El íntimo mundo de Baco

    Sentarse a la mesa de un restaurante, elegir un plato exquisito y dejarse sorprender
    por la sapiencia de un experto en vinos –o sommelier–, es una escena
    excepcional para la Argentina actual. Porque, tal vez por ciertos prejuicios,
    una dosis de soberbia o conocimientos auténticos, el público argentino
    acostumbrado a los placeres de la alta gastronomía todavía no
    confía demasiado en la figura del sommelier. Pero los preconceptos, como
    todo proceso que recién comienza, se van dejando de lado para disfrutar
    con los cinco sentidos la elección del vino correcto para el plato elegido.

    El boom del vino que vive el país desde mediados de los años ’90
    sigue desarrollándose cada vez con más intensidad. Por eso, el
    interés por la profesión del sommelier creció junto con
    la proliferación de wine bars, revistas especializadas, sitios de Internet,
    cursos y degustaciones varias.
    Este profesional del vino se ocupa básicamente de aconsejar y servir
    todas las bebidas de un restaurante, además de tener la responsabilidad
    sobre la administración de la cava y el servicio de vinos. También
    es el responsable de la carta de vinos y de la elección, control y conservación
    del servicio. A la hora de dar sus recomendaciones en una mesa, y después
    de haber tomado nota del pedido de los comensales, su tarea también incluye
    la degustación de los vinos, para comprobar que estén en perfectas
    condiciones.
    El sommelier está capacitado también para asesorar en habanos
    y tabacos, licores, destilados, tragos, aceites, infusiones, chocolates, tés,
    quesos, jamones y delikatessen. En un vino, se pueden encontrar hasta 250 descriptores
    aromáticos y, por eso, el olfato es el sentido más entrenado de
    estos profesionales. “Es un trabajo que no termina nunca, porque siempre
    hay aromas nuevos para incorporar a la paleta de trabajo. Por eso es importante
    estar en permanente contacto con las últimas novedades”, dice Andrés
    Rosberg, sommelier del restaurante Villa Hípica y del Museo Renault.

    Opciones para todos los gustos

    La Escuela Argentina de Sommeliers ya lleva cuatro años en funcionamiento
    y divide su propuesta en dos carreras. La primera es la de sommelier de restaurante
    y cava, y para poder ingresar en la carrera los interesados deben tener un año
    de experiencia en el área de Servicio de Restaurante. Tiene una duración
    de un año y su costo incluye una inscripción de $ 100 y una cuota
    mensual de $ 140.
    La segunda propuesta, es la carrera de sommelier de cava, dirigida a aquellas
    personas que no tengan experiencia en restaurantes. También dura un año
    y su costo incluye la misma matrícula y una cuota de $ 160 mensuales.

    Ambas carreras están avaladas por la Asociación Internacional
    de Sommeliers y los egresados deben rendir un examen al finalizar la cursada
    ante los representantes de esta entidad. El título obtenido los habilita
    para trabajar en los 45 países que integran la asociación. La
    escuela, además, ofrece cursos cortos de Introducción al Vino,
    que duran dos meses y cuestan $ 240.
    “La primera cosecha de la Escuela es de 2000, cuando se recibieron 14 sommeliers.
    La segunda dio otros 15 profesionales. En 2002, se recibieron 39 alumnos”,
    explica Flavia Rizzuto, socia de Beltrame, egresada de la Escuela y elegida
    como la mejor sommelier de la Argentina, título que le permitirá
    participar en el Mundial de Sommeliers que se llevará a cabo este año
    en Estados Unidos.
    La otra entidad en la que se puede estudiar sommellerie es la Escuela Argentina
    de Vinos, con la diferencia de que la carrera tiene una duración de 15
    meses. “Este espacio se abrió en julio de 2002 como un emprendimiento
    para la gente que ama el vino. Nuestro objetivo es el de intermediar entre la
    industria y el consumidor y educar al público medio para que se transforme
    en calificado”, afirma Guillermo Guelfo, un licenciado en Tecnología
    Industrial de los Alimentos, especializado en vinos y director docente de la
    Escuela. El costo incluye una matrícula de $ 50 y $ 140 de cuota por
    mes. Todavía no hay egresados.
    En las dos escuelas, la currícula incluye un recorrido por las regiones
    vitivinícolas del mundo, estudios específicos sobre la vid, denominación
    de origen, degustación de vinos, análisis visual, olfativo y gustativo,
    gestión de cava, conservación del vino, botellas y corchos, entre
    otros temas.

    Historia y costumbres

    Según Andrés Rosberg, en la Argentina “la sommellerie es
    la consecuencia lógica y necesaria de un cambio estructural en la vitivinicultura
    del país”. El sommelier del restaurante Villa Hípica y del
    Museo Renault dice que hace 15 o 20 años se empezó a invertir
    mucho dinero en reconvertir viñedos de uvas comunes en uvas finas. Explica
    que luego se invirtió en tecnología de bodegas, se empezó
    a experimentar con distintos tanques de acero inoxidable y se contrataron enólogos
    extranjeros como consultores. “A principios de los ’90”, continúa
    Rosberg, “entraron muchos jugadores internacionales para producir vino
    en la Argentina, incluso de las bodegas más prestigiosas”. Agrega
    que este proceso llegó a las góndolas hace cinco años y,
    especialmente en los últimos cuatro años, el vino experimentó
    una explosión con un gran interés por parte los consumidores,
    junto con el creciente estímulo para vender en el mercado interno. “Más
    tarde se comenzó a exportar y las exigencias de calidad hicieron que
    cada vez se produjera mejor. La sommellerie apareció entonces como una
    manera de guiar al consumidor en este mar de vinos que llenan las góndolas
    de los supermercados y las vinotecas”, dice el sommelier.
    Como se mencionó, el público argentino no está acostumbrado
    al consejo de un profesional: muchos toman vino por esnobismo y otros por costumbre
    familiar. Según Rosberg: “Hay 10% de gente que no quiere recomendaciones,
    otro 10% que, por el contrario, se deja sorprender, y hay 80% que es más
    o menos abierta. Muchas veces piensan que uno quiere ofrecerle un vino más
    caro o uno que ya estaba abierto. Creo que esta actitud es razonable y revertirla
    es el precio que deben pagar los restaurantes por haber hecho ese tipo de cosas
    en el pasado. Ese 80%, si uno hace bien las cosas, con el tiempo va a cambiar
    de postura. Es una tarea de construcción”.

    Obstáculos para sortear

    Como todas las actividades, la sommellerie en la Argentina enfrenta en su camino
    piedras que debe sortear: la primera y principal es la falta de costumbre del
    público para aceptar el consejo de un profesional. “Aquí,
    la mayoría de los sommeliers somos jóvenes, apenas superamos los
    30 años, muchos son mujeres y a veces cuesta ganarse la confianza de
    un señor de 50 años que tomó vino gran parte de su vida”,
    dice Rosberg. Ésta es una tarea que llevará su tiempo, pero que
    todos los sommeliers consultados confían en realizarla con éxito.
    El segundo obstáculo es la cultura gastronómica. Los chefs y dueños
    de restaurantes tradicionales no están acostumbrados a trabajar con sommeliers
    y sólo aquellos que tienen visión del negocio y entienden los
    beneficios de contar con un experto en su plantel los contratan. “Hay un
    equilibrio entre lo que uno come y lo que uno toma. A muchos chefs les cuesta
    pensar en esto y se muestran reticentes a dejarnos participar en la carta. Algo
    similar sucede con los dueños de los restaurantes: si bien entienden
    la importancia de nuestro trabajo, les cuesta pagarnos los mismos sueldos que
    a los chefs”, dice Rosberg.
    “Lo ideal es que haya un trabajo conjunto entre el chef y el sommelier;
    es un espacio que tenemos que ganar para poder trabajar en equipo”, agrega
    Rizzuto.
    En Buenos Aires, hay muy pocos restaurantes con sommeliers. Entre ellos, se
    encuentran Villa Hípica, El Museo Renault, Danzón, Sucre, Tomo
    I y Lola.
    Otra de las dificultades que enfrenta la profesión surge de la bodegas.
    “Hay bodegas y bodegas. Sus dueños, en el mejor de los casos, son
    empresarios. Y en el peor, chacareros”, dice Rosberg. Agrega que “hasta
    no hace muchos años, para una bodega, la manera de entrar en el mercado
    era darle una caja de vino gratis al mozo que le llevase 50 corchos de sus marcas.
    El mundo del vino no es transparente, sólo porque sea una bebida rica.
    Esto dificulta el trabajo de un sommelier, que se ve atado por la decisión
    financiera de comprar o no un vino y por el deal que el dueño del restaurante
    tenga con la bodega. Esto no sucede menos en los restaurantes de calidad, porque
    son los más atractivos para hacer negocios”. Rosberg cuenta que
    la contrapartida de esto son los bodegueros con visión de futuro, con
    nociones de mercado, que apoyan las escuelas de sommellerie que, por suerte,
    aumentan día a día. Que bodegas internacionales comiencen a producir
    en la Argentina, tiene mucho que ver en la aceptación de estos conceptos,
    porque tienen otra manera de trabajar. “Yo, en mi trabajo, tengo poder
    de veto. Acepto que un vino no se compre porque no hay plata, pero no acepto
    que se compre si no me gusta. Ésa es mi condición”, finaliza
    Rosberg.
    “El vino es la parte espiritual de la comida”, dijo Alejandro Dumas.
    Los amantes del vino saben bien de qué hablaba el escritor. Así
    las cosas, la sommellerie y la unión ideal entre bebidas y comidas es
    un camino que recién comienza en la Argentina y que se perfila como una
    actividad con gran futuro. M