Ganancias y riesgos en China SA

    Durante los primeros dos decenios de este siglo, China irá convirtiéndose en un nuevo tipo de entidad política y socioeconómica. Sin mimetizarse con modelos occidentales, empezará a competir en la esfera geopolítica y en los mercados, ensayará innovaciones, resistirá turbulencias -propias o ajenas- y llegará a adquirir un predominio entre las potencias sólo inferior al de Estados Unidos.


    Será la clase de cambios que vienen de a uno o dos por centuria. En ese plano, quizá llegue a comparársela con el surgimiento de Alemania y Japón en el siglo XIX o con el ascenso de Estados Unidos en el XX. Algunos van a ir más lejos y pensarán en los imperios de Alejandro, en los khanes mongoles o en los turcos otomanos: tres “estados universales” que, en sus épocas, tuvieron rivales; pero en sociedades contiguas, no en las propias.


    Las transformaciones chinas pueden parecer episódicas o coyunturales, pero sólo porque ocurren en la actualidad. No lo son; en particular, la definición de un modelo de negocios pragmático, sin carga ideológica o doctrinaria específica. Este modelo tiende a ser permanente y alcanzar todos los estamentos de la sociedad, desde lo microeconómico hasta la propia identidad en un contexto global (aunque, tal vez, distinto al de hoy).


    Formalmente, Beijing sigue siendo un régimen “comunista”, pero su trasfondo encaja mejor en una célebre frase de Deng Xiaoping, primer jefe de gobierno posmaoísta. En 1992, refiriéndose a la posibilidad de reincorporar Hong Kong, Macao y Taiwán, dijo: “Un país, dos sistemas”, anticipándose a la actual coexistencia entre un sistema político “marxista” y un modelo económico cada vez más pragmático.


    De hecho, por debajo subyace un contexto social históricamente habituado a convivir con regímenes venidos de afuera. Por ejemplo, los mongoles y sus lejanos parientes manchúes, al final asimilados.


    Deliberadamente o no, China está reorganizándose y generando equilibrios entre el control centralizado (un hecho históricamente anómalo) y la flexibilidad en actividades económicas, financieras y, hasta cierto punto, comerciales. Como éstas involucran estructuras y grupos empresarios absolutamente “imprevistos” en el sistema, el resultado es un modelo ágil, sin rigideces.


    Zhong Hwa, Inc.


    Salvo cuando hay cerca jerarcas del Partido Comunista Chino, a este modelo suelen decirle Zhong Hwa, Inc. (China SA). La figura refleja una situación concreta: el sistema está transfiriendo, poco a poco, ciertas instancias de decisión al “nivel de negocios”. Sólo que las unidades respectivas son regiones semiautónomas, cuya creación redefine la propia geografía china.


    Alentados por los elementos de mercado libre que implica el “subsistema”, los gobiernos locales -ciudades, comunas, provincias, regiones- llevan adelante una transformación poco evidente en el exterior. En rigor, China está reconvirtiéndose en un rompecabezas de autonomías que compiten ferozmente entre sí en pos de capitales, tecnologías y recursos humanos. Por supuesto, este cambio tiene mucho camino por recorrer antes de abarcar toda China. Es decir, el núcleo han -la etnia dominante-, los vastos territorios periféricos (Manchuria, Xinjiang, Tibet) y el “lejano sur”.


    Como es natural, muchos altos funcionarios -y muchísimos más burócratas- se niegan a aceptar las nuevas realidades. Pero éstas ya están alterando perceptiblemente el equilibrio económico en Asia oriental, central y sudoriental. Pronto, la onda expansiva llegará a Siberia y el subcontinente indio, única zona cuya demografía “compite”: 1.100 millones de personas en India-Pakistán-Bangladesh contra 1.300 millones en China. En una fase ulterior, China tendrá impacto en la cuenca del Pacífico y el resto del mundo.


    Entre tanto, el “efecto chino” pone en tela de juicio varias recetas usuales en materia de hacer negocios, dirigirse a mercados de consumo y operar en economías nacionales. Algunos expertos japoneses y occidentales se dieron cuenta de ello visitando, meses atrás, una nueva fábrica de componentes electrónicos en la ciudad de Shenzhen, cerca de Hong Kong, quizás el área de crecimiento económico más intenso del país.


    La pesadilla de Dickens


    Instalada en 1997, la planta emplea 10.000 personas, casi todas mujeres jóvenes, que ganan en promedio US$ 80 mensuales. A uno de los visitantes, el autor japonés Kenichi Ohmae, le llamó la atención que nadie llevase anteojos. “¿No toman gente con problemas de la vista?”, inquirió. “Los echamos cuando empiezan a tenerlos. Pueden buscarse otro trabajo. No es problema nuestro y hay mucha gente esperando ingresar”, fue la tersa respuesta.


    Semejantes actitudes no existen en otras partes de China ni en economías comparables, porque sus leyes laborales las impiden. Pero en Shenzhen, Shanghai, Suzhou, Dalian y otros centros de la “nueva economía” son consideradas normales. ¿Por qué? Porque cientos de millones emigran a las ciudades y están dispuestos a aceptar cualquier abuso de ese tipo.


    Por ejemplo, un aviso publicado en Dalian ofreciendo el equivalente de US$ 90 mensuales atrajo a 2.000 chicas de la zona rural circundante. En esas condiciones, quien consigue trabajo hace turnos de 24 a 36 horas y duerme en galpones de la empresa. En los ratos libres, descansos y hasta durante las comidas, muchos estudian circuitos electrónicos u otras materias tecnológicas. Los despedidos -por mala visión o lo que fuere- generalmente no regresan al campo, porque se insertan en otra franja muy expansiva: el cuentapropismo en comercio y servicios de todo tipo.


    A Ohmae esto lo escandalizó bastante menos que a un estadounidense. Era natural: los precedentes más cercanos a esta China de 2002 son el Japón de los años ´60 y su “factoría”, la Surcorea de los ´70-´80. Pero similares procesos de urbanización entre campesinos se dieron en Formosa o en Corea bajo influencia japonesa (1910-44). Hoy ocurre casi lo mismo en Vietnam, Tailandia y Malasia.


    Hace 40 años, Japón se preparaba a competir en el gran mundo, tal como la Inglaterra de la primera Revolución Industrial. De ahí los rasgos dickensianos que el propio Ohmae notó en el contexto laboral de esas ciudades chinas. “Esos empresarios sin escrúpulos -señalaba el japonés- pueden equipararse a los robber barons (barones ladrones) que hicieron despegar las industrias y los bancos estadounidenses tras la Guerra de Secesión. Pero ese modelo de explotación nunca había sido puesto en práctica en una sociedad tan poblada ni en un contexto tan dominado por innovaciones tecnológicas”. Mucho menos, bajo un régimen “socialista”.


    Esta vez, va en serio


    Ahora bien, desde los tiempos del “China se avecina” hasta la violenta exclusión de “los Cuatro”, es decir, de la viuda y los sucesores de Mao Zedong, la parábola del gigante dormido ha generado tantas ilusiones como desencantos. También India y, en otros planos, la ex URSS, Brasil o la Argentina solían entusiasmar a los futurólogos de turno en los siglos XIX y XX.


    Ohmae mismo confiesa, en un libro de próxima aparición, que su visión del potencial chino era escéptica y parcial. Leyendo The invisible continent: Four strategic imperatives of the new economy (1998), queda claro que, por entonces, el experto estimaba “simplemente imposible que China llegase, como totalidad, a ser próspera”. Ese mismo año, Zhu Rongji pasaba de presidir el Banco Central a ocupar el cargo de Deng. “En otras palabras -subraya el analista japonés-, el arquitecto de un crecimiento que alcanzó 8% anual en el PBI, casi sin inflación, asumía la conducción política del país”.


    Pensando en sus lectores norteamericanos, Ohmae define a Zhu como el “Jack Welch chino”. Razones no le faltan. Zhu arrancó reestructurando las 300.000 empresas controladas por el gobierno central. Más de 70% carecía de rentabilidad y vivía de subsidios. Así como Welch -en 1983- estaba resuelto a “echar a los ejecutivos de divisiones que no le diesen utilidades a General Electric”, Zhu puso sobre aviso a las compañías que, si en dos años, continuaban perdiendo dinero despediría a sus responsables, las cerraría o las privatizaría por vía bursátil. Y cumplió.


    A continuación, el nuevo primer ministro anunció que serían liquidadas las malas carteras -morosos e incobrables- de bancos y fideicomisos chinos, que llegaban a 245 en 1998. Los deudores eran corporaciones paraestatales en quiebra o inactivas. “Nadie repaga préstamos y vamos a precisar 10 años para resolver esto”, afirmó Zhu.


    En tercer lugar, Zhu se dedicó a hacer más eficiente la estructura del gobierno y afrontó el peor problema sistémico del otrora “tercer mundo”: la corrupción estructural en las esferas altas y medias. Eso implicaba, e implica, cortar antiguos vínculos entre el gobierno y el crimen organizado (los tong) e impedir que los burócratas continúen pidiendo sobornos.


    Tres años después


    Todo esto ocurría en 1998. A mediados de 2001, Zhu presentó un informe al Partido Comunista Chino. De su texto se desprende que había cumplido el primer objetivo: las empresas estatales sobrevivientes daban ganancias, algunas iban a las bolsas en pos de financiamiento y todas habían renovado elencos gerenciales. Más de 50 CEO de entidades financieras y fideicomisos habían sido echados y los capitales, en vez de abandonar China, entraban a un ritmo jamás visto.


    Dado que el segundo compromiso era y es a largo plazo, el informe pasa al tercero: tamaño y eficiencia del propio gobierno. En tres años, el personal del Consejo de Estado (gabinete) bajó de 34.000 a 17.000 empleados y funcionarios. Por el contrario, la corrupción era un hueso duro de roer, en parte por influjo de intereses creados en las propias cúpulas del gobierno y el PCC. Pero las reformas ya habían creado el clima necesario para ir imponiendo el imperio de las leyes y el juego abierto en lo económico y financiero.


    A lo largo del proceso, China ha aprovechado una serie de estrategias políticas y económicas oportunas o astutas. Una fue la larga negociación (15 años) que le permitió ingresar a la Organización Mundial de Comercio (OMC). En su curso, el país fue liberalizando la mayor parte de su comercio. A tal punto que la entrada en la OMC resultó una mera formalidad.


    El sueño de Chicago


    Menos visible pero tan relevante como lo anterior ha sido la política pro estabilización de la moneda. En 1997, cuando Gran Bretaña le restituyó Hong Kong a China, Londres convino en dejar alrededor de US$ 38.000 millones en reservas… sólo si Beijing prometía no tocar la moneda local, el dólar honkongués (Hk$), en 50 años. Se estipuló que, por cada nuevo Hk$ emitido en cualquiera de los tres bancos autorizados, las reservas se aumentarían en US$ 0,13.


    Los chinos no sólo aceptaron eso sino que, además, ligaron su propia moneda (yüan renminbi, RMB) al Hk$. También prohibieron cambiar el RMB fuera de China, dejándoles a los especuladores sólo el Hk$. Dicho de otro modo, Beijing se privaba de emitir moneda para solucionar problemas económicos o financieros (el sueño de Chicago y otros reductos neoclásicos).


    Con ello, el país se blindaba contra fluctuaciones cambiarias y crisis -como la iniciada en el sudeste asiático, justamente en 1997- que suelen castigar a economías emergentes (México, Brasil), periféricas (Indonesia, la Argentina) o en transición (Rusia, Ucrania, Bulgaria).


    No todo sería fácil. Al parecer por presiones de otros países asiáticos, este año China reveló que estaba considerando despegar el RMB del Hk$. Esto encarecería la cotización del RMB y, con ella, las exportaciones. Pero, entre tanto, los sectores dinámicos de la economía continental se han dolarizado y se hallan, técnicamente, tan a cubierto como Estados Unidos.

    MERCADO
    On Line le amplía la información:

    “¿Será China la próxima
    Argentina?”
    . Infobae.com, 19 de junio de 2002.
    http://www.infobae.com/interior/home.html

    “La avanzada china se acerca a la
    región”
    . La Nación, 20 de noviembre de 2001.
    http://www.lanacion.com.ar/01/11/20/dx_352773.asp

    China: hechos y cifras 2001
    http://www.china.org.cn/xi-internet/index.htm

    Zhang Shaying, embajador de China
    en la Argentina. “China espera duplicar su PIB en diez años”
    .
    El Cronista, 10 de diciembre de 2001.
    http://www.cronista.com/

    “La transición política
    le juega en contra al proceso de reconversión financiera. El desafío
    de transformar el sistema bancario chino”
    . El Cronista, 18 de
    enero de 2002.
    http://www.cronista.com/

    “China. Impulso a la educación
    privada”
    . MERCADO, julio de 2001.
    http://www.mercado.com.ar/mercado/
    vernota.asp?id_nota=5&id_producto=19&id_edicion=1004

    “Reconstruyendo el Tigre de Asia”.
    El Cronista, 24 de julio de 2002.
    http://www.cronista.com/