El agua: en teoría abunda, pero en realidad escasea cada año más

    Por una parte, el agua ha desatado guerras desde la antigüedad más
    remota. Por la otra, hoy sus problemas son manejables. Pero, como se vio en
    el tercer foro mundial del agua (Kyoto, marzo de 2003), existen demasiados desacuerdos
    sobre represas, papel del sector privado, destino de inversiones y tarifas justas.
    Entretanto, hay un compromiso internacional de reducir a la mitad, hacia 2015,
    la población sin agua potable segura. Kyoto no sirvió para aclarar
    cómo se hará eso.
    Por cierto, “ese programa exige que, cada año, 400.000 personas
    accedan a servicios sanitarios y 300.000 a agua potable”, admitió
    en el simposio Michel Camdessus, ex director gerente del Fondo Monetario Internacional
    y presidente, hoy, del Panel Mundial pro Financiamiento de una Infraestructura
    Global de Aguas. Pero el funcionario no suena convincente en cuanto a recursos,
    pues se limita a pedir que los estados inviertan más, en alianza con
    sectores privados y organizaciones no gubernamentales. “El gasto total
    deberá subir de US$ 15.000 millones a 30.000 millones anuales y los fondos
    tendrían que ir a países con planes viables”.

    Monsieur Camdessus

    Obviamente, “los acuerdos Estado-empresas funcionarán mejor en áreas
    urbanas expansivas. En las rurales, sin atractivos para el sector privado, las
    obras quedarían en manos del sector público y las ONG”. La
    filosofía de Camdessus sigue tan cerca del FMI que lo lleva a recomendar
    “tarifas apropiadas para recobrar inversiones y afrontar costos del servicio”.
    Este planteo fue recibido con escepticismo entre grupos poco proclives a involucrar
    empresas privadas. “Sin posibilidades de pagar conexiones y prestaciones,
    los sectores de bajos ingresos parecen condenados [por Camdessus] a usar aguas
    de dudosa calidad o contaminadas”, sostiene Friends of Earth International.
    A la vez, para el Banco Mundial, “urge abandonar polarizaciones tipo sector
    público versus sector privado y promover la concertación allí
    donde sea posible”.
    De un modo u otro, en Kyoto hubo una coincidencia: “Las soluciones deben
    ser a medida de cada región y sus habitantes”, señalaba Ian
    Johnson, vicepresidente para desarrollo sustentable en el BM. Pero algunos expertos
    no están de acuerdo. Ravi Narayanan (WaterAid, una ONG con sede en Gran
    Bretaña) afirma que los fondos deben concentrarse en tecnologías
    adecuadas y disponibles para sectores de bajos ingresos (villas miseria, zonas
    rurales), que representan 80% de la población sin servicios básicos.

    “Se gasta mucho en tecnologías caras y centros urbanos. Las metas
    para 2015 podrían cumplirse sin grandes erogaciones, si se optase por
    sistemas de aguas corrientes menos complejos y costosos”, opina el experto.
    Por de pronto, los parámetros de la Organización Mundial de la
    Salud y Unicef son ambiguos: definen “acceso razonable” a la provisión
    de 20 litros diarios por persona de fuentes en un kilómetro a la redonda.
    Pero 20 litros no alcanzan para casi nada y, en zonas densamente pobladas o
    hacinadas, diez cuadras son una enorme distancia.

    Abastecimiento

    La demanda sube y el abastecimiento baja. Así de simple. En los 20 años
    venideros, el volumen de agua por habitante se achicará en un tercio,
    según una evaluación de la ONU, difundida durante el simposio
    en Kyoto. En cuanto al promedio de 5.000 millones afectados por falta o escasez
    hacia 2050, la misma fuente es ahora llamativamente laxa, pues estima de 3.000
    a 7.000 millones la futura población en riesgo.
    No obstante, el agua es la sustancia más abundante en la superficie terrestre,
    así como el hidrógeno es el elemento predominante en el universo.
    Tampoco hay un proceso mundial de desecamiento; por ejemplo, las lluvias se
    han intensificado 2% durante el siglo XX. El problema real es, por tanto, la
    distribución y la purificación, pues apenas 0,01% de los recursos
    acuíferos mundiales es de fácil disponibilidad y mucho menos de
    eso es potable. Entre tanto, la población de mayor crecimiento vegetativo
    vive generalmente en áreas donde reinan largas sequías o se producen
    vastas inundaciones. Ambos factores se ven agravados por cambios climáticos
    adversos y contaminación, que castigan singularmente a sectores en extremo
    pobres, hacinados y expuestos a todo tipo de riesgos médicos. Aun así,
    el peor déficit es de sistemas que extraigan o canalicen aguas y las
    distribuyan ya aptas para uso humano. “Es por lo menos incongruente que,
    cada año, millones de etíopes afronten la hambruna porque sus
    cultivos carecen de agua, cuando la meseta abisinia origina dos tercios del
    Nilo, uno de los ríos más caudalosos del planeta, que irrigaba
    Nubia y Egipto cuando aún no había faraones”, reflexiona
    William Cosgrove, vicepresidente del Consejo Mundial del Agua (Marsella).
    Como sugería Narayanan, “métodos en pequeña escala,
    baratos, pueden emplearse para recoger aguas pluviales. Pero el recurso clásico
    seguirán siendo las represas de todo tamaño, de las cuales hay
    unas 45.000 alrededor del mundo”. A pesar de que el ritmo de construcción
    y reparación de grandes sistemas haya pasado por un piso a principios
    de los años ’70 y no vuelva a él, existen grandes proyectos
    en marcha desde España hasta Japón, pasando por Rumania, Grecia,
    Irán, China, etc. Pero no se ven avances en el África subsahariana
    ni en Latinoamérica.

    Conflictos por todas partes

    Las grandes obras también acarrean grandes problemas, particularmente
    fuera de las economías centrales, de tipo financiero, social, ambiental
    y hasta legal. La comisión mundial de represas, que funciona dentro del
    BM, subraya que “en demasiados casos, se pagaron precios innecesariamente
    altos y hasta sobornos para llevar a cabo ambiciosos proyectos”. A menudo,
    una presa puede perjudicar vidas y haciendas de quienes viven aguas abajo, al
    cambiar el régimen de un río. Esto sin contar el anegamiento de
    tierras –ciudades también, como ocurrió en Entre Ríos
    décadas atrás– al generarse lagos artificiales. Todos estos
    efectos fomentan o exacerban conflictos entre intereses, cuando no entre países.

    Este aspecto tiene una carga geopolítica, pues esos roces bien pueden
    llegar –como en el pasado– a guerras abiertas. Un tercio de las 260
    cuencas hídricas multinacionales está compartido por tres o cuatro
    estados, y 19 abarcan cinco o más. Gran parte de África, Levante
    y Sudamérica depende de recursos compartidos por varios países.
    Así ocurre con ríos como el Amazonas, el de la Plata, el Congo,
    el Níger, el Nilo, el dúo Tigris-Éufrates o el Danubio.
    Sin embargo, es posible que los temores bélicos sean exagerados. La mayoría,
    entre Israel y sus vecinos, centrada en el pequeño río Jordán,
    entre 1952-2001 (49 años) revela apenas 37 casos de violencia. Por ende,
    la norma es cooperar, no llegar “a las manos”, aun entre viejos enemigos.
    Los optimistas vislumbran otras tendencias alentadoras. Por ejemplo, otro estudio
    presentado en Kyoto analiza 1.830 disputas hídricas internacionales registradas
    han reducido notablemente los costos de desalinizar y potabilizar aguas marinas.
    Si bien estos procesos representan todavía menos de 1% del consumo mundial,
    ya son relevantes en Medio Oriente, norte de África, áreas en
    Estados Unidos y México. Según un informe de la ONU, estas técnicas
    insumen ya US$ 35.000 millones, inversión que puede doblarse en 13 años.

    Demanda

    Sin duda, el progreso tecnológico y la cooperación internacional
    (incluso entre sectores públicos y privados) pueden continuar solucionando
    problemas o previniéndolos. Pero subsisten fenómenos tan persistentes
    como adversos. Uno es la contaminación originada en desechos que se arrojan
    o vierten en ríos, lagos y mares, cuyo volumen mundial decuplica el de
    las diez mayores cuencas hídricas juntas. Otro factor negativo es la
    explotación sobreintensiva de aguas subterráneas; máxime
    en China, India, Pakistán, África del norte y el oeste de Estados
    Unidos.
    Durante los últimos 100 años, el consumo mundial de agua se sextuplicó,
    mientras la población sólo se triplicaba. Impulsada esencialmente
    por el crecimiento vegetativo y el desarrollo rural e industrial, la demanda
    seguramente seguirá elevándose. En un panel de Kyoto, se señalaba
    que el consumo podría subir 40% entre 2003 y 2025. Las dificultades contingentes
    de abastecimiento tendrán efectos sumamente dañinos, pronostica
    el programa ambiental de la ONU, porque la proporción de gente en áreas
    de riegos –escasez o falta de agua y servicios sanitarios– pasará
    del actual 40% a 70% de la población mundial hacia 2025.

    Una perspectiva
    contradictoria

    Las emergencias hídricas
    son hoy más frecuentes. Desde devastadoras inundaciones en China
    (1998) o Europa centro-occidental (2001-2) hasta “dobles golpes”
    de sequía y lluvias torrenciales en el sudeste norteamericano (1999-2000).
    O demasiada agua, o nada de agua.
    Ese tipo de “desastres contradictorios” asoló también
    áreas agrícolas de Mozambique, Brasil y Afganistán,
    sin atenuarse del todo en algunas zonas de Estados Unidos. No obstante,
    la clave del asunto reside en la vieja relación entre dos sistemas
    complejos: la sociedad y el ciclo hídrico, pues afrontar sus problemas
    exige reexaminar el juego político y económico –dos
    aspectos negociables– y sus nexos con el universo biofísico,
    que es innegociable.
    El agua no sólo es un elemento vital sino un factor clave en culturas
    y civilizaciones. De su manejo dependían –dependen– las
    sociedades. Obviamente, si se pierde el control de las redes hídricas
    naturales o artificiales, estallan el malestar y el pánico sociales.
    Salvo la guerra (y no siempre), nada se compara con un colapso hídrico
    en lo tocante a destrucción.
    La ecuación incluye al clima y su relación con el agua.
    En este caso, los climatólogos coinciden en que la acción
    humana contribuye a elevar la temperatura media del planeta más
    de lo prudente y, por tanto, fomenta extremos de lluvia/inundación
    y sequía/agostamiento con intervalos más breves y alcances
    geográficos más amplios que los históricos. Esto
    subraya la rigidez de las “leyes físicas no negociables”,
    pero también sus límites: las reservas acuíferas
    no son eternas y son renovables apenas en parte.
    En los últimos años, algunos definen el agua como “capital
    natural” y a su ciclo como “un servicio ecosistémico”.
    Según esta concepción, el recurso es limitado y su valor
    real no se refleja en los precios y tarifas que se pagan por él.
    Amén del trasfondo mercantilista de este planteo, quienes lo promueven
    en Occidente pasan por alto una contradicción: si la explotación
    de recursos hídricos requiere capital ¿por qué no
    generarlo, en las economías periféricas más afectadas,
    simplemente eliminando las trabas comerciales impuestas por los países
    líderes? Después de todo, los US$ 350.000 millones anuales
    que Estados Unidos y la Unión Europea gastan en su ineficiente
    sector rural serían más rentables en manos de competidores
    eficientes.


    En semejante contexto, las respuestas convencionales (elevar provisión
    de agua potable construyendo o ampliando represas) sólo surten efectos
    parciales. Por ende, tiende a ubicarse en primer plano el manejo de la demanda
    y el mejor uso de recursos existentes vía esquemas que combinen soluciones
    técnicas, políticas y de gestión. Para un grupo de expertos
    y funcionarios, como se vio en Kyoto, esto incluye tarifas económicamente
    viables.
    La cuestión es complicada. Los agrónomos sostienen que es difícil
    cultivar granos y criar ganado para alimentar poblaciones en veloz crecimiento,
    dado que quedan pocas tierras de pan llevar. En esta dimensión, hay un
    planteo utilitario –apelar a biotecnologías, o sea transgénicos–
    y uno maltusiano, aplicado con éxito en China desde los años ’70:
    desalentar la procreación humana. Al margen de esos extremos, la Organización
    de Naciones Unidos para Alimentos y Agricultura (FAO, hoy tan silenciosa) insiste
    en ampliar superficies irrigadas como método básico para producir
    más. Esto funcionaría en el África subsahariana, cuya superficie
    bajo riego podría expandirse de 12 a 40 millones de hectáreas.

    Mejorar
    el manejo de recursos

    Mejorar las redes
    de distribución a escala global exige un esquema múltiple
    para desarrollo y manejo de recursos hídricos. Existen al respecto
    cinco áreas claves:
    1. Conservación. Mediante innovaciones tecnológicas y prácticas
    responsables, casi todos los usos del agua (agro, industria, comercio,
    familias) pueden racionalizarse con efectividad. Ello requiere esfuerzos
    coordinados por parte del gobierno, el sector privado y los consumidores,
    con una meta básica: evitar el derroche del recurso.
    2. Reciclaje. Mucha agua se va por las cañerías tras su
    primer uso, especialmente en las casas. No obstante, “reciclar agua”
    es factible y económico en varios sectores: aprovechar agua “usada”
    en casa para regar, emplear varias veces el mismo líquido para
    irrigar plazas, parques y otros espacios comunes o –en un plano más
    complejo– imitar a la fábrica Chrysler en Toluca, que recicla
    agua empleada en procesos industriales.
    3. Recolección y almacenamiento. Aplicadas en forma combinada,
    extensiva e intensiva, generan reservas pluviales para épocas de
    sequía o para atender picos de demanda. Estas aguas pueden recogerse
    en techos (las viejas canaletas siguen haciéndolo en muchos lugares)
    y otras superficies no absorbentes. Particularmente en ciudades y zonas
    donde el asfalto interfiere en la recarga natural de acuíferos
    (de paso, ello atenuaría inundaciones urbanas provocadas por lluvia
    que no escurre).
    4. Transferencias inter-intracuenca. Esta práctica tiene rasgos
    controvertidos y, a menudo, involucra construcciones a gran escala. No
    obstante, el Programa Hidrológico Internacional (en un informe
    al foro de Kyoto) sostiene que determinadas cuencas hídricas requieren
    esas transferencias, como vehículos de planeamiento hídrico
    a largo plazo.
    5. Escurrimientos mayores. A diferencia del reciclaje urbano, es un proceso
    a enorme escala que afecta al ecosistema, pues su objeto es aprovechar
    el drenaje de ríos, arroyos y otras fuentes de agua dulce que desembocan
    en los mares. Si bien su volumen es apenas una fracción de los
    depósitos totales existentes en el planeta, se trata de una fuente
    inmediata nada despreciable. Basta recordar que, tras alcanzar el Atlántico,
    la corriente del Amazonas se mantiene dulce hasta 400 kilómetros
    mar adentro.


    Lo malo es que tantos proyectos irrigatorios fracasen en manos de burócratas
    ineficientes o tecnócratas corruptos. Algunas ONG y el BM coinciden,
    al respecto, en promover mayor participación de campesinos y comunidades
    rurales, aplicando normas de gestión transparentes. Por supuesto, tarifas
    y derechos hídricos son métodos de administración útiles
    pero controvertidos. Tradicionalmente, el agua ha sido subsidiada por el Estado
    –así lo prescribían el código de Hammurabí,
    el Viejo Testamento o las leyes confucianas en China–, por lo cual siempre
    se tendió a malgastarla. Camdessus y sus afines en el Banco Mundial recomendaban
    en Kyoto aumentar tarifas; no sólo para recobrar inversiones o cubrir
    costos operativos sino, además, para promover el uso racional del agua.
    Sus oponentes insistían en que el agua no es un insumo económico,
    sino una necesidad vital. En el medio, quienes prefieren regímenes basados
    en derechos hídricos e irrigatorios opinaban que el agua debe seguir
    siendo pública y que sólo debe reglamentarse su uso, nunca su
    propiedad. M