumidor
gourmet, interesado por el universo vinícola. Y el trade, conformado
por bodegas, vinotecas, sommeliers, restaurantes, distribuidores mayoristas,
importadores, exportadores y fabricantes de insumos, entre otros.
A ellos se llega a través de tres canales de distribución. La
venta directa en puntos específicos: wine bars, restaurantes, etc. Y
los grupos de afinidad, primarios y secundarios. Los primarios, aquellos que
tienen una relación intensa con el mundo del vino, por ejemplo los suscriptores
de revistas especializadas. Y los secundarios, que poseen un vínculo
indirecto con el vino, pero tienen alto poder adquisitivo y pueden estar interesados
en el material.
El lanzamiento de las más de 600 páginas bilingües –castellano
e inglés– que conforman la guía se realizará el 15
de septiembre en el Circolo Italiano de Buenos Aires y su precio final es de
US$ 20. M