Hasta abril de 2000, la nueva economía venía bien y sólo los “escépticos profesionales” (Abigail J.Cohen, de Goldman Sachs, dixit) albergaban dudas. Después, el mundo se dio vuelta. Empezaron a caer las puntocom, las siguieron las acciones de la vanguardia tecnológicas hoy, el sector telecomunicaciones continúa en problemas- y los capitales de riesgo se hicieron humo. Se había pinchado la “exuberancia irracional” de Alan Greenspan.
Durante el cenit de esa euforia, Shiller dictaba clase en Yale o se recluía en su casa de New Haven, Connecticut. Sospechaba que ese auge especulativo acabaría en una “corrección”, o sea una amplia baja. Estaba escribiendo otro libro que, claro, debía salir a la calle antes del descalabro o en sus primeras fases. Tenía ya una experiencia dura: en octubre de 1987, cuando Wall Street amagó un crac, el autor andaba por la mitad de un trabajo sobre gestión de riesgos.
Esta vez, el texto salió y se titula, naturalmente, Irrational Exuberance. Su tesis básica: los agresivos mercados a fines del siglo XX eran, en efecto, una burbuja autoinflada, sin asidero firme en la realidad. No era una novedad, pero la labor de Shiller muestra precisión y tiene alcances inéditos, pese a su lenguaje accesible; y fue oportunísimo: justo mientras distribuían los ejemplares, el índice S&P-500 marcó su máximo absoluto.
Después, el derrumbe dejaría como “gurú” de la nueva economía a Shiller, no ya a Cohen ni los restantes profetas bursátiles, porque su libro arranca diciendo que, en fases de cambio, “la gente no necesariamente escucha, aprende o actúa de modo distinto a la etapa anterior. Al contrario de lo que sostiene la sapiencia convencional, la economía no trata sólo de datos y cifras”. De hecho, hace unos diez años que el autor encabeza una corriente doctrinaria conocida como “economía conductista”.
Al respecto, Irrational Exuberance -su texto más explícito- señala: “Lo que llevó a la asombrosa alza de cotizaciones durante el último lustro de los 90 poco tenía que ver con el crecimiento previsible de utilidades o dividendos. Fue un acto de fe colectivo, la gente estaba a dispuesta a creer que casi todo era posible y que las viejas leyes financieras no valían. Con el mismo desprecio por los datos objetivos, esta clase de fuerzas y conductas puede arrastrar los mercados en espirales descendentes”.
En verdad, Shiller rescata un concepto filosófico favorito de Oswald Spengler y Arnold J. Toynbee: el zeitgeist (espíritu de los tiempos). Pero, aunque el teórico demuestre ante el público que su análisis es correcto, será muy difícil que la gente cambie su conducta del momento y seguirán imponiéndose los factores irracionales. Si tienden al optimismo o a la avidez de ganancias inmediatas, los mercados continuarán exuberantes. Si son pesimistas o proclives al temor, no habrá aumento de ganancias ni dividendos que puedan con la onda vendedora.
La segunda lección del profesor Shiller es que la teoría del mercado eficiente con ella, la de expectativas racionales- no sirve para nada. Ambas convergen en una clave: todos los precios económicos y financieros reflejan exactamente toda la información disponible en ese momento. “Esos postulados explica el autor- son artículos de fe para ciertos profesionales económicos y sus auspiciantes en Wall Street; pero los números no los convalidan. Cierta vez hice comparaciones estadísticas entre volatilidad de cotizaciones y volatilidad de dividendos. ¿Qué descubrí? Que la de los primeros llega a niveles jamás justificados por los dividendos subsiguientes. Eso me sumió en duras controversias, porque los profesionales del ramo se niegan redondamente a admitir errores en la teoría del mercado eficiente”.
Sin duda, el crac del Nasdaq -iniciado el 14 de abril de 2000- le daba toda la razón a Shiller. Por entonces, no había un solo dato objetivo que sustentase tan repentino desbarranque. Pero las ventas igual se precipitaron, hubo contagio y el zeitgeist cambio de un día para otro. En poco tiempo, compañías como Yahoo o Sun Microsystems habían perdido la mitad o más de su valor bursátil, sin una sola razón técnica o contable.
Lo anterior conduce la tercera lección del gurú: Los profesionales económicos tienen que interpretar y explicar mejor conductas y decisiones de los agentes en el mercado. “No queremos apoyarnos sólo en las estadísticas. Son demasiado estrechas de foco y se refieren a hechos pasados. El mayor misterio de la especulación bursátil y de todo hecho histórico- reside en los factores involucrados y su peso relativo. ¿Por qué se desencadenó la II Guerra Mundial justo en 1939? ¿Por qué el Imperio Romano de occidente se vino abajo durante el siglo V?” La historia demuestra que, cuando pasa algo importante, es porque una compleja cadena de circunstancias iba en cierta dirección. Pero las áreas económicas de una entidad cualquiera “exageran el rigor técnico al punto de sentirse incapaz de manejar tanta variables diferentes al mismo tiempo y acaban centrándose en unas pocas”. De esa manera, casi nunca se anticipan a los acontecimientos.
La cuarta lección es que, pese al desinfle de la burbuja puntocom, la nueva economía existe. Pero ¡ay! pronto puede ser ahogada por un exceso de viejos. Por supuesto, “el emblema del cambio acepta Shiller- es Internet. La Red sigue siendo un foco increíble de atracción y este factor impulsa al mercado. Ignoro qué pasa en otras casas, pero en la mía se sientan ante la pantalla de Internet, no ante el televisor”
En ese plano, la nueva economía tiene potencial de crecimiento. Salvo por un problema demográfico: el envejecimiento de la población tenderá a desacelerar, si no a neutralizar las tendencias expansivas.
Por ende, “hay que concebir a la Red y sus tecnologías como fuerzas sociales, más que de mercado”. Por ejemplo, la web de última- quizá no eleve la productividad en grado substancial, pero puede reducir drásticamente la evasión tributaria. De paso, es el tema del nuevo libro que Shiller anuncia: “en él, examino cómo las nuevas tecnologías crean oportunidades de mejorar la sociedad”. Coincidiendo con algunos economistas sistémicos, el autor ve con inquietud el deterioro en la redistribución de ingresos, la inequidad de cargas impositivas y otros obstáculos de ese tenor.
Casi sin transiciones, Shiller pasa a la quinta lección: La próxima innovación clave se llama robótica. “Tal vez en diez o veinte años, un montón de cosas se habrán automatizado. Creo que el tema debe preocupar por sus posibles efectos negativos en la distribución de la riqueza. Los salarios mínimos se deteriorarán porque robots y androides podrán cumplir una serie de tareas simples”.
El futurólogo apela a un sugestivo juego, el RoboSoccer (“RoboFútbol”). “Uno designa un robot jugador, lo manda a una cancha interna y no puede controlarlo por radio. Los robots participan en un campeonato anual, deben jugar por cuenta propia siguiendo, de algún modo, las reglas del deporte. Esto se pasa por TV y, en realidad, se parece muchísimo a un partido de fútbol”.
A Shiller lo divierte un poco la trivialidad de la idea, mas luego pasa a una cuestión de fondo. “Las promociones dan a entender que RoboSoccer es hoy lo que el ajedrez computado era hace veinte años. Pero, entonces, los computadores solían perder. Por el contrario, la propaganda del nuevo juego afirma que, en medio siglo, no habrá equipo humano de fútbol capaz de ganarle a uno de robots. Temo que algo así suceda”.
No debe extrañar que la sexta lección haga a la experiencia: “Si se quiere entender algo cabalmente, es preciso llevarlo a cabo, no simplemente analizarlo. Según Shiller, nada substituye a la práctica. Por eso, este académico cuya obra ha contribuido a desmitificar Internet y sus burbujas, es socio de una empresa click. “In 1991 fundamos Case Shiller Weiss Inc. Por esa época, Allan Weiss era CEO y único empleado. La compañía cuenta hoy con veinte personas. Como la meta era crear mercados a futuro o armar derivados en el sector inmobiliario, queríamos aportar índice para negociar contratos. Ese fue el esquema inicial que, lamentablemente, todavía no cristaliza.” En otras palabras, la firma de Shiller suena igual que cualquier otro emprendimiento puntocom.
Vista en perspectiva, la experiencia virtual ha profundizado su concepción de la vida en la nueva economía, amén de tornarlo más crítico respecto de la universidad. “Miro el mundo a través de una puntocom explica- y veo que nadie sabe quién puede sacar un sitio rival en cualquier momento. Y si ese eventual competidor regala algo que nosotros vendemos ¿en qué terminará la cosa?”
Muy bien. ¿Cuál es la última lección del profesor Shiller?… “Bueno, volviendo a la cátedra, debo decir que, a mi juicio, la gente exagera la velocidad de los cambios en marcha y sus efectos. Siempre me gusta el ejemplo de la película 2001: odisea en el espacio. Se estrenó en 1968, volví a verla justamente en 2001 y todavía me pareció que se refería al futuro. Esa gente viajaba a Júpiter y la computadora Hal tiene habilidades imposibles para una máquina actual. En esos días, se hablaba mucho de la NASA, sus derivaciones tecnológicas y los satélites de comunicaciones. Algunas cosas se dieron, pero no con la rapidez y la espectacularidad que se esperaban. Por tanto, es razonable presuponer que los robots finalmente lleguen o que, en 30 años, nos ganen al fútbol. Pero, en una de ésas, eso les exige un siglo”.
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