Dólar en calma y elecciones

    Roberto Lavagna volvió de Washington sin demasiadas novedades: cualquier
    acuerdo con el FMI estaba lejos. Pero ni a la entidad ni a la Argentina les
    convenía entrar en una cesación de pagos con los organismos multilaterales.
    De ahí que se convino un roll-over de la deuda. Uno de los temas que
    más preocupaban en Estados Unidos era la política monetaria argentina.
    Anne Krueger y Anoop Singh creían que no podía diseñarse
    un programa monetario en medio de una crisis financiera como la que atravesaba
    el país.
    Según varios analistas, en el FMI sostenían que la fuga de capitales
    persistía y que ésta se agravaría en enero de 2003 al vencer
    los plazos fijos reprogramados. Por esta razón, en el organismo se inclinaban
    por un plan compulsivo de canje de depósitos por bonos para así
    cerrar la sangría monetaria. De esa manera, consideraban, se podía
    abordar la cuestión trascendental: reconstruir un sistema financiero
    que devuelva un flujo de crédito a una economía deprimida.
    Lavagna, por el contrario, sostenía que no habría solución
    al problema financiero y monetario si los bancos extranjeros no ponían
    dinero fresco. Si se emitían redescuentos para financiar la salida de
    depósitos se corría el riesgo de un desborde inflacionario. Y
    si la totalidad de los depósitos se convertía en bonos públicos
    se agravaría la situación de insolvencia del Estado.
    Más allá de esto, con el programa monetario para el período
    junio-diciembre que llevó a Estados Unidos, el equipo económico
    tuvo éxito. Se perdieron menos reservas y menos depósitos privados
    y pudieron colocarse las letras del Banco Central que estaban propuestas. Pero,
    así y todo, nadie podía engañarse. Cualquier posibilidad
    de recuperación económica estaba muy lejos. La devaluación
    y el default provocaron la quiebra del Estado, cuya deuda era de alrededor de
    130% del PBI, además de la quiebra del sistema financiero, con la que
    desapareció el crédito, y la de los contratos privados en dólares.

    La otra cara de la moneda

    En tanto, los especialistas y la sociedad profundizaban el debate sobre el
    tipo de cambio. En el entorno de Carlos Menem se hablaba de un régimen
    firme (dolarización o una nueva convertibilidad), que conllevaba el peligro
    de falta de reacción ante un shock externo. La otra postura era más
    flexible (flotación o moneda común del Mercosur) y su riesgo residía
    en la posible falta de credibilidad en la moneda.
    Lo cierto es que en esos días el dólar se movía en aguas
    tranquilas, gracias a un mejor manejo del control de cambios. Sin embargo, Lavagna
    veía desmoronarse la primera fase del canje voluntario de depósitos
    reprogramados por deuda pública.
    Por otro lado, se afirmaba que Aldo Pignanelli, el nuevo presidente del Banco
    Central, proponía la liberación parcial de las cuentas a la vista,
    basado en la tranquilidad del frente cambiario y en que los bancos no compraban
    dólares sino letras emitidas por la autoridad monetaria. Además,
    los exportadores liquidaban sus divisas y los ahorristas ya no colmaban las
    casas de cambio.
    En el frente político, el presidente Duhalde anticipó el llamado
    a elecciones. Los candidatos, sobre todo los justicialistas por sus mayores
    chances, comenzaron a analizar el escenario económico. En el último
    año los depósitos privados en los bancos habían descendido
    de $ 95.000 millones a $ 55.000 millones. El nivel de actividad había
    caído en lo que iba de 2002 a una tasa anual de aproximadamente 15%,
    coronando el mayor proceso de recesión de la historia argentina. En el
    primer semestre la inflación superaba 30%. Y el desempleo llegaba a 25%.

    Después del llamado a elecciones, Lavagna sorprendió con un programa
    para la transición. Remarcó cinco objetivos para los 11 meses
    que seguían: solución para la indisponibilidad de depósitos
    y la reestructuración del sistema financiero; un acuerdo con el FMI;
    la renegociación de la deuda pública con los acreedores privados
    internacionales; la reformulación de los contratos de concesión
    de los servicios públicos y el diseño de un esquema de renegociación
    de las deudas privadas con el exterior. Muchos consideraron que era un programa
    demasiado ambicioso. M