Los nuevos halcones reescriben la historia para controlar el futuro

    Tras la victoria en Irak, la inercia de la “doctrina Bush” y una red
    de intereses creados plantea nuevos objetivos bélicos. Al no hallarse
    armas de destrucción masiva (ADM) en el antiguo dominio de Saddam Hussein,
    Washington las imagina en Siria. En realidad, potencial nuclear declarado hay
    en Irán y Norcorea pero, por ahora, el plan geopolítico los pasa
    por alto. Además, Norcorea –que ha vuelto a negociar– es vecina
    de China y Rusia, en tanto Irán lo es de ésta y de Afganistán.
    Por otra parte, el ajedrez tridimensional posterior a la guerra reduce las ADM
    a simples peones. En este tablero, las piezas blancas –ofensivas–
    están en una sola mano (Estados Unidos) y las negras –defensivas–
    están en tres, Rusia, China, Unión Europea. Pero, a diferencia
    de la invasión anglosajona, decidida mucho antes, el hostigamiento a
    Rusia vía Siria es resultado del triunfo militar. Dada la tendencia general
    a ver en Estados Unidos a la Cuarta Roma (la segunda fue Bizancio; la tercera,
    Moscú), varios analistas han comparado la caída de Bagdad con
    la de Cartago. El paralelo pudo haber sido válido en 1258, cuando Hülegü
    Jan destruyó la capital del califato y milicias cristianas –georgianas,
    armenias– hicieron una masacre de musulmanes que horrorizó a los
    propios mongoles, gente de estómago blindado.
    Cartago era una potencia tan fuerte y antigua como Roma. Pero la victoria sobre
    los púnicos empujó a Roma por una senda que la llevaría
    a “estado universal” –hegemónico en una sociedad, para
    el caso la helénica o grecorromana– subyugando potencias locales
    con aspiraciones de sustituir a Cartago. Así cayeron Epiro, Macedonia,
    el Ponto, los seléucidas y los tolomeos. Hasta que quedaron frente a
    frente dos superpotencias: Roma y el Imperio Arsácida (estado universal
    de la sociedad iránica). La lucha sobrevivió a ambos estados y
    arruinó a sus sucesores sasánida y bizantino. En el siglo VII
    de la era común, los árabes borraron a uno y se tragaron la mitad
    del otro.

    Otra vez, el “destino manifiesto”

    Conceptos como “guerra preventiva”, “vieja Europa” o “eje
    del mal” mezclan una lectura superficial de la historia y una concepción
    criptorreligiosa del siglo XIX: el “destino manifiesto”, idealización
    de “América para los americanos”. Algunos componentes ultras
    pueden rastrearse hasta la doctrina del ser nacional (Johann Gottlieb Fichte,
    Alemania, 1807) y su proyección imperialista, el Lebensraum (espacio
    vital) del nacionalsocialismo.
    Los tres conceptos citados líneas atrás figuran ya en el Project
    for the new American century –PNAC, proyecto para el nuevo siglo (norte)americano–,
    1997. Esta “usina de cerebros” (think tank), solventada por la industria
    bélica, tenía inicialmente un objetivo sectorial: “El drástico
    aumento del presupuesto militar, porque las actuales fuerzas armadas son demasiado
    chicas para la misión universal que deberán encarar”. El
    documento liminar incluía las firmas de Richard Cheney (actual vicepresidente),
    Donald Rumsfeld (hoy secretario de Defensa), Jeb Bush (gobernador de Florida,
    donde una maniobra turbia le aportó a George W. los 20.000 votos que
    lo hicieron presidente), Paul Wolfowitz (luego subsecretario del Pentágono),
    Richard Perle –ex asesor jefe de Rumsfeld–, John Bolton (control de
    armamentos y seguridad internacional), el general (R) Jay Garner (ahora procónsul
    en Irak), Francis Fukuyama –un historiador que tergiversa a Friedrich Hegel–
    y cuatro ideólogos afines a la extrema derecha judía: Robert Kagan
    (Washington Post), William Kristol (Weekly Standard), Eliot Cohen y Wolfowitz
    mismo.
    En febrero de 1998, el PNAC sugería a William J. Clinton, entonces presidente,
    acabar militarmente con Bagdad, Teherán y Pyongyang (Damasco no figuraba).
    A juicio de ese trust de cerebros, “la seguridad y los intereses del país
    seguirán amenazados mientras una apreciable parte de las fuentes petrolíferas
    esté en manos enemigas”. Además de Irak e Irán, se
    incluía a algunos integrantes de la Comunidad de Estados Independientes
    (CEI, ex Unión Soviética).
    Ese mismo escrito y un trabajo posterior afirmaban que “en ningún
    caso, la política nacional puede continuar perjudicándose por
    insistir, equivocadamente, en la unanimidad dentro del Consejo de Seguridad”.
    Resulta hoy por lo menos irónico que dos profetas de la globalización
    a ultranza en aras del mercado (Fukuyama, Wolfowitz) apoyen un proyecto de visos
    ultranacionalistas que, en vez de globalizar, pretende que el resto del mundo
    sea –para emplear una figura del derecho romano– cliente de Estados
    Unidos En septiembre de 2000, ya con Bush en el poder, aparece Rebuilding US
    defense – Strategy, forces and resources for a new century (Reconstruir las
    defensas de Estados Unidos. Estrategia, fuerza y recursos para el nuevo siglo).
    En un texto de 75 páginas, se propugna “elevar gastos de defensa
    para, llegado el momento, librar eficazmente batallas simultáneas en
    varios frentes (pues) la acción bélica es la única herramienta
    disuasiva por cuyo intermedio lograr la paz mundial”.

    “Vivimos la cuarta guerra mundial”

    Ya en plena guerra iraquí, Cohen –asesor informal de Bush–
    y James Woolsey (ex CIA, hoy en el gabinete de ocupación) convencieron
    al Presidente de que “vivimos la cuarta guerra mundial”. Para ellos,
    la tercera fue la Guerra Fría “ganada por Estados Unidos y China,
    no por la Unión Europea”. Aparte de olvidar el empate en Corea (1953)
    y la derrota norteamericana en Vietnam (1975), esta variante de la doctrina
    PNAC da por liquidadas la Organización del Tratado del Atlántico
    Norte –en su forma actual–, el Consejo de Seguridad y la propia ONU.
    En cuanto a Fukuyama y sus afines, definen como “primera guerra global”
    al conflicto económico –encarnado en la Organización Mundial
    de Comercio y la estancada rueda Doha– y a la “batalla por los hidrocarburos”.
    Sólo que, en el segundo caso, se trata de “un recurso natural no
    renovable a cuyo agotamiento sobrevivirán Estados Unidos y sus clientes
    políticos”.
    Ambas corrientes internas, por supuesto, coinciden con el documento de septiembre,
    en cuanto a “impedir la reconstrucción o el ascenso de potencias
    rivales. La misión pacificadora mundial exige el liderazgo norteamericano,
    no el de Naciones Unidas”. Esa misión incluye objetivos de tan largo
    alcance como “estimular un cambio de régimen de China, incrementando
    la presencia militar de Estados Unidos en Asia oriental y sudoriental. Este
    poder disuasorio forzaría la democratización”. Los trabajos
    del PNAC conocidos no explican cómo manejar transiciones políticas
    en Afganistán, Pakistán, Asia Central, Myanmar y Vietnam; o sea,
    los flancos sur, oeste y sudoeste de China. Al respecto, Fukuyama debiera explicar
    –algo que sí hacen Samuel Huntington o Eric Hobsbawn– cómo
    una presencia militar más antigua y extensa –la rusa, durante 350
    años– no logró controlar los procesos internos chinos.

    Kagan: Entre
    Marte, Venus y el siglo norteamericano

    Ya en vísperas bélicas,
    Robert Kagan –asistido por William Kristol– reeditaba en forma
    ampliada About paradise and power. America and Europe in the new world
    order (Sobre el paraíso y el poder. Estados Unidos y Europa en
    el nuevo orden mundial). El libro, financiado por la Fundación
    Carnegie por la Paz Internacional, sostiene que carece ya de sentido “fingir
    que norteamericanos y europeos comparten valores comunes o, siquiera,
    el mismo mundo. Sus perspectivas divergen en cuanto al poder, su eficacia,
    su ética y su búsqueda. (…) Europa lo desecha y opta
    por un ámbito de leyes, normas, tratados, negociaciones y cooperación,
    afín al paraíso de paz y relativa prosperidad vislumbrado
    por Immanuel Kant”.
    A la inversa, Estados Unidos sigue ligado al Leviatán de Thomas
    Hobbes “ejerciendo el poder en un mundo anárquico, donde leyes
    y reglas internacionales no son de fiar y la seguridad, la defensa y el
    orden liberal verdadero todavía dependen del poder militar”.
    En trabajos separados, Kagan sostiene que la Unión Europea nunca
    equilibrará el poder norteamericano, porque “la segunda guerra
    mundial acabó con esos países como potencias. Su incapacidad
    posbélica para mantener imperios coloniales los hizo renunciar
    a un papel que habían cumplido durante cinco siglos”.
    Kagan y Kristol tal vez hayan leído –mal– a Hobbes y
    Kant, pero su bagaje no abarca a los máximos analistas de los “estados
    universales” (Edward Gibbon, Oswald Spengler, Arnold Toynbee). En
    efecto, ignoran un detalle clave, también perceptible en el Viejo
    Testamento: los imperios hegemónicos representan generalmente la
    fase final de las civilizaciones que los originan. Tampoco podrían
    compararse con Samuel Huntington o Eric Hobsbawn, para citar dos ensayistas
    caros al establishment anglosajón.
    En realidad, la segunda edición del texto incorpora el ensayo “Power
    and weakness”, que Kagan publicó en Policy Review (junio-julio
    2002). “En materia de políticas, tácticas y estrategias,
    los norteamericanos son de Marte y los europeos de Venus”, reza la
    frase que provocó sonrisas en Ariel Sharon. No obstante, libro
    y ensayo profetizaban lo sucedido de febrero en adelante. ¿Acaso
    Kagan tenía la misma bola de cristal que está enterrada
    junto a Herman Kahn, los Rockefeller, la Comisión Trilateral y
    el Consenso de Washington? No. Simplemente, Kagan, Kristol y Cohen suelen
    hacer –desde hace meses– los borradores que luego emplean Bush,
    Rumsfeld y otros. Eso explica la ola de alusiones a “esa vieja Europa
    que ni mira al este” y la parábola Marte-Venus.
    Como ocurre con slogans y frases de efecto, sus fundamentos son frágiles.
    Primero, porque los roces entre Francia –desde Charles de Gaulle,
    emblema de la “vieja Europa”– y Estados Unidos son posteriores
    a 1960 y reflejan la inquietud de banqueros y empresarios norteamericanos
    ante el resurgimiento de la competencia transatlántica, en forma
    de Mercado Común Europeo, el abuelo de la Unión Europea.
    Segundo, porque, sin Francia, la independencia de Estados Unidos hubiese
    demorado una generación y Luisiana (la cuenca del Misisipi-Misuri,
    del golfo de México a los Grandes Lagos) habría sido ocupada
    por Inglaterra.


    Otro problema abordado por el grupo áulico alrededor de George W. Bush
    (donde, sugestivamente, no figuran Henry Kissinger ni Zbigniew Brzeinski) es
    Irán. Dado que este país “podría representar una amenaza
    para el interés nacional muy superior a la de Irak, las bases estadounidenses
    en el golfo Pérsico, Turquía y la península arábiga
    deberán mantenerse operativas por tiempo indeterminado, aunque los saudíes
    se opongan”.

    “Controlemos el ciberespacio”

    Los alcances del PNAC y sus documentos complementarios, flacos en materia económica
    y financiera –ni siquiera incluye propuestas sobre cómo solventar
    los gastos militares–, llegan al ciberespacio. Tomando ideas del régimen
    chino (su batalla contra Google es un ejemplo típico de aplicación),
    se recomienda “el dominio absoluto de Internet, pues los enemigos de Estados
    Unidos tendrán ahí instrumentos de propaganda para desacreditar
    los valores norteamericanos. También podrían lanzar ataques tipo
    hacker e infiltrar sitios”. Ni siquiera Ariel Sharon, a quien se le acercó
    el “dossier PNAC” hace algún tiempo, tomó esto en serio.
    Resulta ilustrativo que, junto con regímenes totalitarios (China, Norcorea,
    Cuba, Malawi) y grupos anticapitalistas, este think tank vea como peligro un
    síntoma típico de globalización democrática (la
    Red), pero no diga nada sobre la globalización financiera. En efecto,
    ésta restringe el poder de los bancos centrales (empezando por el Sistema
    de Reserva Federal) sobre flujos financieros que, a menudo, provienen de la
    evasión tributaria y solventan terrorismo, tráfico de drogas,
    etc. Más explicable es el capítulo del documento emitido en septiembre
    que postula “el desarrollo de armas biológicas, aunque fuesen prohibidas,
    pues las guerras del futuro se librarán en teatros y con instrumentos
    no convencionales”. Ese género de conflictos, se sugiere, podría
    ser manejado por una Otan sujeta a Washington. M

    MERCADO On
    Line le amplía la información:

    • Project for the new American century.
    http://www.newamericancentury.org/
    • “Visiones del imperio (I). La mayor superpotencia de la historia”.
    MERCADO, agosto de 2002.
    http://www.mercado.com.ar/mercado/vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=1016&id_nota=32
    • “Visiones del imperio (II). La gran estrategia y los bienes
    públicos globales”. MERCADO, agosto de 2002.
    http://www.mercado.com.ar/mercado/vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=1016&id_nota=33