US$ 330.000 millones que pueden costar un billón

    El 21 de mayo, el comité mixto armonizó los recortes aprobados
    en la cámara baja (US$ 550.000 millones) y en la alta (350.000 millones).
    El monto final, 330.000 millones (43,8% de lo que quería George W. Bush),
    no impidió que el vicepresidente Richard Cheney y medios allegados a
    Wall Street cantasen victoria.
    La explicación es simple: la Casa Blanca y los mercados especulativos,
    sabiendo que el segundo paquete no pasaría entero, se jugaban por la
    suspensión del impuesto a los dividendos bursátiles personales.
    Al fin, el comité lo redujo a 15% durante cinco ejercicios (2003-7) y
    lo restablecerá en 2008, no en 2013.
    “El paquete parece barato. Pero –advirtió el diputado Charles
    Rangel (demócrata, Nueva York)–, al cabo de diez años el
    fisco habrá perdido un billón en ingresos”. A mediados de
    mayo, el Senado reducía de US$ 550.000 a 350.000 millones –36,4%–
    el paquete aprobado en Representantes. Las modificaciones obligaron a compatibilizar
    entre ambas instancias y su resultado será el tercer descuento de la
    historia, superado sólo por el de Ronald Reagan en 1981 y el de Bush
    en 2001 (US$ 1,35 billón).
    Semanas antes del desenlace, durante un debate en la Escuela de Negocios Wharton,
    Alan Brinder (Princeton) censuró “la insistencia en rebajar gravámenes,
    no importa a qué precio. Bush aplica la misma receta en momentos de auge
    o recesión, si hay guerra o no y tanto con superávit como con
    déficit”. A su criterio, “el nuevo paquete elevará el
    gasto y casi no tendrá efectos de largo plazo. Aparte, las rebajas tributarias
    de 2001 y 2003 son un ataque de quienes más poseen contra el resto”.

    Poco después, Gerard Baker (Cambridge) fue más lejos: “Cada
    vez que alguien del gobierno Bush habla de economía –sostuvo en
    el Financial Times–, emite una sarta de medias verdades y tergiversaciones”.
    Así ocurrió “con el gran recorte tributario originalmente
    concebido en 2000, cuando la demanda interna subía a más de 6%
    anual y todos creían que el superávit había llegado para
    quedarse. Por eso, el paquete tendía a atenuar estímulos inmediatos
    y estirar el cronograma de rebajas. Pero la economía entró en
    recesión y el superávit fiscal se hizo trizas. Entonces, el paquete
    se lanzó en 2001 como un estímulo al instante, mientras se aseguraba
    que no perjudicaría la ejecución presupuestaria”.
    Al año siguiente, “en medio de los mayores escándalos empresariales
    de la historia, Bush y Cheney cabildeaban contra el proyecto de transparencia
    contable del senador Paul Sarbanes. Cuando éste se convirtió en
    ley Sarbanes-Oxley, el Presidente lo celebró como un triunfo propio”.
    ¿Por qué Bush presenta cualquier paquete como una victoria? “Porque
    hay elecciones en 2004 –afirma Baker– e Irak puede resultar contraproducente
    si Washington no logra instalar un gobierno viable. Entonces, hay que montar
    la campaña sobre otros ejes”.
    En la tercera semana de mayo, Alan Greenspan (SRF) señaló que
    “la economía puede repuntar sin nuevas rebajas tributarias. Por
    el contrario, percibir menos impuestos, sin disminuir el gasto fiscal, acabará
    siendo dañino”. El banquero subrayó que el déficit
    proyectado para 2003 ya es US$ 80.000 millones superior al estimado. Poco después,
    el megafinancista Warren Buffett lanzó una ofensiva contra cualquier
    tipo de rebaja impositiva: “La propuesta Bush tiende a un estado de bienestar
    para ricos y poderosos”. Buffett sostuvo que “las rebajas previstas
    son incentivos para que los millonarios sigamos acumulando riquezas”.
    “Con este recorte, la recepcionista de mi fondo inversor (el Berkshire
    Hathaway) tributará proporcionalmente el doble que yo. En efecto, por
    los US$ 310 millones que he ganado en este ejercicio abonaré 15%; en
    tanto, mi empleada pagará 30% sobre sueldo y aguinaldo”. M