El apresurado cronista se reunió con uno de los líderes de un movimiento social y político con fuerte presencia nacional.
-¿Qué saca en limpio del encuentro con el presidente Duhalde? -le preguntó.
-Nada. Sentimos que no tiene respuestas y que no puede resolver demasiadas cosas -contestó el dirigente.
Detrás de la presunta falta de poder del titular del Ejecutivo, en un país con fuerte sesgo presidencialista, se esconde la ausencia de un Estado. Por lo menos en varias de sus potestades. Y se afirma que sin Estado no hay soberanía.
De hecho, la idea de soberanía nace con la aparición del Estado moderno. El filósofo francés Jean Bodin la empleó en el siglo XVI para definir el poder del rey sobre los señores feudales. El concepto cobró forma entonces como la autoridad que un Estado tiene sobre una comunidad para dictar o derogar normas, mantener el orden o administrar justicia.
En la Argentina de hoy, o el presidente tiene, aparentemente, más limitaciones que las que le impone la Constitución, o su poder y el del Estado han cambiado y se debe redefinir el concepto de soberanía. Por aquí, tal vez, se trazan las líneas del debate.
Carlos Escudé es politólogo y sociólogo. Y cuando habla de aquel primario concepto de soberanía afirma que la idea, aunque rige en Europa Occidental desde el siglo XVI, se considera vigente desde el Tratado de Westfalia, en 1648 [N. de la R.: Acuerdo logrado entre los emperadores de Alemania, Francia y Suecia para terminar con la Guerra de los Treinta Años, a partir del cual se concedía a los príncipes alemanes del Norte la libertad de religión y el derecho de establecer alianzas con otros países]. “El orden feudal precedió al sistema interestatal, a la soberanía moderna, que es reciente en términos históricos y no durará para siempre”, apunta.
El politólogo precisa su idea, formulando el siguiente teorema: hoy la amplitud del ámbito sobre el que se requiere una autoridad para ejercer el gobierno depende de la amplitud del espacio de los problemas a resolver. “Hay cuestiones que están bajo el ámbito municipal. Otras se dirimen en el provincial y otras, más amplias, se tratan en lo que se llama ámbito nacional”, ejemplifica. “Pero en la medida que se genera un ámbito global en problemas como medio ambiente, armas de destrucción masiva, y también en el comercio y en las finanzas globalizadas, la gobernabilidad depende del ejercicio del poder por parte de una autoridad supranacional. Al no existir un gobierno mundial, esta autoridad es ejercida en lo económico-comercial por instituciones multilaterales, dominadas por un pequeño oligopolio de estados: el FMI, la Organización Mundial de Comercio o el Banco Mundial. Y en el plano militar, la Otan y Estados Unidos”.
Para Jorge Castro, también politólogo y ex secretario de Planeamiento Estratégico de la Nación durante la segunda presidencia de Carlos Menem, “un poder político, en el mundo actual y en términos de Max Weber, debe tener la capacidad para intentar controlar el resultado de un acontecimiento. La soberanía ya no implica control sobre una realidad territorial, en los términos de un territorio”. Así, la idea de soberanía sale de la escolar noción del control del territorio y pasa a otros estadios.
La Argentina y sus atributos
Escudé afirma que “la Argentina, como todo Estado en esta etapa de la civilización, tiene una soberanía política acotada y limitada. Hay cosas que siempre estarán bajo la potestad del Estado argentino”. Con su estilo característico ríe y dice que “para establecer una playa nudista no hay interacción con el resto del mundo. Pero en los asuntos más globales, en un planeta empequeñecido por el desarrollo de la tecnología, todo lo que sucede en un país se proyecta hacia fuera”.
Cuando se le pregunta si la Argentina se ajusta al concepto tradicional de soberanía en tiempos de globalización, Oscar Raúl Cardoso, analista político, responde que, “formalmente, la Argentina conserva las potestades básicas en lo que concierne a ese intangible que es la soberanía. Esto se observa en el manejo de recursos. Y controla su territorio mejor que Brasil, el cual, sin embargo, parece ser un país con mayor soberanía”. El analista agrega que la Argentina cumple con el concepto kelseniano (por el reconocido jurista austríaco Hans Kelsen), de llevar la ley hasta el confín del territorio, cosa que no sucede con Brasil en el caso de la región de Amazonia, donde el Estado casi no tiene presencia. “La Argentina conserva potestad en el manejo de las Relaciones Exteriores. Tiene los atributos básicos”, sentencia.
Sin embargo, Cardoso cuestiona otros aspectos que también hacen al concepto de soberanía más allá de la territorialidad. “Entre 1991 y 2001, la Argentina ha sido una colonia”, define. “Esto no es peyorativo; sólo digo que ató su moneda al dólar, del mismo modo que en su momento la India ató la rupia a una canasta de monedas. Perdió poderes centrales, como la emisión y el control de moneda. El peso fue una expresión del dólar, así como la rupia lo fue de la corona británica. Desde diciembre, directamente no tenemos moneda en el sentido soberano. Tenemos un peso desbarrancado que no goza de confianza”.
Soberanía y resto del mundo
Justamente, en lo que hace a la política monetaria de un Estado soberano, Jorge Castro establece marcadas diferencias entre el poder decisorio de los países llamados centrales y los emergentes. En cuanto a la soberanía de estos últimos, el ex funcionario dice que el núcleo de su gobernabilidad no pasa por lo institucional, sino por lo fiscal y monetario. “Perder esto significa perder el ejercicio efectivo de la soberanía”, subraya.
Jorge Castro también apela a Brasil para ejemplificar: “Si en el país socio más importante del Mercosur aumenta la tasa de riesgo país, esto incide en la posibilidad de cesación de pagos. Al aumentar las tasas, aumentan los intereses. Brasil tiene entonces mayor déficit fiscal y así pierde poder soberano, porque como país emergente depende del ahorro globalizado y de los organismos internacionales”.
“En cambio, Estados Unidos -continúa el ex secretario- no controla el valor de las tasas de interés a corto plazo, ya que las define el mercado”. Y en referencia a este mercado y a la importancia del ámbito global Jorge Castro subraya que 75% de la base monetaria de Estados Unidos, que es de US$ 440.000 millones, está fuera del país. “Y con el euromercado pasa lo mismo.”
Pantallas de un mundo nuevo
Escudé afirma que debido a la importancia de la tecnología “la soberanía está acotada. La tecnología ha empequeñecido al planeta y ahora es una unidad. El factor tecnológico disparó un proceso de ámbitos globales en los que se requiere una actualización de una autoridad mundial”.
Escudé va más atrás y asegura que el factor tecnológico siempre fue un disparador. El politólogo enumera: en 1492, con España y la navegación; luego, Inglaterra, con la máquina a vapor, y, en términos históricos, menciona a la Revolución Industrial, y sus productos más populares como el ferrocarril y el telégrafo. Hoy, a entender de Escudé, el disparador tecnológico está representado por las telecomunicaciones. “Esta tecnología tiene aspectos positivos, como Internet, y negativos, como las armas de destrucción masiva”.
Sin embargo, la soberanía no sólo parece necesitar una reformulación por el vendaval tecnológico. Cardoso introduce un nuevo factor que está más ligado a la globalización política.”La globalización, que achicó el poder del Estado en los últimos 25 años, reduce la soberanía. Se dice que la globalización es la expansión de la tecnología. Es cierto, pero la globalización también es, como suelo llamarla yo, la anglosajonización del derecho”, afirma. “Lo es porque muchas veces un ciudadano no puede acudir a sus jueces naturales, sino que debe hacerlo ante una Justicia que funciona en otros países, como un tribunal de Nueva York. Y si debe acudir a una Corte que está a 11.000 kilómetros, evidentemente hay una anglosajonización del derecho”, dice.
De hecho, existen gestiones legales que se realizan en Estados Unidos para dirimir dificultades en torno a títulos de deuda externa argentina. El analista político agrega, entonces, ejemplos más calientes. “En la Argentina, hay tratados aceptados por el Congreso. Y cuando hay resabios de una legislación determinada que chocan con la globalización, hay coerción para eliminar esa disputa. Es lo que sucedió con la Ley de Subversión Económica. Así, el control sobre el territorio se vuelve irrelevante”, explica.
Escudé apela entonces a la memoria reciente, cuando en marzo Rudiger Dornbusch dijo que la Argentina debía ser monitoreada por un gobierno externo. “No habló de nada nuevo”, sostiene el politólogo. “Eso ya le pasó a Austria en 1920, durante la primera posguerra”.
Poderes culturales y financieros
Como especialista en política internacional, Cardoso cita a Joseph Nye, un experto en temas de defensa que se desempeñó durante el gobierno de Bill Clinton. “Nye dice que, como superpotencia, Estados Unidos ejerce un Poder blando. Aunque tiene gran poder militar, Nye afirma que es más eficaz su Poder blando: todo el mundo quiere tomar Coca-Cola, manejar un Ford Mustang o tener contacto con la cultura estadounidense”. Y agrega que este poder define la hegemonía de Estados Unidos. “Aunque se controlen las fronteras, la soberanía, en su concepto natural, pierde poder. Por eso hay que redefinirlo globalmente”.
Son pocas las comparaciones geopolíticas y económicas que pueden establecerse entre Estados Unidos y la Argentina. Pero según el concepto tradicional de soberanía, la diputada nacional por el partido Frente para el Cambio, Alicia Castro -que el 8 de mayo mostró su posición al depositar la bandera de barras y estrellas junto al presidente de la Cámara baja- dice que se pueden tomar ejemplos de países soberanos. “Son los países desarrollados, con fuertes políticas nacionales en materia de investigación científica, protección aduanera, preservación de sus intereses. Brasil tiene políticas soberanas. Y hay pequeños países que resisten y tratan de ser soberanos, como Cuba y Venezuela”. La legisladora vuelve sobre la Unión y afirma que “por eso, Estados Unidos aísla al primero (por Cuba) y promueve golpes de Estado en el segundo (por Venezuela)”. Castro también se refiere como soberanos a Malasia y Corea del Sur, que “muestran que la salida de las crisis financieras se realiza con fuerte participación social, políticas de Estado y bancos centrales al servicio de los intereses nacionales y no de las órdenes del FMI”.
Al momento de comparar a la Argentina con estos países, la legisladora afirma que “la principal diferencia es que la Argentina sufre la peor forma de alineación: la colonización mental”, acercando su posición al Poder blando mencionado por Cardoso. “No hay ejércitos extranjeros que ocupen nuestro territorio, ni carecemos de los recursos básicos para el desarrollo. Es la voluntad política de ser soberanos lo que falta en la corporación política”. Y entra duro con los planificadores económicos. “Si bien es cómodo que los planes los hagan tres consultores del Fondo y cuatro economistas berretas locales -que se llaman a sí mismos gurúes-, y es tan redituable vender votos, esto tiene un costo social infinito. Cuando la elite política, económica o social, ha llevado a un país al desastre, o se cambia de elite o se disuelve un país. Ser soberanos hoy implica ejercer política por mano propia”, dice Alicia Castro terminante.
Lo que hay que tener
¿Qué atributos podrían definir a una Argentina más soberana? Jorge Castro vuelve a las variables económicas y afirma que “como todo país emergente, la Argentina depende estructuralmente del sistema financiero internacional, por su nivel de ahorro interno. No cumplió con sus compromisos externos, con el default; y rompió todos los contratos internos, con la devaluación”.
Por su parte, Alicia Castro asegura que la Argentina de hoy está lejos de la modernidad política. “Se ha instalado una suerte de feudalismo financiero, donde la soberanía nacional y la soberanía popular han sido reemplazadas por la soberanía financiera, o suprema potestad del sistema financiero”. Y agrega que “se hace lo que decide la coalición social gobernante: bancos, AFJP, empresas privatizadas, firmas exportadoras de rentas naturales, tenedores de bonos de deuda externa y grandes empresas privadas”.
Cardoso enfatiza que el país está en otra etapa y que se convirtió en un laboratorio de ensayos de lo que la clase dirigente de Estados Unidos percibe acerca del nuevo orden internacional. “Cuando se pide derogación de la Ley de Subversión Económica o modificación de la de Quiebras, la Argentina acepta y sienta precedentes de lo que se repetirá en otro momento”. Y pone como ejemplo a Ecuador que hasta se abrazó al dólar para disciplinarse. “Sin embargo, el FMI le hizo saber el mes pasado que no desembolsaría US$ 240 millones de un crédito stand by si no aceptaba más sugerencias”.
Por su lado, Escudé reitera que hay diversos grados de soberanía. “El mejor uso que el Estado argentino puede hacer de su escaso poder de soberanía en el país, hacia adentro, es ajustar el gasto público improductivo en su plantel de 500.000 empleados públicos. Se crearon formularios, procedimientos burocráticos y trabajos artificiales. El Estado tiene que demostrar su soberanía haciendo un ajuste ordenadamente, para evitar que la hiperinflación produzca ajustes desordenados”.
Alineados y no alineados
Escudé habla de la posesión del poder y afirma que “una cosa es tener soberanía y otra es exhibirla. Aquí hemos confundido a la soberanía con su exhibición”. Se refiere a las dos guerras mundiales del siglo XX: “Éramos soberanos, podíamos ser neutrales o aliados de algunos de los bandos. Teníamos libertad y creíamos que la única forma de exhibir soberanía era ser neutrales. La autonomía de un país es poder hacer lo que ese país quiere dentro de ciertas normas. A diferencia de la Argentina, Inglaterra en 1945 decidió aliarse con Estados Unidos y nadie se sintió disminuido. Fue una decisión soberana. Parece que, para nosotros, tener soberanía equivale a confrontar con las grandes potencias”. Según el politólogo, y anticipando su postura sobre lo que cree más conveniente para el país, “para la Argentina es indispensable aliarse con Estados Unidos, líder de la civilización occidental, factotum del capitalismo y el mundo democrático”. Y se remite a un ejemplo que gana actualidad: “Ahora, si Carlos Menem cree que, con ser aliado, Estados Unidos le va perdonar el déficit fiscal del país está equivocado”, afirma.
“Hay que ver el mundo de hoy. ¿Estamos dentro del modelo neoliberal o se trata de una época histórica distinta?”, se pregunta Jorge Castro, al tiempo que se responde que, a su entender, hoy estamos en una etapa histórica diferente, basada en la productividad de los modelos económicos avanzados.
“Una nación debe amar su época o no será una nación”, continúa. “Esto no significa que no deba afirmar su identidad. Pero las reglas del juego están dadas por la globalización y la asociación. Hay que comprender que el proceso de globalización depende de la dirección que tome el proceso de los capitales”. En este sentido, Castro asegura que la Argentina debe moverse sobre la base de dos vectores: “dolarización y alianza estratégica con Estados Unidos. Esta es la única forma en que puede ganar”.
-¿Dolarizar no significa resignar soberanía económica y monetaria? -pregunta MERCADO.
-Hoy la Argentina no tiene moneda. Los argentinos huyen del peso. Eso tampoco es soberanía- responde Jorge Castro.
Alca, Mercosur y la Argentina profunda
Alicia Castro se refiere a la ruta que la Argentina debería adoptar en su relación con el mundo, delimitando dos destinos posibles: el Alca, con la dolarización y la integración a un mercado de desiguales, “que se llevará lo que quede de la industria nacional, y nos dejará en el umbral de la disolución nacional”, o bien la integración regional, “con pares, donde sea posible construir soberanía supranacional”. La legisladora señala la importancia del Mercosur. “No como una unión aduanera imperfecta, sino como la base para una Confederación Sudamericana ampliada a Venezuela, al Caribe y a los Andes”.
“Generar soberanía -continúa Alicia Castro- es crear empresas sudamericanas de energía, de transporte, intercambio por ramas de industria y no por sectores económicos. “Significa una política de relaciones exteriores común, una política de defensa común, los mismos derechos sociales y la misma voluntad de existir en el mundo.”
Ante la misma dicotomía, acercarse al Mercosur o alinearse con Estados Unidos y dolarizar la moneda, tal como pregona el ex presidente Menem, Cardoso sentencia sin vueltas. “Menem no es más que un payaso. Pero es un emergente de la cultura real. Esto no le quita atribuciones en su conocimiento del poder. Es más astuto que perro de familia: puede morder a una tía recién llegada, pero nunca a la ama de casa que le da de comer. De ahí que la cultura menemista encarna un momento de la sociedad”.
El analista se refiere al ex presidente y a sus políticas sin ironías. “Él no considera seriamente la dolarización ni la no dolarización. No lo creo. Si dice que trae al elefante Dumbo tampoco le creo. Pero identifica dónde está el poder con claridad. Quiere dolarizar porque cree que la dolarización es lo que el PODER, con mayúsculas, quiere. No porque le convenga a la Argentina. Menem sabe lo que quieren aquellos que a él le interesan”.
Cardoso asegura que en el país hay que definir otras cosas antes de hablar de soberanía, “porque no hay contrato social, en el sentido en que fue ideado por los filósofos contractualistas, como Juan Jacobo Rousseau o John Locke, que plantearon una contrato social que se expresa con la democracia como forma de gobierno. Y ahí aparece el Estado. Pero, para lograr ese contrato, debe haber un grupo humano que tenga intenciones de compartir tiempo y espacio. En la Argentina hay una centrifugación que, estimo, nace con la última dictadura”, señala.”Desde esa época, en muchos casos no hay deseos de pertenecer a una comunidad que quiera compartir tiempo y espacio. Si no hay razón para vivir juntos, no hay una expresión común que se materialice en un Estado. Y sin Estado no hay soberanía”, razona.
Para fortalecer su hipótesis, el analista recurre a la historia reciente. “Los argentinos parecemos incapaces de tomar decisiones que tengan el resultado que queremos. El 21 de diciembre de 2001, Fernando de la Rúa, que había ganado las elecciones, al parecer dejó de gustarle a la gente, sin hablar de la movilización popular, y renunció. Al tiempo asumió Eduardo Duhalde, que había perdido frente a De la Rúa y hoy tiene un rechazo de 80% entre la opinión pública. Se intentó una cosa y se terminó en otra. Para ser soberana en determinado grado, primero debe ser una sociedad con un contrato social. No hay interés nacional porque no hay Nación. Sólo hay un entramado de intereses particulares en pugna”.
Luego retoma un concepto y lo profundiza, casi dramáticamente. “No se puede hablar de soberanía cuando la gente no decide sobre su destino, cuando las circunstancias deciden por la gente”. Y con un ejemplo resume su postura. “En el Libro de los muertos, muy famoso en el Tibet -dice Cardoso- hay una sentencia perfectamente aplicable a la Argentina: La mayoría de los hombres jamás muere, porque jamás existió. Y la Argentina está en este punto”.
La nostalgia de haber sido Distintos Por su parte, “La Argentina Entre otros |
Estados Unidos: ¿Soberano con mayúsculas? A la hora “Sólo En cambio, |
MERCADO On Line le amplía la información: • Massachusetts Institute of Technology-MIT. • “El fantasma del protectorado. Recetas • Anthony Giddens. “Lo peor que puede • Joaquín Morales Solá. • Eduardo Pavlosky. “Imperio y contraimperio”. • “El Estado-Nación, ¿un |