Cada vez que le piden consejos, el francés Jean Pierre Mercier, propietario
de uno de los principales y más antiguos viveros vitivinícolas
del mundo, repite que los productores deben plantar la variedad que el consumidor
elegirá dentro de 10 años. Algunos bodegueros argentinos probaron
la idea hace unos años con más de 30 variedades no tradicionales
en estas latitudes.
En la mayoría de los casos se trata de experiencias piloto, pero algunos
ya empezaron a cosechar esas uvas consideradas raras y elaboraron vinos exóticos
y excepcionales como el Tempranillo Q, de La Agrícola, que es tal vez
el caso testigo de esta nueva etapa iniciada en la vitivinicultura argentina.
Pero la lista es más amplia.
Tome nota y memorice, tal vez en 10 años quiera ordenar alguno de estos
varietales en un restaurante: Viognier, Gewürztraminer, Pinot Blanco y
Zinfandel, por nombrar sólo los más conocidos entre los extraños.
La lista se completa con Verdelho, Petit Verdot, Tannat, Bourboulenc, Caladoc,
Grenache, Marsanne, Mourvedre y Pinot Grigio, entre otros.
En la categoría de nuevas variedades ya hay algunas viejas conocidas
como la Bonarda, Sangiovese y Tempranilla. Las dos primeras eran, hasta no hace
tanto, consideradas –en la Argentina– uvas de regular rendimiento
enológico. La última parecía sólo un mito reservado
para terruños españoles. Sin embargo, algunos bodegueros mendocinos
comenzaron a experimentar y lograron cepas de muy buena calidad.
Este proceso de revalorización de variedades tuvo en el Malbec su antecedente
de peso; hubo un antes y un después. Esta cepa es menospreciada en Francia
y se dice que es cot por su aspereza y sabor a tabla. En cambio, por las condiciones
geoclimáticas de Mendoza, la uva alcanza una expresión excepcional,
tanto que ya es el embajador y nombre propio de los vinos argentinos.
Cuando algunos enólogos como Raúl de la Motta, empezaron a experimentar
con esta variedad –hace más tres décadas– algunos gurús
levantaron las cejas y auguraron un final poco feliz. Hoy es la variedad más
reclamada en los mercados externos.
Con este antecedente sobre la mesa, las principales bodegas dejaron prejuicios
de lado y empezaron a experimentar con variedades no tradicionales. Y les fue
bastante bien. Por ejemplo, la bodega Viniterra incorporó uvas Pinot
Grigio, Carmenere, Tempranillo, Sangiovese y Viognier; Nieto Senetiner firmó
un convenio con una universidad mendocina para desarrollar vinos a partir de
Tannat y Petit Verdot; y Arizu ya comercializó unas 3.000 botellas de
Gewürztraminer. Lagarde sorprendió con un Moscato Gialo –espumante
natural– cosechado en forma tardía para acrecentar su tenor de azúcar,
mientras una decena de grupos vitivinícolas experimentan –por ahora
como si fuesen alquimistas misteriosos– con una decena de uvas exóticas.
Más allá de la tendencia y las experiencias que se cocinan a fuego
lento, en vinerías y restaurantes ya hay marcas que lanzaron, sin bombo
ni platillos por ahora, algunas de estas variedades extrañas. Será
cuestión de empezar a degustar. M