¿Pueden los demócratas salvar por segunda vez al capitalismo?

    Durante mucho tiempo, ningún gurú de derecha saldrá a decir que los mercados siempre funcionan mejor que los gobiernos. Pero frenar este fundamentalismo económico -y cultural- es apenas el inicio de una transformación del modelo. Habrá que ver si los liberales(1) pueden salvar al capitalismo estadounidense de sí mismo por segunda vez desde 1933.


    Súbitamente, George W. Bush está en problemas. De un día para otro, los acontecimientos lo han convertido en líder bélico y timonel de una profunda crisis en el modelo de negocios. Pero su biografía empresaria y financiera simboliza, en escala doméstica, los males que hoy amenazan al sistema.


    El presidente camina por el filo de la navaja. Por un lado, debe condenar fraudes e irregularidades contables y, por el otro, no puede atacar la propia cultura corporativa de los republicanos ni de quienes aportan a sus campañas. Bush y su gabinete, en efecto, representan la chatura política y el capitalismo prebendario, proclive a enriquecerse aprovechando, por caso, datos internos para vender acciones antes de que una empresa (Harken Energy, por ejemplo) se venga abajo.


    No es casual que, en ambas cámaras, tantos republicanos hayan desbordado al Presidente exigiendo medidas duras. Por el contrario, el vicepresidente Richard Cheney quería ablandar aún más la actitud de Bush ante los escándalos, en particular los texanos. Se explica entonces que, quizá por vez primera desde que los republicanos coparon el Congreso (1994), los demócratas del ala liberal impongan su prioridad: frenar los excesos del mercado para salvar a la economía física.


    A fines de agosto, se ignoraba aún si la espiral descendente en Wall Street llegaría al punto de realimentarse y arrasar con la economía real como en 1929. Aunque no fuera así, la bolsa posiblemente siga deprimida o volátil durante bastante tiempo.(2)


    Aun tras el deterioro de 45% sufrido por el indicador más representativo (Standard&Poor´s 500), desde su pico en marzo de 2000 al 19-9-02, las relaciones precios/ganancias (rp/g) desbordan todo parámetro histórico. Cada vez que alguna firma importante debe ajustar hacia abajo ingresos o utilidades declaradas, su rp/g sube y la acción pierde terreno. Entretanto, cuando una empresa cambia de auditores externos, los nuevos arriban resueltos a ser mucho más rígidos que sus antecesores caídos en desgracia.


    Un reto para la oposición


    Tampoco será fácil que medidas más duras puedan reparar los daños infringidos a la economía real. Con accionistas e inversores victimizados por maniobras y balances fraudulentos -a su vez, frutos de la manía antirregulatoria-, miles de millones han ido a colocaciones que ya nunca se recobrarán. Por tanto, el descalabro bursátil es, más que una crisis de confianza, la tardía aceptación de realidades económicas.


    En tales condiciones, los republicanos no podrán hacer casi nada. Pero, ¿sabrán los demócratas aprovechar el momento? Si bien algunos legisladores relevantes tratan de hacerlo, no se ve todavía que el partido se ponga a la altura del reto y deje de reverenciar a los mercados.


    Hasta fines del tercer trimestre, la oposición ha sido astuta, sacándole ventaja a un gobierno paralizado por sus propios compromisos. Pero le falta un discurso económico alternativo, coherente y completo, para explicarle a la gente que los escándalos empresarios que influyen en su vida cotidiana provienen de un fraude más profundo: el laissez faire, laissez passer.


    Al fin de cuentas, tampoco se ha agotado el romance de los demócratas con el libre mercado. Los réditos de cultivar donantes privados siguen siendo atractivos, de ahí la renuencia de ciertos líderes opositores a tratar como egreso el pago a ejecutivos con opciones accionarias. En agosto, Albert From, jefe del Consejo Superior demócrata, insistía en que no era oportuno presentarse como “antiempresarios”. Si los modernos opositores no pueden distinguir entre eso y ser abogados de la economía mixta, habrán perdido una gran oportunidad.


    Una película conocida


    ¿Hasta dónde llega la crisis en el modelo de negocios? Lejos. El capitalismo estadounidense quizá se halle ante la peor emergencia desde los años ´30. Octubre de 1929 representó, también, una percepción tardía: los inversores descubrieron que sus colocaciones ya no valían nada. La burbuja bursátil era producto de esquemas (por ejemplo, los del estafador Carlo Ponzi) para que “los de adentro” se hicieran millonarios a costa de público y accionistas.


    Uno de los sectores más notoriamente turbios era el eléctrico. Casi anticipando el caso Enron, las compañías de servicios no regulados diluían acciones, manipulaban utilidades, enriquecían a managers o a sus socios, despojaban a inversores y eludían impuestos. Otra causa del crac fue la habilidad de casas como Morgan para funcionar al mismo tiempo como bancos comerciales y bancas de inversión. En esta capacidad, podían colocar bonos de terceros entre clientes, cobrar comisiones u honorarios a dos puntas y fijar cotizaciones. Así, fueron abandonando su deber fiduciario como banqueros (garantizar la solidez de quienes emiten deuda) y canalizaron el dinero del público hacia colocaciones estériles. De nuevo, esta conducta prefiguraba los escándalos actuales.


    Ideológicamente, los paralelos también asombran. Durante los años ´20, predicadores de una “nueva era” sostenían que Jesucristo podía asimilarse a un emprendedor, capitán de la industria o inversor. Después, el auge bursátil de los ´60 coincidió con un avatar de esa filosofía, encarnado en los libros y la secta de Ayn Rand. Más tarde, en los ´90, Zane Pilcher fundaba en Chicago y su área una “teología del dinero”, según la cual “a dios le agradan los ricos y reniega de los pobres”. Por ende, los mercados libres no podían equivocarse. Sin embargo, cabe recordar que Herbert Hoover fue mucho más intervencionista que Ronald Reagan en los ´80 o Bush ahora.


    No faltan tampoco similitudes políticas. En la década de 1930, banqueros y empresarios resistían ferozmente el New Deal. El clan DuPont -controlaba General Motors- hasta formó una Liga Libertaria para deponer a Franklin Delano Roosevelt. Pero, por otra parte, operadores como Joseph P. Kennedy se pasaban al New Deal, temiendo que la especulación acabase con todo el sistema. En la actualidad, gente que conoce bien Wall Street y adhiere al monetarismo neoclásico -como Paul Volcker, ex jefe de la Reserva Federal, su sucesor Alan Greenspan, el superfinancista Warren Buffett o el senador Jon Corzine, ex copresidente de Goldman Sachs- hacen punta en una campaña pro reformas sistémicas. El propio New York Stock Exchange ha propuesto algunas, que aún son tenazmente resistidas por sus propios socios.


    Depresión y New Deal


    Existe un clásico sobre la dinámica de esas licuaciones financieras: Depresiones y teoría sobre deflación de deudas, de Irving Fisher (1933). A diferencia de las recesiones -ciclos menos agudos, capaces de autocorregirse-, las depresiones surgen cuando los activos colapsan por debajo de niveles mínimos necesarios para remunerar prestamistas e inversores. En ese momento, la economía sucumbe bajo una cascada de deudas incobrables y colocaciones irrecobrables.


    En los años ´30, el colapso financiero y bursátil se tornó depresión económica general porque el gobierno federal no estaba dispuesto a gastar lo suficiente para cubrir la brecha de demanda privada. Tan serias fueron las consecuencias que ni siquiera todas las erogaciones públicas generadas por el New Deal (sobre un plan de John Maynard Keynes) alcanzaron para estimular una reactivación duradera. El desempleo seguía sobre 10% en 1939 y fue preciso un impulso superkeynesiano, la Segunda Guerra Mundial, que en 1942-4 llegó a constituir un tercio del producto bruto interno (PBI).


    El New Deal fue clave para la estabilización del modelo capitalista en Estados Unidos. La administración Roosevelt (1934-45) lanzó regulaciones más estrictas en banca, colocación de acciones y bonos privados, contabilidad, auditoría, servicios públicos, aviación civil, teléfonos, radios y relaciones laborales. También les amplió facultades a agencias existentes en materia de ferrocarriles, transportes automotores y acción antimonopólica.


    El objeto central del New Deal era estabilizar los mercados de riesgo (financieros, bursátiles, reales), esencia del sistema y también su talón de Aquiles. El Congreso y la Casa Blanca buscaban abortar para siempre los conflictos de interés y la fiebre especulativa que habían culminado en 1929-32. Este aspecto del programa quedó en manos de la flamante Securities & Exchange Commission (SEC), que impuso pautas a firmas, bancos y bolsas para emitir, colocar, registrar, cotizar y evaluar títulos valores públicos y privados. También reordenó, junto con la Federal Accounting Standards Board (FASB), la profesión contable. Las nuevas normas separaron operativamente bancos comerciales, bancas de inversión y firmas dedicadas a valores. Además, se regularon tipos de interés, se instituyó la garantía parcial de depósitos, etc. Todo esto logró un capitalismo estable durante casi 70 años.


    Paralelos entre 1929 y 2002


    ¿Qué paralelos hay con el presente? Uno es el enorme derroche de recursos económicos en colocaciones especulativas. A pesar de libros tan absurdos como Dow 36,000 (James Glassman y Kevin Hassett, septiembre de 1999), queda hoy claro que gran parte del auge bursátil de los ´90 era una gigantesca burbuja sin sustento. Hasta el derrumbe de Enron, muchos analistas creían que los daños se limitaban a compañías punto com y sectores tecnológicos asociados a Internet. Pero ahora es obvio que miles de millones habían ido a muchas otras áreas sin propósito útil.


    El segundo paralelo reside en que muchos excesos especulativos se originaban en conflictos de intereses que podían y debían evitarse. Banqueros, comisionistas bursátiles, consultores y elencos ejecutivos se hicieron ricos inflando balances y cotizaciones mediante asientos contables falsos. Remunerar o bonificar directores y gerentes mediante opciones accionarias fue un incentivo irresistible para dibujar ganancias, ocultar pérdidas y fomentar fusiones sin sentido económico real. Las juntas directivas, poco dispuestas a cumplir con sus obligaciones de contralor y vigilancia, eran íntimas de los CEO, en tanto los auditores externos “cooperaban” con sus clientes.


    Todo eso refleja el desmantelamiento de regulaciones y lleva la economía de vuelta al laissez faire de los años ´20. De lo contrario, Enron habría debido hacer dinero a la antigua: vendiendo productos o servicios reales y presentando balances correctos. Si la ley Glass-Steagall no hubiese sido diluida y, por fin, derogada, los bancos no se habrían enriquecido haciendo negocios turbios con clientes-socios como Enron, Harken y similares. Si el Congreso y la SEC no hubieran atenuado regulaciones sobre contadores y auditores, no se habrían “cocinado” tantos libros y balances. Si la SEC hubiese exigido cuentas a los directivos por decisiones, fallas e irregularidades, no se habrían aprobado tantos negocios sucios.


    Herramientas a medida


    En suma, la desregulación ha generado una economía, una cultura y mecanismos al servicio de intereses creados. En realidad, la SEC posee facultades de policía sobre esos mecanismos, pero el Congreso no se las hacía ejercer. Cuando William J. Clinton vetó un proyecto de Newt Gingrish (que imposibilitaría a accionistas e inversores litigar por fraude con valores), el Parlamento anuló el veto con apoyo de muchos demócratas.


    La retórica de Bush y sus propuestas de mayores penas para los CEO discutidos no aciertan al blanco real: lo que se precisa es mayor escrutinio y barreras que eviten de antemano las maniobras, área por área. Además, la regulación es un proceso dinámico, pues especuladores y estafadores siempre aparecerán con nuevos recursos para burlar normas.


    En verdad, muchos abusos de los ´90 fueron consecuencia deliberada de los nuevos instrumentos financieros y especulativos (¡sus creadores obtuvieron dos premios Nobel!). El uso agresivo de los derivativos era novedad. Los créditos personales y ejecutivos para crear sociedades fantasmas, fuera de libros, eran novedad. Los trueques a término tipo Enron eran novedad. Las opciones accionarias para remunerar o gratificar a los CEO, eran novedad.


    En la era de Ronald Reagan, el fundamentalismo de mercado –Wall Street Journal, Heritage Foundation, Consenso de Washington en el plano global- se extendió como una mancha de aceite en los medios generales y en el Partido Demócrata. Al elaborarse nuevas formas de fraude, se necesitaron reguladores con el coraje de Arthur Levitt (SEC) para recrear regulaciones y contralores. Por eso, ahora la contraofensiva debe ser mucho más amplia e ir más allá de acciones contra transgresores ya detectadas. Urge reconstruir la propia economía mixta.


    Evaluando daños


    Muchos daños a largo plazo causados por la manía especulativa aún no son evidentes. Por ejemplo, casi todos olvidan que el Sistema de Reserva Federal mantiene las tasas referenciales más bajas en 40 años para amortiguar los efectos de la primera licuación bursátil (punto com, desde abril de 2000 a mediados de 2001). Por tanto, el arsenal monetario para mantener a flote la economía -como ha señalado Greenspan- ya se explota casi al máximo.


    El crónico déficit comercial y de pagos es una fuente latente de vulnerabilidades, que se activarán en caso de prolongada licuación bursátil. Ese déficit se financia importando capitales, o sea ahorro externo (porque también ha caído el ahorro interno: la gente se endeuda inclusive para especular), por unos US$ 500.000 millones anuales. Hasta no hace mucho, Estados Unidos no tenía problemas para absorber fondos, porque parecía el puerto más seguro. Pero ese flujo está cediendo -o se revierte, como ocurre con el pase de US$ 200.000 millones a otras divisas, dispuesto por los árabes de enero a julio-, lo cual debilita al dólar. En algún momento, la Reserva Federal tendrá que aumentar tipos de interés, para frenar el drenaje de capitales externos, precisamente con una economía débil. Eso simplemente agravaría la declinación bursátil.


    Deudas de empresas y consumidores están en niveles récord y los bancos obtienen márgenes muy estrechos de utilidad. Muchos de ellos son víctimas de una fiebre de fusiones y adquisiciones. Los valores de las empresas caen, las rp/g se deterioran, la economía se debilita y los incobrables crecen. En verdad, la banca estaría peor si no fuese por la supervisión y el control impuestos a raíz de la crisis de 1987-9 en entidades de ahorro y préstamo.


    Ese episodio tuvo origen en una burbuja inmobiliaria. Hoy, mientras se contraen los valores mobiliarios (acciones, bonos privados), parte de los fondos van a bienes raíces. Pero todo cuanto se construye se financia con dinero prestado y, además, viviendas, oficinas y comercios necesitan quien compre o alquile. Si la economía física tambalea y la tasa de espacio desocupado sigue aumentando, el sector será la próxima burbuja pinchada.


    Cuál es la situación real


    Realmente, ¿hay alguna franja económica relevante inmune al proceso? Algunos dicen que sí. ¿Acaso los indicadores de productividad no son sumamente altos? ¿Acaso la economía no está saliendo de las crisis originadas en las punto com, el 11 de septiembre y los propios escándalos? Hasta cierto punto, es verdad. Aunque la productividad pierda relevancia si el problema de fondo es una implosión financiera, los fondos jubilatorios pierden valor, sigue el desempleo -en parte, porque fusiones y adquisiciones han reducido puestos laborales- y baja la capacidad de compra entre el público.


    Por cierto, en la historia del capitalismo abundan épocas de innovación y productividad, frustradas por alguna depresión de origen financiero o especulativo. Los ´30 significaron avances en electrónica, automotores, telefonía, electricidad y ciencias básicas. Pero nada -salvo una guerra mundial- logró compensar del todo la depresión causada por el crac de 1929-32. En la actualidad, Japón fabrica innumerables productos complejos con mayor eficiencia que cualquiera, pero sus crisis financieras generan una ola recesiva tras otra desde 1991.


    Los demócratas más audaces han reunido un adecuado paquete de reformas para neutralizar abusos. Por ejemplo, cortar vínculos entre estudios contables (auditoría externa) y firmas consultoras, exigir mayoría de vocales independientes en las juntas directivas, definir nuevos tipos de delitos corporativos, reducir remuneraciones y bonificación a ejecutivos -especialmente, con opciones accionarias-, “blindar” planes y aportes jubilatorios del personal y tornar jurídicamente responsables a los directores por prácticas fraudulentas hoy no penadas.


    Nada de eso es “antiempresario”. Por el contrario, tiende a favorecer los negocios privados como tales (y no ya a las fortunas de ciertos privilegiados), y a restaurar la confianza en las empresas. Pero este paquete apenas es un paso hacia la reconstrucción de una economía mixta, deteriorada -junto a los ingresos y el ahorro público- por años de fundamentalismo de mercado (financiero y bursátil no real).


    Los fundamentalistas suelen insistir en que la desregulación de ciertas actividades (aerolíneas, telecomunicaciones, energía) les ahorra a los consumidores miles de millones al bajar tarifas. Pero sus cálculos excluyen los gastos adicionales, innecesarios, cuando un “monopolio natural” se fragmenta. Pasan por costos resultantes de duplicar o triplicar inversiones, reclamos por malos servicios y pérdida de ingresos entre los trabajadores (también son consumidores) al convertirse sectores de salarios altos o estables en sectores de salarios bajos, inestables o precarizados.


    Así como las burbujas bursátiles y el culto al CEO conferían prestigio mediático a los mercados de riesgo y a la desregulación, la caída en desgracia del modelo corporativo brinda una oportunidad para destronar al mercado puro y ponerlo en su sitio. Es lamentable que se precisen crisis como ésta o la de 1929-32 para que la gente y las dirigencias adviertan ciertas realidades. Pero, después de todo, en este país tan pragmático, nada ilumina más que los grandes fracasos.


    Según Robert Kuttner, economista de corte neokeinesiano. A 70 años de la Gran Depresión, hoy los demócratas tienen el camino allanado para otro rescate de la economía real.


    1. Como es normal en el mundo desarrollado, Kuttner califica de “liberal” al pensamiento no conservador. Aquí se retiene el término, aunque en Latinoamérica se les diga “liberales” justamente a los conservadores.
    2. Poco después de aparecer este trabajo de Kuttner, el 18 de septiembre, Richard Russell, uno de los más respetados analistas bursátiles -edita
    Dow Theory Letter-, pronosticaba que la bolsa quizá “tardase años en dejar el bear market” (mercado “oso”, es decir pesado). “Sólo recuerdo un lapso negativo más largo que éste: los cuatro años de 1929 al ´33. Me temo que ese fenómeno se repita”.