Entre las nuevas drogas de mayor potencial figuran compuestos producidos vía células animales o microbianas, genéticamente modificadas. En los próximos años, los ingresos derivados de las terapias resultantes aumentarán a razón de 15% anual, casi el doble de la tasa de crecimiento para toda la farmoquímica en Estados Unidos.
Mucha de la demanda futura se centrará en anticuerpos monoclonales, un tipo decisivo de proteínas que deben administrarse en dosis extremadamente grandes. Por ahora, sólo pueden fabricarse en cultivos de células de mamíferos, que exigen instalaciones especializadas. Pero la actual capacidad mundial, 450.000 litros por año, se halla utilizada casi al máximo.
Entretanto, hay más de 200 drogas derivadas de cultivos celulares en procesos de experimento o ensayo clínico. De ellas, quizá 70 lleguen al mercado hacia 2006. Los fabricantes están triplicando la capacidad de producción, pero cualquier planta nueva toma tres a cinco años en diseño, construcción, certificación y puesta en marcha. No obstante, de hoy a 2005-7 la demanda seguramente desbordará la oferta.
Esta clase de desajustes puede resultar costosa. Por ejemplo, la insuficiencia de capacidad productora de Enbrel, un compuesto para tratar artritis, le acarreó a la firma Inmunex un lucro cesante por US$ 200 millones sólo en 2001.
Por ello, es fundamental que los laboratorios desarrollen estrategias, en la manufactura de biofármacos dedicadas, sea a aumentar capacidad instalada propia, sea a tercerizarla, ya al principio de los procesos de desarrollo de especialidades. Aunque una nueva planta cueste entre US$ 300 y 500 millones, la inversión se justificará plenamente. De hecho, ciertas instalaciones biotecnológicas pueden ser rentables aun empleando apenas 25% de la capacidad instalada.
Capital humano, una clave
En general, los analistas del sector captan el déficit de producción y sus problemas. Lo que no se comprende tanto es el déficit de capital humano: esta industria afronta, en el horizonte cercano, escasez de profesionales bien preparados para planificar, construir y operar instalaciones. En verdad, ya se nota en Estados Unidos la falta de científicos y técnicos expertos en procesos de desarrollo, validación, control de calidad y manejo de plantas.
Por otra parte, universidades y otras instituciones terciarias no producen, ni de lejos, la cantidad de especialistas que precisa la farmoquímica. El número de estudiantes en biología general, biología celular, bioquímica e ingeniería biotécnica se ha mantenido en alrededor de 26.000 por año desde 1992 hasta 2001.
A raíz de esta situación, muchas compañías estadounidenses se instalan en el exterior, para aprovechar los grandes semilleros científicos y profesionales existentes en Europa y Asia. Al mismo tiempo, también “importan” talentos. Pero hace falta más. Por ejemplo, reforzar vínculos entre la industria biofarmacéutica y el mundo científico. Las compañías líderes podrían formar alianzas con universidades locales y entidades de investigación, auspiciar programas y asesorar sobre cómo hacer más práctica la enseñanza.