Tierra de contrastes

    Entre 1999 y el 2000 el producto bruto interno per cápita cayó casi US$ 200 y su distribución tendió a concentrarse aún más. La población desocupada en el Gran Buenos Aires aumentó, entre mayo del 2000 y el mismo mes del 2001, de 869.961 personas a 940.814. Además, la distribución del ingreso siguió concentrándose.


    De hecho, los asalariados pertenecientes a los niveles socioeconómicos más bajos ganan menos que el año pasado. En mayo de este año, el ingreso promedio de los cuatro deciles más desfavorecidos en el Gran Buenos Aires fue de $ 193,6; en tanto que en el mismo mes del 2000 había alcanzado a $ 288,4.


    En el otro extremo, los dos deciles de la población económicamente más favorecida registraron el año pasado ingresos por $ 1.710, que este año aumentaron moderadamente a $ 1.745.


    Desde luego, hay varias razones que explican este fenómeno. Una de ellas es la recesión, presente desde mediados de 1998. Por otra parte, la actividad de los cuentapropistas y profesionales va en disminución. La mitad de las personas ocupadas ganan $ 500 al mes cuando la canasta básica de alimentos y servicios se estima en algo más de $ 1.000, para una familia de ingresos medios y bajos.


    Algunos especialistas en cuestiones de empleo no dudan en afirmar que hay un reemplazo de trabajadores de sueldos más elevados por empleados con menores remuneraciones. Por otra parte, en no pocas empresas se optó por la lisa y llana reducción de salarios, en algunos casos a cambio de tickets.


    Desde 1970, cuando el Indec comenzó a elaborar su serie estadística, nunca hubo una brecha tan grande entre ricos y pobres en la Argentina.


    Para este año, el segmento de 20% de mayores recursos de la población de la capital federal y el Gran Buenos Aires recibe 53% de los ingresos totales. En otras palabras, de cada diez personas, dos ganan más que las ocho restantes sumadas.


    Sin embargo, la brecha puede ser mayor. Tanto los analistas del organismo oficial de censos como investigadores privados aseguran que existen dos factores que, sumados, pueden ampliar la diferencia. Uno se llama efecto vergüenza: los más pobres declaran mayores ingresos a los que realmente tienen. El otro, es el efecto sabueso: los que más ganan tienden a informar cifras menores al encuestador, por temor a los inspectores del fisco.


    Según un informe de la consultora Equis, en la última década la brecha de los ingresos entre la franja de 10% de los más ricos y la de 10% de los más pobres se incrementó en 57%.

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