¿Banca universal o de inversión? El regreso de un viejo debate

    Diez años atrás, muchos expertos anunciaban la decadencia de los
    bancos comerciales. Pero varios se reinventaron y se convirtieron en grandes
    operadores financieros y bursátiles junto a las bancas de inversión.
    De esta manera, Bank America, Citigroup, JP Morgan Chase, ABN Amro, HSBC, Crédit
    Suisse y otros se hicieron bancos universales, al combinar negocios diferentes
    en un mismo grupo.
    A la luz de lo ocurrido durante 2002, reguladores, analistas y docentes se preguntan
    si el modelo es sustentable, dado que la crisis evidencia conflictos de intereses
    entre servicios de consultoría, asesoramiento e investigación
    y prestaciones financieras. Hoy, la Securities & Exchange Commission (SEC),
    obligada por la ley Sarbanes-Oxley, promueve firmas independientes dedicadas
    a la primera actividad, cuyos fondos provendrán de la propia banca de
    inversión.
    Así y todo, esta medida no resolverá el problema básico:
    la gestión de riesgos. Actualmente, los bancos universales deben decidir
    sobre los riesgos del cliente que contrata sus lucrativos servicios de asesoría.
    Al respecto, sobrextenderse podría llevar a quebrantos de grandes entidades,
    con efectos deletéreos en toda la economía.
    Entonces, ¿no sería mejor desarmar los bancos universales? En
    verdad, la ley Glass-Steagall (derogada hace poco) hizo eso en los años
    ’30, debido a que densas tramas de intereses creados habían distorsionado
    las funciones de esas sociedades, llamadas trusts. Hoy, en cambio, muchos técnicos
    creen que lo mejor sería combinar estrictas normas de gobierno y transparencia
    con mayor autorregulación en tres dimensiones:
    1. Reorganización y transformación en holdings. Los bancos universales
    podrían dividirse en bancos minoristas, bancos mayoristas, bancas de
    inversión, consultoras e intermediarias en valores.
    2. Mejoras en transparencia. Los reguladores debieran limitar la toma de riesgos
    y exigir a los bancos universales divulgar tanto esos riesgos como los réditos
    que deparen –cliente por cliente, inclusive los que contraten asesoría–,
    a fin de decidir si el servicio lo proveerá un banco universal u otra
    fuente.
    3. Tornar explícitos los potenciales conflictos de intereses. Los bancos
    universales bien pudieran generar tantos productos como hacer imposible o ineficaz
    la regulación individual. Por supuesto, habrá drásticas
    sanciones a entidades que pasen la raya.
    Recientes infracciones e irregularidades, por cierto, resultan de mal gobierno,
    imprudente gestión de riesgos, actitudes no éticas y codicia.
    Por ende, o los bancos se apresuran a reformarse o deberán aceptar que
    lo hagan los reguladores.

    En busca de nuevas pautas

    Esos temas se analizaron recientemente en un foro organizado por el Centro
    de Finanzas, de la Escuela de Negocios Wharton. La coordinación estuvo
    a cargo de Thomas Flanagan (Lehman Brothers), a cuyo juicio los problemas actuales
    son: escasas ofertas públicas iniciales de valores (IPO, según
    las siglas en inglés), 40% menos fusiones y adquisiciones en comparación
    con 2001, ceses de pagos, fraudes contables y reducción de estructuras,
    personal o negocios.
    Por supuesto, varios debates se centraron en bancos universales versus bancas
    especializadas o boutiques. “Históricamente –apuntaba Flanagan–,
    los bancos comerciales controlaban el capital financiero y las bancas de inversión
    el capital intelectual o la tecnología”. Tras coincidir, Andrea
    Katter (Bank of America Securities), advirtió que “esas líneas
    se han diluido con el tiempo y llevaron a la situación presente”.
    A su vez, Simon Canning (UBS Warburg) se pronunció por el modelo europeo
    de banco universal, aunque admitiendo “espacio para boutiques especializadas”.
    Similar postura mostraba Parker Weil (Merrill Lynch), quien apuntó que
    “el retroceso de Wall Street deja en el aire muchas firmas desesperadas
    por financiamiento, sobre todo en telecomunicaciones, o con severos problemas
    de liquidez”.
    Mientras tanto, el ascenso de los bancos universales y su tendencia a prestar
    a clientes que hacen otros negocios con la misma entidad han conducido a “no
    fijar adecuadamente montos ni tasas de créditos”. Según
    Katter, “el retorno promedio sobre la cartera de créditos va de
    10 a 12%, pero los accionistas generalmente exigen de 20% para arriba. Entonces,
    para restablecer el equilibrio, los bancos presionan a sus grandes clientes
    a contratar otros servicios. Si no, niegan préstamos”. Lo malo
    es que, si un cliente acepta esas condiciones, “los bancos no saben decirle
    no, aunque sea tomador de alto riesgo”.
    Grandes o chicas, las bancas de inversión tampoco atinan a discriminar
    entre servicios. “Este conflicto –recordaba Flanagan– data
    desde la desregulación de honorarios sobre títulos, en mayo de
    1975. Antes, el costo de análisis y consultoría se reflejaba en
    las comisiones. Pero éstas cayeron y los analistas empezaron a depender
    de los negocios mismos. Los abusos fueron inevitables, porque una firma o una
    IPO se calificaban a menudo según otros negocios con el mismo cliente
    o ciertas situaciones aleatorias”. El caso que mezcla Citigroup, Salomon
    Smith Barney, AT&T, Sanford Weill y Jack Grubman, va en vías de hacerse
    clásico.

    Japón: momento clave para bancos paralizados

    A diferencia de Estados Unidos, el problema del sector financiero japonés
    es más simple: caer o sobrevivir. A fines de 2002, el debate sobre cómo
    sacar la economía real de una recesión que data de 1989-90 pone
    en segundo plano una decisión clave que afronta el primer ministro Junichiro
    Koizumi: nombrar un presidente y dos vices en el Banco Central del país
    antes de marzo.
    Semejante cambio de guardia podría, en efecto, alterar la política
    monetaria y bancaria de la segunda economía mundial, sin contar a la
    Unión Europea. ¿Por qué? Porque el emisor pesa mucho, como
    lo demostró meses atrás al voltear a Hakue Yanagisawa, ministro
    de Finanzas, pues se había declarado dispuesto a comprar acciones en
    poder de los bancos. Fue una victoria a medias, empero: los próximos
    enroques acabarán también con Masaru Hayami, actual presidente
    del BdJ, acusado de usar su influencia para acosar políticos restringiendo
    liquidez hasta que cedieran a sus recomendaciones. Tanta ortodoxia ha creado
    una sensación se parálisis en el sistema, letal al cabo de trece
    años de deflación.
    Pero la temperatura sube: Heizo Takenaka, ministro de Economía –y
    también sucesor de Yanagisawa en Finanzas– ha puesto la política
    monetaria como foco de su paquete reformador. Todo esto confluirá, el
    31 de marzo, cuando el cierre del ejercicio 2002 obligue a los bancos a divulgar
    pérdidas en sus carteras de títulos y resurjan temores de una
    crisis en el sistema financiero.
    “¿Qué podría hacer el Central?”, pregunta Frank
    Packer (Nikko Salomon Smith Barney). “Quizás establecer niveles
    de precios y tasas que permitan erradicar la deflación en plazos definidos.
    También podría echar mano a medidas menos ortodoxas, capaces de
    modificar expectativas”. Entretanto, los grandes bancos mantienen un silencio
    poco saludable.

    Alemania, a mitad de camino

    Con la bolsa en un largo cono de sombras, caída de calificaciones crediticias,
    carteras en mora y una crisis en el negocio del seguro –reaseguros inclusive–,
    la economía y la gran banca alemanas ingresan en 2003 a medio camino
    entre Estados Unidos y Japón. Casi sobre las fiestas, inclusive circularon
    rumores que hablaban de insolvencia en Commerzbank, uno de los líderes.
    “Crisis bancaria es una expresión peligrosa, porque remite a 1929”,
    señalaba Rolf Breuer (Deutsche Bank), participante del foro en Wharton.
    “No se ven problemas serios de liquidez ni un cuello de botella crediticio.
    Lo que sí hay es falta de rentabilidad”. En otras palabras, dos
    de los líderes –el citado y HVB Gruppe– cerraban 2002 con
    pérdidas en sus negocios centrales.
    A juicio de Breuer, los rumores de crisis se deben a razones políticas.
    Concretamente, los roces entre Washington y Berlín sobre Irak. Dicho
    de otro modo, Estados Unidos ejercía sobre Alemania el mismo tipo de
    “apriete” que JP Morgan Chase y otras bancas aplicaban contra Lula
    en Brasil. No obstante, el banquero admitió que el sistema había
    sido golpeado por una mezcla de factores globales, problemas en Europa occidental
    y vulnerabilidades propias.
    En particular, costos originados en una red sobredimensionada. “Tenemos
    el doble de lo necesario –sostuvo Breuer–, o sea 2.700 bancos y
    42.300 sucursales o agencias. Existen más bocas financieras por habitante
    que en otras economías avanzadas, salvo Bélgica. Estados Unidos,
    líder absoluto en crédito y banca al consumidor, posee la mitad
    de locales por persona que tiene Alemania”.
    Entretanto, esa economía afronta otra recesión. Commerzbank estima
    ya que las insolvencias empresarias habrán subido 30% en 2002 y probablemente
    alcancen el pico durante este año. Ello llevará los incobrables
    hasta 1% de las carteras totales y amenazará la rentabilidad del negocio.
    Al mismo tiempo, las carteras accionarias en poder de los bancos valen hoy apenas
    una fracción de lo que cotizaban a mediados de 2001.
    Las principales agencias calificadoras temen que Commerzbank y HVB abandonen
    la categoría A. Aun así, Breuer niega toda posibilidad de emular
    el ejemplo japonés: “No hubo burbuja en bienes raíces y
    existe mucha más flexibilidad monetaria para afrontar emergencias”.
    Pero, según analistas en Nueva York, Londres y Zürich, la duda es
    si los bancos alemanes están dispuestos a bajar costos drásticamente
    y resignarse a fusiones o achiques que dejarán en la calle a directorios
    enteros. Ésa es la receta de Breuer. M

    Indemnización por el cierre de
    sumarios

    Wall Street pagará US$ 1.000 millones

    La idea es obligar a los analistas a producir informes
    honestos y protegerlos de presiones internas. Los escándalos, nuevamente,
    fueron los que impulsaron esta reformulación.

    Grandes firmas de valores abonarán US$ 1.000 millones
    para cerrar sumarios sobre maniobras en perjuicio de inversores. (Básicamente,
    calificaban papeles según su interés en captar negocios
    de sus emisores para las respetivas bancas de inversión.) Los operadores
    también llevarán a cabo drásticas reformas en cuanto
    a actividades de consultoría, investigación y calificación
    de empresas y sus emisiones de bonos y acciones. En otras palabras, irán
    desterrando prácticas generadas durante el auge especulativo de
    los ’90 y el fin de la ley Glass-Steagall (promulgada en 1934).
    Como parte del arreglo con la Securities & Exchange Commission y la
    justicia, abonarán un adicional de US$ 500 millones durante cinco
    años para contratar a consultores independientes y distribuir sus
    análisis entre clientes e inversores. El convenio no es definitivo,
    pero la autoridad reguladora se apresuró a anunciarlo para poder
    cerrar un pésimo año con buenas noticias.
    Las condiciones pactadas resultan de duras negociaciones que exigieron
    cinco meses. La idea es obligar a Wall Street a producir informes honestos
    y proteger a los analistas de presiones internas. De ahí la relevancia
    del caso que involucra al gurú Jack Grubman, a Salomon Smith Barney
    y a Sanford Weill, CEO de Citigroup, firma controlante de SSB. De paso,
    el arreglo vedará las acciones de favor –asignadas antes
    de cada oferta pública inicial– destinadas a ejecutivos o
    directores de firmas cotizantes. M