La economía mundial sin locomotoras

    A partir de Maastricht (el programa de convergencia macroeconómica europea), el papel de Alemania pasó a la Unión Europea. Pero ni ésta ni aquélla, y tampoco Japón, funcionan como locomotoras mundiales desde hace años. Estados Unidos se había quedado en soledad para impulsar a la economía global. Ahora, esta locomotora no termina de abandonar la recesión de 2000-1 y, por momentos, parece acercarse a una repetición del mismo fenómeno, en lo que los economistas llaman “serrucho en baja” o recesión recurrente (double-dip slowdown).


    La economía internacional no sale de la parálisis. A pesar de ello, Horst Köhler -director gerente del Fondo Monetario-, su equipo y quienes adhieren a su pensamiento insisten en subestimar los riesgos recesivos. Pero, como señalaba hace poco el semanario The Economist, nada sospechoso de keynesianismo, “el FMI y el Banco Central Europeo no advierten un detalle clave: aun si las principales economías reanudaran la expansión en algunos meses, ese crecimiento no sería suficiente para impedir tendencias deflacionarias en los precios y la demanda real”.


    Desde el crac bursátil de 1929-32 y la depresión siguiente, la palabra “deflación” tiene visos sociales y políticos, algo que no ocurre con la inflación. Especialmente en Estados Unidos, donde las duras experiencias de 1873-9, 1907-8 y 1933-40 no se han borrado de la memoria colectiva. Por eso, el peligro de una recesión recurrente pone nerviosos a políticos, empresarios y hasta banqueros.


    “Serrucho en baja”


    Por el momento los debates se centran en el peligro de un “serrucho en baja”, o sea que la recesión teóricamente superada a fines de 2001 podría retornar este trimestre y durar hasta mediados de 2003. Aquí el “factor Irak” haría la diferencia: una guerra, según la duración que tenga, puede costar entre US$ 100.000 y 200.000 millones. Habría un duro impacto fiscal, elevaría las tasas de interés y, vía un paralelo aumento de crudos, retraería al consumidor, combustible de la locomotora en esta coyuntura.


    Dejando de lado la posible guerra, “la economía estadounidense -señalan dos análisis del Financial Times– emite señales contradictorias. La inversión real viene contrayéndose por ocho trimestres seguidos, el período más largo de la posguerra”. Paradójicamente, los optimistas cifran esperanzas en aquel mismo consumidor, que no ahorra y continúa endeudándose para gastar.


    ¿Hasta cuándo podrá seguir haciendo eso, aun sin prever un eventual aumento de tasas, esto es, del costo de endeudarse? A primera vista, el desempleo urbano ha cedido de 5,9 a 5,7% entre julio y agosto, lo cual trasunta bienestar en el consumidor asalariado. Pero, simultáneamente, la demanda laboral continúa estancada en el sector privado. Esta vulnerabilidad, junto al desinfle de cotizaciones accionarias, deteriora la confianza del público y las empresas en el futuro de aquí a tres o seis meses.


    Con la mayor economía del mundo entre altibajos y la segunda (o tercera, contando la Unión Europea), Japón, todavía parada, ¿cabe esperar algo de la UE, o sea, de Alemania? En rigor, la economía germana (cuarta si se toma en cuenta la propia UE, que la incluye) vuelve a contraerse. Por consiguiente, Alemania está más cerca de la “recesión recurrente” que Estados Unidos. En ambos casos, el crecimiento del PBI podría perder impulso durante algunos años, en tanto vayan subsanándose desequilibrios en materia de deuda e insuficiencias en ahorro interno.


    A primera vista, dos o tres años de expansión modesta no lucen mal. Pero sólo si se pasan por alto los nexos entre inflación y brecha productiva, es decir, la diferencia entre PBI real y potencial.


    Brechas productivas


    Al contrario de lo que sostienen las ideas convencionales, la inflación no siempre sube cuando se expande la economía ni baja cuando se contrae. En cambio, su evolución depende de la brecha productiva. Si el nivel del PBI es inferior al potencial -es decir, hay capacidad ociosa-, la inflación puede descender más y más, aunque la economía crezca vigorosamente. Por lo menos, hasta que el PBI real alcance al potencial y se cierre la brecha productiva.


    Pero, en el caso de Estados Unidos, si prosigue expandiéndose bajo el límite potencial (3-3,5%), la brecha en realidad irá ensanchándose y provocará descensos de precios. Tras la recesión de 1990-1, la brecha negativa continuó hasta 1993, mientras la inflación cedía de 5 a 2,5% anual. Hoy, medida en precios al consumidor, es apenas 1,5% y el PBI “deflacionado” -o sea, descontanda esa inflación- sube sólo 1% cada año. De hecho, para The Economist, “las empresas estadounidenses ya conviven con la deflación, pues los precios constantes del sector secundario (industrias) y del terciario no financiero (servicios reales) habían bajado 0,6% entre julio de 2001 y junio último. Es la primera vez que ocurre desde 1945”.


    Excesos de rigidez


    A diferencia del estancamiento, el riesgo deflacionario en la Unión Europea -los 15- es exiguo, pues la inflación “sigue por encima de 2%, lo cual no está mal, aunque un ritmo mayor sería por momentos deseable”. Así opina Conjoncture, boletín semanal del grupo BNP-Paribas que circula exclusivamente entre banqueros y analistas especializados. No obstante, la inflación llega a apenas 1% anual en Alemania, la economía dominante, y podría achatarse en 2003, si se cumple el pronóstico oficial: 1,5% de expansión en el PBI. Por otra parte, la política monetaria del BCE es apropiada para Eurolandia en su conjunto, pero resulta demasiado rígida para Alemania sola.


    En resumen, existen riesgos de que, antes de terminar 2003, las tres locomotoras potenciales del mundo -Estados Unidos, Japón, Alemania- y el “tren” de la UE tengan tasas de inflación negativas. Vale decir, deflación. Por supuesto, una abrupta alza del petróleo podría generar tasas de inflación positivas, pero el impacto a mediano o largo plazo producto del encarecimiento de combustibles acabaría siendo deflacionario, porque actuaría como los impuestos: por encima de cierto nivel, deprimen el consumo -vía menores salarios reales, o sea menos capacidad de compra-, la demanda real y los precios de la economía física. Este tipo de pronósticos explica que algunos economistas “prefieran” una guerra larga en Levante que, a su juicio, estimularía el PBI estadounidense.


    Cóctel letal


    Según Deanne Julius, ex miembro del comité de política monetaria en el Banco de Inglaterra, “hay una posibilidad en tres de que sobrevenga un marcado proceso deflacionario en las principales economías, entre hoy y 2005. Pero los banqueros centrales siguen creyendo que su misión consiste en pelear sólo contra la inflación”.


    Sin embargo, como vienen sosteniendo los economistas sistémicos desde hace generaciones, la deflación es mucho más dañina que la inflación. Las caídas de precios hacen que los consumidores pospongan compras esperando bienes y servicios aún más baratos. También impiden aplicar tipos de interés negativos para sacar la economía del pozo, debido a las famosas “trampas de liquidez”, cuyo ejemplo ya clásico es la recesión japonesa iniciada en 1991-2 y todavía vigente.


    Existe, por cierto, un riesgo supremo: el cóctel de deflación y deuda (la Argentina conoció uno en 1995-2000, cuya implosión llegó a punto tal que acabó en una explosión). Cualquier marco “deflacionario” tiende a elevar la carga de los pasivos, en tanto los activos nominales de sustento ligados a las deudas -bienes raíces, colocaciones bursátiles, bonos- suelen caer en mayor medida hasta alcanzar valores razonables. Esto ha vaciado las carteras del sistema bancario japonés (Tokio encara el tercer megasalvataje en cuatro años) y, desde 2001, la depreciación de activos, un endeudamiento desbordado y derrumbes de empresas castigan a poderosos grupos (punto com, telecomunicaciones, medios, etc.) de Estados Unidos y la UE, con alcances globales. Las deudas privadas marcan récord en el país gobernado por George W. Bush, en Alemania y en Francia.


    Lo cierto es que este ciclo económico parece distinto a los precedentes, pues la recesión no resulta de un proceso inflacionario, sino de una burbuja de precios y cotizaciones. Lo malo es que, cuando una burbuja se pincha, surgen tendencias deflacionarias.

    MERCADO
    On Line le amplía la información:

    World Economic and Financial
    Surveys
    . World Economic Outlook Trade and Finance, Septiembre
    de 2002. International Monetary Fund.
    http://www.imf.org/external/pubs/ft/weo/2002/02/index.htm

    “¿Cuánto costaría
    la guerra contra Irak?”
    . MERCADO, octubre de 2002.
    http://mercado.com.ar/mercado/
    vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=1018&id_nota=22

    “Recuperación en ventas. ¿Hay
    o no hay reactivación en Estados Unidos?”
    . MERCADO, mayo de 2002.
    http://mercado.com.ar/mercado/
    vernota.asp?id_producto=1&id_edicion=1013&id_nota=18

    “FMI: La economía mundial
    crecerá menos de lo esperado en el 2002 y 2003”
    . CNN en español,
    25 de septiembre de 2002.
    http://cnnenespanol.com/2002/econ/
    09/25/economia.mundial.fmi/index.html

    “Alerta en las telecomunicaciones,
    los bancos y la industria automotriz. ¿Señales recesivas en
    Japón?”
    . MERCADO, julio de 2002.
    http://mercado.com.ar/mercado/
    vernota.asp?id_nota=6&id_producto=19&id_edicion=1015