La industria vitivinícola argentina, como una copa de cata, sólo
está llena hasta el Ecuador, esto es poco más de la mitad. Y ofrece
las dos clásicas lecturas de medio llena o medio vacía. Éstas
son las dos caras de un sector que, a pesar del boom, tiene sus matices.
Desde el punto de vista de los números, las estadísticas y las
oportunidades de negocio cada vez más crecientes, se trata de una de
las locomotoras de crecimiento de la región de Cuyo, especialmente en
Mendoza donde se concentra casi 65% de la actividad del país y más
de 80% de las inversiones que el sector recibió en la última década.
En cambio, en comparación con la de otros países considerados
emergentes o del nuevo mundo vitivinícola, la industria camina varios
pasos atrás de Chile, Australia o Sudáfrica. Ni hablar de California
que, aunque pertenece a la categoría, ya juega en las grandes ligas desde
hace más de 10 años. Este escenario se agrava por el hecho de
que los competidores y las barreras se suman: China está incursionando,
por ahora, en el segmento de los caldos básicos mientras que en Europa
cada vez son más intensos los rumores en favor de fijar una posición
respecto de terceros países productores que vienen ganando mercado (ver
recuadro en página 62).
La constante de este grupo es su fuerte orientación hacia el mercado
externo y una consecuente tasa acelerada de crecimiento en sus ventas. Los países
miembros conformaron lo que se denomina Grupo Mundial de Comercio de Vinos (WWTG
por sus siglas en inglés). La Argentina adhirió recientemente
y, por eso, se espera una mejor performance en mercados sofisticados y tradicionalmente
difíciles.
Sin embargo, con tantos intereses y variados competidores en juego, la mejor
manera de aproximarse a una radiografía de la vitivinicultura nacional
es analizar las variables más sensibles a la industria entre las que
se encuentran la producción y las exportaciones, la coyuntura global
y las perspectivas argentinas y la competencia directa, especialmente de los
grupos bodegueros chilenos que iniciaron un proceso de reconversión y
de penetración en mercados externos en 1980, una década antes
que sus pares argentinos.
Variables
Los pronósticos son alentadores. Las estimaciones de los bodegueros y
de los técnicos en comercio exterior de algunas entidades especializadas
hablan de 40% de crecimiento de los despachos al exterior para este año
respecto de 2002, cuando ya se había computado un crecimiento de 10%.
Y hablan de un negocio exportador que involucrará unos US$ 200 millones.
Una cifra importante pero, por ahora, lejana al umbral de posibilidades de la
industria si se tiene en cuenta que la Argentina exporta menos de 10% de su
producción total (algunos observadores entienden que esa participación
es de 12%). Además, otros países productores –también
considerados emergentes como Chile o Australia– venden afuera más
de 70% de los vinos elaborados y embolsan cifras cercanas a los US$ 500 millones
y los US$ 940 millones, respectivamente.
La comparación no es pesimista ni caprichosa, sino más bien realista.
El negocio del vino concentra anualmente en el país unos $ 1.500 millones,
aunque 90% se genera en el mercado interno donde el consumo anual per cápita
está estancado, desde hace unos años, en 37 litros. En esta coyuntura
las posibilidades de crecimiento siguen siendo sólo eso, posibilidades.
Con la devaluación del peso respecto del dólar, muchos empezaron
a mirar con más insistencia hacia el exterior. Los vinos argentinos ganaron
competitividad, y los empresarios, una oportunidad para incrementar sus beneficios,
reinvertir con un tercio del valor previsto en 2001 y salir a ganar mercados
hasta hace poco vedados por la incidencia de la relación calidad/precio
de la Argentina.
El desafío argentino tiene otra punta. Sólo 35% de los vinos exportados
corresponde a la categoría embotellado, en la que los precios y beneficios
son mayores. El resto lo conforman caldos a granel que se fraccionan, etiquetan
y distribuyen en el país de destino. Para tener una idea de por dónde
pasa el negocio hay que mirar, otra vez, a los competidores directos: de los
vinos que Chile despacha a los mercados internacionales, 70% viaja embotellado
y algo similar –o con mayor incidencia– ocurre con Australia.
De todas maneras, para la historia de la industria, los números siguen
siendo alentadores. Más si se tiene en cuenta que a finales de los ’80
se exportaba apenas 0,8% de la producción y los ingresos en divisas no
llegaban a los US$ 5 millones.
Inversiones
Uno de los indicadores que permiten ver la copa vitivinícola medio llena
es el nivel de inversión. En este caso, los números son abrumadores.
El segmento vitivinícola, según un estudio de la Subsecretaría
de Alimentación de la Nación, representa por lo menos más
de 6% de las inversiones extranjeras en la industria alimentaria argentina.
Sólo entre 1994 y 1999, se registró el ingreso de más de
US$ 300 millones provenientes del exterior; aunque si se considera un período
mayor, entre 1990 y 2002, se habla de unos US$ 1.000 millones, de los cuales
poco más de US$ 600 millones se destinaron a reconversión vitivinícola,
bienes de capital y asesoría de especialistas internacionales.
Los grandes jugadores conforman un sector de 125 empresas que comercializan
unas 250 marcas y emplean a casi 8.000 personas. Y hay un dato más alentador
que alimenta la locomotora: las inversiones que habían quedado paralizadas
hacia principios del año pasado podrían reactivarse durante el
segundo semestre de este 2003; ya hay muchas compañías reincorporadas
al negocio en los últimos 18 meses. Según registros del Indec,
en la industria hubo un crecimiento del empleo de 29%.
En términos de competitividad, el factor clave de esta etapa de aparente
renacimiento es la devaluación, que proporciona nuevas oportunidades
de mejorar la imagen de marca, la calidad y el precio, todo a costos más
accesibles para los productores. Es que si bien los insumos aumentaron más
de 50%, los ingresos dolarizados permiten triplicar el rendimiento. Un estudio
realizado por un organismo dependiente del Ministerio de Economía de
Mendoza estableció que la mejora de competitividad fue de 65%.
En este sentido, las barreras a derribar siguen siendo dos: los precios promedio
de los vinos argentinos son altos comparados con el resto del nuevo mundo vitivinícola
–cuyas marcas son más conocidas en los grandes centros de consumo–
y la mala imagen del país obstaculiza el posicionamiento.
Un informe de coyuntura que elaboraron los técnicos Lorena Blanco y Alfredo
Aciar para el Instituto de Desarrollo Rural (IDR) de Mendoza, pone de manifiesto
estas barreras. Según distintos especialistas internacionales vinculados
al mundo del vino, en Gran Bretaña, Francia o Japón el precio
sigue siendo el primer decisor de compra a la hora de sacar una botella de la
góndola. Y, después, la imagen que el país elaborador proyecte
en el resto del planeta.
Con respecto al precio –devaluación mediante–, la Argentina
está recuperando terreno, sobre todo en el segmento de vinos de US$ 10
la botella. En el caso de la imagen, la tarea será más ardua y
complicada. Por eso, muchas bodegas están pensando en intensificar sus
campañas de promoción en el exterior, especialmente en Europa.
La pulseada es difícil ya que el consumo mundial crece a razón
de 1% cada año mientras que la producción lo hace a un ritmo de
4%. En otras palabras, cada vez hay más competencia que demanda. El resultado
es fácil de adivinar: el negocio se encamina hacia la calidad y en contra
de los considerados vinos comunes o básicos.
Una a favor
A pesar de que el mercado externo se presenta cada vez más complicado,
la incidencia del clima en el hemisferio norte enciende luces de esperanza para
los bodegueros locales. Un rápido repaso por los países productores
muestra un descenso en la producción.
Es que entre septiembre y octubre pasados, Europa sufrió inundaciones
y otras contingencias climáticas que afectaron las cosechas. Por ejemplo,
en Francia se espera una disminución de 11% respecto de la temporada
anterior mientras que Italia aumentó 40% sus importaciones. En España
se mantuvieron los niveles históricos y otros países extra región,
como Sudáfrica, no lograron cosechas superlativas. Ahora resta evaluar
cómo se mueven los productores vernáculos, porque entre los proveedores
también hay chilenos, californianos y australianos, que tuvieron buenos
rendimientos en sus cosechas.
En síntesis, la industria vitivinícola argentina muestra señales
alentadoras aunque, claro, todavía queda mucho camino por recorrer. Para
saber si la copa está medio llena o medio vacía habrá que
esperar, por lo menos, que transcurra todo 2003; para muchos, la bisagra que
puede cambiar la historia. M
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