Según el polémico ensayista, una década de deficit comercial
crónico dejó:
1. Crisis agraria. Los agricultores estadounidenses son los más eficientes
de la tierra, pero no pueden producir alimentos a menor precio que en tierras
extranjeras donde las leyes ambientales son laxas y abunda la mano de obra barata.
Aunque Estados Unidos todavía arroja un modesto excedente en productos
agrícolas, el libre comercio lo estrangula cada vez más. La ley
agraria de US$ 200.000 millones es simplemente un rescate para los agricultores
estadounidenses, que fueron sacrificados por los defensores del libre comercio
en el altar de la Economía Global.
2. Crisis manufacturera. Las empresas estadounidenses hace tiempo que vienen
cerrando fábricas, despidiendo empleados y levantando fábricas
en México y Asia. Mientras oleadas de productos fabricados con mano de
obra de US$ 2 la hora inundaban el país, las empresas decidían
cerrar las fábricas que les quedaban en territorio nacional y así
el país se desindustrializó.
3. Dependencia cada vez mayor de productores extranjeros, no sólo para
provisión de petróleo sino de productos básicos para la
vida y la seguridad nacional.
4. Enorme déficit comercial que contribuye a llenar las arcas de países
extranjeros, que luego usan ese dinero para comprar activos estadounidenses.
Los extranjeros poseen 22% de las empresas estadounidenses y 24% de las acciones
corporativas.
En contra
El aumento en todo el mundo de aranceles, cuotas de importación y subsidios
estatales a la industria nacional podría ser la última y más
peligrosa evolución de la economía global. Durante el ultimo cuarto
de siglo fue la expansión del libre comercio y la reducción de
barreras arancelarias lo que elevó el nivel de vida y la creación
de riqueza en Estados Unidos y en gran parte del resto del mundo. Las naciones
que participaron del comercio global aprovecharon la mágica fuerza de
la ventaja comparativa de Adam Smith para aumentar crecimiento y salarios produciendo
aquello que mejor hacen.
Con el aumento de 30% en los aranceles al acero importado y la lamentable ley
que triplica los subsidios al agro, George W. Bush asestó en 2002 un
golpe mortal al libre comercio y debilitó sus posibilidades de convencer
a europeos y japoneses de que reduzcan sus restricciones comerciales y subsidios.
En el Senado la oposición demócrata lo acusó de politizar
el libre comercio.
La revista inglesa The Economist no vaciló en decir que la ley estadounidense
dio a los europeos la excusa que necesitaban. Textualmente dijo: “Los europeos,
notablemente protectores de sus propios intereses agrícolas, van a aprovechar
cualquier excusa para evitar reformas que podrían perjudicar a sus agricultores
políticamente poderosos”.
El momento no podría ser peor, comentaba el Washington Times en julio
de 2002. Peligra todo el sistema del comercio global, como lo demuestra el hecho
de que en el primer año del nuevo siglo el volumen del comercio mundial
declinó por primera vez en dos décadas.
En parte, esa caída se debió a la reducción de la demanda
provocada por la recesión global, pero el factor más maligno es
el resurgimiento del proteccionismo en todo el mundo.
Al politizar el libre comercio, el presidente Bush puso en peligro la economía
mundial. El siglo XX debió habernos enseñado, opinaba el diario,
las consecuencias potencialmente catastróficas de la ruptura del comercio
mundial y el aumento del proteccionismo. El sistema global de comercio se interrumpió
en la década de 1930 cuando muchos países, incluido Estados Unidos,
duplicaron y hasta triplicaron aranceles y cuotas de importación. El
resultado fue depresión mundial y caída del nivel de vida en todas
las latitudes
Hoy, por primera vez en más de dos décadas, las barreras comerciales
se mueven en la dirección equivocada. M
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